Apacienta mis ovejas



P. Adolfo Franco, S.J.

Reflexión del Evangelio del Tercer Domingo de Pascua

Juan 21, 1-19



Esta hermosa página del Evangelio de San Juan, encierra muchas enseñanzas, pero además es bastante peculiar. Y es que se añadió, después que se había puesto ya un final al Evangelio. Se ve que el autor de este capítulo 21 del Evangelio de San Juan, consideraba que la enseñanza que se encerraba en esta aparición del Señor era especialmente importante.

Lo que se narra es una escena en que un grupo de apóstoles salen a pescar y por indicaciones de Jesús terminan haciendo una pesca milagrosa; una pesca milagrosa, una vez más. Pero hay algunos aspectos muy especiales en esta pesca y en esta escena. Se trata de una página muy particular en que se quiere poner de relieve el papel especial de San Pedro.

La figura de San Pedro destaca mucho en todo el pasaje: él es el que tiene la iniciativa de salir a pescar; él es que se tira al mar cuando sabe que es el Señor el que está en la orilla esperándoles; él también va a buscar la red y la arrastra hasta la orilla. Y sobre todo él tiene un largo coloquio privado con Jesús, que lo confirma en su puesto de Pastor de la Iglesia, y en que le anuncia la muerte de que va a morir.

Parecería que este pasaje viene a hacer de nexo entre la presencia de Jesús en este mundo (aunque ahora ya resucitado) y el nacimiento de la Iglesia. Diríamos que es una escena en que aparece Jesús trasmitiéndoles toda su misión a Pedro, y con él a los apóstoles.

Es una escena llena de rasgos hermosos: nos presentan a Jesús asando un pescado sin duda para sus apóstoles, y pidiéndoles que le traigan de los peces que ellos acaban de pescar. Un detalle especialmente humano de Jesús resucitado, con los suyos. Primero les ha preguntado cómo ha ido la pesca y cuando se entera (ya lo sabía) que no han pescado nada, les dice dónde están los peces. Y de nuevo se hace una pesca especialmente abundante.

Pero mientras los demás apóstoles están comiendo el pescado asado, Jesús se retira un poco con Pedro. Y le hace la triple pregunta de si lo ama; seguramente para borrar con esto definitivamente el sabor amargo que debía tener Pedro después de la triple negación. Pero no es una simple confesión de amistad. Pues a cada respuesta afirmativa de Pedro, sigue un encargo pastoral: ya que me amas, apacienta mis ovejas. O sea demuéstrame ese amor, cuidando mi Iglesia. Es un asunto de amor, pero de un amor que se muestre en las obras.

Las obras, “apacentar sus ovejas” son la verdadera respuesta que Jesús espera de Pedro. Jesús había hablado muchas veces de la oración estéril, y sin sustento: No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el Reino de los cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre. El que me ama, guardará mis mandamientos. Y en la carta de Santiago se habla también de la fe sin obras, que es una fe muerta. Y sobre todo San Juan en su primera carta, en que afirma: El que dice que ama a Dios a quien no ve, y no ama a su prójimo a quien sí ve, es un mentiroso.

Después de esta triple afirmación con que Pedro reitera su amor a Jesús. Este le anuncia la prueba más grande que Pedro le dará de su amor: Jesús le anuncia que más adelante entregaría su vida por El, con valentía; ya no volverá el miedo que tuvo la noche de la triple negación. Cuando seas mayor otro te ceñirá y te llevará donde no quieres. Y con esto le decía de qué forma glorificaría a Dios. Así se está planteando la estructura de la Iglesia que nacerá poco tiempo después. Todo debe basarse en el amor a Jesús, sin eso no hay Iglesia. El que más se destaca en la Iglesia debe ser el que más sirva a sus hermanos. La dedicación a los hermanos es asunto fundamental en la pertenencia a la Iglesia. Y finalmente la capacidad de dar la vida por el Señor, como máxima obra de servicio a Jesús y a su Iglesia.



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Agradecemos al P. Adolfo Franco S.J. por su colaboración.

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