Conversión




Psicología y teología pastoral de la conversión




1) En la praxis corriente de la pastoral católica, queda a menudo oculta la conversión como fenómeno central en la historia salvífica del individuo. Las razones son fácilmente comprensibles: el bautismo, que era en la Iglesia primitiva el acontecimiento de la conversión con su entusiasmo bautismal, es por lo general administrado como bautismo de niños. Prácticamente, tampoco cuenta en general la confirmación como encarnación cultual de una conversión. Lo mismo digamos de nuestra primera comunión tempranamente recibida. Nuestra práctica pastoral sigue normalmente contando con un cristianismo que se vive en una sociedad cristiana relativamente homogénea, la cual considera obvio que las actitudes y decisiones últimas se tomen con espíritu cristiano (aunque resulte problemático que así sea). La práctica del confesionario, con sus confesiones frecuentes, y la predicación moral, que se ocupa sobre todo de exigencias particulares de la vida diaria, también tienden más a una mil veces repetida rectificación y corrección del diario quehacer cristiano, con su nivel medio, que a una «regeneración» fundamental y singular del hombre.


2) Pero la cura de almas y la teología pastoral no deben pasar por alto el fenómeno de la conversión como tarea decisiva de la pastoral individual. Una razón de esto, pero no la única, está en que la libertad, como irrepetible autorrealización histórica del hombre por la que éste fija definitivamente su suerte ante Dios, implica una opción fundamental; opción que el hombre, dada su naturaleza esencialmente reflexiva e histórica, debería realizar con el máximo grado posible de reflexión explícita. De ahí que la conversión no sea tanto (ni siempre) apartamiento de determinados pecados particulares del pasado, cuanto la aceptación decidida y radical, y radicalmente consciente, personal y singular, de la existencia cristiana, la cual implica una experiencia real de la libertad, de la decisión por el destino externamente definitivo, y de la gracia (cf. p. ej., Gál 3, 5). Y eso sobre todo porque en una sociedad de extremo pluralismo ideológico y anticristiana, el cristianismo del individuo, sin apoyo del medio, no puede subsistir a la larga sin pareja conversión, es decir, sin la personal decisión fundamental por la fe y la vida cristiana.


3) La teología pastoral y la praxis de la cura de almas debieran por eso ejercitarse más en el arte mistagógico de esa experiencia personal de la conversión. No es que una verdadera conversión pueda producirse a placer simplemente por métodos psicotécnicos; pero un arte mistagógico realmente sabio y hábil en manos de un determinado pastor puede ser útil para una más clara y consciente realización de la decisión fundamental cristiana. En la edad del mayor ateísmo, que declara no poder hallar en la cuestión de Dios sentido alguno ni siquiera como cuestión, ni descubrir en absoluto ninguna experiencia religiosa, este arte mistagógico de la conversión no tiene hoy día como fin primero e inmediato la decisión moral, sino el entrar (o hacer entrar) en sí mismo y la libre aceptación de una fundamental experiencia religiosa de la ineludible referencia del hombre al misterio que llamamos Dios. Aunque la práctica pastoral católica, por buenas razones (insistencia en lo objetivo, miedo a la falsa mística y al iluminismo, afán de eclesialidad y amor a la sobriedad del quehacer cristiano de cada día, etc.), se ha mostrado y sigue mostrándose desconfiada con relación a una excesivamente buscada producción de experiencias de conversión («metodismo», movimientos de despertar»), sin embargo, acomodándose al nivel general humano, al grado de cultura, etc., de los cristianos, ella ha hecho diversos esfuerzos metódicos desde la misma antigüedad por lograr la conversión, tales como misiones populares, ejercicios, retiros, noviciados, etcétera. Pero es necesario comprobar si todos esos métodos de la cura de almas encaminados a la conversión apuntan con suficiente precisión hacia aquellos datos y bases del hombre actual que hacen posible para él una original experiencia religiosa y conversión. El apostolado católico debería ver sus propios peligros característicos y tratar de contrarrestarlos decididamente por un auténtico arte mistagógico de la conversión: el peligro de lo meramente cultual y sacramental, del legalismo, de la práctica de un timorato cumplimiento con la Iglesia y de la mera convención, de un conformismo con el nivel medio eclesiástico.


4) Puesto que la decisión fundamental debe probarse o tomarse una y otra vez en situaciones de considerable novedad, las fases fundamentales de la vida son otras tantas situaciones y especificaciones de la conversión. Pubertad, matrimonio y profesión, comienzo de la vejez, etc., debieran mirarse como posibles situaciones de conversión, y la cura de almas debería saber cómo ha de especificarse de acuerdo con estas situaciones su arte mistagógico de la experiencia religiosa y de la conversión.


5) Partiendo de la naturaleza de la libertad, cuya decisión fundamental se realiza concretamente y debe sostenerse en la variedad de libres decisiones parciales en la vida diaria; partiendo de la conexión que la conversión tiene con los límites de la vida humana, con su distinta individualidad y con sus fases cambiantes, es explicable que una vida cristiana lo mismo pueda correr como un lento y continuo proceso de maduración sin censuras muy claramente notables (aunque nunca falten del todo), que como un acontecer dramático con una o más conversión, de efecto casi revolucionario, y fijables con bastante exactitud en el tiempo (p. ej., en Pablo, Agustín, Lutero, Ignacio de Loyola, Pascal, Kierkegaard, etc. ). Y hemos de advertir que una conversión “súbita” puede ser también resultado de una larga evolución inadvertida.


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Referencia: Artículo "Conversión" del P. Guillermo Villalobos, S.J.

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