ADVIENTO
3er Domingo
Jn. 1, 6-8. 19-28
La misión de Juan Bautista es dar testimonio de la luz; una buena misión para nosotros y especialmente en esta preparación de la Navidad.
En este domingo de adviento el evangelio
nos presenta a Juan Bautista, el precursor del Mesías. Así pues es necesario
que en la preparación del Nacimiento de Jesús reflexionemos también sobre aquel
que tenía que “preparar los caminos del Señor”.
Y hay básicamente tres afirmaciones sobre
la figura de este hombre extraordinario, a quien Dios le confió una de las
misiones más asombrosas en el plan de salvación. Estas tres afirmaciones son:
“él no era la luz, sino testigo de la luz”. La segunda: “Yo no soy el Mesías...,
sino la voz que grita en el desierto”. Y la tercera igualmente sorprendente:
“No soy digno de desatar sus sandalias”.
En esta presentación que nos hace el
evangelio de San Juan sobre este otro Juan, se subraya el papel del Bautista en
relación al Mesías. La razón de ser de Juan el Bautista es el Mesías, ser su
precursor, el que lo anuncia, el que prepara sus caminos. Es una especie de
señal del camino, que señala a Jesús. Y siempre mantiene su lugar sin salirse
de él, sin pretender apoderarse de un nombre y una función que no son los
suyos; a pesar de que algunos pensaban que Juan era el Mesías. Y en el momento
en que los enviados de los sumos sacerdotes le preguntan sobre esto, él no se
apropia el nombre ni la misión del Mesías. Una lección que deberían también
aplicarse todos aquellos que se apropian
en algún campo una función de Mesías: ¡tantos falsos Mesías han
surgido!!! Y de paso también nos podemos aplicar esta lección, todos: sólo
Jesús es el Mesías.
A Juan Bautista le basta ser testigo de la
luz. Qué papel tan hermoso y qué bien lo cumplió. Y nos invita a nosotros a ser
también testigos de la luz. También nosotros estamos destinados ante nuestros
hermanos a ser precursores del Señor, a prepararle los caminos por donde El
pueda llegar a los demás. Y para eso, para cumplir bien esta función, debemos
ser testigos de la luz, ser TESTIGOS. Una luz que se nos ha descubierto algún
día y de la cual nosotros hablamos, porque aún conservamos en el corazón su resplandor.
Qué maravilla tener en el corazón el resplandor de esa luz, de la cual queremos
ser testigos. Una buena tarea para la vida: Ser testigos de la LUZ. Esto nos
hace recordar que Juan el Bautista fue “iluminado” por la Luz, cuando aún era
un bebito en el vientre de su madre, cuando el saludo de María llevó hasta este
ser en gestación los rayos del que era la LUZ.
Nosotros un día fuimos iluminados, era
cuando empezábamos nuestra existencia cristiana, y se nos entregó una lámpara
encendida, y se nos dijo: “recibe esta luz, para que aumente”. Seamos siempre
testigos de la luz.
La voz que grita en el desierto. El
mensajero vive en el desierto y desde esa experiencia de la soledad y de la
austeridad tiene autoridad moral para gritar la conversión. Gritar la
conversión, es algo similar a ser testigos de la luz. Pero el mensaje debe ser
gritado: debe hacerse oír en un mundo de sordos y de indiferentes. En un mundo
donde hay tantos ruidos que apagan la voz del mensajero. Hay que anunciar el
mensaje en un mundo aturdido por los ruidos falaces de tanta propaganda. Si el
testimonio no es fuerte, nuestra voz queda apagada por otros sonidos. Y a veces
es necesario experimentar el desierto para poder gritar el mensaje. Como Juan
el Bautista que no teme lanzar su voz poderosa, proclamar en voz alta la
verdad, aunque esta verdad le llevará un día al martirio en manos de Herodes.
Y él no se considera ni digno de desatar
las correas de las sandalias del Mesías. Es una actitud de admiración y respeto
por el Mesías. Reconocer la grandeza de Dios, adorarlo, reconocerlo en
Jesucristo. Juan Bautista así empieza a plantear la fe en Cristo como hombre y
como Dios. Una fe que era tan importante, que Cristo mismo dijo que en eso
consistía lo que Dios quería, que se reconociese a Jesús, como el Hijo. Y una
fe que resultó tan difícil. Esta afirmación de Juan Bautista la podemos
considerar como el modelo para la fe de todos los creyentes: yo me postro ante
Jesús, que es mi Dios, aunque tampoco soy digno ni de besarle los pies.
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Agradecemos al P. Adolfo Franco, S.J. por su colaboración.
Para acceder a otras reflexiones del P. Adolfo acceda AQUÍ.
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Agradecemos al P. Adolfo Franco, S.J. por su colaboración.
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