P. Adolfo Franco, S.J.
Domingo IV de CUARESMA
Juan 3, 14-21
Y, del mismo modo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que crea tenga en él la vida eterna. Porque tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo unigénito, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.
El que cree en él no es juzgado; pero el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo unigénito de Dios.
Y el juicio consiste en que la luz vino al mundo, pero los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas.
Pues todo el que obra el mal odia la luz y no se acerca a ella, para que nadie censure sus obras. Pero el que obra la verdad, se acerca a la luz, para que quede de manifiesto que actúa como Dios quiere.»
Palabra de Dios
Jesús es Salvador; no ha venido a condenar, sino a salvar
La Cuaresma es un camino cuyo término es la Pascua: la gran manifestación de Dios Salvador. Dios, nuestro querido Padre, nos salva, nos libera de todo aquello que nos amenaza y nos ataca. Y por eso la liturgia de este tiempo de Cuaresma destaca en varios textos la obra de la salvación de Dios en Jesucristo.
Así lo hace en este domingo, cuando nos trae a reflexión una buena parte del diálogo de Jesús con Nicodemo, del Evangelio de San Juan: "tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único".
Es muy importante entender que Dios es principalmente SALVACIÓN, porque esencialmente es AMOR. Y este texto lo recalca cuando añade: "no mandó a su Hijo al mundo para condenar al mundo". Esta afirmación del deseo, de la voluntad de Dios, de salvar, es fundamental para nosotros. Nos da una seguridad contra nuestros temores, nos elimina miedos, nos da un firme apoyo. Tenemos la certeza de la salvación. Nos da una gran seguridad saber que es Dios el que desea y obra nuestra salvación. Pero la salvación no es automática, pues está dirigida a hombres libres y el hombre libre no se salva sin una participación personal.
Y por eso continúa esta lección de Jesús, presentando una tragedia real y lamentable: "los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas". Dios quiere salvarnos, pero hay personas que libremente prefieren las tinieblas.
Puede parecer una afirmación muy drástica, pero no será Jesús quien disfrace la verdad con atenuantes. Y entonces queda para cada uno una pregunta: ¿yo prefiero las tinieblas o la luz? ¿Deseo que mis obras sean puestas en la luz? ¿Me atrevo a que la luz de Dios ilumine toda mi conducta?
Es verdad que somos tan frágiles, tan llenos de escondites, y de subterfugios, que tememos ser enfocados por el reflector de Dios, que pone al descubierto toda nuestra imperfección. Pero hay personas que de una vez han querido arriesgarse a dar el salto de la autenticidad, y sabiéndose débiles y llenos de muchas oscuridades, han decidido ponerse ante este reflector que es la Luz de Dios, sin temor, confiados en que Dios los va a recibir, y esperanzados en que esa luz de Dios los va a purificar poco a poco de las tinieblas.
Esa Luz de Dios iluminando nuestra vida, empieza por quitarnos el antifaz, a través del cual vemos la realidad y vemos a los demás. Y mientras no desaparezca ese estorbo de nuestra visión, estaremos llenos de sombras. La realidad que vemos a través de nuestra careta, es una realidad deformada, por nuestras posiciones ya tomadas, por las ideologías que distorsionan el conocimiento de lo real. Atreverse a dudar de las propias certezas, quitar esa venda de los ojos, es algo importante para atreverse a estar bajo la Luz. Nos llenamos de certezas postizas, de prejuicios, de ofuscaciones, de autosuficiencia: y esas actitudes nos impiden recibir de Dios la verdadera luz, el conocimiento y la sabiduría que debería iluminar nuestra vida. El subjetivismo, la manera propia y personal de ver y de juzgar, es algo inevitable, porque somos sujetos, y porque tenemos que utilizar nuestra mente (y no la de los otros) para comprender y para tener un conjunto de criterios establecidos; pero es importante y sabio introducir una gota de duda en nuestras certezas, para tener la capacidad de corregir la equivocación, si es que la llegamos a sospechar. Otra cosa importante que hace la Luz de Dios es poner un poco de duda en nuestras pretendidas certezas.
La luz de Dios nos lleva también a aceptar que además de existir nuestras certezas, existe la verdad en sí: la realidad manifestada por Dios. Dios nos ha enseñado, se nos ha revelado, y hay que preferir su luz a nuestras tinieblas. Dios nos da el sentido de la vida, más allá del que nosotros le encontremos; Dios nos dice lo que es el bien, y la bondad, por encima de lo que a mí me parece. Dios nos dice cuál es el camino de la realización. Es el único que puede decirme quién es El (no cómo me lo imagino yo), y quien soy yo de verdad.
Así Dios nos salva también; la salvación que Dios nos ofrece, la redención que nos libra del pecado, nos libra también de la oscuridad, para que caminemos como hijos de la Luz.
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Agradecemos al P. Adolfo Franco, S.J. por su colaboración.
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