La Familia Cristiana: 2º Parte


P. Vicente Gallo, S.J.


2.
La familia en el servicio a la vida.


Desde nuestra fe, al crear Dios a la primera pareja humana, lo hizo pronunciando una bendición: “Sed fecundos, multiplicaos, llenad la tierra, y sometedla a vuestro servicio”. Partícipes del Amor de Dios creador, y para serlo en ese “amor de pareja”, les daba el participar de su poder, para llenar la tierra toda, para sometérsela, y para formar con los hombres una familia y no una simple multitud. Todo lo que había puesto en la tierra era para los hombres, para hacerse señores de todo, compartiendo con Dios el señorío que le correspondía a El como Creador, y siempre con el poder del amor.

Más tarde, Dios en Persona vino a salvar a la humanidad, no sólo haciendo, que gracias a El, no perecieran con la muerte; sino dando a los hombres que tuviesen la abundancia de una Vida nueva, la Vida misma de Dios, decimos con nuestra fe (FC 28). Quienes creemos esto, tenemos un sentimiento de felicidad: al conocer ese amor con que Dios nos ama, y al verlo realizado en la pareja, los hijos, y el resto de parientes que forman la comunidad que es la familia.

La Iglesia, al defender con obsesión la obligación de la santidad y la fidelidad en el vivir en matrimonio, defiende el plan de Dios que se nos ha revelado, y del que ella es portadora como Buena Noticia para el mundo. Contra la opinión demasiado generalizada de que la Iglesia con su enseñanza amarga la vida de los hombres y la vida del matrimonio, debemos poner en claro, a toda la humanidad, que esa enseñanza no es sino aquella Buena Noticia de que “en la ciudad de David os nacido el Salvador, el Mesías, el Señor” (Lc 2, 11), y que venía para hacer con los hombres la Familia de Dios viviendo El con nosotros, lo que Jesús llamará después “el Reino de Dios”.

La Iglesia defiende la urgencia de cuidar que, ese “llenar la tierra” siendo fecundos en el amor, se haga responsablemente: no creciendo sin medida, y conservando la tierra, de manera que la prole y el futuro de la humanidad puedan vivir sin angustia como la que hoy se vislumbra haciendo temer que se pueda llegar a maldecir a quienes pusieron hijos en la tierra para vivir en un mundo inhabitable.

Sin embargo, la manera de mantener la procreación responsablemente no es atentar contra la vida mediante el aborto o los métodos anticonceptivos de hacerle “trampa” al plan de Dios desde el egoísmo en el uso de la sexualidad. Sino que ha de hacerse mediante la responsable racionalidad guiada siempre por el amor como Dios nos ama. Lo que no es así, no lo puede aprobar Dios, ni es humano.

La Iglesia también pone en guardia a la humanidad frente a la cultura del consumismo, que estimula el progreso científico y técnico para mejorar la existencia, pero que también fomenta el egoísmo en el ansia de poder y de poseer, que amenazan con hacer imposible la convivencia, fomentando la violencia, las guerras con armas de destrucción masiva, los robos, asaltos, secuestros, y tantos modos de deshumanizar la existencia restándole calidad de vida digna de personas humanas.

Los responsables del Magisterio de la Iglesia tienen el deber de iluminar, cada vez mejor, los fundamentos bíblicos de nuestra doctrina, las motivaciones éticas, y la defensa de las personas humanas con sus derechos y sus deberes; así como el hacer accesible esa doctrina salvadora a todos los hombres de buena voluntad y no sólo a los cristianos. Con ello se pretende que el plan de Dios se realice, cada vez más felizmente, con la salvación del hombre y la gloria de su Creador, haciendo frente al materialismo generalizado que tiene tanto poder para imponer sus ideas quitando a las personas su verdadera libertad.

La sexualidad humana tiene su verdadero sentido como un valor sagrado, en orden a una función muy importante de “la persona” (hombre o mujer) creada por Dios a su imagen, para vivir no en un amor cualquiera, sino según el Amor que nos tiene Dios. La castidad conyugal que predica la Iglesia, no excluye, sino que salvaguarda íntegro el sentido de la donación y la entrega mutua que se ha de dar en el amor de la pareja y en el acto de procrear, con un amor como el de Dios Creador de los hombres “sus semejantes”.

La Iglesia enseña: “Es deshonesta toda acción que, en la previsión del acto de unión conyugal o en su realización, o en el desarrollo de sus consecuencias, se proponga como fin o como medio hacer imposible la procreación”. Contrario a lo que enseña el mundo con el cultivo idolátrico de “ego”, manipulando y envileciendo la sexualidad humana y la propia “persona” de los cónyuges. Estos deben ser “ministros del designio de Dios”, y no les está permitido quedar reducidos a “objetos”, ni a ser “usados” el uno por el otro, guiados sólo por el instinto y la pasión irracional (Humanae Vitae, 489).

A veces se piensa como con recelo cuanto se refiere al uso de la sexualidad, incluso en el vivir en común el hombre y la mujer casados, y se habla de ello con temor de atentar contra el debido pudor. Es efectivamente algo tan sagrado que se debe pensar y hablar de ello con respeto. Pero la santidad en el uso de la sexualidad, en la relación de pareja en matrimonio, queda proclamada por la Iglesia, y es una parte importante en lo que estamos llamando “Espiritualidad Matrimonial”.



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Agradecemos al P. Vicente Gallo, S.J. por su colaboración.

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