3. El Matrimonio y el celibato
La Familiaris Consortio que plantea toda esa doctrina ya en los números 12 y 13, en el número 16 dice: “La virginidad o celibato por el Reino de los Cielos, no contradicen la dignidad del matrimonio, sino que la presuponen y la confirman”. Son otro modo de vivir el misterio de la Alianza de Dios con los hombres que se le han rendido por la fe. Y añade: “Cuando no se estima el matrimonio, no puede estimarse tampoco la virginidad consagrada; cuando la sexualidad humana no se considera un valor donado por el Creador, pierde significado renunciar a su uso por el Reino de los Cielos”. Cita a San Juan Crisóstomo que dice: “Lo que aparece un bien solamente en comparación con un mal, no es un bien grande; pero aquello que es mejor que los bienes considerados tales por todos, es un bien en grado superlativo”.
Y explica más el número 16 de la “Familiaris Consortio”: “En la virginidad, el hombre está a la espera, incluso corporalmente, de las Bodas escatológicas de Cristo con la Iglesia, dándose el célibe totalmente a la Iglesia con la esperanza de que Cristo se dé a ella en la plena verdad de la vida eterna. La persona virgen anticipa así, en su carne, el mundo nuevo de la futura resurrección. Y mediante este testimonio, la virginidad mantiene viva en la Iglesia la conciencia del misterio del matrimonio cristiano indisoluble, y lo defiende de toda reducción y empobrecimiento. Haciendo libre de modo especial el corazón del hombre hasta encenderlo mayormente de caridad hacia Dios y hacia los hombres”.
Dos citas más del mismo texto: “Aun habiendo renunciado a la fecundidad física, la persona así virgen se hace espiritualmente fecunda, padre y madre de muchos, cooperando a la realización de la Familia según el designio de Dios”. “La fidelidad de la personas vírgenes, ante las eventuales pruebas, debe edificar con su ejemplo la firmeza de la fidelidad de los esposos”. La virginidad consagrada y el matrimonio de cristianos es, por igual, haberse hecho de Cristo abrazado con la Cruz. Pero no es haberse hecho así al recibir el sacramento del matrimonio o al consagrarse en la virginidad, sino al haberse comprometido, mediante esos ritos, a estar siendo de Cristo totalmente y exclusivamente de él durante toda la vida. Sin renegar ya de ser de Cristo, queriendo ser siempre santos con El.
Optar por ser célibes sin entregarse a ser santos, siendo de Cristo de manera total y en exclusiva, o querer vivir el celibato sin mantenerse fieles en esta entrega a Cristo de modo irrenunciable, es algo imposible y hasta inadmisible por irracional. De modo semejante a como es imposible, y acaso hasta inadmisible, la fidelidad total y la indisolubilidad del matrimonio, sin esa misma entrega a ser definitivamente de Cristo, desde la fe en él, y con el amor que Dios pone en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos da.
Si en los últimos tiempos se han dado tantas deserciones entre los consagrados por el Celibato con Voto, es porque, quienes desertaron, no se entregaron a ser de Cristo de manera exclusiva y total, o porque, después, no se mantuvieron en esa entrega, ni la cultivaron con la vida de auténtica oración. Y del mismo modo, si cada vez más se rompe la indisolubilidad del matrimonio cristiano y aun se discute su legitimidad, es por la renuncia a entender el matrimonio con un amor como el de Cristo a su Iglesia y por no querer vivirlo con esa radicalidad del verdadero amor.
¿Nuestro amor de pareja, cada día de la vida, en qué se parece al amor de Cristo a su Iglesia y en qué nos estamos quedando lejos de ese amor de Dios realizándose en nosotros?
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Agradecemos al P. Vicente Gallo, S.J. por su colaboración.
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