P. José Ramón Martínez Galdeano, S.J.
Lecturas: Sab. 18,6-9; S. 32; Heb 11,1-2.8-19; Lc 12,32-48
La lectura del evangelio de hoy en el
contexto del evangelio de San Lucas da la impresión de que para el evangelista se
trata de asuntos de especial importancia en la moral cristiana. La exhortación
a la confianza en Dios y a la limosna culmina una preciosa reflexión sobre el
tema de la avaricia.
Yerra el que amontona bienes
materiales, ya que ningún bien de este mundo va a llevar nadie al otro. De aquí
se pasa a la vigilancia y preparación para el momento de la muerte, que nadie
conoce con precisión. Lo que todos necesitamos para entonces son las buenas obras, las hechas desde el amor.
En domingos pasados se nos proponía y
por ello hablamos de la oración, que, como todo lo humano, puede mejorarse. El
Papa nos recuerda en la encíclica sobre la fe que hasta la fe crece y tiene un
proceso de maduración. Hoy voy a aprovechar para dar alguna pista sobre el modo
de usar los evangelios para orar; pienso que el evangelio de hoy ofrece la
oportunidad y que algunos de ustedes lo
agradecerán.
“No teman ustedes, pequeño rebaño,
porque su Padre ha tenido a bien darles el reino”. La expresión es de cariño.
Es muy importante que, cuando entran en oración, tomen conciencia de que Jesús
está cerca y de que Jesús les ama y les va a hablar y escuchar desde el amor.
Es posible que a veces se sorprendan distraídos. Entonces no peleen a gritos ni
patadas con las distracciones; retornen simplemente al camino y sigan andando.
No hace falta sentir nada en especial. Basta con darse cuenta de que Cristo
está aquí, me habla en la palabra del evangelio y me escuchará si algo le
comento o le respondo.
“No temas, pequeño rebaño”. Las palabras
expresan cariño, protección, seguridad. Tomémoslas en cuenta; demos gracias; si
sientes miedo, confiésaselo y pide que te lo quite; si te acuerdas de alguna
vez en que te ayudó en un peligro, dale gracias y renueva tu fe.
“Porque su Padre ha tenido a bien darles
el Reino”. Cuántas cosas te ha dado y te da Dios: la vida, la salud y tantas
cosas buenas que ahora tienes y dale gracias por ellas; y sobre todo por su
“Reino”: ser hijo de Dios de verdad, haber recibido la vida divina de Jesús y
estar unido a Él por la gracia, ser templo del Espíritu Santo y de la Trinidad,
su perdón tantas veces, la eucaristía, la Iglesia con todas las garantías para
tu salvación eterna, tu destino futuro en el Cielo… Dale gracias, muchas
gracias. Y pide ayuda para que no las hayas recibido en vano.
“Vendan sus bienes y den limosna”. El
mandato es incondicional y exigente. Incluso manda vender los propios bienes
para obtener esa plata que otros necesitan. ¿Lo hago? ¿podría dar más? La
limosna es “un tesoro inagotable en el cielo, donde no hay ladrones ni
polilla”. No hay mejor inversión. Da una felicidad plena y por toda la
eternidad. No hay mejor negocio que la limosna. ¿Cuánto doy? ¿Cuánto tengo
ahorrado allí?
“Porque allí donde tengan su tesoro,
tendrán también su corazón”. Además de pobres en dinero hay pobres en salud, en
conocimientos, en otros muchos bienes de este mundo. Si mi corazón estuviera en
Dios, como Dios está en el prójimo y es al prójimo a quien vemos, tener mi
tesoro en Dios es tenerlo en el prójimo. ¿Busco en mi vida ayudar al prójimo en
sus necesidades? Al prójimo encuentro en mi familia, mis compañeros de estudio
y trabajo, en el necesitado que me encuentro en muchos sitios y podría ayudar.
¿Dónde tengo puesto el corazón? ¿Podría aumentar más mi tesoro? Señor, ayúdame
a verlo y a hacerlo.
Y viene luego la parábola de los
siervos y del administrador, que guardan la casa en ausencia de su señor. La
secuencia de la vigilancia con la limosna, parece decir que, si no doy limosna
no vigilo. Es claro que yo soy el siervo y el administrador. ¿Vigilo? Porque no
soy un siervo cualquiera. ¿Estoy preparado para cuando llegue mi Señor? Hay
muchos que no tienen mis responsabilidades. Han recibido menos instrucción
religiosa, incluso apenas o nada han oído hablar de Jesús, tampoco tienen los
bienes de este mundo que yo tengo. “A quien se le dio mucho, se le exigirá
mucho; y a quien se le confió mucho, se le pedirá mucho más”. ¿Me parezco en
algo al administrador aquel que “empieza a pegarles a los criados y a las
criadas, y se pone a comer y beber y a emborracharse”?. Porque “el criado que
conoce la voluntad de su señor, pero no está preparado o no hace lo que Él
quiere, recibirá un castigo muy severo”. ¿Me siento yo obligado a ser vigilar
mejor?
La vigilancia de que aquí habla el
evangelio incluye todos los deberes y obligaciones que cada uno tenemos para
con Dios y con el prójimo. Estamos en camino. No hemos llegado a la meta
todavía. Cada domingo venimos a encontrarnos con Cristo en la Eucaristía para
renovarnos en la fe, esperanza y caridad que necesitamos para seguir marchando
sin descanso y aun mejorando posiciones. ¿Es así? Porque de otra forma no
estamos vigilantes.
Dar limosna es una muestra de que
estamos vigilantes. La limosna activa nuestra fe; nos recuerda que hay que
amar. Dios ama a todos; el prójimo es mi hermano; lo más importante no es la
plata sino Dios y el amor a Dios y al prójimo; el primero y segundo mandamientos,
que resumen toda la moral, son amar a Dios y al prójimo; de Dios lo hemos
recibido y recibimos todo; tendremos que dar cuenta a Dios de la administración.
Todo esto nos recuerda la limosna. ¡Cuántos bienes, hermanos, contiene la
limosna!
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