P. Adolfo Franco, S.J.
Lucas 15,
1-3, 11-32
¡Qué seguridad nos da la gran misericordia del Señor!
¡Qué seguridad nos da la gran misericordia del Señor!
Esta hermosa página del Evangelio muy conocida y muy meditada es la
parábola del hijo pródigo. En ella se nos da un cuadro impresionante cuyo centro
es Dios Padre lleno de amor por un hijo pecador. Y en ella se nos ofrece un
atisbo de las reflexiones de este hijo descarriado, su meditación en el momento
en que las circunstancias le obligan a pensar: "Recapacitando entonces se
dijo: Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí
me muero de hambre. Me pondré en camino adonde está mi padre..."
Este hombre ha llegado al fracaso, está frustrado. El vacío que siente
le obliga a pensar: Y seguramente pensaría así: Ayer se fue mi último amigo,
intentó despedirse con una sonrisa, pero no sé si se estaba burlando. Tenía
prisa en marcharse. A mi lado ya no podía conseguir nada. Cuántos se fueron
yendo en los últimos días. Ahora se han ido todos. Nadie me va a ayudar; no me
ha quedado más que este rincón inmundo, yo que tanto presumí de elegancia. Hasta
hace pocas semanas yo podía pagar espléndidas posadas; todos se desvivían por
ofrecerme sus servicios.
Me creía invencible para siempre. El triunfador ahora no tiene más que
este lugar sucio, con olores de estiércol; es el único sitio que me queda. ¿Cómo
pude llegar a esto? Hace tan poco tiempo que salí de mi casa; iba cargado de
riqueza. Montando mi caballo blanco yo pensé que tenía el mundo en mis manos.
Era un triunfador. Parecía que tenía poder mágico en mis manos: donde yo iba,
todo se transformaba en fiesta. Llegué a pensar que era un ser único, por
encima de todo ser humano.
Pero la fiesta se acabó. Detrás del cortinaje de las apariencias, lo
que había era esta máscara de vergüenza y humillación. El poder ha quedado en
nada; incluso ayer tuve que suplicar por un lugar en la pocilga. La riqueza que
me abría todas las puertas se desvaneció como una neblina. Y especialmente el
sentido de mi propia dignidad: detrás de esa apariencia de esplendor no había
nada. Ahora mi cortejo es este grupo de sucios animales con los que peleo por
la comida.
Pero el hilo de las reflexiones le fue llevando a su Padre; se había
dado cuenta de que lo que le faltaba era su Padre. Era esa la única salida, la
única verdad. Todo había sido ilusión y engaño; por fin empezaría la verdad. Su
padre era lo que en realidad necesitaba.
Y la meditación la fue continuando, añoraba a su Padre, necesitaba
verlo. La añoranza de su abrazo, la sentía como un río de amor y de lágrimas.
La añoranza lo puso de nuevo en pie. Y después de un largo camino de regreso ve
a lo lejos un hombre que se le viene corriendo. Era su Padre. Ese Padre lo ha
intuido cuando aún estaba lejos, y su corazón le empuja al encuentro. El hijo
recibe un abrazo, lo que él necesitaba. El corazón del Padre está derramando en
este pobre hijo toda su ternura y lo reconforta, lo va haciendo revivir. Ahora
se siente protegido en ese afecto que lo envuelve, y lo cura de todo el
fracaso, siente que su corazón destila paz. Qué diferencia entre este
sentimiento de ser único para mi Padre, y la apariencia de afecto que le dieron
sus amigos. El corazón de su Padre le está diciendo palabras que nadie más sabe
decir: traigan el vestido, el anillo, las sandalias, preparen la fiesta; todas
en el fondo significan lo mismo: hijo querido, te amo, te amo.
Esos brazos que le abrazan le dicen hondamente: Hijo querido, cómo te
eché de menos. Más que la túnica que le pondrán el hijo se siente vestido de un
cariño, que a la vez es dignidad y banquete. Esa ya es su fiesta. Las entrañas
se le han conmocionado, y sentimientos nunca antes experimentados le llenan de
paz, le traen todos los aromas, le curan todas las heridas, y reconstruyen una
nueva esperanza con las ruinas de su fracaso. Es ahora cuando la vida empieza
de nuevo.
Esta pintura de nuestro Padre destaca la seguridad de que Dios es
apoyo y refugio, porque es ternura y misericordia. El nos ama sin condiciones.
Esta maravilla increíble, esta esperanza que no hubiéramos imaginado, es la
redención: la redención que nos trae Jesús, es el abrazo del Padre, y es la
fiesta de la dignidad y de la salvación. La redención de Jesús es el banquete
de la alegría.
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Agradecemos al P. Adolfo Franco, S.J. por su colaboración.
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Agradecemos al P. Adolfo Franco, S.J. por su colaboración.
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