“Ecología y medio ambiente: tarea pendiente para un desarrollo humano integral, solidario y sostenible” 1º Parte

CONFERENCIA DE LA X SEMANA SOCIAL NACIONAL
13 de noviembre del 2008


Monseñor Pedro Barreto Jimeno, SJ
Arzobispo Metropolitano de Huancayo
Presidente de CEAS






1.- INTRODUCCION

Hace unos días realicé una visita pastoral a la ciudad de La Oroya. Pude comprobar, con mis propios ojos, la grave contaminación ambiental del aire en la que están sumidos sus pobladores. Los propietarios de la fundición polimetálica afirman que están bajando considerablemente las emisiones tóxicas. Sin embargo los pobladores dicen todo lo contrario: “Son irresistibles los gases tóxicos durante la madrugada”.

Existe un Plan de contingencia para limpiar el aire en La Oroya. Esfuerzo realizado de manera conjunta por todos los actores sociales. Sin embargo todo queda en buenas intenciones. Hace mes y medio, por ejemplo, la Empresa inauguró en La Oroya una segunda planta de ácido sulfúrico y hasta hoy no está operativa. Más aún se tiene la seguridad que dicha Empresa importa minerales sucios del extranjero –que no están permitidos fundirlos en sus países de origen- y que sí lo procesan en La Oroya. Nos preguntamos ¿por qué se permite la importación de este tipo de minerales, afectando aún más la vida de la población y el medio ambiente?. El Estado que está llamado a cautelar la vida y la dignidad de los peruanos por mandato de la Constitución, asume pasivamente esta dolorosa realidad.

Si miramos la cuenca del Mantaro vemos que el Lago Chincaycocha o Junín, declarada reserva nacional desde 1974, sigue contaminándose con los relaves mineros que llegan de los ríos San Juan y Anticona. Los Zambullidores y otras especies de aves están en proceso de extinción. Ya no existen las famosas ranas. Y no digamos el Túnel Kingsmill que, desde 1938 descarga, 125,000 m3 de aguas ácidas de la actividad minera, al río Yauli que es afluente del río Mantaro.

Esta situación de contaminación del aire, agua y suelo que sufrimos en la Región central del Perú, no es lamentablemente la única. También la vivimos en otros lugares del Perú (como la Laguna Parón en Ancash, Barranquita en Yurimaguas o Huepetuhe en Puerto Maldonado, Santa Rita de Castilla en Iquitos y Río Corrientes en San José del Amazonas). Además sufrimos en el mundo una grave situación con el llamado “cambio climático”. Su causa –la señala claramente Aparecida- es la “explotación irracional de los recursos naturales” (DA 473) que nos lleva a la crisis ecológica. La percibimos de manera especial en estos años a través de situaciones alarmantes:

•abuso y sobreexplotación de recursos naturales no renovables;
•emisión de gases contaminantes y el consiguiente calentamiento global de la tierra;
•debilitamiento de la capa de Ozono;
•derretimiento de glaciares (Polos, Campos de Hielo);
•contaminación de las aguas (con productos químicos y residuos industriales no tratados, metales pesados, residuos urbanos,…);
•devastación de los suelos y de los bosques (incendios, contaminación,…);

Hoy se ha generalizado una mayor valoración de la naturaleza, percibimos claramente de cuantas maneras el ser humano amenaza y aun destruye su ‘habitat’ natural. En este contexto “la Iglesia agradece a todos los que se ocupan de la defensa de la vida y del ambiente… Está cercana a los campesinos que con amor generoso trabajan duramente la tierra para sacar, a veces en condiciones sumamente difíciles, el sustento para sus familias y aportar a todos los frutos de la tierra. Valora especialmente a los indígenas por su respeto a la naturaleza y el amor a la madre tierra como fuente de alimento, casa común y altar del compartir humano”. (DA 472)

Contemplamos la realidad, con la mirada de Dios y corazón de creyentes, la juzgamos a la luz de los principios y valores del Evangelio y juntos acordamos las líneas de acción para proteger la vida e impedir o minimizar los daños medio ambientales. Sabemos que no todo está perdido y que si unimos nuestros esfuerzos, podemos cuidar y recuperar “nuestra casa común”.

1.- La tierra, nuestra “casa común” está enferma.

El Papa Juan Pablo II, hace veintiún años, desde la Zona austral de Chile, en Punta Arenas, el 4 de abril de 1987, señaló proféticamente: “Desde el Cono Sur del Continente Americano y frente a los ilimitados espacios de la Antártida, lanzó un llamado a todos los responsables de nuestro planeta para proteger y conservar la naturaleza creada por Dios; no permitamos que nuestro mundo sea una tierra cada vez más degradada y degradante” (DA, 87)

Veinte años después, Informe (27.11.2007) “La lucha contra el cambio climático: Solidaridad frente a un mundo dividido," del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), ofrece un panorama descarnado de las amenazas que implica el calentamiento global a toda la humanidad. Según este informe, el mundo avanza hacia un “punto de inflexión” que podría afectar a los países más pobres y a sus ciudadanos más vulnerables en condiciones de desventaja cada vez peores y dejar a millones de personas enfrentadas a la malnutrición, a la escasez de agua, a amenazas ecológicas y a pérdidas en sus medios de sustento. Y añadía: lo que hagamos o dejemos de hacer ahora repercutirá en los próximos 100 años, afectando las vidas de las generaciones futuras de manera irreversible y de forma diferente las diversas regiones del planeta.

La conciencia mundial de esta preocupación por la problemática ambiental la recoge las Naciones Unidas al haber declarado este 2008 el Año del Medio Ambiente.

Recientemente la Carta de Zaragoza (14 de septiembre del 2008) considera “Que el agua y los ecosistemas de la Tierra deben ser preservados y protegidos” y recomienda: “Que se establezcan compromisos y normas para la mitigación de los efectos negativos causados por el cambio climático…” (A4)

Vivimos en un mundo donde la globalización neoliberal en lo económico, empuja al utilitarismo, al consumismo, y atraviesa toda la cultura; donde al parecer todo se debe someter a las leyes del mercado, el de la “oferta – demanda”. La realidad se cosifica, y a todo se pone precio. Lo económico se vuelve el motor central, y la persona deja de ser centro del sentido, trascendencia y solidaridad de la vida y de la sociedad. Es urgente insistir que “como en todos los campos de la actividad humana, la globalización debe regirse también por la ética, poniendo todo al servicio de la persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios” (Benedicto XVI, DI 2).

América Latina, no es el continente más pobre del planeta, pero sí el de la peor distribución del ingreso, que aumenta la inequidad social, el sub – empleo, el desempleo y la marginación para la mayoría de la población. Esta situación es denunciada reiteradamente por la Iglesia como un pecado social y que Aparecida los llama seres humanos “sobrantes” y “desechables”.

Este es el desafío siempre actual y urgente del llamado del Papa Juan Pablo II a “globalizar la solidaridad” a nivel mundial, especialmente en el orden económico y ambiental. Porque el poder político se supedita a lo económico por encima de la vida y el cuidado de los bienes de la creación. Por eso “los pobres han de ser capacitados para protegerse en una economía globalizada y ante las exigencias del bien común internacional” (Cf. Iglesia en América, 55) .

La humanidad de hoy carece de utopías movilizadoras. La política no es capaz de generar un desarrollo alternativo al actual, que ponga en el centro de sus intereses a la persona humana buscando el bien común. El ansia de figuración política y la codicia del dinero llevan a la corrupción del tejido social, de los poderes del Estado y de la gestión empresarial.

Con mucha precisión los Obispos latinoamericanos señalan en el documento de Aparecida:

“La riqueza natural de América Latina experimenta hoy una explotación irracional que va dejando una estela de dilapidación, e incluso de muerte, por toda nuestra región.

En todo ese proceso tiene una enorme responsabilidad el actual modelo económico que privilegia el desmedido afán por la riqueza, por encima de la vida de las personas y los pueblos y del respeto racional de la naturaleza.

La devastación de nuestros bosques y de la biodiversidad mediante una actitud depredatoria y egoísta, involucra la responsabilidad moral de quienes la promueven, porque pone en peligro la vida de millones de personas y en especial el hábitat de los campesinos e indígenas…

América Latina tiene necesidad de progresar en su desarrollo agro-industrial para valorizar las riquezas de sus tierras y sus capacidades humanas al servicio del bien común, pero no podemos dejar de mencionar los problemas que causa una industrialización salvaje y descontrolada de nuestras ciudades y del campo que va contaminando el ambiente con toda clase de desechos orgánicos y químicos.

Lo mismo hay que alertar respecto a las industrias extractivas de recursos que, cuando no proceden a controlar y contrarrestar sus efectos dañinos sobre el ambiente circundante, producen la eliminación de los bosques, la contaminación del agua y convierten las zonas explotadas en inmensos desiertos” (DA, 473).

Desde mi experiencia pastoral de escuchar a las personas, especialmente campesinos, puedo afirmar que el principal problema de la Cuenca del Mantaro es la contaminación del agua, aire y suelo ocasionada principalmente por las industrias extractivas. Los otros factores de contaminación son los residuos urbanos y el uso indiscriminado de los agroquímicos.

Con la contaminación del suelo por las lluvias ácidas, ocurre un efecto cíclico. Las aguas del río Mantaro son usadas por los agricultores del Valle del Mantaro para regar sus terrenos de cultivo, contaminando así la producción agrícola.

En el Perú gozamos de la octava mayor extensión forestal del orbe. Contamos con grandes reservas pesqueras, recursos de hidrocarburos y minerales (actualmente sólo se está explotando el 3% de esos recursos). Poseemos el 85 % de la diversidad biológica mundial y una diversidad genética de más de 128 variantes cultivadas de productos agrícolas. Somos el reservorio del 70% de los glaciares tropicales, hoy en franco proceso de deshielo, como un efecto del calentamiento global.

Con estas riquezas naturales y ambientales el Perú es considerado entre los 12 países megadiversos del mundo. Esta rica biodiversidad es fuente de alimentos, fibras, productos farmacéuticos y de otros bienes que permiten mejorar la calidad de vida de nuestros pueblos (Cfr. Análisis Ambiental del Perú: Retos para un desarrollo sostenible del Banco Mundial, Capítulo XVI de Recursos Naturales, de mayo del 2007).

Estamos agradecidos a Dios por las maravillas que nos ha concedido, Por eso decimos con cierto orgullo que “Dios es peruano”. Pero todo eso puede cambiar radicalmente si no pasamos a la acción conjunta para revertir de alguna manera el creciente deterioro medio ambiental que experimentamos. Si no estamos dispuestos a cambiar hábitos contaminantes, si no creemos que hay que cuidar el agua y la tierra, el aire, los ríos y bosques, estamos negando el desarrollo sostenible para las nuevas generaciones de la humanidad.



Continuará.

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Para visitar la 2º Parte:
http://formacionpastoralparalaicos.blogspot.com/2009/03/ecologia-y-medio-ambiente-tarea.html

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Agradecemos a Roberto Tarazona por compartir esta Conferencia.

1 comentario:

Paula dijo...

Gracias exelente material, para reflexionar ya que como laicos debemos liderar iniciativas de respeto, armon'ia con lo creado, de fraternidad para que haya justicia y pueda verse su obra que es la paz.

Saludos desde Ecuador