SEMINARIO ARQUIDIOCESANO DE AREQUIPA
23.3. Cristo es el signo sensible de la gracia que salva
Cristo es signo manifestativo de la benignidad de Dios
para con los hombres. En El se nos manifestó la amistad de Dios, Tit 3, 4, y
los amorosos designios de su voluntad salvífica. Este misterio salvífico es el
misterio de Dios, Col 2, 2, escondido en Dios y descubierto tras largos siglos
de cuidadosa espera en la encarnación de Cristo, Tit 2, 11. Así el misterio de
la sabiduría de Dios se ha hecho tangible con la aparición de Cristo, portador
y ejecutor de esa sabiduría salvadora, l Cor 1, 24.
Merece la pena detenerse
ante este aspecto de signo que encierra la humanidad de Cristo; porque tiene
consecuencias importantes para el concepto sacramental de la Iglesia. La encarnación
del Hijo de Dios tiene un valor "manifestativo" de los planes
salvíficos de Dios Padre. Pero la resurrección de Cristo es el gran anuncio de
que esos planes salvíficos se han realizado, que el Padre se ha aplacado (de la
cólera del pecado) y que el hombre ha sido glorificado con Cristo (el hombre
nuevo).
El Padre, resucitando a Cristo de entre los muertos y
glorificándolo nos dio prueba de que había aceptado la satisfacción de Cristo
por nuestros pecados y que en El nos reconciliaba consigo. Ahora bien, no
podemos separar estas etapas de la vida, muerte y resurrección de Cristo como
si fueran cada una de ellas proporcionando diversos elementos constitutivos de
nuestra salvación. Todas ellas se resumen en un solo nombre: Cristo. Y Cristo
es, ya en su encarnación, en su vida mortal, en su muerte y en su resurrección,
el gran signo manifestativo de la benignidad del Padre, de sus planes
salvíficos, de nuestra redención, y de nuestra glorificación en El. Porque no
puede haber participación en la reconciliación con el Padre si no es
haciéndonos conformes con la imagen de su Hijo, Rom 8, 29.
23.4. Cristo es el instrumento o el signo eficaz de esa gracia
Es cierto que toda la Trinidad es la causa única y
principal de nuestra justificación. Pero la humanidad de Cristo fue el
instrumento mediante el cual esa justificación nos fue merecida y aplicada. Por
su unión personal con el Verbo, ese instrumento (su naturaleza humana) fue un
instrumento excepcional, capaz de operar nuestra justificación, como por su
propia virtud (teoría de la causalidad instrumental de Sto. Tomás).
Si nos atenemos a los datos
de la Sagrada Escritura, toda la humanidad de Cristo, su alma y su cuerpo, su
inteligencia y su voluntad se implicaban en los actos en los cuales se nos
perdonaban los pecados, Mt 9, 2, se ofrecía el sacrificio expiatorio de la
cruz, Jn 10, 18, unía a su persona después del sacrificio a todas las gentes,
Jn 13, 14, comunicaba a sus apóstoles el poder de perdonar los pecados, Jn 20,
23, el de santificar al los hombres, el de conducirlos con una autoridad participada
de la suya hacia el reino de los cielos, Mt 28, l8. Vemos pues que Dios ha
operado nuestra justificación por medio del instrumento de la naturaleza humana
de Jesús. Con esto vemos que Cristo puede llamarse con justicia el sacramento
de Dios:
- Primero, por ser el portador de invisibles realidades divinas en el visible vaso de su carne.
- Segundo, porque es el signo manifestativo de su gracia, de la benevolencia de Dios para con los hombres, de Dios que decreta salvarlos por Cristo y de Dios que acepta el sacrificio de Cristo.
- Tercero: es Cristo, el sacramento primordial, por ser el instrumento eficaz y visible de nuestra justificación. Existe, por tanto, una analogía entre el misterio de Cristo y el misterio de la Iglesia.
Veamos, por esta profunda analogía se asimila (la
Iglesia), al misterio del Verbo encarnado. La Const. "Lumen Gentium",
Nº 8, comenta: "Cristo, el único Mediador, instituyó y mantiene
continuamente en la tierra a su Iglesia santa, comunidad de fe, esperanza y
caridad, como un todo visible". Es decir, las estructuras visibles de la
Iglesia son portadoras de la presencia salvífica de Cristo. Por lo tanto, esas
mismas estructuras visibles tienen un valor de signo manifestativo. Más aún,
como quiera que son el instrumento salvífico querido por Dios, ese instrumento
es también signo eficaz de la gracia de Cristo. Es decir, como Cristo es el
sacramento del Padre, la Iglesia es, análogamente, el sacramento de Cristo.
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Agradecemos al P. Ignacio Garro S.J. por su colaboración.
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