PAPA FRANCISCO
AUDIENCIA GENERAL
Aula Pablo VI
Miércoles, 30 de agosto de 2023
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Ahora, continuando nuestra catequesis sobre el tema del celo apostólico y la pasión por el anuncio del Evangelio, miramos hoy a Santa Kateri Tekakwitha, la primera mujer nativa de América del Norte en ser canonizada. Nacida alrededor del año 1656 en un pueblo en la parte alta del estado de Nueva York, era hija de un jefe Mohawk no bautizado y de una madre cristiana Algonchina, que enseñó a Kateri a rezar y a cantar himnos a Dios. Muchos de nosotros también hemos sido presentados al Señor por primera vez en el ámbito familiar, sobre todo por nuestras madres y abuelas. Así comienza la evangelización y, de hecho, no olvidemos esto, que la fe siempre es transmitida en dialecto por las madres, las abuelas. La fe debe transmitirse en dialecto y nosotros la hemos recibido en este dialecto de las madres y abuelas. La evangelización a menudo comienza así: con gestos sencillos, pequeños, como los padres que ayudan a los hijos a aprender a hablar con Dios en la oración y que les cuentan su amor grande y misericordioso. Y las bases de la fe para Kateri, y a menudo también para nosotros, se han puesto de esta manera. Ella la había recibido de su madre en dialecto, el dialecto de la fe.
Cuando Kateri tenía cuatro años, una grave epidemia de viruela afectó a su pueblo. Tanto sus padres como su hermano menor murieron y la propia Kateri quedó con cicatrices en la cara y problemas de visión. A partir de ese momento, Kateri tuvo que afrontar muchas dificultades: sin duda las físicas por los efectos de la viruela, pero también las incomprensiones, las persecuciones e incluso las amenazas de muerte que sufrió tras su bautismo, el domingo de Pascua de 1676. Todo esto le dio a Kateri un gran amor por la cruz, signo definitivo del amor de Cristo, que se entregó hasta el final por nosotros. El testimonio del Evangelio, de hecho, no se trata solo de lo que es agradable; también debemos saber llevar con paciencia, con confianza y esperanza nuestras cruces diarias. La paciencia, ante las dificultades, ante las cruces: la paciencia es una gran virtud cristiana. Quien no tiene paciencia no es un buen cristiano. La paciencia de tolerar: tolerar las dificultades y también tolerar a los demás, que a veces son aburridos o te ponen dificultades … La vida de Kateri Tekakwitha nos muestra que cualquier desafío se puede vencer si abrimos el corazón a Jesús, que nos concede la gracia que necesitamos: paciencia y corazón abierto a Jesús, esta es una receta para vivir bien.
Después de ser bautizada, Kateri tuvo que refugiarse entre los Mohawk en la misión de los jesuitas cerca de la ciudad de Montreal. Allí asistía a misa todas las mañanas, dedicaba tiempo a la adoración ante el Santísimo Sacramento, rezaba el Rosario y vivía una vida de penitencia. Estas prácticas espirituales suyas impresionaban a todos en la Misión; reconocieron en Kateri una santidad que atraía porque nacía de su profundo amor a Dios. Es propio de la santidad, atraer. Dios nos llama por atracción, nos llama con este deseo de estar cerca de nosotros y ella ha sentido esta gracia de la atracción divina. Al mismo tiempo, enseñaba a los niños de la Misión a orar y, a través del cumplimiento constante de sus responsabilidades, incluido el cuidado de los enfermos y los ancianos, ofrecía un ejemplo de servicio humilde y amoroso a Dios y al prójimo. Siempre la fe se expresa en el servicio. La fe no es para maquillarse a sí mismo, al alma: no; es para servir.
Aunque se la alentaba a casarse, Kateri quería dedicar por completo su vida a Cristo. Incapaz de entrar en la vida consagrada, emitió un voto de virginidad perpetua el 25 de marzo de 1679. Esta elección suya revela otro aspecto del celo apostólico que ella tenía: la dedicación total al Señor. Por supuesto, no todos están llamados a hacer el mismo voto que Kateri; sin embargo, cada cristiano está llamado cada día a comprometerse con un corazón indiviso en la vocación y misión que Dios le ha confiado, sirviéndole a Él y al prójimo en espíritu de caridad.
Queridos hermanos y hermanas, la vida de Kateri es un testimonio más del hecho de que el celo apostólico implica tanto una unión con Jesús, alimentada por la oración y los sacramentos, como el deseo de difundir la belleza del mensaje cristiano a través de la fidelidad a la propia vocación particular. Las últimas palabras de Kateri son preciosas. Antes de morir dijo: “Jesús, te amo”.
Por lo tanto, también nosotros, sacando fuerzas del Señor, como hizo Santa Kateri Tekakwitha, aprendemos a realizar las acciones ordinarias de manera extraordinaria y así a crecer cada día en la fe, en la caridad y en el testimonio celoso de Cristo.
No nos olvidemos: cada uno de nosotros está llamado a la santidad, a la santidad de todos los días, a la santidad de la vida cristiana común. Cada uno de nosotros tiene esta llamada: sigamos por este camino. El Señor no nos faltará.
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