La Iglesia - 36º Parte: La Universal vocación a la Santidad en la Iglesia - El Bautismo sacramento, de la iniciación a la vida cristiana

P. Ignacio Garro, S.J.

SEMINARIO ARQUIDIOCESANO DE AREQUIPA


30. LA UNIVERSAL VOCACIÓN A LA SANTIDAD EN LA IGLESIA


30.1. LA VOCACIÓN A LA SANTIDAD ES UNIVERSAL EN LA IGLESIA
         
De alguna manera podríamos decir que no sólo los fieles (bautizados), sino todos los hombres del género humano están llamados a la santidad, puesto que Dios quiere que todos los hombres se salven y se incorporen a la Iglesia: "Todos los hombres están llamados a formar parte de este nuevo Pueblo de Dios". L G Nº 13. Y en la Iglesia todos están llamados a la santidad. Pero aquí se trata naturalmente de los fieles que ya están incorpora­dos a la Iglesia. De ellos se afirma taxativamente que "todos, ya per­tenezcan a la jerarquía, ya sean apacentados por ella, son llamados a la santidad según dice el Apóstol : "Esta es pues, la voluntad de Dios, vuestra santificación", l Tes 4, 3; Efes 1, 4. L G, Nº 39.
         
En realidad si analizamos el concepto de santidad, podemos decir que todos los fieles cristianos, por el hecho de su bautismo, quedan incorporados al Misterio de Cristo, vinculados a su gracia santificante, tienen ya una santidad fundamental, objetiva. Incluso aquellos que por el pecado han perdido la gracia de Dios, no quedan desligados sobrenaturalmente de Dios, pues  aunque han perdido la caridad, les queda la fe y la esperanza, y por otros canales de gracia se benefician al estar incor­porados de alguna manera a Cristo. Cuando se afirma que todos los fie­les están llamados a la santidad, se quiere decir que todos ellos de­ben de lograr una plena identificación con Cristo, modelo y ejemplar de toda santidad.


30.1.1. Cristo modelo de santidad
         
La santidad, es un concepto relativo a Dios, El Santo. "Santidad": Objetivamente es aquello que pertenece o que lleva a Dios. Subjetivamente es la vida del hombre que copia el modelo de Dios; de donde la santidad consiste en definitiva, en la confor­mación o configuración con Cristo, Dios hecho hombre y por lo tanto cer­cano a los hombres, "en todo semejante a ellos menos en el pecado", Hebr. 4, 15; Gal 4, 4. Por eso puede decir S. Pablo "que Dios nos eligió en Cris­to para que fuéramos santos e inmaculados", Efes 1, 4-5. La fe y el bautismo producen esa fundamental conformación ya que nos revis­ten de Cristo, Gal 3, 27, y hacen al cristiano propiedad de Cristo, l Cor 1, 13.


30.2. EL BAUTISMO, SACRAMENTO DE LA INICIACIÓN A LA VIDA CRISTIANA
         
Veamos la fuerza dinámica del Bautismo,. La santidad fundamental comunicada en el bautismo es una santidad dinámica, pues lleva entrañada una exigencia de llegar a la medida de la plenitud de Cristo, Efes 4, 13; Filp 3, 15, que es forma visible de llegar a la perfección de Dios, Mt 5, 48. El bautis­mo es un camino, no una estancia; es el comienzo de una vida divina y la vida es progreso, y es asimilación, y es dinamismo. Jesús dice: "He venido para que tengan vida y la tengan en abundancia", Jn 10, 10.
         
Cuando Cristo presenta al cristiano la perfección del Padre celestial como ideal de perfección, no se trata de una mera utopía optimista, si­no de señalar una ruta que requiere todo el esfuerzo de la exis­tencia humana. Cuando nos exhorta a que hemos de ser misericordiosos como el Padre es misericordioso, Lc 6, 36, siguiendo las pisadas de Cristo, l Petr 2, 21, imitando su manera de obrar con los discípulos, Jn 13, 15, cumpliendo los preceptos de Cris­to  como él los cumplió del Padre, el cristiano vive en Cristo como El vive en su Padres y vive en toda verdad, justicia y bondad, Efes 5, 8-11; de tal manera que la vida de Cristo se manifiesta en él, 2 Cor 4, 11;
         
El ideal de perfección es Cristo, a quien Pablo imita, como deben de hacerlo todos los cristianos, l Cor 11, 1, que no pueden poner nunca límite a su afán de perfección: "Atended a cuanto hay de verdadero, de honorable, de justo, de puro, de amable, de laudable, de virtuoso, de dig­no, de alabanza; a esto estad atentos y practicad lo que habéis aprendido y recibido y visto en mí", Filp 4, 8-9. Porque el bautismo reviste de Cristo, el bautismo exige en su pro­fundo dinamismo la plena identificación con El. Pero, además, porque el bautismo hace al cristiano propiedad de Cristo, el bautismo exige que Cristo ejerza su dominio sobre el cristiano. Y este dominio lo ejerce por medio del Espíritu Santo. Guiarse siempre por el Espíritu de Cristo, eso es pertenecer a Cristo: "No vivís según la carne, sino según Dios. Si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, ése no es de Cristo", Rom 8, 9-11. Ahora bien, "los que son de Cristo han crucificado su carne con los vicios y las concupiscencias", Gal 5, 24.
        
30.2.1. La dinámica de la fe y del amor
         
El bautismo es una inicia­ción, una iluminación en la que se comunica la fe; es una comunica­ción de la vida de Dios, porque es participación de su modo de cono­cer. Por la fe podemos conocer el modo de obrar de Dios, porque por ella conocemos su vida intratrinitaria y su modo de obrar con los hombres. La fe es guiarse en todos los juicios de valores por el criterio de Dios, en último término, por la palabra de Dios; es guardar los mandamientos de Dios, es hacer siempre lo que se estima agradable a Dios. Pero como la vida de Dios no es sólo conocimiento, sino que fundamentalmente es amor, la fe perfecta, que es comunicación de la vida de Dios, lleva consigo también una comunicación de su amor, que se difunde en el corazón de los fieles, Rom 5, 5. Esta caridad, no es un amor cualquiera, sino el mismo amor de Dios, fuerte, universal, constante, solícito, sacrificado hasta la muerte, paciente, humilde, benigno, bienpensado, incluso cré­dulo, tolerante, etc. 1 Cor 13, 4-8.
         
Jesús entra en nosotros por la fe, vive en nosotros por la caridad. La fe es visión de Dios aferrado en nosotros, la caridad es el cora­zón de Dios latiendo en el nuestro. Esto es grandioso, y si así no fuera ¿para qué iba a enviar Dios su Espíritu Santo a nuestros co­razones?. 2 Cor 1, 22; Rom 5, 5. Así se concibe que Pablo pueda decir que Cristo habita en nosotros por la fe, Efes 3, 17, más aún, "que Cristo es el que vive en él", Gal. 2, 20, y por eso, si hay en el cristiano una vida digna de tal nombre, es porque vive de la fe, Gal 3, 11; Rom 1, 17; Hebr 10, 38.
         
El dinamismo del bautismo lleva al dinamismo de la fe y de la caridad, que se infunden en el sacramento de la iniciación cristiana. Nada más contrario a la pasividad y a la inercia. Un continuo progreso; una continua exigencia de superación caracteriza al ser íntimo del cristiano, hasta que llegue a la medida de la plenitud de Cristo. Como el atleta, con sus músculos tensos, su cuerpo lanzado hacia a­delante, 1 Cor 8, 9, la vida del cristiano es una ardorosa carrera para dar a Cristo alcance. Cristo que un día nos alcanzó en el bautismo, es al mismo tiempo el trofeo tras el que corremos, Filp 3, 12 ;  pero que siempre nos precede de cerca para alentar mejor nuestra ca­rrera.
         
Para eso están los sacramentos en la Iglesia, viático en la marcha puestos de aprovisionamiento para seguir avanzando sin hacer alto en el camino. Entre todos, el de la Eucaristía, sacramento de la fe por excelencia y de la unión con Cristo en la caridad. Es el sacramento de la unión y de la conversión en Cristo: "El que me come vivirá por mí", Jn 6, 57. Por eso es también el sacramento de la Iglesia, "Porque no hay más que un solo pan, formamos un solo cuerpo, aunque somos muchos", l Cor 10, 15-17. La Eucaristía es la perfección de la incorporación a Cristo en el bautismo, el sacramento sensible de la unión con Dios, por medio de Cristo y de la unión con los hombres,  es la fuerza que nos transforma en Dios para acercarnos a los hombres.

El Concilio Vaticano II en  Lumen Gentium, Nº 11, c: "Todos los fieles cristia­nos, de cualquier condición y estado, fortalecidos con tantos y tan poderosos medios de salvación, son llamados por el Señor, cada uno por su camino, a la perfección de aquella santidad con la que es perfecto el mismo Padre", L. G.  Nº 40, a: "El Divino Maestro y Modelo de toda perfección, el Señor Jesús, predicó a todos y a cada uno de sus discípulos, cualquiera que fuese su condición, la santidad de vida de la que El es el iniciador y consumador : "Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto", Mt 5,48.  L. G. Nº 32, c: "Si bien en la Iglesia no todos van por el mismo camino, sin embargo, todos están llamados a la santidad y han alcanzado idén­tica fe por la justicia de Dios". L. G. Nº 42, e : "Quedan ... invitados y aun obligados todos los fieles cristianos a buscar insistentemente la santidad y la perfección dentro del propio estado". 



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Agradecemos al P. Ignacio Garro S.J. por su colaboración.


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