San Antonio de Padua



Fiesta: 13 de Junio 

 San Antonio nació en Lisboa, en Portugal, en el año 1195. Una tradición barroca indica la fecha del 15 de agosto como probable. Era hijo de los nobles Martín de Bulhoes y María Taveira; su casa estaba a pocos metros de la catedral. En la pila bautismal de dicha catedral le fue puesto el nombre de Fernando. Los primeros años de formación los pasó bajo la culta guía de los canónigos de la Catedral. Entre sus compañeros de estudios había ya algunos chicos orientados hacia la elección del sacerdocio. Seguramente nació aquí la aspiración del joven Fernando de escoger el servicio sacerdotal. Pero fueron sobre todo la mediocridad moral, la superficialidad y la corrupción de la sociedad, las cosas que lo empujaron a entrar en el monasterio de São Vicente, fuera de las murallas de Lisboa, para vivir el ideal evangélico sin compromisos. Fue acogido por una comunidad de canónigos regulares de San Agustín. Entre los agustinos En São Vicente se quedó durante unos dos años. Después, molesto por las continuas visitas de los amigos, con los que ya no tenía nada en común, pidió que lo trasladaran a otro lugar, siempre dentro de la Orden agustiniana. Antonio afrontaba de esta forma su primer gran viaje, unos 230 kilómetros, los que separan Lisboa de Coimbra, en aquel entonces capital de Portugal. Fernando tenía 17 años. Llegaba a un ambiente donde tenía que convivir con una comunidad numerosa de unos 70 miembros durante 8 años, de 1212 a 1220. Fueron años importantísimos para la formación humana e intelectual del Santo, que podía confiar en sus buenos maestros y en una rica y actualizada biblioteca.


Fernando si dedicó completamente al estudio de las ciencias humanas y teológicas, también para alejarse de las tensiones que atravesaba la comunidad religiosa. Los años transcurridos en Santa Cruz de Coimbra dejaron una huella profunda en la fisonomía psicológica y en el perfil existencial del futuro apóstol. Ya por carácter se nos presenta como un hombre apartado, celoso de su secreto, cerrado en sus cosas de trabajo que le dejaban poco tiempo libre. Se convirtió, por libre elección, en un hombre sin ambiciones sociales; reacio a cualquier tipo de ostentación y exhibición de sí mismo y de sus dotes, desconfiado de las polémicas, indiferente a las exterioridades de cualquier tipo, a excepción de cuando lo tenía que hacer por deber del testimonio evangélico. De Coimbra salió hecho un hombre maduro. Su cultura teológica, nutrida por la Biblia y la tradición patrística, había llegado a un punto definitivo.

Fernando sacerdote

En Santa Cruz Fernando fue ordenado sacerdote; la ordenación le fue conferida en la canónica de Santa Cruz de Coimbra, probablemente en 1220. Para el joven Fernando se desatendió la norma eclesiástica que fijaba en un mínimo de 30 años la edad para tener acceso al sacerdocio.

Signo de sangre

Hacia finales del verano de 1220 Fernando pidió y obtuvo poder dejar los Canónigos regulares de San Agustín para poder abrazar el ideal franciscano. No es seguro que conociera personalmente a los primeros franciscanos que llegaron a tierras lusas. Pero es seguro que oyó hablar de ellos, y quedo en seguida fascinado.

Sobre todo cuando llegaron los restos mortales de sus mártires, recogidos por los cristianos en dos cofres de plata y llevados por el Infante Pedro y su séquito hasta Ceuta, y de allí transportados a Algeciras, después a Sevilla y finalmente trasladados a Coimbra, donde fueron colocados en la iglesia de los agustinos de Santa Cruz (en la que todavía hoy se encuentran custodiados y son venerados). Se explicaban también los milagros que hicieron, fue creciendo la devoción, y se escribieron las proezas de los mártires. Todo contribuyó a poner al movimiento franciscano en el centro de atención de todos los fieles portugueses.

La solicitud por parte de Fernando de entrar a formar parte de los seguidores de Francisco de Asís madura a causa de una fuerte vocación por la misión y, especialmente, por el martirio de sangre.

Antonio misionero
En septiembre de 1220, Fernando dejó los blancos hábitos de los agustinos para vestirse con la tosca túnica de buriel atada con una cuerda en la cadera.

Para la ocasión, abandona también el viejo nombre de bautismo para asumir el de Antonio, el ermitaño egipcio del Eremitorio de São Antonio dos Olivãis, donde vivían los franciscanos. Después de un breve periodo de estudio de la regla franciscana, Antonio se fue a Marruecos.

El itinerario que siguió, por tierra y por mar, no lo sabemos. Muy probablemente, según las costumbres franciscanas, a Antonio lo acompañó un hermano franciscano, del que no sabemos el nombre. Al llegar al territorio de Miramolino, en Marrakesh o en otra localidad, fue acogido en casa de algún cristiano, residente allí por motivos comerciales o alguna otra cosa. Para dirigirse a los musulmanes, el Santo tenía que conocer bastante bien el idioma árabe, cosa no muy difícil para un lisboeta de la época, proveniente de una zona bilingüe.

De no ser así, tenía que poder fiarse de su compañero: si no ambos, al menos uno tenía que ser experto en aquel idioma.

De no ser así, tenía que poder fiarse de su compañero: si no ambos, al menos uno tenía que ser experto en aquel idioma. Antonio no pudo seguir con su proyecto de predicación porque contrajo una enfermedad tropical. Para conseguir recuperar, aunque fuera en parte la salud, decidió volver a su patria, pero sin abandonar su ideal de martirio. Fue por lo tanto obligado a irse de Marruecos, volviendo a hacerse a la mar.

Pero, a causa de una inesperada ráfaga de vientos contrarios, la nave fue transportada hasta la lejana Sicilia (Italia). Antonio, que la tradición nos dice que desembarcó en Milazzo (Mesina), era un desconocido fraile extranjero, joven y sin cargos de gobierno, que había sufrido físicamente. Su convalecencia en Sicilia duró casi dos meses.

Informado por sus hermanos sicilianos, Antonio dejó Sicilia, subió por la península italiana para participar en el capítulo general -llamado de las Esteras- que se celebraba en Asís del 30 de mayo al 8 de junio de 1221. Antonio desde Lisboa, desconocido por todos porque había entrado hacía sólo unos meses en la Orden, pasó los nueve días de la reunión apartado y solitario, inmerso en la observación y en la reflexión. Era uno entre tantos, no tenía nada que lo hiciera distinto a los demás. Al momento de la despedida ninguno de los 'ministros' se lo llevó consigo. Cuando se habían ido casi todos los conventuales, Antonio fue notado por el padre Graciano, ministro provincial de la región de Romaña. Cuando supo que el joven fraile era también sacerdote, le pidió que lo siguiera. Ermitaño en Monte Paolo En compañía de Graciano de Bagnacavallo y de otros hermanos franciscanos de Romaña, Antonio llegó a Monte Paolo, cerca de Forlí, en junio de 1221. Sus días transcurrían orando, meditando y ayudando a sus hermanos. Durante este periodo el Santo pudo madurar su vocación franciscana, profundizar la experiencia misionera interrumpida de forma brusca, dar vigor al compromiso ascético y perfeccionarse en la contemplación. Las tesis más acreditadas nos dicen que San Antonio se quedó en Monte Paolo hasta la celebración de Pentecostés (22 de mayo) o como mucho hasta septiembre del mismo año. En un primer momento, dada la visión principalmente sagrada del ambiente en que se encontraba, los otros franciscanos trataron a Antonio con veneración. Al ver que uno de sus compañeros había transformado una gruta en una celda solitaria, le pidió con insistencia que se la cediera a él. El buen hermano accedió al apasionado deseo del joven portugués. Así todas las mañanas, una vez cumplidas las oraciones comunitarias, Antonio se dirigía con prisa a su gruta (todavía hoy conservada con devoción) para vivir solo con Dios, solo en penitencia e íntima oración, con prolongadas lecturas de la Biblia y reflexiones. Para las horas canónicas y para las comidas se reunía con sus hermanos.

En su fuerte dedicación a la penitencia extenuó tanto su frágil salud con los ayunos, las vigilias, las flagelaciones, que más de una vez con el sonido de la campana que lo llamaba a las reuniones, se tambaleaba y estaba a punto de caer, por suerte sus hermanos lo sostenían.

Antonio se dio cuenta de que sus hermanos de ideal conjugaban oración y servicio recíproco. Él, ¿qué contribución podía aportar? Habló con el guardián. Decidieron que debía limpiar la humilde vajilla de la cocina y barrer la casa.

La hora de la llamada

En septiembre de 1222 tenían lugar en Forlí las ordenaciones sacerdotales de religiosos dominicos y franciscanos. Antes de que el grupo de los que tenían que ser ordenados se dirigiese a la catedral de la ciudad para recibir las órdenes sagradas por parte del obispo Alberto, se solía dirigir un sermón a los candidatos. En aquella ocasión nadie había recibido la orden antes y por lo tanto ninguno de los sacerdotes dominicos o menores presentes se había preparado. Cuando llegó el momento de hablar delante del público, todos rehusaron improvisar. Sólo el superior de Monte Paolo conocía bien las dotes de Antonio.

El interpelado intentó esquivarlo. Pero ante la insistencia de su superior aceptó y tomó serenamente la palabra. A medida que el discurso se envolvía en sonante latín, las expresiones se hacían más calurosas y persuasivas, originales y emocionantes. Él revelaba, aunque fuera contra su voluntad, la profunda cultura bíblica y la comprometente espiritualidad.

Conmoción, regocijo, y sobre todo admiración de los que lo escuchaban. Después tuvieron lugar las sagradas ordenaciones y se desarrollaron según el programa los trabajos de la audiencia capitular. Pero a esas alturas todos prestaban atención al fraile portugués, olvidado ermitaño, que de forma impensable se había convertido en el centro de atención de su hermandad. Sólo subió a Monte Paolo para decir adiós a la gruta, para volver a abrazar a sus hermanos, encomendándose a su oración.

Antonio predicador San Antonio inició de esta forma su misión de predicador en Romaña. Hablaba con la gente, compartía la existencia humilde y atormentada, alternando el trabajo de la catequesis con la obra pacificadora; enseñaba ciencia sagrada a sus hermanos franciscanos, hacía confesiones, se batía personalmente o en público con los que sostenían herejías. Romaña, en la época del Santo y durante siglos después, era un paraje atormentado por una guerrilla civil endémica. Las facciones, mayores y menores, envenenaban las ciudades y los clanes familiares, disgregaban las estructuras comunales y sembraban por todas partes donde se sospechaba, conjuros, golpes de mano, venganzas. Como si no fuese suficiente esta maldición, también en el plano religioso se padecía la calamidad de las sectas, la primera de todas, en sus ramificaciones, la cátara. La vieja Iglesia reaccionaba escasamente y tarde, a causa de su mediocridad espiritual. Tenían por lo tanto un buen juego los herejes que difundían teorías falsas y dudas peligrosas. Precisamente en Rimini tuvo lugar en 1223 el episodio que nos ha hecho llegar la tradición, según el cual San Antonio ganó la terquedad de un hereje que no quería creer en la presencia real de Cristo en la Eucaristía.

Teólogo en Boloña

Después de la revelación de Forlí, después de que por invitación de sus superiores fuese enviado a predicar por las ciudades y los pueblos de Romaña, hacia finales de 1223 a Antonio se le pidió también que enseñara teología en Boloña. Durante dos años, a la edad de 28-30 años, enseñó como teólogo las verdades de la fe al clero y a los laicos, a través de un método simple y eficaz. Partía de la lectura del texto sagrado para llegar a una interpretación que interpelara y hablara a la fe y a la verdad de los que lo escuchaban.

San Antonio es por lo tanto el primer enseñante de teología de la recién nacida orden franciscana, el primer anillo de una cadena de teólogos, predicadores y escritores, que a través de los siglos dieron y dan honor a la Iglesia. "Antonio, mi obispo"

Francisco de Asís no quería que sus frailes se dedicaran al estudio de la Teología. Esta indicación fue referida también en la regla de vida. Pero para San Antonio, vistas su sólida fe y su integridad moral, hizo una excepción concediéndole enseñar a sus frailes.

Hoy en día está completamente probada la sustancial autenticidad de la breve carta que el 'Pobrecillo' le hizo llegar.

He aquí el texto.

"A Fray Antonio, mi Obispo, Fray Francisco le desea salud. Me gusta que enseñes teología a nuestros frailes, con la única condición que el estudio no apague el espíritu de santa oración y devoción, según está escrito en la Regla. Cuídate".

El gran franciscanista Raoul Manselli, ve en esta carta que autorizaba a Antonio a enseñar sagrada teología a los frailes, un "texto de importancia" que "tiene un valor y un significado esencial para toda la historia de la Orden, y hay que entenderlo y explicarlo, por lo tanto, con toda su importancia". Antonio en su apostolado itinerante, tanto en Italia como en Francia, unió a la intensa predicación la formación catequista de las nuevas quintas del movimiento de los menores: "tenía por lo tanto que haber recibido ya la autorización que la breve carta de Francisco concedió en términos tan sintéticos, rigurosos y muy formales". Una de las preocupaciones que llevaban a San Francisco a mirar con escepticismo el estudio, estaba representada por la divergencia que él notaba, entre lo que la cultura teológica enseñaba y cómo se vivía de forma distinta. Teólogo por encargo de sus compañeros

Fueron sus hermanos los que le pidieron a San Antonio que pusiese en marcha el estudio de la teología y que enseñara.

Estos hermanos, viviendo en contacto con las almas, estaban alarmados y disgustados por la situación de inferioridad de la joven Orden franciscana, llamada por un creciente grupo de fieles a cubrir, junto con los dominicos, los grandes vacíos dejados por el clero diocesano en la guía pastoral y en la catequesis.

La iniciativa imitaba a la misma institución, aprobada por la Orden gemela de los Predicadores, los cuales habían abierto en Boloña un estudio teológico desde 1219, cuando todavía vivía Santo Domingo.

Una lección de San Antonio Cómo eran las lecciones del teólogo Antonio? Según el método de la época, usado también por el Santo, en sus explicaciones prevalecía el sentido alegórico. También es constante la referencia a la Biblia. El estilo se basaba en: - la claridad de los conceptos, - la esencialidad de expresión que huía de inútiles redundancias, - la preocupación de ser persuasivo y práctico, el cuidado de implicar por completo a la persona (además de la razón, también el sentimiento y la imaginación) - la traducción de los dictámenes en lo vivido cada día. Doctor de la Iglesia

Entre sus contemporáneos y en las generaciones inmediatamente sucesivas, el Santo fue considerado un maestro de sabiduría cristiana, biblista incomparable, autor de obras ilustres.

Un historiador dice que San Antonio poseía un talento tan eminente que podía usar la memoria en lugar de los libros, y que sabía expresarse con una gran abundancia de lenguaje místico [...]. La profundidad insospechada de su hablar hacía que creciera el asombro de la gente que lo escuchaba (Assidua). Toda la curia romana tuvo la oportunidad de escucharlo y el mismísimo Gregorio IX lo llamó Arca del Testamento.

Fue en ocasión del VII centenario de la muerte del Santo, 1931, cuando se inició en la Congregación de los Ritos, en Roma, la investigación y discusión sobre el doctorado de San Antonio, en los siguientes términos: "Se trata de confirmar el culto de Doctor tributado durante siglos a San Antonio de Padua y se trata de extenderlo a la Iglesia universal...".

Tocó al papa Pío XII el honor de concluir afirmativamente el proceso histórico-jurídico, cosa que cumplió el 16 de enero de 1946 con el Breve Apostólico Exsulta, Lusitania felix: San Antonio es Doctor de la Iglesia con el título de "doctor evangelicus".

No debe parecernos raro el retraso, algo más de siete siglos, sufrido por San Antonio antes de acceder al culto de Doctor. De hecho, el reconocimiento apostólico no era otra cosa que la confirmación de una praxis consolidada en la Iglesia desde los años inmediatos a la muerte del Santo.

Francia sedienta de paz

Una tierra que quema, un pueblo en la tormenta. Así se encontraba la zona meridional de Francia en los tiempos de San Antonio. La causa de tanta inquietud se debe atribuir a las luchas políticas y sociales entre católicos ortodoxos y a la secta de los albigenses arraigada en esta región desde hacía años. El Papado, aliado con el poder temporal en el que había visto la ventaja económica, combatió la herejía. Pero de nada valieron las persecuciones, la guerra duró 20 años. Quien de verdad hizo que las personas abrazaran otra vez la vieja fe, fue el testimonio multiforme y la palabra persuasiva de los cistercienses, dominicos, franciscanos, que dieron lo mejor de sí en esta obra de reconciliación con la verdad en la caridad. Entre ellos, eminente, la figura de nuestro Santo.

Donde llevar a cabo la batalla

No se tienen ni muchas ni ciertas noticias del periodo francés de Antonio. Hay, sin embargo, un término fijo, el año 1226. Antonio fundó el convento franciscano de Limoges. Los antonianos anticipan al final de 1224 su paso de Italia al sur de Francia. Proveniente de Boloña, Antonio pasó por Provenza, por Languedoc, por Limoges, por Berry. Antonio encontró una región atormentada por la herejía albigense, martirizada por la cruzada, que se convirtió pronto en un juego de poder. Hasta enero de 1217, el papa Honorio III había exhortado a los profesores de teología de París a dirigirse en medio de los albigenses. Antonio fue enviado, probablemente con un grupo de menores, como refuerzo cualificado, y esto por sugerencia de la dirección central de la Orden, sensibilizada por el problema de los frailes residentes ya en aquella zona, como por las presiones de la curia papal. TEncontramos a Antonio que enseña teología y predica en Montpellier, importante centro universitario y punto fuerte de la ortodoxia católica, donde dominicos y franciscanos recibían adecuada formación pastoral-intelectual con la finalidad de predicar contra los herejes esparcidos en los territorios cercanosi.

Arles: San Francisco aparece mientras Antonio predica

El hecho es cierto, pero la fecha no está clara. El historiador Tomás de Celano, recuerda a Juan de Florencia, elegido por Francisco ministro de los menores de Provenza, que celebró una asamblea capitular, o en la segunda mitad de 1224, o en la primera mitad del año siguiente, durante la cual Antonio hizo un intenso sermón sobre la Pasión de Cristo. Mientras él hablaba, fray Monaldo, vio en la puerta de la sala donde estaban todos reunidos "al beato Francisco suspendido en el aire con las manos abiertas en forma de cruz, en acción de bendecir a sus frailes". San Antonio hizo su sermón sobre el misterio de la Crucifixión de Cristo, especialmente sobre la inscripción Jesús de Nazaret Rey de los Judíos (Jn 19.19). Es muy probable que el Santo, siempre atento al esquema litúrgico, se haya inspirado, para elegir el argumento de su sermón, en el momento litúrgico. Por lo tanto, es obvio hipotizar que el capítulo de Arles se haya reunido en un día señalado por el misterio de la cruz: el viernes santo, 28 de marzo de 1225, el descubrimiento de la cruz (Inventio crucis), el 2 de mayo del mismo año; pero también se puede pensar (y sería sugestivo y más que gratuito) a la Exaltación de la Cruz del 24 y por lo tanto cuando los estigmas ya habían sido grabados en las carnes de San Francisco.

Antonio en Toulouse y en Limoges

Toulouse, está en el actual departamento de la Haute-Garonne. Sus orígenes son muy antiguos. El Apostolado itinerante de Antonio no podía no hacerse eco de un mercado de ideologías como Toulouse. Es más que probable que en esta roca fuerte del neomaniqueismo, el Taumaturgo haya enseñado teología a los frailes. Antonio hacia 1226 se trasladó más al norte, cerca de Limoges. En la iglesia de St. Pierre-du-Queyroix Antonio hizo un sermón, que se hizo importante por una bilocación que nos testimonió fray Juan Rigaldi. A la diócesis de Limoges pertenece la Abadía de Solignac, en Briance. En este monasterio también se alojó el Taumaturgo, haciendo un prodigio en favor del monje que le hizo de enfermero.

Limoges queda en la historia del Santo como uno de los centros más significativos. Le dio el encargo de guardián (=superior) de los franciscanos de la ciudad y de los alrededores. Estamos seguros de que el Santo fue guardián de la ciudad de Limoges y de su territorio, ya que el testimonio escrito dista sólo unos setenta años de los acontecimientos.

Una crónica del monasterio de San Marcial de Limoges nos dice que Antonio pronunció su primer discurso en el cementerio de San Pablo, iniciando por el salmo 29,6. Hizo un segundo sermón en el monasterio de San Martín, hablando del salmo 54,7: ¿Quién me dará alas como a las palomas, para volar y encontrar reposo?

Y siempre en Limoges es donde tuvo lugar otro hecho especial. En la iglesia de St. Pierre-du-Queyroix, hacia la medianoche del jueves santo, después de los oficios de la mañana, tuvo lugar el sermón durante el cual el Santo fue entre sus frailes para cantar la lectio litúrgica que le tocaba a él.

En Bourges, Le Puy y en otras partes En el año 1226 Antonio se detuvo también en Brive, y en su tarea de guardián de los hermanos menores, fundó un convento. Aquí el Santo encontró la paz del ascetismo y la meditación, para confortarse de las duras predicaciones retirándose muy a gusto en algunas grutas en las afueras de la ciudad. Aquí se dedicó a la penitencia y a la contemplación. Después de su muerte, su recuerdo quedó siempre vivo entre los habitantes de Brive. Las grutas en las que estuvo se convirtieron en lugares de peregrinación. DDespués de muchos sucesos, en 1874 el santuario fue recuperado por los franciscanos y en 1895 fue consagrado de nuevo. Brive es desde entonces el centro nacional de la devoción antoniana en el territorio francés.

La magnífica catedral de Bourges, una verdadera joya del arte gótico, despidió al misionero Antonio. Pero fue también a Le Puy-en-Velay, en el actual departamento de la Haute-Loire, a los pies del monte Anisan. No se sabe con seguridad si en este lugar realizó el encargo de guardián de la hermandad.

No podemos determinar la fecha del regreso de San Antonio a Italia: por qué motivo hizo el viaje a la fuerza, quién lo llamó, dónde residió o, si no tenía residencia alguna, por qué siguió haciendo de misionero en peregrinación. Los hagiógrafos antonianos fijan su regreso durante el capítulo general que tuvo lugar en Asís en Pentecostés del año 1227, el 30 de mayo.

San Francisco había muerto la noche del 3 de octubre de 1226: la asamblea tenía por lo tanto que dar a la Orden un nuevo ministro general.

Como guardián de Limoges, Antonio tenía, por dictado explícito de la Regla, que tomar parte en el capítulo, en el que se tenía que elegir al sucesor de San Francisco. Pero no tenemos pruebas de que asumiera este encargo. No sabremos nunca si fue Fray Elías, el que quizá había promovido su misión en Francia, quien lo llamó a Italia para asignarle tareas todavía más complejas y difíciles. No sabremos tampoco si fue fray Juan Parenti. Sabemos sólo que, dirigiéndose hacia Italia, atravesó a pie Provenza (así lo dice la Rigaldina 6,34).

Ministro provincial
San Antonio era muy estimado por sus hermanos franciscanos: así a los ya numerosos deberes se le añadió el encargo de ministro provincial del norte de Italia, incluida Romaña. ¿Quién le dio dicho encargo? La historia en este caso nos da pocos testimonios. En cuanto a la duración, la mayor parte de los estudiosos antonianos sostienen la hipótesis de que duró unos tres años, de 1227 a 1230.

También en esta nueva tarea, Antonio destacó por su espíritu y su servicio de fraternidad, sosteniendo, estimulando y guiando a sus hermanos, con el ejemplo y con las admoniciones. Una fuente cierta nos dice que fue superior provincial hasta mayo de 1230.

La amistad con Tomás de San Víctor

En su actividad de ministro provincial de Italia septentrional se supo mantener fiel al carisma de San Francisco poniéndolo en la compleja y cambiante realidad de los tiempos y lugares. Con las estructuras jerárquicas cultivó relaciones de verdadero católico, evitando conflictos y alimentando un clima de armonía. Es prueba de ello la participación personal del obispo de Padua en la cuaresma antoniana de 1231, como tampoco fue un hecho al azar que la canonización rápida del Santo no estuviera dificultada por propuestas o limitaciones. Un segundo objetivo de la acción pastoral volvía a proponer armonizar la actividad de la recién nacida orden franciscana con la de las viejas órdenes religiosas. Siguiendo su estancia en Francia, lo habíamos dejado en Solignac, donde fue acogido como en su propia casa por los monjes.

Mantuvo también una buena relación con los antiguos hermanos agustinos. Haciéndose franciscano, Antonio no quería cortar con el pasado; al contrario, mantuvo todo lo válido que había recibido y amado en aquellos años en San Vicente y en Santa Cruz. No en vano su relación de amistad más intensa, durante sus años en Italia, fue con el parisino Tomás de San Víctor, abad de San Andrés en Vercelli.

Antonio, ya elegido superior, visitando las comunidades menores, tuvo la posibilidad de ir a Vercelli, donde se quedó algunas semanas para predicar y encontrarse con Tomás de San Víctor. Éste había llegado a Vercelli en 1220, había sido nombrado prior de San Andrés en 1224, y obtuvo el título de abad en 1226.

No se puede dudar de la fiel amistad que unió, en la vida y en la muerte, a Antonio y al abad Tomás. Las fuentes presentan a los dos santos en una recíproca relación de maestro-discípulo, de igual a igual, de maestro a maestro, a través de intercambios de experiencias intelectuales.

Apóstol de paz

En Padua, durante el corregimiento del veneciano Giovanni Dandolo (29 de junio de 1229 - 28 de junio de 1230) la calma y la paz tan deseadas florecieron en la región. Pero, oigamos que nos dice un contemporáneo, el notario paduano Rolandino:

"Durante un año más o menos las ciudades de la Marca Trevisana gozaron de tal paz, que casi todos estaban convencidos de que a partir de aquel momento no habría más estados funestos y guerras en la región. Unos religiosos animaban espiritualmente a casi toda la población, elevándola a las realidades celestes a través de la predicación. Y fue en aquel momento, entre otros religiosos y justos, que llegó el beato Antonio, y en diferentes localidades de la Marca anunció la palabra de Dios con voz cautivadora".

La redacción de los Sermones

La Assidua, la primera biografía de San Antonio, afirma que Antonio escribió sus Sermones para los domingos durante una estancia en Padua, donde también nació un profundo afecto entre sus habitantes y él, pero en vano buscaremos una expresión cronológica precisa, ya que el "cuando" no lo sabemos con precisión. En cuanto al lugar de residencia, es Santa María Mater Domini. Ninguna base documental apoya la candidatura de la Arcella, ubicación que defienden varios estudiosos de la vida de Antonio, pero que no aportan ninguna prueba. La Assidua (11,7), hablando del incansable celo por las almas que pedía Antonio para darse por completo al apostolado, añade que él seguía con el trabajo pastoral hasta que caía el sol, muy a menudo quedándose en ayunas. Predicaba, enseñaba, escuchaba las confesiones. En su apostolado, San Antonio estaba acompañado por algunos compañeros, y en el último periodo por el beato Lucas Belludi.

Predicador apostólico

Fue en ocasión del capítulo general de 1230, que tuvo lugar durante la traslación de los restos de San Francisco a la nueva Basílica levantada en su honor, que fray Antonio de Lisboa fue liberado de sus ocupaciones por el gobierno de la orden. Por la grande estima de la que gozaba por parte de los responsables de la Orden menor, se le concedió la nueva tarea de "predicador general", con la facultad de dirigirse libremente a cualquier parte creyese oportuno, y fue elegido previamente, con otros seis hermanos franciscanos, para representar a la Orden delante de Gregorio IX.

En la evolución del franciscanismo

¿Tuvo Antonio contactos personales con Gregorio IX? ¿Cuándo y por qué motivo tuvo que ir a la curia papal? ¿Qué posición tomó en las cuestiones que concernían a la evolución de la Orden? ¿Qué tipo de relaciones tuvo con el líder franciscano, fray Elías? Las fuentes nos indican una única cuestión urgente de familia en la cual estuvo implicado el Santo: la que constituyó el problema-crisis del capítulo general de Asís de mayo de 1230. O sea, qué valor jurídico había que atribuir al Testamento dictado por el fundador, San Francisco, poco antes de su muerte. Y cómo se podían solucionar las dudas provocadas por algunos puntos de la Regla franciscana, que en la rápida y vertiginosa evolución de la Orden suscitaba perplejidad y tensiones. Antonio formó parte de la delegación designada por el Capítulo general para debatir dichas cuestiones y pedir consejo al Pontífice..

Durante esa estancia, parte en Roma, parte en Anagni, Antonio se dio a conocer en altísimo lugar por la eminente santidad y la extraordinaria ciencia bíblica, y esto en los coloquios privados con los diversos dignatarios, y no fue menos en las reuniones, en las conferencias espirituales y en la homilías. Por orden de Gregorio IX, Antonio dirigió un discurso a una multitud de peregrinos, llegados a la ciudad eterna desde diferentes puntos del mundo cristiano. Sucedió que, en virtud de un prodigio parecido al ocurrido a los Apóstoles el día de Pentecostés, todas las personas que lo oyeron, lo oyeron hablar en sus propias lenguas.

Una falsa tradición franciscana del siglo XIV dice que Gregorio IX invitó a Antonio a quedarse a su lado. "Él, humildemente renunciando a tal honor, para dedicarse al bien de las almas, después de haber obtenido la bendición apostólica, eligió aislarse en la Verna. Allí se quedó durante algún tiempo, consagrándose a la predicación y a la penitencia. De allí, se dirigió a Padua".

Antonio franciscano ¿Qué relación había entre Antonio y los responsables de la Orden franciscana? Los hagiógrafos se preocuparon de presentar a Antonio interesado en sí mismo, como apartado del movimiento franciscano. Podemos pensar que, reinando entre los frailes, durante la fase inicial, una evidente no homogeneidad, el sentido de pertenencia era decididamente débil. En el fondo, el documento oficial, absoluto, de identidad, la Regla, era de finales de noviembre de 1223. Antonio y Elías, por índole, temperamento moral y madurez evangélica, se nos presentan como muy distantes.

Vivieron en órbitas muy lejanas la una de la otra. No sabemos qué lugar ocupaba en la piedad y en las muchas actividades de Antonio el Pobrecillo de Asís. En sus Sermones no usa nunca su nombre, lo que nos hace ver un poco de misterio, especialmente cuando se trata de una obra tan extendida y publicada después de la canonización del Seráfico. Antonio fue un moderado, que se esforzaba en conjugar la fidelidad al carisma franciscano con las solicitudes de los distintos ambientes donde llevaba su tarea pastoral.

El gran momento paduano

En Padua, Antonio estuvo durante dos periodos cercanos: el primero, entre 1229 y 1230; el segundo, entre 1230 y 1231, durante la cual murió prematuramente. Sumando los dos periodos, se llega a unos 12 meses o un poco más. Esto significa que el misionero no transcurrió en su patria de elección más de un año, en dos etapas.

¿Qué Padua lo atraía, lo esperaba y lo acogió? Toda entera. La encontramos unánime, algunos meses después, a los pies de su púlpito y de su confesionario; y después comprometida de forma apasionada en su glorificación cultural. Padua le sirvió de nuevo como scriptorium de sus comentarios bíblico-litúrgicos.

Podemos hipotizar que encontró además una gran ayuda en las bibliotecas, con los colaboradores a nivel de escribanos y quizás de ayudantes. Los Sermones antonianos se consideran la obra literaria de carácter religioso más importante escrita en Padua durante la época medieval. Y más todavía, la ciudad eugánea interesaba a Antonio por su universidad. Antonio tenía una debilidad por los grandes centros de estudio (Bolonia, Montpellier, Toulouse, Vercelli...). Él mismo era, aunque fuera de las estructuras burocráticas, un emérito catedrático. Pero decir universidad era sobretodo sinónimo de concentración de gente joven. Antonio era un experto "pescador de jóvenes". Presintiendo o no que su peregrinación en la tierra estaba llegando a su fin, aspiraba a reclutar nuevas quintas para la difícil y apasionada tarea de ser transmisores del Evangelio. Además, la tierra véneta vivía una paz inestable. Antonio sentía muy fuerte la invitación de intervenir para solucionar los conflictos. También en aquellos momentos había en Padua adeptos a la herejía. Los días de la salvación

El 5 de febrero, el Santo interrumpió el esfuerzo de papel, pluma y tintero. La ciudad vivía una mágica tregua de paz tanto dentro como fuera de sus fronteras. Se difundió la voz de que San Antonio tenía la intención de predicar cada día, aprovechando la ocasión de los textos ofrecidos por la liturgia. Muy pronto, no sólo la pequeña iglesia de Santa María, sino las más grandes iglesias de la ciudad resultaron incapaces de contener a esa multitud que crecía continuamente. La gente llegaba en grandes multitudes, ¿dónde se podía acoger? La voz no era un problema, ya que Antonio estaba dotado de un volumen vocal excepcional. Se reunían en las plazas. Pero éstas pronto se quedaron pequeñas. También en Padua, como había ocurrido en Francia, el apóstol se vio obligado a hablar fuera de la ciudad, en medio de los campos. Nobles y gente de pueblo, mujeres y hombres, jóvenes y ancianos, fervorosos practicantes y personas indiferentes o "lejanas", caballeros y rateros, eclesiásticos y laicos, esperaban con paciencia la llegada del hombre de Dios. El obispo Jacobo junto con un grupo del clero tomaba parte personalmente del camino cuaresmal, por él mismo autorizado y seguido con la joya del pastor que ve reunido a su rebaño en pastos fértiles.

De sermón en sermón se hacía cada vez más grande la fama de lo que estaba ocurriendo en Padua, lo que provocaba un continuo crecimiento de los que lo oían. Una multitud incesante se reunía alrededor de su confesionario. Era imposible ocuparse de todos a pesar de que algunos hermanos sacerdotes y un grupo de presbíteros de la ciudad intentaban reducirle el esfuerzo. No le quedaba otra cosa que esperar el flujo de penitentes y la llegada de la noche. La Assidua informa que estaba en ayunas hasta el crepúsculo. Algunos se precipitaban al sacramento de la penitencia declarando que una aparición los había empujado a la confesión y a cambiar de vida.

La Assidua, 13,11-13, testimonia: "Llevaba a la concordia fraterna a los enemistados; devolvía la libertad a los encarcelados; hacía devolver lo robado con usura o violencia".

Y esto de tal modo, que, a las casas y fincas hipotecadas se imponía precio ante él, y, por su consejo, se devolvía a los expoliados lo que se les había sacado por las buenas o por las malas. Rescataba a las meretrices de su infamante trato; y mantenía alejados de poner la mano sobre lo ajeno a ladrones famosos por sus delitos. Y así, transcurridos felizmente los cuarenta días, fue grande la cosecha de mies, agradable a los ojos de Dios, que con su celo recolectó.

Creo que no se puede pasar por alto cómo inducía a confesar los pecados a una multitud tan grande de hombres y mujeres, que no daban abasto a confesarlos ni los frailes ni los otros sacerdotes que lo acompañaban".

Antonio intervino también para modificar la legislación comunal de Padua. Se trata de un estatuto relativo a los deudores insolventes, fechado el 17 de marzo de 1231, el lunes santo.

He aquí traducido del original en latín.

"Por petición del venerable hermano Antonio, de la Orden de los hermanos Menores, fue establecido y ordenado que nadie fuera detenido en la cárcel, por tener simplemente algunas deudas de dinero, del pasado, del presente o del futuro, si quiere ceder sus bienes. Y esto vale tanto para los deudores como para los que avalan. Pero si una renuncia o cesión o un alienación está hecha con engaño, tanto por parte de los deudores como por parte de los avaladores, ésta no tiene ningún valor y no proporciona daño a los creditores. Cuando el fraude no pueda ser demostrado claramente, del asunto que sea juez el corregidor. A este estatuto no se le pueden hacer modificaciones de forma, que quede así para siempre".

En el eremitorio de Camposampiero Podemos hablar de varios motivos por los que Antonio se retiró al eremitorio de Camposampiero. El primero ha sido siempre callado, pero se sabe. Después del intenso trabajo de la cuaresma y de la Pascua, las fuerzas del Santo estaban exhaustas. La segunda motivación, que expresa la Assidua (15,2) y es repetida por los hagiógrafos sucesivos, dice que había que suspender la predicación y la disponibilidad para quien venía a confesarse, con la finalidad de dejar libre a la gente para que se ocupara de sus obligaciones rurales, ya que era inminente el tiempo de la cosecha. El tercer motivo: aislarse en una localidad tranquila y de difícil acceso, para seguir, y quizás, ultimar la redacción de los Sermones festivos. El cuarto motivo: alejarse de los ojos afectuosamente observadores de sus hermanos paduanos, que podían alarmarse notando sus condiciones de salud que empeoraban y podían sufrir por ello. La quinta finalidad, la más alta y deseada: alejarse de la vida activa, que lo trastornaba cuando iba por encima de ciertos niveles, para concentrarse en la oración, en el recogimiento del espíritu, esperando la gran cita. Podemos hipotizar que el Santo dejó Padua el lunes 19 de mayo, y por lo tanto su estancia en Camposampiero duró, con el hipotético paréntesis de la ida-estancia-vuelta de Verona, unos 25 días. La muerte NAl final de la primavera de 1231, Antonio tuvo un ataque repentino. Fue puesto en un carro tirado por bueyes y llevado a Padua, donde quería ser llevado para morir. Pero cuando llegó a la Arcella, un barrio en las afueras de la ciudad, murió. Expiró diciendo: "veo a mi Señor". Era el 13 de junio. Tenía 36 años. El Santo fue enterrado en Padua, en la pequeña iglesia de Santa María Mater Domini, su refugio espiritual en los periodos de intensa actividad apostólica. Cuando finalizaron los funerales, el cuerpo del Santo fue enterrado en la pequeña iglesia del convento franciscano de la ciudad. Seguramente no fue enterrado, sino, al contrario, un poco elevado, de manera que los devotos, cada vez más frecuentes y numerosos, pudieran ver y tocar el arca-tumba. Un año después de su muerte la fama de tantos milagros cumplidos convenció a Gregorio IX a quemar las etapas del proceso canónico y a proclamarlo Santo el 30 de mayo de 1232, a tan sólo 11 meses de su muerte. La Iglesia hizo justicia a su doctrina, proclamándolo en 1946 "doctor de la Iglesia universal", con el título de Doctor evangelicus. Más en profundidad, ¿quién era San Antonio?

En el perfil espiritual resalta en seguida su apasionada constancia, desde la adolescencia, al silencio, al recogimiento, a la vida interior, a la oración. Sobre esto, los antiguos biógrafos concuerdan. Su vida es la historia de un gran orador. Lo testimonia su compañero, el beato Lucas: "Verdaderamente este santo fue hombre de gran oración". De la casa paterna a la canónica de São Vicente, desde aquí a Santa Cruz de Coimbra, desde aquí a la ermita de Olivãis, y después, a continuación de la experiencia misionera, en el eremitorio de Montepaolo. Su vida de apóstol está constelada por paréntesis de retiro y de eremitorio: la cueva de Brive, la Verna, el nogal de Camposampiero. Fue un hombre de vastas y constantes soledadesi.

Él, después, fue una boca cosida. Fue un hombre lleno de sorpresas. En las ordenaciones de Forlí, el solitario de la cueva de los Apeninos demuestra lo que es: un prodigio de ciencia sagrada, un incomparable comunicador. Sus hermanos, asombrados y confundidos, a partir de aquel momento se sentirán autorizados a pedir a Antonio cualquier prestación. El hecho de que consiguiera hacer todo lo que se proponía de forma excelente, era considerado una cosa natural. No podía no ser políglota, un revolucionario en la pastoral (cuaresma diaria predicada, confesiones personales frecuentes y extendidas a todo el mundo), profesor de teología bíblica, escritor, superior, revisor de estatutos comunales, fundador de conventos, líder religioso aureolado por fenómenos sobrenaturales... Seguramente provocó confusión y sujeción; en él los extremos se juntan a la perfección, de la penumbra a la deslumbrante luz, del olvido a la más alta notoriedad. Siempre solo. ¿Cuánta gente, incluso entre sus colaboradores más íntimos, habrá intuido su profundidad interior?

Penetrando cada vez más en la órbita divina, San Antonio se abandona a la madurez de la fe. Se convierte en niño en los brazos del Padre que ve y provee. Renuncia a proyectar una vida suya, una santidad suya. Es el famoso principio de pasividad, de esconderse, que madura en él después del fracaso sufrido en Marrakesh.

En Asís calla, se queda escondido, no se ocupa para nada de sí mismo. Es pura, adorante, alegre dependencia de la voluntad del Altísimo. Es fray Graciano que interviene y se lo lleva a Romaña. En Forlí es el superior local quien lo recluta para improvisar la conferencia espiritual a los sacerdotes recién ordenados, es el ministro provincial el que le da el encargo de la predicación. Será el ministro general quien lo enviará a las zonas deterioradas por la herejía, el capítulo general el que le confiere el encargo de dirigirse al papa Gregorio IX para resolver cuestiones candentes, y será de nuevo el ministro general quien lo elegirá provincial. Quiso casi borrarse de lo visible para respirar sólo lo invisible.

San Antonio fue hombre de arriba en cualquier parte donde se encontrase, en el lugar predilecto de Santa María o en los parajes de la Marca Trevisana, él aparecía como un hombre celeste. Según la ardua formula él estaba en este mundo, pero no era de este mundo. Se sumergía en la realidad histórica, sin dejarse encarcelar. Sabía hacerse todo a todos, y sin embargo espiritualmente estaba ya inserido en modo consciente en la órbita divina, viviendo una relación real y absorbente con Dios. No que, afectado por una atrofia de la sensibilidad humana, él rechace el riesgo, el empeño, pagando de persona, todo lo demás. No se deja sin embargo encarcelar por la ambigüedad, la solidaridad, porque su espíritu vive de fe en "otro lugar" sobrehumano. Así, desencarnado, irreal, se les aparece a los contemporáneos, de una interioridad tan exigente y dulce, como uno que es un común habitante de otro mundo.

El santo de los milagros

San Antonio es conocido como el Taumaturgo, el que hace prodigios. Y mejor conocido todavía como el Santo de los milagros.

Milagro deriva del latín mirari, maravillarse. Indica un evento que sorprende a quienes son testimonios directos e indirectos. En el ámbito de la teología católica el milagro se define como un hecho sensible (o sea que es oído, visto, tocado, experimentado por las personas), obra de Dios casi siempre a través de un santo. Es un hecho que va contra, que se sitúa por encima, más allá de las comunes "leyes" de la naturaleza, tal y como se perciben en un determinado ambiente de época. ¿Cuáles y cuántos son los milagros atribuidos a la intercesión de San Antonio?

Innumerables. A continuación hacemos un breve resumen, seguido por algunas reflexiones, siguiendo lo que dicen las primeras biografías. Obras de grandes artistas, casi todas pueden admirarse en la Basílica, acompañarán cada milagro, indicado en el menú de la izquierda.

La acémila (la mula)

En la región de Toulouse el beato Antonio, en una disputa pública contra un hereje prepotente que negaba la presencia real de Cristo en la Eucaristía, cuando casi lo había convencido y acercado a la fe católica, el hereje, no convencido dijo:

"Dejémonos de charlas y pasemos a los hechos. Si tú, Antonio, consigues probar con un milagro que en la Comunión de los creyentes, está el verdadero cuerpo de Cristo, yo abjuraré de toda herejía, y me someteré a la fe católica ". El siervo del Señor con gran fe le respondió: "Confío en mi salvador Jesucristo que, para tu conversión y la de los demás, me concederá su misericordia por lo que pides". Se levantó entonces el hereje e, invitando con la mano a que todos callasen, habló: "tendré encerrada a mi acémila durante tres días y le haré padecer hambre. Pasados los tres días, la sacaré en medio de la gente, y le mostraré el forraje. Tú mientras tanto te pondrás delante con lo que afirmas que es el cuerpo de Cristo. Si el animal hambriento, no va hacia el forraje, y corre para adorar a su Dios, creeré sinceramente en la fe de la Iglesia". En seguida el padre santo dio su aprobación. Entonces el hereje exclamó: "¡Oíd bien, todos!".

¿Para qué confundir a las gente con demasiadas palabras? Llegado el día establecido para el desafío, la gente acudió desde todas partes y llenó la plaza. Estaba presente el siervo de Cristo, Antonio, rodeado por una gran multitud de fieles. Estaba también el hereje, con todos sus cómplices. Antonio se detuvo en una capilla que había allí cerca para con gran devoción celebrar el ritual de la Misa. Una vez acabado salió hacia el pueblo que estaba esperando, llevando con gran reverencia el cuerpo del Señor. La mula hambrienta fue llevada fuera del establo y se le mostraron alimentos apetitosos.

Finalmente, imponiendo el silencio, el hombre de Dios con mucha fe ordenó al animal: "En virtud y en nombre del Creador, que yo, por indigno que sea, tengo de verdad entre mis manos, te digo oh animal, y te ordeno que te acerques rápidamente con humildad y le presentes la debida veneración, para que los malvados herejes comprendan de este gesto claramente que todas las criaturas están sujetas a su Creador, tenido entre las manos por la dignidad sacerdotal en el altar". El siervo de Dios ni siquiera había acabado estas palabras, cuando el animal, dejando a un lado el forraje, inclinándose y bajando la cabeza, se acercó arrodillándose delante del sacramento del cuerpo de Cristo.

Una gran alegría contagió a los fieles y católicos, tristeza y humillación a los herejes y a los no creyentes. Dios fue loado y bendecido, la fe católica exaltada y enaltecida; la herejía perversa es desvergonzada y condenada con vituperio eternamente. El mencionado hereje, abjuró de su doctrina en presencia de toda la gente, y a partir de aquel momento prestó leal obediencia a los preceptos de la santa Iglesia (Benignitas 16,6-17).

El sermón a los peces Si los hombres, a pesar de ser inteligentes, despreciaban su predicación, Dios intervenía para mostrarla digna de veneración, cumpliendo señales y prodigios por medio de animales sin de razón. Una vez en que algunos herejes, cerca de Padua, despreciaban y se burlaban de sus sermones, el Santo se dirigió a la orilla de un río, que corría por allí cerca, y dijo a los herejes para que toda la multitud lo oyera: "A partir del momento en que vosotros demostráis ser indignos de la palabra de Dios, aquí estoy, dirigiéndome a los peces, para confundir más abiertamente vuestra incredulidad".

Y con fervor de espíritu empezó a predicar a los peces, enumerándoles todos los dones concedidos por Dios: cómo los había creado, cómo les había asignado la pureza de las aguas y cuánta libertad les había concedido, y cómo los alimentaba sin que tuvieran que trabajar.

Mientras hablaba los peces empezaron a unirse y a acercarse a él, elevando sobre la superficie del agua la parte superior de su cuerpo y mirándolo atentamente, con la boca abierta. Mientras el Santo les habló, lo estuvieron escuchando muy atentos, como si fueran seres dotados de razón. No se alejaron del lugar hasta que recibieron su bendición.

Aquel que había hecho que los pájaros escucharan la predicación del santísimo padre Francisco, reunió a los peces y les hizo prestar atención a la predicación de su hijo, Antonio(Rigaldina 9,24-28).

El pie reinjertado Un maravilloso milagro fue causado por una confesión. Un hombre de Padua, llamado Leonardo, refirió una vez al hombre de Dios, entre otros pecados de los cuales se había acusado, que había dado una patada a su madre, con tal violencia que la había hecho caer por el suelo de forma terrible. El beato padre Antonio, que detestaba ferozmente todas las maldades, en fervor de espíritu y con aire de deploración, comentó: "El pie que golpea a la madre o al padre, merecería ser cortado al instante".

Aquel hombre, no habiendo entendido el sentido de la frase, lleno de remordimiento por la falta cometida y por las duras palabras del Santo, al volver a casa no dudó en cortarse el pie. La noticia de un castigo tan cruel se difundió en un abrir y cerrar de ojos por toda la ciudad, y llegó hasta oídos del siervo de Dios. Antonio se dirigió a toda prisa a casa de éste y, después de una angustiada devota oración, unió a la pierna el pie cortado, haciendo la señal de la Cruz.

¡Qué admirable! En cuanto el Santo acercó el pie a la pierna haciendo la señal de la Cruz, pasando por encima de la pierna dulcemente sus sagradas manos, el pie de aquel hombre quedó unido a la pierna tan rápidamente que éste se levantó alegre y sano, y se puso a caminar y a saltar, loando al Señor y dando gracias infinitas al beato Antonio, que de forma admirable lo había curado (Benignitas 17,36-40).

La conversión de Ezzelino

El déspota, arrogante, pérfido y cruel tirano Ezzelino da Romano, al principio de su tiranía, había llevado a cabo un enorme secuestro de hombres en Verona. El padre intrépido, en cuanto se enteró de lo sucedido, se arriesgó y fue a hablar con éste de persona, a la ciudad de Verona, donde residía el tirano. Y lo enfrentó con las siguientes palabras: "Oh enemigo de Dios, tirano despiadado, perro rabioso, ¿hasta cuándo seguirás derramando sangre inocente de cristianos? ¡Tienes sobre ti la sentencia del Señor, terrible y durísima!". Y muchas otras expresiones vehementes y desagradables le dijo a la cara. Sus soldados, estaban a punto de atacar, esperando que Ezzelino, como siempre, diera la orden de despedazarlo. Pero sucedió todo lo contrario, por disposición del Señor. De hecho, el tirano, impresionado por aquellas palabras del hombre de Dios, abandonó su crueldad, y se convirtió en un manso cordero. Después, colgándose su cinturón al cuello, se inclinó ante el hombre de Dios y confesó humildemente los propios crímenes, asegurando que, según su beneplácito, repararía el mal cumplido.

Y añadió: "Compañeros de penas y fatigas, no os sorprendáis por esto. Os digo de verdad, que he visto irradiar del rostro de este padre una especie de luz divina, que me ha atemorizado hasta el punto que, delante de una visión tan abrumadora, he tenido la sensación de precipitarme rápidamente en el infierno".

A partir de aquel día, Ezzelino tuvo siempre una gran devoción al Santo y, mientras vivió, evitó hacer muchas atrocidades que habría querido cometer, según lo que el propio tirano confiaba (Benignitas 17,42-47).

La visión

Una vez en que el beato Antonio se encontraba en una ciudad para predicar, fue hospedado por una persona del lugar. Éste le asignó una habitación separada, para que pudiera entregarse tranquilo al estudio y a la contemplación. Mientras rezaba, solo, en la habitación, el propietario multiplicaba sus idas y venidas por su casa.

Mientras observaba con atención y devoción la habitación donde rezaba San Antonio solo, ojeando a escondidas a través de una ventana, vio entre los brazos del beato Antonio a un niño hermoso y alegre. El Santo lo abrazaba y lo besaba, contemplando su rostro incesantemente. Aquel hombre, asombrado y extasiado por la belleza del niño, pensaba por sus adentros de dónde habría venido un niño tan gracioso.

Aquel niño era el Señor Jesús. Y fue el mismo Niño Jesús quien reveló al beato Antonio que el huésped los estaba observando. Después de una larga oración, acabada la visión, el Santo llamó al propietario y le prohibió que revelara a nadie, mientras él viviera, lo que había visto(Liber miraculorum 22,1-8). El corazón del avaro

En Toscana, gran región de Italia, se estaban celebrando solemnemente, como sucede en estos casos, las exequias de un hombre muy rico. Al funeral estaba presente nuestro San Antonio, que, movido por una inspiración impetuosa, se puso a gritar que el muerto no tenía que ser enterrado en un sitio consagrado, sino a lo largo de las murallas de la ciudad, como un perro. Y esto porque su alma estaba condenada al infierno, y aquel cadáver no tenía corazón, como había dicho el Señor según el santo evangelista Lucas: Donde está tu tesoro, allí está también tu corazón.

Ante esta exhortación, como es natural, todos se quedaron estupefactos, y tuvo lugar un encendido cambio de opiniones. Al final se abrió el pecho del difunto. Y no se encontró su corazón que, según las predicciones del Santo, fue encontrado en la caja fuerte donde conservaba su dinero.

Por dicho motivo, la ciudadanía alabó con entusiasmo a Dios y a su Santo. Y aquel muerto no fue enterrado en el mausoleo que se le había preparado, sino llevado como un asno a la muralla y allí enterrado . (SICCO POLENTONE, Vita di sant' Antonio, n. 35).

El recién nacido que habla Una mujer en Ferrara fue salvada de una terrible sospecha. El Santo reconcilió a la consorte con el marido, un personaje ilustre, una persona importante de la ciudad. Hizo un verdadero milagro, al hacer hablar a un recién nacido, que tenía pocos días de vida, y que contestó a la pregunta que le había hecho el hombre de Dios.

Aquel hombre estaba tan furioso a causa de los infundados celos hacia su mujer, que ni siquiera quiso tocar al niño que acababa de nacer algunos días antes, convencido de que era fruto de un adulterio de la mujer. San Antonio cogió el recién nacido en brazos y le habló: "Te suplico en nombre de Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, nacido de María Virgen, que me digas en voz clara, para que todos puedan oírlo, quién es tu padre".

Y el niño, sin balbucear como hacen los niños pequeños, sino con una voz clara y comprensible como si fuera un chiquillo de diez años, fijando los ojos en su padre, ya que no podía mover las manos, ligadas al cuerpo con las fajas, dijo: "¡Éste es mi padre!". Se giró hacia el hombre, y el Santo añadió: "Toma a tu hijo y ama a tu mujer, que está atemorizada y se merece toda tu admiración"(SICCO POLENTONE, Vita di s. Antonio, n. 37).

El joven resucitado

En la ciudad de Lisboa, de donde era oriundo San Antonio -mientras todavía estaban vivos los parientes del Santo, la madre, el padre y los hermanos-, había dos ciudadanos, que eran enemigos y se odiaban mucho. Sucedió que el hijo de unos de éstos, un chiquillo, se encontró con el enemigo de la familia, que vivía cerca de los padres del beato Antonio.

Éste, despiadado, cogió al chico, lo llevó a su casa y lo mató. Después, por la noche, entró en el jardín de la familia de Santo, excavó una fosa, enterró allí el cadáver, y después huyó.

Al ser el joven hijo de una persona noble, se empezó a investigar sobre su desaparición, y se supo que había estado por el barrio donde vivía el enemigo. Se registraron su casa y su huerto, pero no se descubrió ningún indicio. Haciendo una inspección en el jardín de la familia del beato Antonio, se encontró al chico, enterrado en el huerto. Entonces la justicia del rey hizo arrestar, como asesinos del joven, al padre de San Antonio con todos los de casa.

El beato Antonio, a pesar de estar en Padua, se enteró de lo ocurrido, por intervención divina. Por la noche, pedido el permiso al guardián del convento, pudo salir. Y mientras caminaba en medio de la noche, fue con divino prodigio transportado hasta la ciudad de Lisboa. Entrando en la ciudad por la mañana, se dirigió al juez, y empezó a rogarle que absolviera a aquellos inocentes de la acusa y los dejara libres. Pero el juez no quiso hacerle caso bajo ningún motivo, y entonces el beato Antonio ordenó que lo condujeran delante del chico asesinado. Delante del cuerpo, le ordenó que se levantara y dijera si lo habían asesinado sus familiares. El chico se despertó de la muerte y afirmó que los familiares del beato Antonio no tenían nada que ver con el delito. Consecuentemente, fueron absueltos y liberados de la cárcel. El beato Antonio se quedó haciéndoles compañía todo el día. Después, por la noche, salió de Lisboa y a la mañana siguiente estaba en Padua de nuevo(Bartolomeo da Pisa 4,19-32).

El significado de los milagros

Hay un protagonista invisible, que siempre es llamado y al que todo el mundo y hechos hacen indudable referencia: Dios. San Antonio es presentado cada vez como su mensajero y vicario entre los hombre y sus vicisitudes.

Las primeras biografías de San Antonio adoptan dos posturas de fondo muy distintas, podríamos decir incluso opuestas. La Vita prima (Vida primera), seguida por la Víta secunda (Vida segunda) y por la Raymundina, nos presentan una imagen de Antonio extremadamente sobria y más bien sin ningún halo de milagros durante su existencia terrenal. La Benignitas, en cambio, y siguiendo sus pasos la Rigaldina, no se limitan a presentar los milagros "morales", sino que entretejen las obras y los días del célebre apóstol de numerosos y estrepitosos prodigios.

Esta segunda línea fue la que predominó a lo largo del siglo XIV. Desde entonces está vigente una especie de conspiratio de todas las fuentes hagiográficas antonianas hacia un crecimiento del elemento taumatúrgico, hasta casi convertir a San Antonio en una deslumbrante estrella de milagros. ¿Cuáles son los motivos de este fenómeno?

1. A menudo, el halo legendario se atribuye a sucesos, que en su origen, no tenían connotaciones milagrosas. Para referirnos a un hecho documentado, el encuentro del Santo con Ezzelino fue un encuentro normal entre un predicador popular de gran prestigio en el área véneta y un hombre político que hacía los oídos sordos a las razones humanitarias y religiosas. En la Benignitas el encuentro está completamente transformado: los protagonistas se recubren de sobrenaturalidad.

2. Otras veces, las fuentes antiguas afirman en algunos sucesos la irrupción de un poder sobrehumano. Por lo tanto, el toque milagroso existe. Pero éste se acentúa, se amplifica con nuevos elementos prodigiosos. Por ejemplo, en el milagro de la niña paduana, si nos basamos en la primera redacción del hecho la niña se cura lentamente. La Benignitas, retomando la explicación del fenómeno, lo hace rápido, emocionante.

3. Se trata de sucesos extraordinarios que se han puesto sobre papel, haciendo referencia a la tradición oral o a recuerdos de lectura, son relatos de distintas personas y están llenos de detalles que no cuadran. Los hagiógrafos más lejanos de San Antonio han recogido dichas explicaciones como testimonio de que el suceso se había repetido. Por ejemplo: la bilocación que la Benignitas coloca en Montpellier durante una solemnidad no especificada, en la Rigaldina se traslada a Limoges al jueves santo.

4. No hay que extrañarse, ya que nos movemos más en el mundo de la construcción que en el de las cosas "ciertas" históricas, y así vemos por ejemplo las narraciones, por así llamarlas, intercambiables, atribuidas en otras fuentes a determinados santos, y después trasladas a la leyenda antoniana. Un único ejemplo: ¿a quién pertenece el milagro del pie reinjertado, a San Antonio o a San Pedro Mártir? Lo leemos tanto en los milagros de uno como del otro santo.

5. No faltan casos de escenificación artística. Es bien sabido que los franciscanos de las primeras generaciones tuvieron que luchar mucho contra los cátaros que negaban, entre otras cosas, la presencia real de Jesús en la Eucaristía. Y he aquí este capítulo del apostolado antoniano traducido en una sagrada representación y concentrado en una escena muy intensa: la mula que se arrodilla delante de la Hostia consagrada..

6.Un fenómeno paralelo es el de la traducción en formas figurativas/narrativas de los pasos bíblicos. "Dónde está tu tesoro, ahí está tu corazón", afirmó Cristo. Este dicho se realiza al pie de la letra en el milagro del avaro, en cuyo pecho no se encuentra el corazón, que se encuentra en medio de las cosas de valor y el dinero encerrados en su caja fuerte.

La taumaturgia es por lo tanto un género literario muy complejo. Cada uno de los numerosos prodigios atribuidos por los hagiógrafos a la intercesión de Antonio, cumplido tanto en vida, como después de su muerte, necesita un estudio especial.

Desde un punto de vista literario estas leyendas no son una cosa de mucho valor. A menudo se nos ofrecen páginas inertes, llenas de énfasis, de frases hechas, sin ningún tipo de poesía, sin penetración psicológica ni hacia el Taumaturgo, ni hacia los desafortunados recurrentes a su patrocinio. Se nota más de una vez una sofocante angustia espiritual, el prevalecer de una religiosidad egoísta más que sincera. Pero algunos textos tan opacos han servido para ofrecer el punto de partida de alta espiritualidad a pintores y escultores. Un material bruto que, en la fantasía y en las manos de Giotto, Donatello, Tiziano, El Greco, Murillo, Tiepolo, Goya... (San Antonio ha sido muy afortunado en el arte), supo transformarse en drama, en éxtasis, en expresiones célebres de liberación y de dolor, de admonición y de elevación. El arte sabe sacar vida incluso de la muerte, sublimidad de la mediocridad.

Son los milagros que se adaptan a un predicador itinerante, demuestran su solicitud apasionada por la salvación de las almas. Él vive exclusivamente en función de vivo a través de Cristo y los hijos de Dios dispersos en la historia, es el trait d'union entre el Redentor y los redimidos.

Sus cristianos, tanto en Italia como en Francia, son creyentes en su mayor parte iniciados en la fe tanto en el campo doctrinal como en el campo ético. Es una religión de tradición, de ambiente, que hay que ver y estudiar en sus términos de revelación, defendida por las insidias de la herejía y por los vicios dominantes. Y he aquí los milagros que ayudan a reforzar las verdades como la presencia real de Cristo en la Eucaristía (milagro de la mula), o subrayan la autoridad de sus enseñanzas, (por ejemplo: los alimentos envenenados, el sermón a los peces), o a avivar su lucha contra la usura (la macabra explicación del avaro sin corazón).

Otras veces encontramos a San Antonio preocupado por dar alivio a las miserias materiales de la población, por obstruir el paso a abusos odiosos por parte de los gobernadores (por ejemplo: la borrascosa entrevista con Ezzelino, la historia de los doce ladrones, la pía mujer de Provenza). Han inspirado a insignes artistas otros eventos admirables, como el del recién nacido que habla, el marido celosos, el pie reinjertado, que nos presentan a Antonio defensor de la armonía familiar. Vemos puesta en el debido relieve la importancia de la confesión sacramental, a la que están ligados varios prodigios de la saga antoniana.

Él era, incluso después de haber abandonado a su familia y la Orden de los agustinos, un hijo y un hermano afectuoso, ligado tanto a los asuntos familiares como a la amistad (traslado de Padua a Lisboa, aparición al abad Tomás). E incluso era más profundo y operosa su unión con los hermanos menores. Él se hizo cargo de su crisis, patente en los posibles desórdenes en el urdido litúrgico de la vida claustral, desbarató turbulencias diabólicas que ponían en peligro el recogimiento, se ocupó de las necesidades alimentarias de su convento, etc. (por ejemplo: el joven novicio de Limoges, la alucinación diabólica, la bilocación de Montpellier, la sirvienta que va a buscar las hortalizas bajo la lluvia).

Y estos episodios no faltan para ayudar a reconstruir la figura histórica de San Antonio, nos desvelan el temperamento moral, los sentimientos de solidaridad evangélica, las preocupaciones de maestro de la fe y de garante de la autenticidad de la vida consagrada. El milagro que más impresiona, que casi hace una radiografía del alma del Santo, es la aparición del Niño Jesús. Aquí aparece el San Antonio estático, absorto en la intimidad divina, de la religiosidad ferviente y suavemente afectiva, con los matices y las connotaciones del gran enamorado.

Se suele decir que los médicos especialistas, en Lourdes, "constatan" la realidad de un determinado milagro. La expresión no es adecuada, hay ir con cuidado. Un médico, como tal, no tiene el deber de constatar los milagros. En este sector, su tarea es declarar que una curación, en el estado actual de los estudios, no se puede explicar con sus tesis. Puede ser que, en el futuro, la ciencia médica pueda aclararlos con detalle.

El milagro, lo sabe percibir sólo el creyente, en un halo de fe. Es otro tipo de saber, que está fuera de la ciencia experimental. Tenemos que cultivar una actitud de silencio adorante, haciéndonos transparentes a la luminosidad interior, gracias a la que podemos percibir la presencia divina: "Has ocultado estas cosas a los sabios e inteligentes, y se las has mostrado a los pequeños" (Lc 10, 21)..

San Antonio sigue donando dos tipos de gracias. Ante todo, por un evidente designio de la Providencia, San Antonio orienta el sentido religioso de mucha gente hacia Cristo, sostiene la fe vacilante entre las vicisitudes de la vida, solicita hacia el sacramento del perdón y la Eucaristía, sorprende a quien está lejos o desinteresado respecto a Dios con la fascinación interior de la conversión. El Santo constituye para muchos cristianos quizás el único punto de referencia concreto, adecuado para favorecer y explicar en el caos de la vida una relación con Dios.

En segundo lugar, San Antonio amplia en el mundo el corazón de Dios mismo, dando fe y esperanza. Problemas familiares o de trabajo, desviaciones de los hijos o enfermedades: son tantas las ocasiones en la vida en que los hombres se sienten impotentes. Ahí el Santo, siempre atento durante su vida a las necesidades de la familia, sigue siendo en la Iglesia mediador concreto y privilegiado hacia Dios.

"Nosotros hijos tenemos que pedir algo a nuestro Padre. Pero todo lo que existe no es nada, más que amar a Dios. Tenemos que pedir por lo tanto amar a Dios, sosteniéndolo en sus miembros más débiles y enfermos, alimentarlo en los pobres y en los indigentes. Si pedimos amor, bien, el mismo Padre, que es Amor, nos dará lo que él es: ¡el amor!"(Dai Sermones, vol. I, pp. 333-334).

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Tomado de: http://www.sanantoniodepadua.org

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1 comentario:

Unknown dijo...

Muy agradecida por esta magnífica información acerca de San Antonio. No tenía ni idea de la grandeza, de los alcances de este santo, tan admirado pero tan desconocido. El contacto con San Antonio está actuando en mí a la manera de una nueva conversión. Gracias del alma...