Las suegras en el matrimonio


P. Vicente Gallo, S.J.

Problemas que vienen de afuera - 1º Parte



Por si fuesen pocos los motivos para problemas que se dan dentro de la vida matrimonial misma, todavía hay otros problemas que vienen de fuera al vivir en pareja. Es, por ejemplo, el caso de las suegras y los parientes políticos de cada cónyuge. Sobre todo cuando, por necesidades inapelables de la vida, se ha de vivir en casa de los padres de uno de ellos. El cónyuge en cuya casa se está, se halla en «su propia casa», «con su propia familia». Pero el otro cónyuge necesariamente se ha de sentir «en casa ajena» y con una familia que no es la suya propia, donde hasta se le mira como a un intruso; inevitablemente él se siente a disgusto en esa situación.

Pero es que ni el uno ni el otro están en su casa propia, no son dueños y señores de su casa y de lo que en ella hay, todo lo tienen como de prestado. Más que «la familia de esa casa» son «un estorbo» en ella. Difícilmente pueden vivir y gozar ellos su intimidad. Allí, quienes mandan son la madre y el padre de esa familia donde viven. Ellos, siendo también familia, no tienen el señorío en lo que les corresponde llamar «suyo» como pareja de casados. Ya lo dice un refrán: «El casado, casa quiere».

Nosotros, sin embargo, que aunque los nuevos esposos tuviesen su casa propia con su propia familia, todavía es muy fácil que los papás del uno (sobre todo la mamá) son los suegros del otro, y viceversa; y que sigan aún considerando a su hijo o hija como suyos, muy suyos, mientras el otro o la otra serán vistos como un rival, un «enemigo» que les ha quitado a quien era el fruto de sus entrañas. Todo lo miran con esa animadversión; todo lo criticarán entonces como torpe o malintencionado en quien no es su hijo o hija; y a su propio hijo o hija lo verán como «pobre víctima», un tonto, un esclavo. Los hermanos de esa «víctima», se sentirán con el mismo derecho de juzgar y querer arreglar lo que pasa en la casa de su hermano o hermana. Todo lo juzgarán mal hecho, por no hacerlo según el gusto de sus papás con experiencia. Todos pueden entrometerse indebidamente en esa pareja.

Lo que en estas situaciones sentirá el que es «de la otra familia», es fácil de imaginar: humillación y tristeza, cólera e impotencia, y el miedo de que las cosas no van a mejorar, sino que empeorarán, pues le parece que su pareja se deja manipular por «su familia», y que ama a su familia más que a su propio cónyuge. Deben encontrar el modo de salir de esa situación.

¿Se arreglará sentándose juntos para en una confrontación aclarar las cosas y poner al otro en su sitio como se ve necesario? ¿Poniéndose siquiera a conversar para aclarar las ideas correctas que se han de tener en la vida de matrimonio como familia autónoma, y ver si se llaga a un verdadero acuerdo? El primer camino sería más bien de perdición: de agresiones, de acusaciones y de réplicas como defensa, de heridas mutuas, de mayor distanciamiento; si no se llega a que el más afectado le diga al otro: «mira, si prefieres irte con tu familia dímelo y hazlo de una vez». El segundo camino sería por lo menos inútil, porque seguramente saldrían a relucir culpabilidades no admitidas. El único modo válido es dialogar como venimos diciendo. Escuchar uno al otro con el corazón haciendo que le exprese todo lo que siente en esa situación, y hacerse incondicionalmente de su pareja, quitando lo que por culpa suya los estaba separando.

Si pueden irse a vivir en casa aparte, aunque sea con menos comodidades materiales, puede ser la solución a la que lleguen dialogando así. Pero si ven que mejor solución es quedarse en la casa en la que viven, aquel que está en la casa de sus padres decidirá que la prioridad número uno para él es su cónyuge, el matrimonio que hacen, la familia que ellos forman con el deseo de vivir en el amor sin fisuras. Ambos, desde esa decisión firme de amarse, harán en adelante el mayor esfuerzo posible para estar haciendo «familia aparte», su propia familia, aunque tenga que ser en esa situación poco deseable pero necesaria. Defendiéndose ambos juntos y por igual de esas intromisiones que tienen que estar padeciendo. Deben seguir defendiendo su intimidad de casados, cada uno ayudando al otro para ello.

Agradecemos al P. Vicente por su colaboración
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1 comentario:

Anónimo dijo...

hola, y que se puede hacer cuando la suegra vive en nuestra casa y este hecho ha logrado separar a los esposos y que los hijos ya no tengan tiempo de charlar con el papá, ya que la mamá esta en todo momento queriendo ella que le solucionen todos sus "problemas" o que el hijo(a) la atienda y le quita el espacio a los hijos y esposo(a). Es más cuando ella se porta incluso mal y no ayuda en nada en la casa y al contrario exige cosas. ¿Qué se hace en estos casos? Además que ni los otros hijos la quieren tener ni los hermanos (as) solteros(as). A mi me da pena sacarla, no me da el corazón, pero no sé que hacer para que esto y pueda tener una familia buena. Ella llego para romper a la familia.