Y Compañeros Mártires del Canadá (†1642)
Fiesta: 19 de Octubre
Los Mártires del Canadá son ocho jesuitas, canonizados solemnemente por S.S. Pío XI, el año 1930. Todos ellos dedicaron sus afanes misioneros a dos razas de indios en Nueva Francia: lo algonquinos y los hurones. Enemigos mortales de estos dos pueblos y de los franceses eran los iroqueses, cuyas cinco tribus -feroces y belicosas- ocupaban el actual distrito de Nueva York. La lucha se hizo más terrible, cuando los holandeses pusieron en manos de los iroqueses armas de fuego, con lo cual se inauguró el doloroso vía crucis que siguió siempre la abnegada misión jesuítica de Nueva Francia.
San Isaac Yogues, nació en Orleans el 1607 y a los 10 años comenzó sus estudios con los jesuitas; a los 17 entraba en el noviciado. Pidió la difícil Misión de Etiopía, mas luego fue enviado a la Misión hurona y llegó a Quebec el 2 de julio de 1636.
Un día postrado de rodillas ante el Sagrario, le decía a Jesús: “Señor, dame de beber abundantemente el cáliz de tu Pasión.” – “Tu súplica, -respondió una voz interior- ha sido escuchada… Ten valor y robustece tu corazón.”
Cada año se dirigía uno de los misioneros en alguna flotilla hurona a Quebec para informar y hacerse de las provisiones necesarias. El año 1642 se temía un ataque iroqués. El P. Yogues se ofreció consciente del peligro. El ataque surgió pronto arrollador e irresistible. Bajo el fuego enemigo bautizó el P. Yogues al patrón de su canoa, y después, pudiendo evadirse, prefirió quedarse con los otros cautivos.
Los iroqueses se volvieron a su territorio con 22 prisioneros; el viaje duró 13 días y fue de crueldades infinitas. Al P. Yogues le arrancaron las uñas con los dientes y, a bocados, le destrozaron varios dedos, hasta deshacer el último huesecillo. Las heridas empezaron a corromperse y a criar gusanos.
En la primera aldea iroquesa obligaron a una algonquina cautiva a que cortase al P. Yogues el dedo pulgar izquierdo con un cuchillo embotado. “Cuando la pobre mujer arrojó mi pulgar sobre el tablero –escribe el mártir- lo levanté del suelo y te lo ofrecí en sacrificio a Ti, Dios mío, y tomé esta tortura como un castigo amorosísimo por las faltas de caridad y reverencia en el trato de tu sagrado Cuerpo.”
Así vivió el P. Yogues un año tratado como esclavo hasta que en agosto de 1643 lo liberaron los holandeses y volvió a Francia, donde fue recibido como mártir de la fe. Cuando pidieron a Urbano VIII permiso para que pudiera celebrar la Santa Misa, a pesar de la mutilación de sus manos, respondió el Papa: “Sería indecoroso que un mártir de Cristo no pudiese beber la Sangre de Cristo.” El 1646 encontramos nuevamente al P. Yogues entre sus queridos indios de Norteamérica. Otra vez cayó prisionero de los iroqueses y empezó su segundo martirio. Un salvaje le cortó un trozo de carne de los brazos y hombros y lo devoró ante sus ojos; al fin, un fuerte golpe de hacha guerrera le abrió las puertas del cielo.
San Juan de Lalande siguió al P. Yogues en la palma del martirio el 19 de octubre de 1646, asesinado también al golpe del hacha de combate. Había nacido en Dieppe, y poco antes de emprender la peligrosa jornada con el P. Yogues se había puesto al servicio de los misioneros en calidad de Donado.
San Renato Goupil salió un día con el P. Yogues por las afueras de la aldea iroquesa donde vivían cautivos. Los siguieron dos salvajes y de repente cayó silbando un hacha de combate sobre la cabeza del joven Donado. El dueño, que lo había comprado como esclavo, lo vio en cierta ocasión que enseñaba a rezar a los niños y hacía la señal de la cruz sobre la frente de uno de sus nietos, y desde entonces lo había sentenciado a muerte. La Misión perdió en Renato Goupil un excelente cirujano y enfermero. Su fidelidad y heroísmo le abrieron las puertas del cielo el 29 de septiembre de 1642.
San Juan de Brebeuf pertenecía a la más ilustre nobleza de Normandía, donde nació en 1593. Aunque había estudiado Filosofía y Moral, en 1617 pidió ser admitido como Hermano coadjutor en el Noviciado de la Compañía de Jesús, pero los Superiores, conocedores de sus cualidades lo destinaron al sacerdocio y luego a la Misión de Nueva Francia. Por el 1625 empezó sus trabajos de misionero entre los hurones. Se sentía poderosamente empujado a morir por Cristo y estaba ya muy cerca del martirio. En 1649 cayó prisionero de los iroqueses. Le arrancaron las uñas, hundían en sus carnes leznas candentes, paseaban ascuas por las partes sensibles del cuerpo, le cortaban a pedazos las carnes, que asaban y devoraban delante de él; le abrasaron la lengua con tizones, le desollaron todo el cráneo, le cortaron los pies y le descarnaron las piernas hasta los huevos. Un hurón renegado le echó tres veces agua hirviendo sobre la cabeza y espaldas, mientras le decía con befa: “Yo te bautizo para que seas feliz en el cielo; agradécemelo.” Un hachazo en la cabeza puso fin a tres horas de espantosa agonía.
San Gabriel Lalemant fue compañero de Misión y martirio del P. Brebeuf. Su tormento fue más largo y no expiró hasta la mañana siguiente, 17 de marzo de 1649.
Había nacido en París el 1610 y entrado en la Compañía de Jesús el 1630. Estaba obligado por voto a consagrar su vida en servicio de la Misión hurona. Lo que más admiraron en él los misioneros fue su pureza angelical.
San Antonio Daniel nació en Dieppe en 1601 y entró en la Compañía de Jesús a los veinte años. Ordenado de sacerdote a los veintinueve, fue destinado dos años más tarde a la Misión hurona, en la que trabajó durante catorce años.
En 1648, terminados sus ejercicios de año, celebraba Misa el 3 de julio, cuando se echaron sobre él los iroqueses. Se quitó los ornamentos y con la cruz enarbolada salió al encuentro de la horda invasora. Una nube de flechas le cubrió por todas partes, hasta que un tiro de arcabuz le atravesó el pecho.
San Carlos Garnier había nacido en París en 1606 y entrado en la Compañía de Jesús a los dieciocho años. Siendo estudiante jesuita se obligó con voto a defender hasta la muerte la Inmaculada Concepción.
Evangelizó todo el territorio huronés y el 7 de diciembre de 1649 cayó en manos de las hordas iroquesas. En medio del tumulto y pánico general, el P. Garnier no cesó de ejecutar su sagrado ministerio. Dos tiros de arcabuz le derribaron en tierra sin sentido. Vuelto en sí, y, mientras su celo le infundía una energía sobrehumana para ir dificultosamente acercándose a un moribundo, le abrieron de dos hachazos las sienes. Sus indios le apellidaron “el ángel de la caridad”.
San Natalio Chabanel, novicio a los 17 años, distinguiéndose como profesor de Filosofía y de Retórica, hasta que los Superiores accedieron a sus deseos de ir a las Misiones del Canadá. Los seis años que vivió como misionero fueron un ininterrumpido vía crucis y por eso es tanto más conmovedor y sublime el voto formal con que se obligó a perseverar en la Misión hurona hasta la muerte. Dios le había clavado en la cruz, y él quiso remachar los clavos para siempre. El 8 de diciembre de 1649 un hurón apóstata, que lo encontró junto a la ribera de un río, le dio muerte en odio de la fe, y fue el último atleta que se incorporó al glorioso escuadrón de los Santos Mártires del Canadá, a los cuales Dios ha glorificado con tantos milagros en nuestros días.
Bibliografía
Juan Leal S.J. “Santos y Beatos de la Compañía de Jesús” 1950, Editorial Sal Terre Santander
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