Extractos seleccionados por el P. Antonio Gonzalez Callizo, S.J.
Principales dimensiones de este gran Sacramento
“El primer dato fundamental se nos ofrece en los Libros Santos del Antiguo y Nuevo Testamento sobre la misericordia del Señor y su perdón”.
“En la plenitud de los tiempos, el Hijo de Dios, vinivendo como el Cordero que quita y carga sobre sí el pecado del mundo, aparece como el que tiene el poder tanto de juzgar como el de perdonar los pecados, y que ha venido no para condenar, sino para perdonar y salvar”.
“Ahora bien, este poder de perdonar los pecados Jesús lo confiere, mediante el Espíritu Santo, a simples hombres, sujetos ellos mismos a la insidia del pecado, es decir a sus Apóstoles: Recibid del Espíritu Santo; a quienes perdonéis los pecadosles quedan perdonados y a quienes se los retuviereis, les serán retenidos”. Jesús confirió tal poder a los Apóstoles incluso como transmisible –así lo ha entendido la Iglesia desde sus comienzos– a sus sucesores, investidos por los mimos Apóstoles de la misión y la responsabilidad de continuar su obra de anunciadores del Evangelio y ministros de la obra redentora de Cristo”.
“Aquí se revela en toda su grandeza la figura del ministro del sacramento de la Penitencia, llamado por costumbre antiquísima, el confesor”.
“Como en el altar donde celebra la Eucaristía y como en cada uno de los Sacramentos, el Sacerdote, ministro de la Penitencia, actúa in persona Christi (como Cristo en persona). Cristo, a quién él hace presente, y por su medio realiza el misterio de la remisión de los pecados, es el que aparece como hermano del hombre, pontífice misericordioso, fiel y compasivo, pastor decidido a buscar la oveja perdida, médico que cura y conforta, maestro único que enseña la verdad e indica los caminos de Dios, juez de los vivos y de los muertos, que juzga según la verdad y no según las apariencias” (Juan Pablo II, Reconciliatio et paenitentia, n. 29)
“El Beato Isaac de Estrella subraya en un discurso la plena comunión de Cristo con su Iglesia en la remisión de los pecados. “Nada puede perdonar la Iglesia sin Cristo y Cristo no quiere perdonar nada sin la Iglesia. Nada puede perdonar la Iglesia sino a quien es penitente, es decir a quien Cristo ha tocado con su gracia; Cristo nada quiere considerar como perdonado a quien desprecia a la Iglesia” (Nota 162, del mismo n. 29)
“… sobre la esencia del Sacramento ha quedado siempre sólida e inmutable en la conciencia de la Iglesia la certeza de que, por voluntad de Cristo, el perdón es ofrecido a cada uno por medio de la absolución sacramental, dada por los ministros de la Penitencia; es una certeza reafirmada con particular vigor tanto por el Concilio de Trento, como por el Concilio Vaticano II: “Quienes se acercan al sacramento de la penitencia obtienen de la misericordia de Dios el perdón de la ofensa hecha a Él y al mismo tiempo se reconcilian con la Iglesia, a la que hirieron pecando, y que colabora a su conversión con la caridad, con el ejemplo y las oraciones”. (Lumen gentium, 11). Y como dato esencial de fe sobre el valor y la finalidad de la Penitencia se debe afirmar que Nuestro Salvador Jesucristo instituyó en su Iglesia el Sacramento de la Penitencia, para que los fieles caídos en pecado después del Bautismo recibieran la gracia y la reconciliación con Dios”. (Juan Pablo II, Reconciliatio et paenitentia, n. 30)
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Agradecemos al P. Antonio Gonzalez Callizo, S.J. por su colaboración.
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