Homilías: Domingo 29 T.O. (A)

Lecturas:; Is 45,1.4-6; S.95; 1Ts 1,1-5; Mt 22,15-21

Al César lo del César, a Dios lo de Dios
Homilía por el P. José R. Martínez Galdeano, S.J.


He explicado dos cartas de San Pablo, las de Romanos y Filipenses, y con ello les he iniciado de algún modo a leer con fruto esta parte de la Biblia, las cartas de los apóstoles. Vuelvo al texto de los evangelios. Lo compararé con el texto de la primera lectura, que suele ser del Antiguo Testamento. El Antiguo Testamento es una preparación para el Nuevo, para la venida de Jesús. Nos habla proféticamente de Cristo, la esperanza culmen de Israel. No hay que leerlo, pues, como una serie de historias o narraciones independientes; de alguna manera van dibujando la figura del Señor.

Isaías llama a Ciro, el rey pagano, “ungido”. Porque Dios le ha dado una gracia, de la que ni él mismo es consciente, y hará todo lo que pueda para que los judíos desterrados en Babilonia puedan volver a Israel. Ciro es un instrumento en las manos misteriosas de Dios, que es el único Señor “y no hay otro”. Ciro es un rey legítimo. No es un enemigo del Reino de Cristo, que no es de este mundo, y aun obrará en su servicio. Y de todos los reinos y reyes sabe hacer Dios instrumentos de su misteriosa voluntad. El mismo Imperio Romano, con tantos puntos negros, facilitó, con la unidad que dio a los países mediterráneos, la propagación de la fe en Cristo, sirvió al Reino de Cristo.

El evangelio de hoy concluye con una palabra que ilumina sobre la relación de la Iglesia con el Estado. Es un tema importante, del que hay poco conocimiento entre los fieles y que el Papa Benedicto XVI está tocando con frecuencia. Voy a resumir lo más fundamental.

1.- La Iglesia tiene conciencia clara de que está fundada por Cristo para anunciar a Jesucristo y poner al alcance de los hombres su doctrina, su perdón, los sacramentos de vida divina y la providencia de su gobierno para que lleguen a la salvación en su mayor plenitud. Sabe también que, para este fin y en este ámbito, ha recibido toda la autoridad de Jesús mismo.

2.- Pero la Iglesia acepta también los poderes del Estado como legítimos y su autoridad como válida y obligatoria en conciencia en el ámbito de su competencia. Enseña incluso que el Estado es una institución buena y necesaria, pues nace de la misma naturaleza humana, en orden al Bien Común, que es el logro de la paz pública y de otros bienes de este mundo, que son necesarios para el debido desarrollo de la persona humana y los ciudadanos no podrían alcanzar de otra forma.

3.- En consecuencia la Iglesia enseña la obligación moral de cooperar debidamente al Bien Común y observar las leyes del Estado.

4.- Aunque no todos, porque no todos han de hacerlo todo, la Iglesia desea que haya fieles comprometidos en las instituciones sociales y políticas y participen activamente en ellas. Esta actividad es propia de los laicos. Respecto de América Latina la V Conferencia de Obispos de América Latina y el Caribe, que se reunió en Aparecida, lamenta el insuficiente número de católicos comprometido en este apostolado y el poco apoyo que tienen de los sacerdotes en cuanto a los medios de formación y gracia que necesitan. Tales cristianos dan un testimonio precioso e inyectan los principios de la verdad y del Evangelio en la vida social y política. Y conviene que haya más católicos, que no oculten su condición ni su inspiración de vida, en los gobiernos, parlamentos, municipios e instituciones sociales y políticas; naturalmente no para robar, sino para lograr que la honradez, el espíritu de servicio, el respeto a la dignidad de la persona, la justicia y la caridad con todos y más con los menos poderosos, vayan siendo el caldo de cultivo de nuestras sociedades y valores. Es bueno para el Perú que muchos católicos consecuentes estén en las estructuras sociales y políticas. De ellos es de esperar que rindan honor a los valores de honestidad, servicio a sus hermanos, justicia y caridad, especialmente con los más indefensos.

5.- Este campo de la actividad social y política es también parte de la vida moral. La Iglesia es consciente de que es parte de su misión la de contribuir a dar luz para que las leyes no violen sino que traduzcan los valores dichos y también afronten con decisión soluciones a su deterioro, que en ocasiones son gravísimos.

6.- Los católicos son también todos ciudadanos y tienen sus derechos como tales. Por tanto el Estado debe garantizarlos, por ejemplo la libertad de opinión, su libertad de asociación para actividades grupales caritativas, cultuales etc., para tener medios de comunicación, para expresar su fe y sus valores públicamente.

7.- El Estado lo forman los ciudadanos. El Bien Común es para todo su conjunto y su contenido y prioridades tienen matices y variantes según la cultura y problemas de cada sociedad. Así, donde la pobreza afecte a más ciudadanos, el Estado debe poner más atención y recursos en solucionar ese problema y atender más a esas personas; donde una fuerte proporción de ciudadanos sean de una religión, el Estado debe contar con este hecho real. El Estado no debe imponer una religión, ni tampoco negar el derecho de expresarla públicamente, ni menos tener como objetivo la asepsia religiosa y la asfixia de toda religión. Lo dicho no es censura de la situación peruana, sino como advertencia ante ciertas corrientes en España y Europa que pretenden erradicar de la vida social toda expresión religiosa.

8.- Es necesario que sean más los católicos que actúen en la vida pública y que actúen como tales católicos. Es necesario en América Latina y en el Perú que la Iglesia dedique una cuota más amplia de sus energías a la formación y sostenimiento espiritual de los católicos que estarían dispuestos o están ya empeñados en la acción social y política.

9.- Los católicos deberían atender más a los valores más fundamentales, como son los morales, en el ejercicio del derecho a voto en las asociaciones sociales y elecciones políticas. Deberían dar más peso en su decisión de voto al respeto a los derechos humanos más fundamentales, como puede ser la vida, la defensa y ayuda a los más pobres, la paz social, una justicia justa (valga la redundancia) para todos, la honradez y calidad moral de los candidatos.

“Pues denle al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. Seamos buenos ciudadanos porque queremos ser buenos cristianos. En las peticiones litúrgicas de la oración de los fieles, la segunda quiere la Iglesia que se haga por las autoridades civiles; hagámoslo conscientes de su importancia. En el Documento de trabajo que están estudiando los Padres del Sínodo, leemos esto: “De la Biblia reciben inspiración y motivación el real empeño a favor de la justicia y de los derechos humanos, la participación en la vida pública, el cuidado del ambiente como casa de todos” (58).

Todos tenemos la obligación moral de orar y ofrecer sacrificios y buenas obras por nuestros gobernantes, de cumplir con nuestros deberes cívicos, de formar nuestra conciencia también en este campo, de votar en conciencia por lo que, habiendo pensado, estimemos mejor para el verdadero bien común. Es un ejercicio más de la responsabilidad y caridad cristianas. Ser buenos hijos de la Iglesia nos hace buenos ciudadanos.

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