P. Adolfo Franco, jesuita
¿ME GUSTA LA VIDA QUE TENGO?
En especiales momentos de reflexión, cuando este espacio, libre de prisas se nos da, y digo se nos da porque creo que hoy día pocos lo buscan a propósito, nos surgen algunas preguntas importantes, y hasta diría que privilegiadas.
1. CUESTIONANDO MI PROPIA VIDA
Llevo viviendo tantos años de vida ¿lo que hago es lo mejor que podría hacer? ¿está en mi posibilidad ocupar mi tiempo en otra cosa? Y si esto fuera así ¿en qué me gustaría ocuparlo y por qué? ¿No sacaría más provecho en hacer otras cosas? ¿Hay poco espacio para escoger? Si no puedo aplicar estas preguntas a todo mi tiempo, puedo aplicarlas a alguna parte de mi tiempo. Es necesario advertir que la vida que tenemos no se reduce a lo que hacemos, a cómo usamos nuestro tiempo, pero lo que hacemos y consiguientemente el uso de nuestro tiempo, es parte importante de esa vida que tenemos.
Analizando todo esto con el criterio comercial de costo-beneficio ¿el tiempo dedicado a las ocupaciones que tengo me reportan el mayor beneficio? Si yo ahora ocupara todo mi tiempo, o parte de él en otra cosa, ¿me proporcionaría más beneficio? ¿Qué beneficio me produce a mí y a los míos? ¿A qué llamo beneficio, y cuál sería mi más grande beneficio?
¿Me atrevo a hacerme estas preguntas? ¿Las dejo de lado porque ya tengo la vida resuelta y no vale la pena volver a plantear lo que ya está resuelto? Puedo pensar que a la edad que tengo (¿qué edad tengo?) ya no me queda más que apurar el último tramo. ¿Ya no es posible nada más?
2. ANIMARSE A CAMBIAR
Y no me refiero a hacer mejor las cosas. Eso en cualquier caso hay que intentarlo todos los días. Me refiero a cambiar mis actividades, todas o algunas. En resolver estas preguntas está el haber realizado bien la vida, o no haberla realizado bien. ¿Mi vida actual es lo mejor que puedo hacer actualmente? No es que deba mirar al pasado, y hacer hipótesis de los caminos variados que habría podido seguir. Se trata del presente ¿hay algunos cambios de actividades que podría introducir hoy?
Voy a entrar en algunos ejemplos, para hacer entender mejor el sentido y la dirección de las preguntas. Pero es necesario advertir que los ejemplos no se pueden aplicar a cada individuo al pie de la letra; sirven sólo para ilustrar las preguntas y hacerlas más cercanas a cada uno, a su propia vida.
EJEMPLO 1
Es un pescador de 35 años aproximadamente. Está contento de la vida. Vive cerca de una caleta desde donde sale con frecuencia a pescar, y en el mar encuentra el suficiente sustento para toda la familia. Pero le gusta tener la tarde libre para dedicarse a cosas personales: le gusta tallar pequeñas raíces que el mar arroja a la playa. Dedica mucho tiempo a corretear por la playa con sus dos hijos de 5 y 7 años. Al caer de la tarde se sienta junto a su esposa para sentir la brisa de la tarde y ver cómo el sol, después de enrojecer la superficie del mar, se esconde mientras la penumbra le trae una buena dosis de vida y de paz junto a una compañía bella siempre y silenciosa a veces.
Un día llega a la caleta un empresario que gusta de tomarse unos días de descanso en algún paraje poco frecuentado; y esta vez recala en la playita. Todos los días está observando al pescador. Y de vez en cuando conversan. Un día de ésos, antes de regresar definitivamente a sus negocios, le dice al pescador: Usted podría hacer otras cosas, y mejoraría mucho su vida. En este mar hay mucho pescado y mucha riqueza escondida; si en vez de salir al mar sólo por ratos, usted saliera mañana y tarde, si pernoctara algunas veces en el mar hasta el amanecer, podría obtener más pescado, y podría venderlo, y tener fondos para crear una pequeña flota de barcas, y tener a sus órdenes otros pescadores, que le harían crecer su fortuna. Usted podría llegar a ser rico. El pescador estaba oyendo con mucha atención, y preguntaba alguna que otra vez ¿y qué mas?
El empresario entendía que estaba proponiendo al pescador una mejor vida, llena de más seguridad económica. Y le continuaba desarrollando el discurso. Más adelante podría usted conectarse con empresas que industrializan el pescado; y podría llegar a asociarse con algunos industriales. Sería cuestión de hacer viajes, de entregarse por completo al negocio, en vez de hacer las cosas en pequeños momentos de su vida. El pescador preguntaba y preguntaba ¿y después? El empresario le dice. Después, cuando usted fuera ya una persona mayor, con una buena fortuna, no tendría que preocuparse de su seguridad económica. Y podría dedicarse a vivir en la playa, paseando, contemplando estas puestas de sol; estaría con su familia todo el día.
El pescador le respondió lacónicamente. Muchas gracias por ese proyecto. Pero eso que me dice usted que podría hacer cuando ya fuera mayor, es lo que hago desde ahora; ¿para qué esperar a tan tarde para vivir así?
EJEMPLO 2
Una mujer de 45 años vive angustiada por su figura, por su silueta y por su peinado, por su cara, por sus vestidos. Se contempla en el espejo, y pasa sus dedos por las incipientes arrugas junto a sus ojos. Abre su enorme guardarropa, y con las puertas abiertas recorre cada uno de los vestidos que ahí se coleccionan. Saca uno se lo pone sobre su figura y se mira en el gran espejo de cuerpo entero que tiene en su vestidor; se mira y se remira. Hay de todos los colores, y de todas las estaciones. Algunas veces acerca su mejilla a la estola de visón, tan suave, para sentirla. Además, hay cajones y cajones con implementos para completar los vestidos, cinturones, prendedores, pañuelos, chalinas, pieles. Zapatos de todos los colores imaginables y de todos los colores intermedios.
Pero nunca encuentra aquello que le haga resaltar su figura, como ella la imagina. Siempre preocupada por buscar nuevas recetas de belleza. En la peluquería donde pasa casi más tiempo que en su casa, conversa sobre cremas y tintes, sobre las nuevas revistas, sobre cómo será la moda de la próxima temporada, que dejará fuera de uso el noventa y nueve por ciento de su extenso guardarropa.
Siempre en búsqueda de una belleza que piensa obtener por los nuevos maquillajes, por los deslumbrantes vestidos, por sus zapatos diseñados por los más exóticos árbitros de la moda. Sus dietas son mortales, y cada día dos veces al menos, mide su cintura y examina su peso. ¡Dios mío he engordado 12 gramos! Mañana dará una vuelta más a su potro de tortura: ya no tomará una galleta de soda entera en el desayuno, sólo media galleta y media taza de te sin azúcar.
Tantas tretas para buscar una belleza que se le escapa de las manos. Y muchos que la quieren le dicen que se le ve triste; es hermosa, pero tiene la hermosura del mármol y esa misma dureza en sus gestos.
Conversa una vez con unas amigas que asisten como voluntarias a un hospital de leprosos, que queda en las afueras de la ciudad. Ellas van allá dos veces por semana. Se las ve alegres, aunque en su ropa están a veces un poco descuidadas. La silueta de alguna de ellas es deplorable, pero hay un encanto de sonrisa en sus labios, que supera con mucho la figura escultural de nuestra amiga. Ella piensa: si fuera con ellas... Pero entonces no tendría tiempo para todas las cosas que tiene que hacer (ya sabemos las cosas “que tiene que hacer”). Pero, al ver a una amiga especialmente gordita, piensa que cambiaría gustosa sus cremas de belleza por la sonrisa de su amiga la gordita. Esa es una belleza más bella. A esta amiga la belleza le sale de una chispa interior, aunque no usa muchas pinturas.
Cuando vuelve a casa, después de este encuentro, ha quedado inquieta. Tanto esfuerzo que hago, y sólo me produce preocupación. ¿Estará bien gastar mi tiempo, el de mi vida, en esto? ¿No me proporcionaría más satisfacción dar un poco de tiempo a la tarea de ayudar en ese hospital?
EJEMPLO 3
Una religiosa ha dedicado su vida entera a Dios; ha sido destinada a las misiones. Podríamos decir que ya no le queda más que dar. Siempre ha sido considerada una religiosa muy fiel a su vocación; se le adivina una paz interior muy grande. Además, por su voto de obediencia, ocupa su tiempo apostólico en lo que le han encomendado; es profesora de un colegio de clase media, en las misiones, y hace mucho bien, se hace querer de sus alumnas por esa paz que respira. Ocupa su tiempo en un gran servicio apostólico, es bastante sacrificado, es en las misiones, ha dejado su patria y su familia. Se pregunta ¿está bien mi vida? ¿Podría ocupar mi tiempo mejor? ¿Sería más feliz haciendo otra cosa?
Un día va con unas alumnas del colegio a visitar una zona pobre de la ciudad; eso es parte de la docencia de ese colegio bien orientado, donde la solidaridad es una materia importante y que se estudia en el mejor libro, el de la vida y la realidad. Al hacer esa visita, nuestra buena religiosa ve un mendigo moribundo en plena calle. Y este hecho parece que le da una respuesta a esas preguntas que se hizo, sobre su vida y sobre su tiempo. Alguien le llama desde ese mendigo moribundo.
Abandona, con muchas dificultades su vida bien estructurada, que es un servicio; pero de hecho se le había convertido en un refugio seguro y ordenado. Cuando toma esa difícil decisión no es comprendida bien por los que están cerca de ella. Deja toda esa vida de servicio apostólico, bueno y loable, y empieza una nueva aventura, llena de incógnitas, y de incertidumbres. Y en esa incertidumbre y extrema pobreza, descubre el sentido de su vida, y a Aquel que le da sentido a su vida.
EJEMPLO 4
Tenemos un profesional de 42 años. Es un hombre suficientemente exitoso en su profesión de consultor de empresas. Tiene una familia bien lograda, casado con una esposa, también profesional. Y cinco hijos, que no le dan problemas especiales. Uno de sus “dioses” es su propia elegancia y distinción: no hay más que verle con qué estilo se abrocha el botón del saco. Los ternos que tiene en parte provienen de afamados sastres de Londres, y sus zapatos, de los cueros más finos, le dan envidia al sol por su brillo. Es un católico aceptable, se contenta con lo suficiente, pero que no le pidan heroísmos; la práctica apostólica, piensa él, es para los sacerdotes, o para esa caterva de laicos que parecen sacristanes o curas frustrados. El vive bien, no hace daño a nadie. Gana su buena plata, aunque no es un multimillonario. Pertenece a los clubs más elegantes y su tarjetero de tarjetas de crédito, tiene todas las tarjetas de los clientes privilegiados. Es sin duda ninguna un V.I.P. Con su casa, su familia, su trabajo y su prestigio profesional, vive estupendamente.
La vida empieza a saberle a rutina; y eso que integra un buen grupo de jugadores de golf, del cual es uno de sus dirigentes. Tres tardes por semana, después del trabajo, va al verde césped a disipar sus tensiones, a competir con los amigos, mientras se sirve unos tragos con la toalla al cuello, que es un signo de su elegancia. Tardes que le entretienen un rato, pero después siente que el futuro se le echa encima y que el deporte, no está mal, pero no tiene profundidad como para explicarle la vida.
Y le empiezan las preguntas ¿tiene pleno sentido mi vida? ¿podría ocupar mi tiempo, o parte de él en otras cosas? ¿en qué? Y en esa situación de medio vacío existencial y lleno de preguntas que le despiertan por la noche, dedica tres días a hacer una experiencia espiritual; no hubiera querido entrar, se llena de defensas mentales, pero poco a poco los mensajes lo van agarrando fuerte, muy fuerte. Los mensajes que ahí recibe son fuerzas de choque que derriban sus defensas y les dan la vuelta a sus anteriores planteamientos.
Sale con otro rostro y con otras metas. Empieza a dedicar parte de su tiempo a fortalecer esa organización (la que le proporcionó su retiro), que le ha dado un nuevo sentido a su vida; se está convirtiendo en un laico de ésos que antes consideró como medio sacristanes. No le queda tiempo para el golf (ni para mirarse al espejo), pero ese tiempo que dedica a la nueva organización apostólica que ha encontrado en su vida, le llena de mayor felicidad; ya no se desvela por las noches lleno de preguntas hirientes sobre su existencia.
Estos ejemplos variados, caricaturizados algunos, sirven para encuadrar las preguntas iniciales: darles su verdadero sentido, y abrir pistas para encontrar salidas. En cada uno se plantea el uso del tiempo y la posibilidad de modificar ese uso, total o parcialmente. Pero no hay que identificarse con ninguno de esos ejemplos (más o menos son de la vida real). El asunto es mirar la propia vida y echar sobre ella estas preguntas, para que produzcan reacciones personales. Habrá que hacer análisis, discernimiento; pero será importante no ser calculadores; el calculador está condenado a no encontrar las verdaderas respuestas; está condenado a la mezquindad de su propio espíritu. Y sus cálculos siempre sumarán cero.
Continuará...
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Agradecemos al P. Adolfo Franco, jesuita por compartir con nosotros esta serie que busca ayudarnos a reflexionar sobre nuestras propias vidas, a la luz del mensaje cristiano.
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