P. Rubén Vargas Ugarte S.J.
1. LOS ORÍGENES DE LA DEVOCIÓN
1.1. Santa Rosa de Lima
La devoción al Corazón de Jesús es una devoción de los tiempos modernos. Dios quiso servirse de ella para disipar la frialdad que iba invadiendo los corazones de los cristianos y como un nuevo incentivo que excitará su voluntad y la moviera a cumplir con el precepto del amor a Dios, que es el primero y el más grande de todos los mandamientos. Pero así como la devoción a la persona de Cristo ha sido de todos los tiempos y nace con el cristianismo, así también la devoción a su Corazón Sagrado, como símbolo de su ardiente caridad, puede decirse que es tan antigua como la Iglesia. Pero no a todos fue concedido penetrar en ese santuario de la Divinidad y comprender aquello que llama San Pablo la latitud y extensión, lo sublime y lo profundo de la caridad de Cristo. Esto lo había reservado Dios para algunas almas escogidas, las cuales en el interior de su espíritu y en el secreto de su retiro comenzaron a rendir homenaje a aquel Corazón que se agotó por demostrarles a los hombres su amor.
La devoción al Corazón de Jesús es una devoción de los tiempos modernos. Dios quiso servirse de ella para disipar la frialdad que iba invadiendo los corazones de los cristianos y como un nuevo incentivo que excitará su voluntad y la moviera a cumplir con el precepto del amor a Dios, que es el primero y el más grande de todos los mandamientos. Pero así como la devoción a la persona de Cristo ha sido de todos los tiempos y nace con el cristianismo, así también la devoción a su Corazón Sagrado, como símbolo de su ardiente caridad, puede decirse que es tan antigua como la Iglesia. Pero no a todos fue concedido penetrar en ese santuario de la Divinidad y comprender aquello que llama San Pablo la latitud y extensión, lo sublime y lo profundo de la caridad de Cristo. Esto lo había reservado Dios para algunas almas escogidas, las cuales en el interior de su espíritu y en el secreto de su retiro comenzaron a rendir homenaje a aquel Corazón que se agotó por demostrarles a los hombres su amor.
Por eso
donde quiera que hubo almas intensamente enamoradas del Salvador, almas
desnudas de todo afecto que no fuera dirigido a Él, esta devoción no pudo menos
de prender en ellas y las atrajo con irresistible impulso. A estas almas
privilegiadas que precedieron a Santa Margarita María Alacoque, se las denomina
con razón las precursoras de esta devoción. Si las hubo en las regiones donde
el Evangelio se predicó desde sus orígenes, no podían faltar en este Nuevo
Mundo, ganado tardíamente para la fe de Jesucristo, pero donde la gracia que
recibimos en los Sacramentos no podía dejar de obrar los mismos efectos en las
almas, pues uno mismo es el Espíritu que en ellas se difunde y el que ayer, hoy
y siempre transforma los corazones y los encamina hacia Dios.
No nos debe
extrañar por tanto que en el Perú hubiera almas escogidas que sintieran la
atracción de esa abertura del costado de Cristo, de esa hendidura de la piedra,
adonde el mismo Señor las invitaba a penetrar. Mencionaremos algunas de ellas,
no todas, porque muchas no nos revelaron los secretos de su alma y en silencio
gustaron las delicias de esta fuente de aguas vivas. Una de estas almas fue
Rosa de Lima. ¿Cómo no había de ser devota del Corazón de Cristo la que vivió
crucificada con Él y le amó tanto que mereció tenerle por Esposo? Ya en una
ocasión, disfrazado de cantero, se había mostrado en visión intelectual a los
ojos de Rosa y le había preguntado si le admitía por Esposo. Rosa no ha
vacilado, toda confusa, en responderle que sí, pero su desposorio con la Santa
se realizó más tarde. Ella misma lo declaró al Dr. Castillo, que recibió orden
de sondear su espíritu, pero no hallaba palabras para explicar el favor que
había recibido.
Era un
Domingo de Ramos del año 1617. El cálido ambiente de Lima en esta ópera
convidaba más el descanso y al regalo que a la austeridad y penitencia, pero
Rosa sabía muy bien que aquella semana era de Pasión y había extremado los rigores
con que maltrataba su cuerpo. De hinojos en la capilla del Rosario, en la nave
de la epístola del templo de Santo Domingo, esperaba que se distribuyeran las
palmas y los olivos, después de la ceremonia ritual. Al acercarse modestamente
a recibirla de manos del Preste, no hubo para ella en el reparto. Se volvió al
sitio que ocupaba y en su humildad pensó que lo había así dispuesto Dios en
castigo de sus faltas. Dirigiéndose a la Virgen del Rosario le pidió
intercediese por ella, por si había ofendido en algo a su Divino Hijo. La
respuesta la recibió interiormente, pues sintió que su Espíritu se bañaba en un
río de paz y que María la miraba con complacencia. Alentada entonces, le pidió
a Nuestra Señora pusiese en sus manos la palma de los elegidos y el Niño que
sostenía la Virgen en sus brazos, volviéndose a la Santa, le dijo con toda
claridad: Rosa de mi corazón, se mi esposa.
Quedó la
Santa fuera de sí y ajena a cuanto la rodeaba. En sus oídos, pero más todavía
en su alma, resonaban aquellas palabras y ella no pudo articular otras sino
éstas: He aquí, Señor tu esclava, he aquí a tu sierva. Oh, Rey de la Majestad,
tuya soy y tuya seré siempre. Quiso conservar el recuerdo de esta gran merced y
pensó que el mejor despertador de su afecto sería un anillo. Ella, tan
recatada, tan opuesta a descubrir los dones con que Dios la favorecía, no
vaciló en comunicar a su madre y a su hermano Fernando su deseo. Quiso que el
anillo fuese de oro y que en el centro, en lugar de piedra, llevase un JHS
grabado y como su hermano le propusiese grabar en torno un mote apropiado, vino
en ello Rosa y Fernando, sin detenerse, escribió estas palabras: Rosa de mi
Corazón, se mi esposa. El platero ejecutó la obra y en lugar de la palabra
corazón delineó la figura del mismo.
El Jueves
Santo llevó el anillo a Santo Domingo y pidió al sacristán lo colocase dentro
de la urna en que había de guardarse el Sacramento. Allí permaneció Rosa, como
lo había hecho otras veces, hasta después de los oficios del siguiente día y
esta prolongada vela fue la preparación de sus bodas. Pero ¿cómo no había de
invitar a su desposorio a sus buenos amigos el Contador Don Gonzalo de la Maza
y su mujer, Doña María de Uzátegui? Aquel día o el siguiente se dirigió a su
casa y les anunció que el Domingo de Resurrección celebraría sus bodas con
Cristo. El P. Lorenzana había de poner en sus manos el anillo, al darle la
sagrada comunión, pero le sustituyó, no sabemos por qué, el P. Alonso
Velásquez. Era el 26 de marzo de 1617 y Rosa, después de recibir a Jesús que se
entregaba enteramente a ella, se ponía a su vez en manos de su Amado para
siempre y hasta el día en que celebrara con Él más altas bodas en otra esfera.
Con lo
dicho habría bastante para incluir a Rosa entre las almas favorecidas por el
Corazón de Cristo, pero hay algo más. Años más tarde, una amiga de Rosa, Doña
Luisa Melgarejo, mujer de gran santidad y a quien Dios regalaba con hablas
interiores, consignó en sus escritos estas palabras. Dice que, encomendado en
cierta ocasión a la Santa, el Señor le dijo: A Rosa la tengo en mi Corazón
porque ella siempre me ha tenido en el suyo. ¿Qué mayor prueba del acendrado
afecto de Rosa para con Jesús y de Jesús para con su sierva?
Bibliografía:
P. Rubén Vargas Ugarte S.J. Historia de la Devoción al Corazón de Jesús en el Perú.
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