Juan 20, 19-23
Fiesta de Pentecostés, fiesta del Espíritu Santo, fiesta del Nacimiento de la Iglesia. Que sepamos sentir también al Espíritu Santo vivir en nuestra intimidad.
Hoy celebramos una fiesta
importante, la venida del Espíritu Santo sobre los Apóstoles, y el origen de la Iglesia. Es el
Espíritu Santo anunciado por Jesús, el que guiará los pasos de esos Apóstoles
en la vida de la Iglesia
naciente, y los hará fuertes en las enormes dificultades iniciales. Y es una
cosa penosa que para muchos cristianos este Espíritu Santo. Sea casi un
desconocido. Todos sabemos que es una de las tres Divinas Personas y sin
embargo no nos es fácil tenerlo presente en nuestra vida espiritual; nos es más
fácil tener presentes al Padre y a Jesucristo.
Y es tan importante el Espíritu
Santo; tan importante, como que es Dios. Pero además El esta continuamente
presente y actuante en la misma vida de Cristo. Toda la vida de Jesús está
llena de la presencia del Espíritu Santo. Ya la misma concepción virginal de
Jesús en el vientre de María, se hace por obra del Espíritu Santo. Es el mismo
Espíritu el que desciende sobre Jesús cuando es bautizado en el Jordán, para
anunciar que Jesús es el Hijo amado de Dios.
Es notable la presencia del
Espíritu en la vida y la actuación de Jesús. Por eso se dice en el Evangelio
que el Espíritu Santo es el que lo lleva al desierto, y después de las
tentaciones de Jesús, también es el Espíritu el que lo lleva a Galilea para
empezar ya la predicación. Y por eso mismo en su primera predicación en la
sinagoga de Nazaret, el párrafo que Jesús escoge para su predicación es el que
dice: “El Espíritu está sobre mí”. Toda la vida de Jesús está animada por esta
presencia continua del Espíritu Santo.
Y no sólo es con Jesús y con la Iglesia naciente, en
realidad deberíamos saber que el Espíritu Santo es el origen de todo lo mejor
de nuestra propia vida interior. Si nos diéramos cuenta de su actuación real en
nosotros, entonces disiparíamos esa niebla con que rodeamos el concepto del
Espíritu Santo.
Por poner un ejemplo: el mismo
San Pablo dice que el Espíritu Santo ora en nosotros, que gime con gemidos
inenarrables. Podríamos decir que todos los impulsos hermosos que brotan en
nuestro corazón, cuando superamos un rencor, o cuando nos brota el deseo de
extremar nuestra generosidad, son acciones que brotan por influjo del Espíritu
Santo. Los deseos insaciables de verdad, de buscar la luz con todas sus consecuencias.
Todos esos deseos brotan de la acción del Espíritu en nosotros. La generosidad
con que las personas son capaces de desprenderse de sus gustos, para socorrer a
otros. La tranquila acogida que una madre de pueblo joven da a los hijos de su
vecina, que ha muerto prematuramente. Todos esos y muchos más de los actos e
impulsos generosos de nuestros corazones, son simplemente destellos del
Espíritu Santo. ¡Qué maravilloso debe ser el Espíritu Santo que produce tales
destellos!
Pero además en esta fiesta del
Espíritu Santo debemos meditar en la importancia superior de nuestro espíritu,
por encima de todo lo material que nos rodea, y no sólo nos rodea, sino que a
veces nos aprisiona. El mundo material, los objetos, todo lo que tiene una
relación especial con nuestros sentidos, tienden a imponerse a todo lo demás. Y
es el interior, nuestro espíritu, lo que más importa en nosotros. Porque
nuestro espíritu es nada menos que un Templo vivo del Espíritu Santo.
Pero en general el mundo tiende
a deslizarse demasiado a la materia, a lo que se puede medir y se puede contar.
Así es nuestra civilización tecnificada. Nuestra civilización se siente
orgullosa de sus avances técnicos, y realmente esos adelantos son
impresionantes e importantes. Nuestra civilización ha llegado a dominar la
materia midiéndola de una forma antes insospechada. Y la medida ciertamente es
un instrumento fundamental del progreso. Todo esto es importante y está muy
bien. Pero este progreso tecnológico muchas veces nos ha desviado la atención.
Y dirigimos más nuestro corazón y nuestra mente a los instrumentos, a los
cuadros estadísticos, a la informática.
Por eso es necesario también
que en esta fiesta del Espíritu Santo, hagamos resaltar la suprema importancia
de nuestro espíritu y de todo lo que es espiritual en el hombre. Cualquier
chispa del espíritu humano es más importante y más valiosa que todos los
progresos tecnológicos, que todos los chips y todos los procesadores. El amor
del corazón, sus deseos, sus nostalgias, sus alegrías, no caben dentro de
ninguna estadística y son más trascendentales que todas las mediciones.
El hombre vale por su espíritu,
y el cristiano vale por su espíritu transformado por la gracia. Y es importante
que esto lo subrayemos con nuestro comportamiento, con nuestras preferencias,
con nuestras metas.
Incluso las realizaciones
puramente naturales de nuestras potencias espirituales (imaginación,
inteligencia, poesía), también es necesario que las valoremos debidamente; que
valoremos esas producciones geniales del espíritu humano, como el pensamiento
filosófico, la poesía, la música, la obra artística. Todo eso contribuye más a
la calidad humana, que todas las comodidades que nos brinda el progreso. Y
mucho más si añadimos además las producciones sobrenaturales de la gracia en
nuestro espíritu: una oración nos enriquece más, es más cultura que todos los
aparatos, una obra de caridad cristiana es más progreso que los cohetes
espaciales.
Por eso hoy decimos con
vehemencia: “ven Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles e infunde en
ellos el fuego de tu amor”.
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Agradecemos al P. Adolfo Franco, S.J. por su colaboración.
Para acceder a otras reflexiones del P. Adolfo acceda AQUÍ.
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Agradecemos al P. Adolfo Franco, S.J. por su colaboración.
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