Conversión



Viraje decisivo de la vida espiritual

Deriva del latín conversio que, a su vez depende de converti o se convertere, y primero significó: paso de un lugar o estado a otro, luego “volverse a algo o a alguien” y finalmente “cambiar de dirección o camino. Así fue fácil el paso del sentido material al moral y religioso de cambio, paso de la irreligiosidad a la religión o de una a otra religión.

Nosotros entendemos aquí por lo menos principalmente o el primer abrazo de la fe cristiana y católica o el retorno a la misma, si se había abandonado, el viraje decisivo de la vida espiritual de las almas piadosas, en relación con la santidad.

La conversión en la Sagrada Escritura

En el Antiguo Testamento

Es un retorno a Dios ofendido tanto del pueblo elegido, infiel al pacto con Yaveh y su ley, como de cada pecador. Desde este punto de vista individual, muy frecuente en los profetas, la conversión consiste no sólo en el humilde reconocimiento de la propia culpabilidad, en el arrepentimiento y reparación de las culpas cometidas y, por ello en el alejamiento del pecado, sino también en el retorno a Yaveh, como indica la correspondiente palabra hebrea sub, que quiere decir, volver, volver de nuevo, retornar, o mejor aún: contrario a lo que había hasta entonces; por tanto, revisión, conversión, es decir cambio interior y sincero de la conducta, de la vida. Esta conversión en concreto significa: obediencia a la Ley de Dios y a las llamadas de los profetas, conformando a todo ello la vida entera ( Ejm. Nínive y Jonás); confianza plena en Dios sin confiar en nadie más (personas o dioses), huida a todo lo que desagrada a los ojos de Yaveh. Así la conversión no es sólo un mero acto transitorio, cuanto una conducta nueva de vida, que es agradar a Dios, y el restablecimiento de una unión íntima con él, de una verdadera relación de amistad, de una gozosa convivencia familiar y conyugal con el mismo Yaveh. Por ello si incluye un acto personal y responsable, una decisión plenamente libre del hombre , sobre todo supone la iniciativa generosa del mismo Dios, su infinita misericordia para con el pecador, su invitación amorosa a volverse a él, su atracción eficaz y al mismo tiempo llena de respeto. En suma, la conversión es ante todo obra de Dios que ama y perdona, que crea un corazón nuevo e infunde un nuevo espíritu en el pecador o lo readmite a su propia intimidad.

En el Nuevo Testamento

La conversión ocupa un lugar de primer plano, más aún, da el tono a la nueva era, continuando y perfeccionando la predicación profética. El Bautista prepara los caminos del Señor, es decir dispone los ánimos del pueblo elegido para acoger al Mesías presente ya en medio de ellos, precisamente predicando la conversión o “metanoia”, que constituye el anuncio gozoso de Jesús y sus discípulos. Esta palabra griega, a veces traducida por penitencia, que es un aspecto y un resultado suyo, más propiamente significa revisión, conversión, cambio radical de la mente, de la intención, del corazón, de la conducta, de todo hombre pecador en sus relaciones con Dios.

La conversión se describe como un paso de las tinieblas a la luz, del estado de ira al de gracia, del poder y esclavitud de Satán a Dios y a la libertad de sus verdaderos hijos, de la vida según la carne a la que es según el espíritu, del hombre viejo al hombre nuevo, de la muerte a la vida.

Por eso la conversión es una resurrección, una regeneración, un renacimiento, una nueva creación, una nueva vida que es feliz pertenencia al reino de Dios, inserción en la misma familia de Dios y participación real en su misma vida.


Condiciones para una conversión

Para que pueda tener lugar esta metamorfosis del pecador, se requieren naturalmente disposiciones adecuadas. El primer lugar corresponde a la fe, que es acoger con corazón abierto el reino de Dios, que es, por tanto, adhesión confiada y total a Jesús, lo que implica la aceptación íntegra de su doctrina, de sus mandamientos, incluso la imitación de él. El convertido no es sólo aquel que deja el pecado y vuelve a Dios, sino también, y sobre todo, aquel que se ha vuelto imagen viva y transparente de Cristo, de modo que pueda decir con Pablo “Vivo yo, ya no yo…” (Gal.2,20).

Así la conversión es el primer paso y al mismo tiempo la consumación de la regeneración humana, primero del individuo, pero luego también de toda la humanidad e incluso de toda la creación.

Además de la fe, la conversión requiere la rectitud de voluntad que hace buscar y amar el bien y la verdad, sean cuales fueren las consecuencias y sacrificios que comporte; la humildad, que hace posible el reconocimiento sincero de los propios pecados y la superación de tantos egoísmos, vilezas, respetos humanos; finalmente la docilidad a las invitaciones de Dios, a su luz, a su gracia, que no raras veces habla simplemente a través de la voz de la propia conciencia.

Al ser tan difícil la victoria sobre los múltiples y graves obstáculos que se levantan contra la conversión, y tan elevada las metas de la misma, es obvio que la conversión, también en el NT es obra eminentemente de Dios, el cual respeta plenamente la libertad y al mismo tiempo la solicita con sus atracciones eficaces: “Nadie puede venir a Mi, si no lo atrae el Padre” “Nadie llega al Padre sino por MI etc. Así habla Jesús y así confiesa San Pablo el gran convertido: “Por la gracia de Dios soy lo que soy…(1 Cor. 15, 10)

No se podía hacer resaltar mejor la cooperación de la voluntad humana libre con la gracia de Dios, la opción personal del hombre y la primacía de la iniciativa divina, es decir, de la eficacia de la gracia en la obra humano divina de la conversión y de la santificación. En síntesis, se podría decir que Dios habla y el hombre responde, Dios se ofrece y el hombre acoge: la conversión es un “diálogo” cuya parte más importante es la de Dios y la secundaria, por principio es la respuesta del hombre.


Tres clases de conversión

1º. Cuando se entra por primera vez a formar parte de la Iglesia, es decir se abraza libremente y conscientemente la fe católica. Hay que procurar una conveniente disposición moral. (un sensual, orgulloso, difícilmente.)

2º. La segunda clase es la del que vuelve a la fe, después de haberla abandonado. Pueden ser de las más variadas naturalezas los motivos por los que se aleja y por las que se retorna o vuelve.

3º. La tercera llamada por los autores espirituales, segunda conversión (el primero fue Clemente de Alejandría) Consiste en la resolución firme, absoluta, inquebrantable de tender con todas las fuerzas a la perfección, sin detenerse nunca o volver atrás, cueste lo que cueste.

Desde un punto de vista fenoménico la segunda conversión a veces madura lentamente, a veces se presenta de un modo imprevisto, como si el alma quedase deslumbrada por la gracia. A veces coincide con la primera o la segunda conversión Otras veces tiene lugar en aquella edad en que se suele escoger estado y se determinan las orientaciones principales de la vida del hombre.

A este respecto, y refiriéndose a los religiosos San Bernardo decía: “Veréis más fácilmente a numerosos seglares convertirse al bien (1ra. conversión) que un solo religioso convertirse a lo mejor (2da. conversión). Es un pájaro extremadamente raro, en esta tierra, el que se levanta, aunque sea poco, por encima del nivel que ha alcanzado una vez en su orden”. (Un medio de los jesuitas es: la tercera probación)

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Referencia: Artículo "Conversión" del P. Guillermo Villalobos, S.J.

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