Vivir como ciudadanos
del Reino de Dios
del Reino de Dios
Homilía por el P. José R. Martínez Galdeano, S.J.
Al menos los más atentos se habrán dado cuenta de que hoy se ha leído como segunda lectura un texto de la carta a los Filipenses. La última perícopa de la carta a los Romanos tocaba el domingo pasado, pero por la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz se suplantó. En aquel fragmento la carta a los Romanos alcanza el clímax de lo que debe ser el magnífico ideal orientador de nuestra vida: vivir para Cristo hasta la muerte para también entonces morir para Cristo: “Si vivimos para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos; en la vida y la muerte somos del Señor” (Ro 14,8).
La carta de Pablo a los Filipenses será el tema de la segunda lectura durante cuatro domingos. En este Año Paulino me ha parecido bien seguir con San Pablo. Además esta carta a los Filipenses es la que a Pablo sale más de lo íntimo. San Pablo fundó la comunidad cristiana de Filipos en su segundo viaje apostólico. Lo narra preciosamente San Lucas, uno de los participantes (Hch. 16,11-40). Pablo, saliendo de nuevo de Antioquia, ha visitado las comunidades cristianas que fundara en su viaje anterior. Han pasado dos o tres años desde entonces. Estamos en el año 50. Entra en la región de Galacia hacia el norte; luego, siempre dirigido por el Espíritu de Cristo, voltea hacia el este en dirección hacía el gran puerto de Éfeso; pero casi al final quiere orientarse hacia el norte; el Espíritu no se lo permite; hace noche en Tróade, al borde del mar, en lo más occidental de Asía. Esa noche tiene un sueño. Un macedón aparece y le pide: “Pasa a Macedonia y ayúdanos” (Hch 16,9). Macedonia es la región al otro lado del estrecho y del mar. Disciernen los expedicionarios en el sueño la voluntad de Dios y zarpan. Tienen suerte. Llegan en dos días, atracan en Neápolis y por un buen camino de 15 Km. llegan a la capital de la zona Filipos. Dios estaba con ellos y, pese a dificultades serias, un buen grupo creyó y fueron bautizados, y se formó una comunidad sólida y entusiasta. Pablo volverá a visitarlos dos veces en su tercer viaje. Ahora está en la cárcel de Roma. Los filipenses han tenido la delicadeza de enviarle una limosna por medio de un cristiano llamado Epafrodito, muy querido sin duda y respetado por la comunidad. Pero ha enfermado en Roma y no sabían de él. Los filipenses se temían lo peor. Por suerte Epafrodito curó. Pablo procuró que volviera cuanto antes, apenas estuvo en condiciones de viajar, para tranquilidad de aquellos que verdaderamente lo merecían y remite con él esta carta de agradecimiento y ánimo. Es el año 62-63. Vuelvo a hacer notar la precisión con que se conocen muchos datos, incluso fechas, de los sucesos de estos primeros años de desarrollo de la Iglesia.
Comienza la carta con un saludo y acción de gracias a Dios y a los filipenses muy efusivo. Da luego noticias sobre su situación. Está muy contento porque su prisión paradójicamente, lo que parecería contradictorio, está sirviendo para difundir la fe. No sabe si será liberado o condenado a muerte, pero en todo caso sabe que: «en nada quedaré confundido; ahora como siempre –añade– “Cristo será glorificado abiertamente en mi cuerpo, tanto si vivo como si muero”». Si sigue viviendo, por medio de su vida y de la predicación; y si le condenan a muerte, con el martirio, supremo testimonio de amor.
¿Cómo? A continuación lo explica: “Para mí la vida es Cristo, y una ganancia el morir”. Eso ha sido la existencia de Pablo desde su conversión hasta su muerte y lo será después de la muerte. Con razón han sido elegidas para ser esculpidas en su sepulcro en Roma. No expresan la presencia de Cristo en él por el bautismo, que es común a todo cristiano, como hemos explicado otras veces. Tienen un sentido dinámico, de fuente de impulso y fuerza vital; Cristo es el motor de sus actos y el fin de sus aspiraciones. Nadie le va a separar jamás de Cristo. De ahí que con la muerte no perderá nada sino que el morir sea ganancia; pues será la entrada en el gozo de su Señor, la posesión total de Cristo, no ya por la fe, como en este mundo, sino en la visión cara a cara (2Cor 5,6-8).
“Pero, si el vivir esta vida mortal me supone trabajo fructífero, no sé qué escoger. Me encuentro en ese dilema: por un lado, deseo partir para estar con Cristo, y eso es mucho mejor; pero por otro, quedarme en esta vida veo que es más necesario para ustedes”. Ante Pablo está la vida, trabajando por ganar almas para Cristo, y la muerte, entrando en el gozo del Señor. Y entre tal vida y tal muerte no sabe qué elegir.
La disyuntiva está entre “partir para estar con Cristo” y “quedarme en esta vida”. No piensa en un tiempo intermedio de espera hasta el juicio final, al fin del mundo. El fin del mundo será el triunfo total de la Iglesia como colectividad. Pero sin esperar hasta entonces, ya antes, tras la muerte de cada uno será la entrada personal de cada uno en la Gloria, siempre que no haya obstáculo a causa de nuestros pecados: pérdida eterna si fueren mortales, penitencia temporal en el purgatorio por la pena no satisfecha por la penitencia. Esto supone la existencia del juicio particular para cada hombre tras su muerte.
Sin embargo Pablo presiente fuerte que será puesto en libertad, como sucedió. El texto litúrgico salta este verso y concluye: “Lo importante es que ustedes lleven una vida digna del Evangelio de Cristo”. En rigor la idea exacta es difícil de traducir. El texto griego es más expresivo. Vendría a ser: «Solamente esto: que su conducta esté a la altura de quien es ciudadano de un pueblo que se rige por el Evangelio de Cristo». Alude al orgullo que tenían los ciudadanos de Filipos por su ciudad. Viene a ser una inyección de ánimo a una comunidad joven y con las dificultades normales de vivir en un medio pagano casi total.
Es un situación parecida a la de muchos de ustedes. Viven ustedes en medio de algunos que han dejado la Iglesia, otros no viven la fe, otros tienen de ella una enorme ignorancia. Se parecen a los judíos del tiempo de Isaías, a los que Dios por el profeta exhorta a la conversión: “Mis pensamientos no son los pensamientos de ustedes”. No les es fácil a ustedes ser ciudadanos de la Iglesia y súbditos de Cristo. Pero sea el momento que sea hoy el de su vida, la hora primera, el mediodía o la tarde, entren a trabajar en la viña. Que su vida sea Cristo. Que la fuerza, el Espíritu de Cristo les empuje. Ese es el primer fruto de la eucaristía. Ofrezcan a Dios sus vida de verdad, sus oraciones bien hechas, sus obras por los demás, sus sacrificios y dolores; lean y estudien la Palabra, órenla y gústenla para dar razón de su esperanza en su familia, en sus amigos, en el trabajo, en su vida. Esta fuerza y ánimo, que la cruz de Cristo nos da, hay que pedirlos cada día, pues es una gracia que ayuda mucho a servir mejor a Dios y a los demás y tiene el valor de ser contagiosamente ejemplar para otros.
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