Juan 6, 51-58
Fiesta del Corpus Christi: También el cuerpo, la materia son instrumentos que Dios utiliza para nuestra salvación.
La
realidad de la Humanidad de Cristo es central dentro del plan de salvación de
Dios. El Invisible quiso acercarse a nosotros de una forma sorprendente. Quiso
acercarse en la forma real de Jesús, que siendo Dios es verdadero hombre. Así
en toda su vida manifiesta de innumerables formas el hecho de que es un hombre,
semejante en todo a nosotros menos en el pecado. Y es hombre para manifestarnos
a Dios, para convertirse en revelación, descubrimiento de lo que es Dios: Dios se
ha ido manifestando desde los orígenes, se comunicaba con algunos de manera
especial, y cuando llegó la plenitud de los tiempos se nos manifestó en Jesús,
en forma ya plena. Todo el plan de salvación de Dios comienza por la
encarnación del Hijo de Dios. Dios se hizo hombre de verdad, tuvo cuerpo. Por
eso San Juan en su evangelio subraya esto, diciendo de la encarnación: el Verbo
se hizo carne.
Naturalmente
lo más visible del hombre es su cuerpo, aunque también el espíritu se asoma por
las ventanas del cuerpo. Y para dejarnos esta enseñanza muy clara, hoy día la
Iglesia nos hace una fiesta para celebrar la realidad del Cuerpo de Cristo.
Este
cuerpo real que tuvo Cristo era lenguaje por el cual Dios hablaba. Fue elemento
esencial para manifestar el encargo que Cristo venía a traer. Cada uno de los
miembros de su cuerpo eran mensaje de Dios. Por eso El mismo dirá: quien me ha
visto a mí, ha visto al Padre.
Toda
la fuerza de Dios salía hacia fuera en cada una de las acciones de Jesús a
través de su Cuerpo, a través de su voz, de sus manos, de su mirada.
Cuando
los ojos de Jesús miraban a alguien, a Pedro, a la pecadora, a los niños, era
la luz de Dios mismo la que llegaba en esa mirada. De sus ojos debía salir una
irradiación que llenaba al amigo de gozo, de certeza, de luz. Debía ser algo
inefable sentirse mirado por Cristo. Y a través de esa mirada se podría llegar
hasta el fondo de su ser, que era como un lago tranquilo, profundo, lleno de
aliento, de esperanza, un mensaje de salvación.
Cuando
Cristo tocaba a alguien (o era tocado) la energía de Dios se transmitía al
afortunado que recibía ese contacto: La Magdalena, los leprosos, debieron
sentir a través de las manos de Cristo una corriente de salud, de afecto. La
ternura de Dios comunicada por el contacto de Cristo. Que unas veces limpiaba
de la lepra y del miedo, otras veces limpiaba de la vergüenza de ser pecador. A
algunos los levantaba resucitados, porque su contacto era fuerza de vida.
Sus
palabras, los sonidos, salían de su propio corazón. Y de allí tomaban toda la
fuerza que Dios puede llegar a poner en las palabras inventadas por los
hombres, para darles un significado nuevo. Palabras de Cristo que salían con la
marca de lo auténtico, de lo genuino. Palabras de aliento, para curar temores;
palabras de bienaventuranza, para preferir a los pobres; palabras del Reino,
para darle a la cosecha, a la pesca, al tesoro, a la perla, la trascendencia de
la vida eterna. Por eso la gente que le oía decía: sólo tú tienes palabras de
vida eterna; y también decían: nadie ha hablado como este hombre.
Su
figura toda emanaba autoridad, firmeza, bondad, energía, cercanía. Era todo El
la certeza de Dios entre los hombres, el cumplimiento de todas las promesas y
de todos los mejores sueños que los
hombres habían tenido desde el principio del mundo. El tuvo un cuerpo real,
para enseñarnos a nosotros a vivir, para poder convertirse en nuestro camino, y
en el ideal al que podemos aspirar.
Este
Cuerpo de Cristo, una vez aparecido en el mundo cuando llegó la “hora” de Dios,
se hizo para siempre imprescindible. Y El antes de irse, nos lo dejó como
Sacramento. Así cumple su promesa: yo estaré con vosotros todos los días hasta
el fin del mundo. Y esta Eucaristía, Cuerpo de Cristo, es el centro de la vida
de todo cristiano. No se puede vivir la fe, sin recibir el mensaje que emana
del Cuerpo de Cristo en la Eucaristía. De ese Cuerpo de Cristo llega a nosotros
la luz de sus ojos, la fuerza de sus manos, la presencia de Dios, la
participación de su vida. No se ha acabado la presencia hasta física de Dios en
nuestro mundo. Y toda esa presencia está en la Eucaristía. El Cuerpo de Cristo
sigue siendo para nosotros la manifestación real de Dios: “Él es imagen visible
del Dios invisible” (Col 1, 15). El que come este Pan vivirá para siempre.
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Agradecemos al P. Adolfo Franco, S.J. por su colaboración.
Para acceder a otras reflexiones del P. Adolfo acceda AQUÍ.
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