Juan 20, 1-9
Adolfo Franco S.J.
Esta es la fiesta del Señor, este es el día esperado por todos los que necesitamos esperanza y salvación. Hoy día el canto que necesitamos cantar se dice con una palabra: Alleluya. Una palabra en que se encierra toda la alegría que podemos expresar. Es una palabra que brota del rincón más interior, donde se elaboran las cosas más personales y más sentidas, en donde están nuestros amores, nuestros más hondos sentimientos. Y desde ahí sale como un torrente incontenible, esta palabra: Alleluya. Es una fuerza superior que nos brota al ver el misterio admirable de Cristo vencedor de la muerte, y vencedor de todo lo que nos oprime, y de todo lo que nos hace tristes.
Y es precisamente una fiesta para todos los que tienen heridas hondas y por eso esperan que Cristo con su resurrección los resucite. Cristo con su resurrección hace efectivo el cumplimiento de las bienaventuranzas: Bienaventurados, los pobres, los que sufren, los perseguidos, y precisamente porque Cristo ha resucitado.
Por eso este Alleluya lo cantan con una fuerza especial los que casi nunca tienen fiesta, los pobres: aquellos que tienen la indigencia como una sombra inseparable: los que cuando terminan un pedazo de pan, no saben cuándo podrán encontrar el siguiente despojo; pero hoy es su fiesta, y con el esfuerzo que les sale de dentro, empujado por todas sus frustraciones, gritan para que todos lo sepamos: Alleluya, hoy es nuestro banquete, el banquete que nos compensa de tanta humillación acumulada.
Hoy es la fiesta, y el banquete de todos los cojos, ciegos, paralíticos, que son invitados a cantar este nuevo canto, porque los satisfechos, las personas que tienen ocupaciones “importantes” siempre encuentran pretextos para no estar en el banquete de Cristo. Los que viven del placer de sus propias posesiones, que acarician con el corazón insatisfecho y hambriento de riquezas; a esos les parece insípido el banquete del Alleluya. Esos muchas veces ni se dan cuenta de que ha llegado la luz que ilumina de verdad todas las cosas.
Hoy es la alegría de todos los que sufren, de los que están en los hospitales sin visitas y sin esperanza; se dan cuenta de que hoy es un día diferente, porque es el “día”, y saben que el sufrimiento y la soledad se les caerán de la piel, como la costra de una herida curada. Verán su piel completamente sana y su corazón dorado por la luz de la alegría; y tampoco podrán contenerse y cantarán con fuerzas nuevas y con voz armónica y con la energía del estruendo: Alleluya.
Todos los que no son nada, hoy día se juntan; se juntan los que no son importantes, los que valen poco; simplemente sirven para ser parte de un engranaje anónimo que hace funcionar la sociedad. Nunca su nombre se escribirá con mayúsculas, nadie les ha hecho nunca una reverencia, como se hace a los poderosos. Ellos nunca dejarán en la historia, o en los noticieros ni la mancha de una mosca. Pero hoy día se sienten “destacados”, con una silueta propia y nítida, porque son iluminados con el resplandor del Resucitado. Y también forman juntos un coro incontenible para cantar el Alleluya.
Porque es el día de la resurrección de Cristo, y esta es la fiesta de todos los tristes, el amparo de los que no tienen hogar, el refugio de los que duermen en el parque, la seguridad de los perseguidos por causa de los injustos. Es el banquete de los que amasan el pan con las lágrimas amargas. Todo esto se acabó: ahora hay fiesta, hay alegría, porque El ha hecho resucitar consigo a todos nosotros, todas nuestras sombras han desaparecido y nuestras fragilidades han sido fortificadas. Y es que hoy es el DIA que hizo el Señor, el día en que Cristo ha vencido y se lleva encadenadas todas nuestras cadenas.
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