+P. Rubén Vargas Ugarte S.J.
5.4. LA HERMANDAD DE SAN LUIS GONZAGA
Allá por el año 1824 dos celosos sacerdotes del clero de Lima, Mateo Aguilar, profesor en el Seminario de Santo Toribio y Juan de Dios Cortés, Capellán del Monasterio de trinitarias, fundaban en esta Iglesia la Hermandad de San Luis Gonzaga y el Corazón de Jesús. El primero había nacido en Ica y, luego de hacer brillantemente sus estudios en el Convictorio de San Carlos, pasó al Seminario de Lima donde les dio fin. Su talento y sus cualidades le ofrecían un brillante porvenir, pero Dios lo destinaba a ser conductor de almas y por eso lo llamó a sí en unos Ejercicios Espirituales que hizo bajo la dirección del celoso franciscano, Fr. Francisco de Sales Arrieta, futuro Arzobispo de Lima. Desde entonces, el P. Aguilar se dedicó por entero a su ministerio sacerdotal y la predicación; el tribunal de la Penitencia y los Ejercicios de San Ignacio, fueron su campo de acción. El segundo, era un alma pura y trasparente, un verdadero israelita como dijo Cristo de Natanael y por eso, desde el Seminario, vino a ser el confidente y amigo íntimo del P. Aguilar. Ambos fueron los fundadores de la Hermandad de San Luis Gonzaga.
Desde un principio fueron muchos los que se alistaron en ella y los cultos propios de la asociación se veían muy concurridos. La Iglesia de Trinitarias resultaba estrecha y de ahí que, pasados algunos años, se pensó en trasladarla a San Pedro, como se hizo. Aquí tomó más vuelo, de modo que apenas había en Lima otra institución que le hiciese ventaja.
Los terceros domingos del mes era el día propio de la Hermandad y el P. Aguilar dirigía la palabra a su auditorio y lo caldeaba con su acento. Fuera de estas reuniones, las comuniones de los primeros viernes de mes festividad del Santo titular, precedida de su novena, la fiesta principal era la del Sagrado Corazón de Jesús. El P. Aguilar que, desde el fallecimiento del Sr. Cortés vino a ser el alma de la Hermandad, enfervorizaba a los socios con su palabra ardiente, persuasiva y llena de unión. Es un hecho manifiesto y en nuestra juventud lo oímos decir a los ancianos, la devoción al Sagrado Corazón tuvo en el P. Aguilar su más celoso propagandista.
Aunque la Hermandad se había colocado bajo el patrocinio del Ángel de Castellón, uno de los fines principales de la Asociación era difundir la devoción al Corazón de Jesús. Esto se echa de ver en el Reglamento que se publicó en Lima el año 1825 y que lleva por título: Hermandad de San Luis Gonzaga. Dedicada y consagrada al culto del Sagrado Corazón de Jesús. En las palabras que sirven de introducción, claramente se advierte que el pensamiento de los fundadores de la asociación no fue otro sino valerse de la devoción al Sagrado Corazón para remediar los males que se dejaban sentir entonces. Nada pareció más oportuno, dicen “que proponerse la mira de reparar los ultrajes hechos a Jesucristo Nuestro Señor en su amabilísimo y adorable misterio de la Eucaristía por un culto muy especial de amor a su Sagrado Corazón en este augusto Sacramento”.
He allí el objeto. Ahora bien, pensaron con razón los promotores de la obra que se hacía necesario empezar por los niños, niñas y jóvenes, formándolos desde tierna edad en la doctrina cristiana y fomentando en sus pechos la práctica de las virtudes cristianas y la frecuencia de sacramentos. Por esta razón y por haber sido San Luis Gonzaga, fervoroso amante del Corazón Divino, se le escogió por Patrono. La Hermandad prestaba especial atención a los niños, niñas y jóvenes, pero otras muchas personas se inscribían en ella y participaban en los actos de la misma. El P. Aguilar ponía gran cuidado en preparar para la primera comunión a los niños, fiesta que tenía lugar el mismo día de San Luis y se llenaba de gozo al ver, en la procesión de la tarde, por el interior del templo, las andas del Santo rodeadas de un grupo escogido de almas inocentes que aquel día habían recibido por vez primera a su Dios. Famosas se hicieron estas primeras comuniones de San Pedro.
Pero el P. Aguilar tuvo otro campo quizá el principal y este fue la casa de Ejercicios del Sagrado Corazón. Desde el año 1824 ejercía en ella el cargo de Director y cumpliendo con los estatutos de su fundación, daba durante la cuaresma, tres o cuatro tandas de Ejercicios espirituales y, durante el año, dos, por lo menos, en la proximidad de la fiesta de Pentecostés. De una manera silenciosa pero eficaz iba obrando en muchas almas una verdadera transformación, de modo que puede asegurarse que estos ejercicios fueron para muchos el comienzo de una nueva vida o el estímulo para una vida más perfecta. Por otro lado, todos los jueves del año en la noche, dirigía la palabra a los que acudían a la Capilla de la Casa. No era su elocuencia una elocuencia vacía y declamatoria, no, era fruto de la oración, a la cual dedicaba él tres o cuatro horas al día y de la asidua lectura del Evangelio y de los Santos Padres. Su dicción era fluida, castiza y grave y caía sobre los corazones como una lluvia benéfica. No eran sólo mujeres las que acudían a oírle, la sacristía se llenaba de hombres y a veces resultaban prendados del orador, Si acaso alguno penetraba hasta allí, llevado de la curiosidad, pronto quedaba reducido por aquella voz y aquel acento que se metía en el alma. Cuántos cayeron luego a sus pies, después de haberle escuchado y vaciaron su alma en su seno sacerdotal!
Tal fue este apóstol del Sagrado Corazón porque bien merece este nombre el que tanto contribuyó a difundir y arraigar su culto entre nosotros. Por desdicha, sus escritos son pocos. Habría podido ser un gran escritor, porque le sobraba ciencia y talento para ello, pero se contentó con ejercer el apostolado de la palabra y del ejemplo. Sólo nos ha quedado como fruto de su pluma el célebre panegírico de San Ignacio de Loyola, que predicó en la Iglesia de San Pedro el año 1837, en la fiesta que todos los años celebraba en ese templo la Ilustre Congregación de Seglares de Nuestra Señora de la O. esta pieza basta para su gloria.
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