Matrimonios: Ir todos a la Viña del Señor, 1º Parte
Los laicos, llamados a la santidad
P. Vicente Gallo, S.J.
El 18 de noviembre el año 1.965, el Concilio Vaticano II promulgó el Decreto “Apostolicam Actuositatem” diciendo en él (AA 3): “Este sacrosanto Concilio, ruega en el Señor a todos los laicos que correspondan con ánimo generoso y prontitud de corazón a la voz de Cristo y los impulsos del Espíritu Santo... El mismo Señor invita de nuevo a todos los laicos, por medio de este Santo Concilio, a que se unan cada día más íntimamente y a que, haciendo propio todo lo suyo (Flp 2, 5), se asocien a su misión salvadora; y de nuevo los envía a todas las ciudades y lugares a donde ha de venir El (Lc 10, 1s)
El día 30 de diciembre de 1988, fiesta de la Sagrada Familia de Jesús, María y José, el papa Juan Pablo II envía a la cristiandad la Exhortación Apostólica que titula “Chirstifideles Laici” (“Los laicos fieles a Cristo”), después del Sínodo de los Obispos sobre ese tema, en el año anterior, 1987.
Comienza diciendo en ese Documento (que citaremos CL): “Los fieles laicos, cuya vocación y misión en la Iglesia y en el mundo a los veinte años del Concilio Vaticano II ha sido el tema del Sínodo de los Obispos de l987, pertenecen a aquel Pueblo de Dios representado en los obreros de la viña de los que habla el Evangelio de Mateo: ‘El Reino de los cielos es semejante a un propietario que salió a primera hora de la mañana a contratar obreros para su viña. Habiéndose ajustado con los obreros en una denario al día, los envió a su viña’ (Mt 20, 1-2). La parábola evangélica despliega ante nuestra mirada la inmensidad de la viña del Señor y la multitud de personas, hombres y mujeres, que son llamadas por El y enviadas para que tengan trabajo en ella. La viña es el mundo entero (Mt 13, 38), que debe ser transformado según el designio divino en vista de la venida definitiva del Reino de Dios. (CL 1)
Y añade: “El llamamiento del Señor Jesús ‘Id también ustedes a mi viña’ no cesa de resonar en el curso de la historia desde aquel lejano día; se dirige a cada hombre que viene a este mundo...No se dirige sólo a los Pastores, a los sacerdotes, a los religiosos y religiosas, sino que se extiende a todos. También los fieles laicos son llamados personalmente por el Señor, de quien reciben la misión a favor de la Iglesia y del mundo. Lo recuerda San Gregorio Magno quien, predicando al pueblo, comenta de este modo la parábola de los obreros de la viña: ‘Fíjense en su modo de vivir, queridísimos hermanos, y comprueben si ya son obreros de la viña; examine cada uno lo que hace y considere si trabaja en la viña del Señor’... El Señor invita de nuevo a todos los laicos, por medio del Santo Concilio, a que se le unan cada día más íntimamente y a que, haciendo propio todo lo suyo (Flp 2, 5), se asocien a su misión salvadora” (CL 2).
La Iglesia en la Viña del Señor que es el mundo
La Iglesia de Cristo, en el Concilio Vaticano II, tuvo como pretensión renovar la acción salvadora que el Señor nos encomendó para el mundo de hoy. El Sínodo de los Obispos, veinte años más tarde, insiste en que hoy se convoca también a los laicos. También ellos han de saber afirmar: “Nosotros somos la Iglesia”; la que se critica de tantos modos al comenzar el siglo XXI, sin saber casi nunca lo que es esa Iglesia ni lo que debe ser. Es a nosotros a quienes se critica: por aquello que no hacemos siguiendo la voz de Cristo con los impulsos del Espíritu Santo, y por aquello que hacemos tan mal.
¿No será Dios, acaso, quien nos critica a todos los cristianos mediante la voz de creyentes y no creyentes? Porque es cierto que la Iglesia somos todos los bautizados creyentes en Cristo. Si hay un Obispo que es mal Pastor en su vivir o en su acción pastoral, a la que difama es a la Iglesia, que en él está siendo merecedora de crítica y reproche. Si hay un Sacerdote que es pecador o mal cumplidor de su ministerio de pastorear a sus cristianos, es la Iglesia, en él malparada, la que merece la crítica y los reproches. Igualmente cuando hay un Religioso o una Religiosa viviendo indignamente sus Votos o su tarea pastoral, en ellos es la Iglesia la que merece crítica por ser mala Esposa del Señor.
Pero la crítica y los reproches a la Iglesia de Cristo pueden recaer del mismo modo sobre los simples fieles que, igualmente, cuando pecan, hacen pecadora a la Iglesia; cuando hacen mal las cosas, es la Iglesia la que en ellos queda difamada; cuando son santos, es santa la Iglesia en ellos; y cuando evangelizan debidamente, ellos son la Iglesia de Cristo que salva al mundo. Porque todos somos la Iglesia aunque los Obispos, los Sacerdotes y los Religiosos o Religiosas estén llamados a serlo con ejemplaridad de verdaderos guías en nombre del Señor Jesús.
En tiempos pasados, la palabra “laicos” se usaba para mencionar a aquellos que, o nunca se habían hecho “cristianos”, o habían renegado de serlo, por ejemplo “los masones”. Pero el Concilio Vaticano II, definitivamente recuperó el significado original de la palabra, que significa “los que constituyen el pueblo”. Hablando de la Iglesia como “Pueblo de Dios”, “laicos” son los fieles bautizados, aquellos que en los Evangelios se los llama los “Discípulos”, los seguidores de Jesús, a diferencia de los elegidos por El para ser sus íntimos.
Por eso el Concilio se dirige a “los laicos” al hablar de quienes el Señor envía por delante a los lugares a donde había de ir El (Lc 10, 1). Y Juan Pablo II recuerda a “los laicos” que la Viña de Dios es el mundo entero que debe ser trabajado según el plan divino de Salvación en Jesucristo, y para cuya tarea llama más y más trabajadores para su Viña. Todos vemos al mundo tan perdido porque faltan trabajadores en esa Viña de Dios, o porque los que están comprometidos a trabajar en ella lo hacen muy mal. El mundo está perdido porque la Iglesia misma está en crisis aportando malos trabajadores del Señor. La humanidad se ve perdida por culpa de todos los llamados a trabajar en la Viña de Dios; pero específicamente porque los laicos se desentienden comúnmente de la tarea, a pesar de haber sido todos llamados a ella con apremio y urgencia.
Recordemos, de nuevo, las palabras de San Gregorio: “fíjense en su modo de vivir y comprueben si son ya obreros del Señor; examine cada uno lo que hace, y considere si trabaja en la viña del Señor”. Yo mismo, siendo sacerdote además de religioso, y todos quienes lo son como yo, he de ser el primero en hacerme seriamente esta reflexión personal. Es en nosotros donde se da en nuestros días, comienzo del tercer milenio, la más grave de las deficiencias en la Iglesia. No despreciemos las críticas que se nos hacen. Tengamos la valentía de reconocerlas, para convertirnos a lo que Cristo esperó de nosotros.
Pero igualmente se ha de aplicar a los laicos el cuestionamiento. En estos tiempos, en los que ya es definitiva la conciencia de los laicos de que todos somos la Iglesia. En estos tiempos, en los que el cambio según Dios, de nuestro mundo y sus estructuras, ha de ser función principal de los laicos. En estos tiempos, en los que han surgido con tanta fuerza inicial los nuevos Movimientos Apostólicos, principalmente de laicos. Reconozcamos todos que se hace mucho, quizás más que nunca, más estudiadamente que en tiempos anteriores. Pero que no se “evangeliza”. Por eso el mundo adolece tanto de no estar evangelizado. No vamos delante de Jesús haciendo posible que El llegue y entre, para salvar de tanta perdición a quienes, con todos sus talentos de hombres, no se pueden salvar.
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Agradecemos al P. Vicente Gallo, S.J. por su colaboración.
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