P. Miguel Girón, S.J.
Al decir Jesús tengo sed, sujetaron a una caña una esponja empapada de vinagre y se la acercaron a Jesús. Cuando Jesús tomó el vinagre dijo: “Todo está Consumado, Todo está cumplido.”
En Cristo Jesús se cumplen todas las promesas, todas las profecías. En esta palabra se resume todo cuanto ha realizado desde el momento en que se hace carne en el seno de la Virgen María, hasta el último momento en que vive entre nosotros.
En la Carta a los Hebreos se nos dice: “He aquí que vengo Señor, a hacer tu voluntad. Y la voluntad de Dios es entrar en la cruz. Mi alimento es hacer la voluntad del Padre.”
Para los que no tienen fe, dice San Pablo, la cruz es el signo más claro de la humillación y del fracaso más absoluto; para los que tienen fe, la cruz es la fuerza y la sabiduría de Dios; la acción permanente de la salvación del hombre.
Aquí en la muerte de Cristo podemos encontrar la respuesta a la pregunta insistente del hombre de hoy ante el misterio insoldable del dolor y de la muerte.
¿Cómo se entiende el hecho de tantos niños enfermos de cáncer y de sida? ¿De miles de niños que mueren de hambre en el mundo; muchedumbre de personas que mueren en terremotos; inundaciones; catástrofes terribles en la tierra y en el mar, y miles y miles de personas desterradas de su patria? Tantas guerras en las que mueren millones de personas.
¿Si Dios existe y si Dios es bueno, por qué el sufrimiento y la muerte?
Sólo mirando a Cristo que siendo inocente muere en la cruz y que resucitó al tercer día podemos encontrar la verdadera respuesta a esta incógnita que el hombre por sí solo no puede aclarar.
Es Cristo que se somete al dolor anunciado por los profetas, y que tiene pleno cumplimiento en su PASIÓN. Muriendo, destruyó nuestra muerte y resucitando restauró nuestra vida.
No es el determinismo fatal ni la muerte sin remedio, que lleva a dudar de la bondad y de la misericordia de Dios. Es Cristo, que muere consciente y voluntariamente después de haber cumplido completamente la voluntad de Dios anunciado por los profetas.
Cristo sale del Padre y vuelve a Él con la conciencia y la confianza de haber cumplido la voluntad de Dios en plenitud en todos los momentos de su vida.
Por eso, Jesús, en la salud alaba, en la desgracia purifica, en la enfermedad redime y en la muerte dolorosa salva. Es el Cristo misterioso presente en el hombre de hoy que experimenta el dolor, el sufrimiento y la muerte para resucitar y para nunca más morir. Y con el sufrimiento, completo lo que falta a la pasión de Cristo a favor de su cuerpo que es la Iglesia, dice San Pablo. El profeta Isaías entre todos los profetas inspirado por Dios, es el que mejor ha interpretado la infancia, la pasión y la muerte de Cristo.
Una Virgen, dice, que está encinta dará a luz un hijo que se llamará Enmanuel, que significa Dios con nosotros.
Dice San Lucas al principio de su evangelio que María, sin comprender perfectamente la vocación de ser Madre del Redentor, siendo virgen, ante las palabras del ángel Gabriel: “el Espíritu Santo vendrá sobre ti y la virtud del altísimo te cubrirá con su sombra”, responde confiada en el poder de Dios: “he aquí, la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”, y el verbo se hizo carne y habitó entre nosotros y todo se ha cumplido, dice Jesús.
“Y tú, Belén de Judá; no eres la más pequeña de las ciudades, porque de ti nacerá un caudillo que apacentará a mi pueblo Israel”, dice el profeta.
San Lucas hablando de esta profecía dice: “Subió José desde Galilea, de la ciudad de Nazaret a Judea, la ciudad de David que se llama Belén para empadronarse con María su esposa que estaba encinta y se cumplieron los días del alumbramiento y dio a luz a su hijo primogénito.” Por eso Jesús pudo decir antes de morir: todo se ha cumplido.
Para que Herodes no consiguiera dar muerte al Niño Jesús, se le apareció en sueños a José el Ángel del Señor y le dijo: “levántate y toma al niño y a su madre y huye a Egipto y permanece ahí hasta que yo te lo diga, porque Herodes quiere matar al niño”. José cumplió todo lo que se le anunció en sueños, se retiró con María y el niño a Egipto y estuvo allí hasta la muerte de Herodes para que se cumpliese el oráculo del profeta: “De Egipto llamé a mi Hijo”.
Los fariseos murmuraban contra Jesús porque comía con los publicanos y pecadores. Al oírlos Jesús respondió: “Aprended aquello de «Misericordia quiero y no sacrificio, porque no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores»”, profecía anunciada por el profeta Amos y cumplida por Jesucristo con Mateo (no he venido a salvar a los justos…), Zaqueo (la salvación ha entrado…); con la samaritana (llama a tu marido. Bien dices que has tenido cinco…), con Pedro (me negarás tres veces… y lloró amargamente!), con la pecadora que ungió la cabeza de Jesús con aceite, lavó los pies con sus lágrimas y los secó con sus cabellos (se le perdonó mucho porque amó mucho…)
Al final de la parábola del hijo pródigo hay una palabra que expresa exactamente los sentimientos más profundos del corazón de Cristo al cumplir la profecía: “Misericordia quiero y no sacrificios”, porque el Padre, ante su hijo mayor, que no quería perdonar ni participar de la alegría de la fiesta del perdón dijo: “convenía celebrar una gran fiesta porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado.”
Jesucristo cumple esta profecía y expresa al mismo tiempo la alegría del Padre hacia el hijo pecador y el olvido total del pecado. Hay más alegría en el cielo por un pecador que se convierte, que por 99 que no necesitan penitencia.
Cuando Jesús, después de haber anunciado tres veces su pasión y resurrección, se dispone a realizar su último viaje a Jerusalén, San Lucas dice así “marchaba Jesús por delante, subiendo a Jerusalén.”
Marchaba por delante porque Él es el buen pastor que conduce a sus ovejas, porque no los abandona, porque Él es el camino donde quedan grabadas las huellas que han de seguir las futuras generaciones de santos y mártires a lo largo de los siglos. Y subiendo a Jerusalén porque Jesús es consciente que sube a la ciudad santa para morir y dar la vida por todos. Sube a Jerusalén con alegría, porque sabe que ha de cumplir las profecías más arduas y difíciles, y confía en su Padre que le impulsa, le acompaña y le sostiene en su misión redentora.
Antes de la Fiesta de la Pascua, dice San Juan, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. Hasta el extremo.
Porque voluntariamente camina hacia la cruz siendo inocente.
Porque siendo inocente se deja hacer la injusticia.
Porque siendo nosotros enemigos no tuvo en cuenta el mal.
Porque nos amó y se entregó por nosotros pecadores.
El extremo del amor es el amor al enemigo, al criminal, al homicida, al que te roba, al que te ha hecho algún daño, amar al que no te quiere, al que habla mal de ti, al que te calumnia, al que no piensa como tú, al que tiene algo contra ti.
Amarle en la dimensión de la cruz.
Profecía anunciada y cumplida por Jesús cuando dice “el mandamiento que yo os doy es que os améis unos a otros como Yo os he amado”.
El profeta Isaías en el capítulo 53 nos narra paso a paso, casi a la letra, todo el sufrimiento, fruto de nuestros pecados, que el Señor permitió que se centrase en el cuerpo y en el espíritu de su Hijo en las últimas horas de su vida. Profecía en la que Cristo pudo decir “en mí se cumple esta palabra «despreciado y desecho de los hombres, varón de dolores, ante quien se vuelve el rostro, azotado, herido de Dios y humillado. Herido por nuestras rebeldías y molido por nuestras culpas, soportó el castigo que nos trae la paz»”.
“Y con sus heridas hemos sido curados. No abrió la boca como cordero llevado al matadero. Fueron nuestros sufrimientos, dolores y culpas cargadas sobre su cuerpo los que su amor soportó y no tenía aspecto ni apariencia ni presencia. Aunque no hizo atropello ni engaño hubo en su boca.”
¿Por qué en la cruz estás muerto, Señor, siendo el autor de la vida?
Porque al hombre, en el desierto, le diste la libertad y siendo tú mismo siervo y obediente hasta la muerte, clavado sobre el madero, tu Padre te levantó por encima de los cielos, para ser dueño y Señor de los vivos y los muertos, y por eso ante su nombre, confesándote Dios Nuestro, toda rodilla se doble en la tierra y en el cielo”.
Sí
- Anunció tres veces su pasión, muerte y resurrección.
- Dijo claramente “Todo se ha cumplido” en el Cristo físico y en el Cristo místico.
- Con mis sufrimientos y dolores COMPLETO lo que falta a la pasión de Cristo en la Iglesia Itinerante y en la Iglesia Triunfante, revestida de la Gloria de Dios en plenitud, que esperamos alcanzar con la ayuda de Dios.
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Agradecemos al P. Miguel Girón S.J. por su colaboración.
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