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P. Adolfo Franco, jesuita.
Lectura del santo evangelio según san Lucas (21, 5-19):
En aquel tiempo, como algunos hablaban del templo, de lo bellamente adornado que estaba con piedra de calidad y ofrendas, Jesús les dijo:
«Esto que contempláis, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea destruida».
Ellos le preguntaron:
«Maestro, ¿cuándo va a ser eso?, ¿y cuál será la señal de que todo eso está para suceder?».
Él dijo:
«Mirad que nadie os engañe. Porque muchos vendrán en mi nombre diciendo: “Yo soy”, o bien: “Está llegando el tiempo”; no vayáis tras ellos.
Cuando oigáis noticias de guerras y de revoluciones, no tengáis pánico.
Porque es necesario que eso ocurra primero, pero el fin no será enseguida».
Entonces les decía:
«Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes terremotos, y en diversos países, hambres y pestes.
Habrá también fenómenos espantosos y grandes signos en el cielo.
Pero antes de todo eso os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y a las cárceles, y haciéndoos comparecer ante reyes y gobernadores, por causa de mi nombre. Esto os servirá de ocasión para dar testimonio.
Por ello, meteos bien en la cabeza que no tenéis que preparar vuestra defensa, porque yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro.
Y hasta vuestros padres, y parientes, y hermanos, y amigos os entregarán, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán a causa de mi nombre.
Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas».
Palabra del Señor
El fin del mundo no es una catástrofe, más bien debe alentar nuestra esperanza.
Lo que leemos en este párrafo de San Lucas es una parte del llamado discurso escatológico (o del final de los tiempos). Y tiene lecciones muy importantes que deben dar un verdadero sentido a nuestras vidas. Y especialmente es orientador para los momentos difíciles que nos acontecen: las dificultades que tienden a borrarnos el camino y a hacernos sentir perdidos.
La primera lección que nos da el evangelio de hoy es la transitoriedad de la vida, de los acontecimientos, y de todas las cosas. “De todo eso hermoso que vemos” (los apóstoles estaban admirando la belleza del templo de Jerusalén), no quedará piedra sobre piedra. Es una frase que puede parecer triste, derrotista; y no es así: simplemente nos quiere decir que todo lo humano es transitorio y que, por eso, no hay que poner en eso nuestra alma. Esta afirmación está corroborada por la secuencia de la historia humana: ¿qué queda del pasado? ¿qué se visita en los viajes de turismo cultural? Normalmente se visita un conjunto de ruinas “piedra sobre piedra”. Son huellas de un pasado lleno de arte, pero todo eso pasó; ahora sólo quedan ruinas. Y es que todo lo humano es transitorio. Y es una muy buena lección saberlo así.
De ahí se deduce con lógica, que no podemos aferrarnos a lo que es transitorio; y esto porque nosotros no somos transitorios. No podemos detener con las manos la corriente del río, porque el río pasa y sigue pasando, El tiempo pasa y sigue pasando y no lo podemos aprisionar. Además de que todas las grandezas y las bellezas construidas por el hombre, son simplemente pálidos reflejos de la grandeza y de la belleza verdadera. Y es importante que nada de lo transitorio nos haga olvidar lo fundamental, que nada nos distraiga de Dios, en quien todo está estable y bello, y donde sí podemos anclar nuestra vida.
Esa enseñanza quiere darnos el Señor al hacernos recapacitar en lo efímero que es todo lo humano, incluso lo más grandioso. Y además muchas de esas cosas transitorias, quieren tomar su lugar, suplantarlo: nos dice el evangelio de hoy: “muchos vendrán diciendo yo soy el Mesías”. Muchas ideologías, creaciones humanas, quieren convertirse en nuestro dios; cosas transitorias, doctrinas transitorias. La tendencia a absolutizar lo que es pasajero: la riqueza, la fuerza, la belleza; los distintos “mesías” que surgen, han surgido y seguirán surgiendo. No les hagamos caso: de todo eso sólo quedará piedra sobre piedra. De todas las ideologías que han querido ser la explicación de la vida, no quedan más que “ruinas” en los libros de historia.
El considerar todo eso como transitorio, nos encamina hacia Dios, que no pasa nunca, y que no puede quedar reducido a escombros como todas las construcciones humanas: Él es perdurable, Él nunca pasa, Él es la belleza y la grandeza que admirar, y a su lado todo lo demás palidece, o es un simple reflejo de Él mismo.
Y con esta interpretación podemos entender que las persecuciones, las dificultades, las guerras, las contrariedades nos desafían para que las superemos, nos animan a perseverar hasta el fin. Esta frase, que es la frase final de este párrafo de hoy, es la que le da sentido a la sucesión de las catástrofes, de que habla el evangelio: hay que saber sobrepasar esas dificultades con la tenacidad del que sabe lo que hay al fin, que es el encuentro con El mismo Dios.
El Señor hace un recuento de las calamidades de la historia humana, y dentro de esto, el recuento también de nuestros problemas a escala personal. Y el Señor nos dice que todo esto debe ser ocasión para “dar testimonio”. Dar testimonio en las dificultades, ante las adversidades. Y sabiendo que Él estará a nuestro lado para ayudarnos a dar testimonio, “porque (continúa el evangelio) no seremos nosotros los que hablemos, sino que Él nos pondrá las palabras adecuadas”. Así que esas calamidades suceden y hay que dar testimonio en ellas.
Hay dos lecciones en estos anuncios de lo que vendrá: primera, que todo lo humano es provisional, y segunda, que habrá dificultades serias. Y eso nos lo anuncia para que solo nos apoyemos en el que no pasa nunca, y que estemos dispuestos a dar testimonio en las dificultades. Y que así perseveraremos constantes en la espera del Señor que vendrá a nosotros.
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