1.
Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre. El misterio de la fe
cristiana parece encontrar su síntesis en esta palabra. Ella se ha vuelto viva,
visible y ha alcanzado su culmen en Jesús de Nazaret. El Padre, « rico en
misericordia » (Ef 2,4), después de
haber revelado su nombre a Moisés como « Dios compasivo y misericordioso, lento
a la ira, y pródigo en amor y fidelidad » (Ex 34,6) no ha cesado de dar a
conocer en varios modos y en tantos momentos de la historia su naturaleza
divina. En la « plenitud del tiempo » (Gal 4,4), cuando todo estaba dispuesto
según su plan de salvación, Él envió a su Hijo nacido de la Virgen María para
revelarnos de manera definitiva su amor. Quien lo ve a Él ve al Padre (v. Jn
14,9). Jesús de Nazaret con su palabra, con sus gestos y con toda su persona
revela la misericordia de Dios.
2.
Siempre tenemos necesidad de contemplar el misterio de la misericordia. Es
fuente de alegría, de serenidad y de paz. Es condición para nuestra salvación.
Misericordia: es la palabra que revela el misterio de la Santísima Trinidad.
Misericordia: es el acto último y supremo con el cual Dios viene a nuestro
encuentro. Misericordia: es la ley fundamental que habita en el corazón de cada
persona cuando mira con ojos sinceros al hermano que encuentra en el camino de
la vida. Misericordia: es la vía que une Dios y el hombre, porque abre el
corazón a la esperanza de ser amados para siempre no obstante el límite de
nuestro pecado Es condición para nuestra salvación… Es la vía que une Dios y el
hombre, porque abre el corazón a la esperanza de ser amados no obstante el
límite de nuestro pecado.
En
la fiesta de la Inmaculada (2015) el Papa Francisco va a dio comienzo en la
Iglesia el Año del Jubileo de la Misericordia. Francisco espera un diluvio de
gracia para todos. Nos convocó con una preciosa bula, “Misericordiae vultus”,
que iremos comentando cada dos semanas y así nos mantengamos abiertos a la acción
de Dios en la Iglesia y en nuestros corazones.
El
Papa comienza la Bula haciéndonos caer en la cuenta de una verdad fundamental
de nuestra fe: Que Dios se nos ha manifestado y manifiesta como “rico en
misericordia” y que esta revelación es la que tiene el primer lugar en la
Revelación. Es decir, que, si para algo vino Jesucristo, es para dejarnos
totalmente claro que Dios es eso: “rico en misericordia”. Pone como prueba que
a Moisés, ya en el antiguo testamento y antes de revelarse en Jesús; tras haberle
revelado su nombre, se le muestra como “Dios compasivo y misericordioso, lento
a la ira y pródigo en amor y fidelidad” (Ex 34,6).
Pero
para entonces ya encontramos en la Biblia otros testimonios de esa
misericordia, En la creación el hombre es la criatura predilecta, a la que
concede el dominio sobre el resto del universo. Cuando Adán y Eva caen en
pecado, frustrando sus designios, Dios no los aniquila sino que les abre una
puerta de esperanza: uno de sus descendientes aplastará la cabeza de la serpiente.
Tras el Diluvio se dolerá del rigor del castigo purificador y prometerá no
repetirlo. Una y otra vez perdonará a los hombres sus pecados y entre ellos a
su pueblo predilecto y en éste a David, su elegido, y otros predilectos; porque
“es Dios y no hombre” y “se le revuelve el corazón y sus entrañas se
estremecen” cuando se plantea castigar a Israel por sus idolatrías (v, Os
11,8-11). Por eso envía a su Hijo hecho hombre, “resplandor de la gloria del
Padre e impronta de su ser” (He 1,3), para el perdón de los pecados y salvación
de todos los hombres. Se lo aclara el ángel a José. Lo canta María (v. Lc
1,50.54), lo profetiza el padre de Juan Bautista (Lc 1,72.77). Y lo repetirá
Jesús una y otra vez a los que ni lo entienden ni quieren entenderlo (v. Mt 13).
El centro y culmen de su misión, de la voluntad del Padre sobre Él, que Él ha
aceptado plenamente, es su muerte en la cruz “por nuestros pecados”. Por eso
Jesús es el rostro de la misericordia de
Dios.
El
que no cree en esto, no entiende nada de la Revelación. Esta la fe y por eso la
vivencia de la misericordia de Dios es necesaria para conocerle y unirse a Él,
y la ley fundamental con la que debemos mirar a los demás.
Procuremos
tomar conciencia de la gravedad y solemnidad con que el Papa nos recuerda la
importancia que la Misericordia de Dios tiene que tener en cada uno: Sin
vivirla no puede haber ni alegría, ni serenidad, ni paz del Espíritu, que son
los rasgos de su acción en nosotros. Cuando Dios actúa en nosotros, nos lo da
conocer haciéndonos sentir su misericordia. Es necesaria para tener caridad con
los demás. Sin ella no puede nadie llegar a Dios ni tener amor a los demás.
Son
todas verdades gravísimas, que a todos nos deben despertar para hacer el mayor
esfuerzo por tenerlas presentes y vivirlas. Por otro lado, cuando la Iglesia,
que no olvidemos está llevada por el Espíritu Santo, nos las recuerda, tenemos
la garantía de que Dios, si nos abrimos a ellas, nos dará gracias especialmente
abundantes para lograr grandes adelantes en la gracia de vivir de esa gracia de
esperanza, alegría, entusiasmo y cercanía de Dios. Pidámosla y procuremos
practicarla este año en todas nuestras oraciones y relaciones con el prójimo.
Este año puede ser para todos un año de gran cambio en el modo de vivir la fe.
P. José Ramón Martínez Galdeano, S.J.
Director del Blog.
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