Los escritos de San Pablo: La vida del Apóstol V



P. Ignacio Garro, S.J.
SEMINARIO ARQUIDIOCESANO DE AREQUIPA

Continuación

1.6.10. La personalidad de Pablo 

La persona de Pablo ha sido muy estudiada y discutida. ¿Quién era Pablo? ¿Qué tipo de hombre era? ¿Qué carácter tenía? ¿Cómo era su vida interior y religiosa? ¿Cuál era su enfermedad? Al intentar contestar a este tipo de preguntas tenemos que atenernos a lo que él mismo dice de sí mismo, junto a otros aspectos, tenemos que aventurarnos lanzando hipótesis posibles y plausibles que nos puedan ayudar a entender esta persona tan identificada con la persona de Jesucristo.


1.6.11. El aspecto físico de Pablo y su salud

En cuanto a su aspecto físico exterior nos sucede como a los cristianos de Colosas o de Laodicea que nunca habían visto “su rostro en carne”, Col 2, 1. O nos ocurre como a Onesíforo y a su familia en las conocidas “Actas de Pablo y Tecla”, que quieren salir al encuentro de Pablo para saludarle sin haberse encontrado jamás con él, pues nunca le habían visto: “en la carne, sino sólo en el espíritu”. Onesíforo había obtenido de Tito una descripción de Pablo que decía así: “un hombre de baja estatura, calvo y de piernas arqueadas, porte noble, cejas pobladas y pequeña nariz respingona, amabilidad suma, unas veces parecía un hombre a veces un ángel”, (Acta Pauli et Tecclae, 2.). Aunque esta descripción es bastante buena, de ella estaríamos dispuestos a tomar su baja estatura física y la amabilidad que caracterizaba al Apóstol, unida a veces a su fuerte carácter, como se puede comprobar en sus escritos y en sus decisiones y acciones.

La enfermedad de Pablo, de la que tanto se ha hablado y especulado podemos decir que tenía una constitución física propensa a las enfermedades, tan comunes en aquellos tiempos. Desde luego no era de constitución atlética  Pablo mismo en sus cartas menciona varias veces su enfermedad y su estado físico en general. Veamos: La primera predicación entre los gálatas estuvo marcada por una circunstancia especial, por la enfermedad, así en Gal 4, 13-14: “Pero bien sabéis que una enfermedad corporal me dio ocasión para evangelizaros por primera vez; y, no obstante la prueba que suponía para vosotros mi cuerpo, no me mostrasteis desprecio ni repulsa, sino que me recibisteis como a un mensajero de Dios: como a Cristo Jesús”. ¿Fue ésta una inesperada enfermedad de Pablo a causa de la cual él permaneciera durante un tiempo entre los gálatas y aprovechara la oportunidad para evangelizarlos?.  Estas y otras afirmaciones de sus escritos han dado pie para preguntar ¿qué tipo de enfermedades  casuales o accidentales, o qué enfermedad habitual sufría Pablo?.

Las informaciones consignadas son inseguras y variadas. Se ha hablado que padecía de epilepsia, se ha  afirmado que padecía de fiebres de malaria y con trastornos en la visión, puesto que los mismos gálatas habrían estado dispuestos a arrancarse los ojos y dárselos a Pablo, Gal 4, 15: “¿Dónde está ahora el parabien que os dabais? Pues yo mismo puedo atestiguaros que os hubierais arrancado los ojos, de haber sido posible, para dármelos”.  Habría que pensar que esta fue una simple dolencia ocular.

En cuanto a su posible enfermedad de epilepsia, es sumamente improbable que Pablo la padeciera, pues, no perdió ni un ápice de la agudeza de ingenio, razón y buena memoria, hasta bien entrado en ancianidad. ¿No se trató más bien de un conjunto de síntomas condicionado por la fragilidad de una naturaleza débil que de alguna enfermedad concreta y específica?. Otros han argumentado que Pablo no padeció enfermedad alguna habitual grave, sino las consecuencias de una vida entregada al Evangelio y todo esto a causa de los malos tratos que sufrió en sus actividades apostólicas, como la lapidación y persecuciones continuas. En cualquier caso, esos malos tratos significaron un reto especial para su cuerpo. ¿Habrían visto los gálatas los golpes, hematomas sanguíneos, y cicatrices que Pablo menciona en Gal 6, 17: “En adelante nadie me moleste, pues llevo sobre mi cuerpo las señales de Jesús”.

Las palabras que más han enervado la imaginación y curiosidad de los estudiosos de Pablo son la palabras que él escribe en, 2 Cor 12, 7: “Y por eso para que no me engría con la sublimidad de esas revelaciones, me fue dado un aguijón a mi carne, un ángel de Satanás que me abofetea para que no me engría”, expresan claramente su enfermedad. Pero el poder de Dios se consuma y pone de manifiesto en la debilidad. Eso es  lo que le respondió Dios cuando Pablo suplicó con vehemencia que le librara de este mal, 2 Cor, 12 8 y s.s.: “Por este motivo tres veces rogué al Señor que se alejase de mí. Pero Él me dijo: Mi gracia te basta, porque mi fuerza se realiza en la flaqueza”. Por tanto, con sumo gusto seguiré gloriándome sobre todo en mis flaquezas, para que habite en mí la fuerza de Cristo. Por eso me complazco en mis flaquezas, en las injurias, en las necesidades, en las persecuciones y las angustias sufridas; pues, cuando soy débil, entonces es cuando soy fuerte”. También podemos hacer mención de aquella frase de Pablo en 2 Cor 4, 7, cuando dice: “pero llevamos este tesoro en recipientes de barro para que aparezca que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no de nosotros”.

La influencia de la enfermedad o de las enfermedades de Pablo las podemos situar en el elemento apostólico y ascético influyente y en la acentuación y énfasis en la predicación de la cruz de Cristo y su inserción en ella. Pablo quiere gloriarse sólo de la cruz de Cristo por la que el mundo está crucificado para él, y él para el mundo, Gal, 6, 14: “En cuanto a mí, ¡Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por la cual el mundo es para mí un crucificado y yo un crucificado para el mundo!”. Los que quieren estar a bien con el mundo para conseguir reconocimiento y rehuyen a quienes les impugnan y no comprenden la cruz de Cristo, Gal 6, 12: “Los que quieren ser bien vistos en lo humano, son los que os fuerzan a circuncidaros, con el único fin de evitar la persecución de Cristo”.


1.6.12. ¿Cuál fue la actitud de Pablo con los hombres?

En sus cartas nunca menciona nombres de sus padres, hermanos o parientes, excepto en Hech, 23, 16, que genéricamente se nombra a su hermana y su sobrino: “El hijo de la hermana de Pablo se enteró de la emboscada. Se presentó en el cuartel, entró y se lo contó a Pablo”. También sabemos que no estaba casado. En 1 Cor 7, 7-8, aconseja el estado célibe: “Mi deseo sería que todos fueran como yo; mas cada cual tiene de Dios su gracia particular: unos de una manera, otros de otra. No obstante, digo a los solteros y a las viudas: bien les está quedarse como yo”. Tal vez este juicio surgía de la espera inminente final del mundo y de la Parusía del Señor. Pablo tenía muy metido en su corazón que este mundo pasa pronto.

Tampoco hay indicio alguno de que Pablo hubiera estado casado antes de ser llamado al apostolado. Tratándose de un judío, esto es una constatación sorprendente, por lo tanto, resulta difícil decir a qué se debía que Pablo no se hubiera casado. Por otro lado, el hecho de que permaneciera célibe sintonizaba plenamente con la dedicación de su vida a predicar el Evangelio, sufriendo toda clase de dificultades, persecuciones, accidentes, etc, hasta llegar a esa exclamación tan profundo como mística de Gal 2, 19 b-20: “a fin de vivir para Dios; con Cristo estoy crucificado; y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí. Esta vida en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí”. Tal vez ésta podría ser la causa del celibato de Pablo: que Dios Padre le había concedido la gracia particular de dedicarse plenamente a predicar el Evangelio de Jesucristo a los gentiles.

En las relaciones de Pablo con los hombres, a veces, se le ha considerado como individualista. Y eso es verdad si consideramos la originalidad de su pensamiento, en la independencia de sus decisiones, en su vocación de liderazgo. Pero esto no nos debe llevar a pensar que era una persona egoísta, inmadura, cerrada en sí misma. Al contrario. Buscaba ardientemente el contacto con las personas: estaba dispuesto a compartirlo todo, a trabajar y a misionar junto con otros, era capaz de tener buenos amigos y conservar dicha amistad. Los hechos corroboran estas afirmaciones. Pablo fundó verdaderas comunidades cristianas con personas pobres, de diversos lugares y con diferentes caracteres, y para todos era una amigo, un hermano, un padre. Con el discípulo Timoteo tuvo una relación, íntima, espiritual, paternal apostólicamente hablando. Cuando habla a los filipenses de la misión apostólica que Pablo le había encomendado a Timoteo y Epafrodito en Filip 2, 22, dice: “Pero vosotros conocéis su probada virtud, pues como un hijo junto a su  padre, ha estado conmigo al servicio del Evangelio”. Igualmente encomienda con agradecimiento a Prisca y a Áquila porque se habían jugado la vida por él así lo comenta en Rom 16, 3: “Saludad a Prisca y Áquila, colaboradores míos en Cristo Jesús. Ellos expusieron sus cabezas por salvarme”.

Otro aspecto que hay que considerar en Pablo es el de las tensiones que surgían en su vida apostólica. Él era judío y siguió siéndolo, en cierto sentido, pero sobre todo era cristiano. Es posible que hasta su físico delatara su condición judía. Por Cristo, hace todo lo posible para convertir con su Evangelio a los de su linaje. Incluso está dispuesto  a ser el maldito por el bien de sus hermanos: Rom 9, 3: “pues desearía ser yo mismo maldito, separado de Cristo, por mis hermanos, los de mi raza, según la carne”. Pero al mismo tiempo es ciudadano del mundo; está abierto a todos los hombres, se siente responsable de la salvación de todos.

Es más, desearía ser judío con lo judíos, y hombre sin ley para los que no están bajo la ley, 1 Cor 9, 19-21: “Efectivamente, siendo libre de todos, me he hecho esclavo de todos para a los más que pueda. Con lo judíos me he hecho judío para ganar a los judíos; con los que están bajo la ley, como quien está bajo la ley, aun sin estarlo, para ganar a los que están bajo ella. Con los que están sin ley, como quien está sin ley, para ganar a los que están sin ley, no estando yo sin ley de Dios sino bajo la ley de Cristo”. Desde su juventud vivió en dos mundos, en dos culturas. Por su forma de ser, estaba capacitado para hacer suyas algunas cosas, de acomodarse, de asimilarse. Todo lo hace por la comprensión que tiene de la locura de la Cruz de Cristo que ha cambiado su vida, 1 Cor 23-25: “nosotros predicamos a un Cristo crucificado, escándalo para los judíos, locura para los gentiles, mas para los llamados, lo mismo judíos que griegos, un Cristo, fuerza de Dios y sabiduría de Dios. Porque la locura divina es más sabia que los hombres, y la debilidad divina es más fuerte que los hombres”.


1.6.13.  Pablo, hombre de profundas convicciones religiosas 

Veamos ahora a Pablo como hombre  profundamente religioso, y con ello, penetramos en la verdadera naturaleza de su condición humana. Dios no sólo era el fundamento de su existencia, sino también el objeto de su pasión. Él no necesita prueba alguna a favor de la existencia de Dios, como los griegos. Y esto se puede afirmar ya del Pablo judío. La conversión profunda en el camino a Damasco fue para él la hora de la iluminación como cristiano. Pero su ascendencia religiosa judía le lleva a saber que Dios le guía en sus caminos. Y deja hacer a Dios y que determine cuándo puede ir a Roma, Rom 1, 10: “rogándole siempre en mis oraciones, si es su voluntad encuentre por fin algún día ocasión favorable de llegarme a vosotros”; o si debe de volver a Tesalónica, 1 Tes 3, 11: “Que Dios mismo, nuestro Padre y nuestro Señor Jesús orienten nuestros pasos hacia vosotros”; planifica sus viajes guiándose por el calendario judío 1 Cor 16, 8: “de todos modos seguiré en Efeso hasta Pentecostés”; y está convencido de que para los que aman a Dios y son llamados según el designio divino todas las cosas cooperan al bien, Rom 8, 28: “Por lo demás, sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman; de aquellos que han sido llamados según su designio”.

Podemos decir que Pablo era un hombre de profunda vida de oración y que tenía un gran aprecio la oración espontánea, en todo momento, una oración no reglada, así él como Apóstol no se cansa de aconsejar: Orad en todo momento,  Col 4, 2: “Sed perseverantes en la oración, velando en ella con acción de gracias”; y en Filip 1, 9: “Y lo que pido en mi oración es que vuestro amor crezca cada vez más en conocimiento y toda experiencia”; y en  Col 3, 16: “La palabra de Cristo habite en vosotros con toda su riqueza; instruios y amonestaos con toda sabiduría, cantando a Dios, de corazón y agradecidos, salmos, himnos y cánticos inspirados”.

Pablo tiene siempre presentes de continuo a aquellos por los que ora; y formula la oración sintonizando con las necesidades de ellos. Para él, la oración es un medio irrenunciable de la pastoral, no sólo por razones pedagógicas, sino porque está convencido de que es estéril plantar y poner fundamento, regar y acondicionar el terreno de la evangelización si Dios no hace crecer, 1 Cor 3, 6-10: “Yo planté, Apolo regó; mas fue Dios quien hizo crecer. De modo que ni el que planta es algo, ni el que riega, sino Dios que hace crecer. Y el que planta y el que riega son una misma cosa; si bien cada cual recibirá el salario según su propio trabajo, ya que somos colaboradores de Dios, y vosotros, campo de Dios, edificación de Dios. Conforme a la gracia de Dios que me fue dada, yo, como buen arquitecto, puse el cimiento, y otro construye encima. ¡Mire cada cual cómo construye!”.

Pablo ora también por sus intereses personales. Así sabemos que oró insistentemente por tres veces para que el Señor le librara de la enfermedad, pero no fue escuchado según sus planes, al contrario recibe la siguiente respuesta, 2 Cor 12, 8-9: “Por este motivo tres veces rogué al Señor que se alejase de mí (el aguijón de la carne). Pero Él me dijo: Mi gracia te basta, que mi fuerza se realiza en la flaqueza. Por tanto, con sumo gusto seguiré gloriándome sobre todo en mis flaquezas, para que habite en mí la fuerza de Cristo”. El mismo Pablo nos hace saber que el Señor Jesús le habló. En el mismo contexto habla también de las apariciones y revelaciones con las que habría sido agraciado, 2 Cor 1-5: “¿Qué hay que gloriarse?, aunque no trae ninguna utilidad, pues vendré a las visiones y revelaciones del Señor. Sé de un hombre en Cristo, el cual hace catorce años, si en el cuerpo o fuera del cuerpo, no lo sé, Dios lo sabe, fue arrebatado hasta el tercer cielo. Y sé que este hombre, en el cuerpo o fuera del cuerpo, no lo sé, Dios lo sabe, fue arrebatado al paraíso y oyó palabras inefables que el hombre no puede pronunciar. De ese tal  me gloriaré, pero en cuanto a mí, sólo me gloriaré en mis flaquezas”. Y junto a estas visiones y revelaciones coloca sus debilidades y enfermedades. Indudablemente las revelaciones y visiones la consuelan y las enfermedades y flaquezas le desaniman. Con todo,  sabe  que su vida está en las manos de Dios.

La espiritualidad de Pablo se pone de manifiesto a través de sus escritos en sus manifestaciones más íntimas, cuando escribe espontáneamente y comunica su vivencia de Dios manifestada en el misterio de Cristo. Nos referimos a la idea de su unión con Cristo. Sabemos que por el bautismo todo cristiano puede acceder libremente a la unión con Cristo pues el mismo Cristo así nos invitó en el discurso de la última cena, en Jn 15, 5: “Yo soy la vid vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en é, ése da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada”. Unión que nace de la amistad que nos ha brindado al llamarnos amigos, Jn 15, 14: “Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando. No os llamo siervos, porque el siervo no sabe  lo que hace su amo; a vosotros os  he llamado amigos, porque todo lo que oído a  mi Padre os lo he dado a conocer”. La amistad de Cristo lleva a la unión con Él y la unión con Él lleva al conocimiento de Dios, es decir, al cumplimiento de su voluntad.

Este proceso espiritual lo vivió Pablo de una manera profundamente real, es decir, humana, apostólica, espiritual y mística, cuando escribe expresiones tan bellas como la que escribe a la comunidad de Filipos en Filip 1, 21: “pues para mí la vida es Cristo, y el morir una ganancia”; y en Gal 2, 19b-20: “con Cristo estoy crucificado; y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí. Esta vida en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí”; y en Filip 4,13: “Todo lo puedo en Aquel que me da fuerzas”. (Ver Tercera Parte, Capítulo primero, nº 1.11.- Relaciones con el Señor Jesús).

Pablo vivió esa unión única con Cristo dentro de una gran libertad interior. Es una libertad existente y relacionada con la obediencia a la voluntad del Padre, unido con Cristo y con el Espíritu de Cristo, Pablo se sentía  libre, así lo afirma en Gal 5, 1: “Para ser libres nos ha liberado Cristo”; y en Gal 2, 4: “para espiar la libertad que tenemos en Cristo Jesús ...”; Pablo no se siente hijo de la esclava Agar sino de Sara la libre: Gal 4, 31: “no somos hijos de la esclava sino de la libre”. En esta santa libertad vive como hijo de Dios, así lo explica en Rom 8, 14-15: “En efecto, todos los que se dejan guiar por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Y vosotros no habéis recibido un espíritu de esclavos para recaer en el temor; antes bien habéis recibido un espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar ¡Abbá, Padre!”. Aunque Pablo había experimentado como nadie esa libertad del Espíritu, sin embargo se pone a disposición del Señor y de los hombres, en postura de obediencia, así lo vemos en 1 Cor 9, 19: “Efectivamente, siendo libre de todos, me he hecho esclavo de todos para ganar a los que más pueda”; la paradoja consiste en que el Espíritu que lo libera también lo ata, así en 1 Cor 9, 16: “Predicar el Evangelio no es para mí motivo de gloria; es más bien un deber que me incumbe. ¡Ay de mí si no predico el Evangelio!”.

La espiritualidad muestra toda su fuerza  y realismo en el cumplimiento de su tarea apostólica y misionera, Pablo asumió privaciones, humillaciones y sufrimientos por Cristo. De eso habla en todas sus cartas; señal que no le abandonan en ninguna parte ni un instante. Lo expresa del modo más impresionante en el famoso discurso de la locura por Cristo, 2 Cor 11, 16-31: “Digo una vez más que nadie me tome por fatuo; pero aunque sea como fatuo, permitidme que también me gloríe yo un poco. Lo que os voy a decir no lo diré según el Señor, sino como un acceso de locura, seguro de tener algo de qué gloriarme. Ya que tantos otros se glorían según la carne, también yo me voy a gloriar. Gustosos soportáis a los fatuos, ¡vosotros que sois sensatos! Soportáis que os esclavicen, que os devoren, que os roben, que se engrían, que os abofeteen. Para vergüenza vuestra lo digo ¡nos hemos mostrado débiles ... ¡ En cualquier cosa en que alguien presumiere –es una locura lo que digo- también presumo yo ¿Qué son hebreos? También yo lo soy. ¿Qué son descendientes de Abrahán? ¡También yo!. ¿Ministros de Cristo? –Digo una locura- ¡Yo más que ellos! Más en trabajos; más en cárceles; muchísimo más en azotes; en peligros de muerte, muchas veces. Cinco veces recibí de los judíos cuarenta azotes menos uno. Tres veces fui azotado con varas; una vez  lapidado; tres veces naufragué; un día y una noche pasé en alta mar. Viajes frecuentes; peligros de ríos; peligros de salteadores; peligros de los de mi raza; peligros de los gentiles; peligros en ciudad; peligros por mar; peligros entre falsos hermanos; trabajos y fatigas; noches sin dormir; muchas veces hambre y sed; muchos días sin comer; frío y desnudez. Y aparte de otras cosas, mi responsabilidad diaria: la preocupación por todas las iglesias. ¿Quién desfallece sin que desfallezca yo? ¿Quién sufre escándalo sin que yo me abrase?. Si hay que gloriarse en mi flaqueza me gloriaré. El Dios, Padre del Señor Jesús, ¡bendito sea por todos los siglos! Sabe que no miento”.

Pablo culmina esta descripción de su labor apostólica con una humildad impresionante en 1 Cor 4, 13: “Si nos difaman respondemos con bondad. Hemos venido a ser, hasta ahora, como la basura del mundo y el desecho de todos”; y en 1 Cor 4, 9-11: “Porque pienso que a nosotros los apóstoles, Dios nos ha asignado el último lugar, como condenados a muerte, puestos a modo de espectáculo para el mundo, los ángeles y los hombres. Nosotros locos a causa de Cristo; vosotros sabios en Cristo. Débiles nosotros, vosotros, fuertes. Vosotros estimados; nosotros despreciados. Hasta el presente pasamos hambre, sed, desnudez. Somos abofeteados y andamos errantes”. Con estas palabras Pablo había comprendido y vivido místicamente de su Maestro Cristo Jesús que no hay redención sin derramamiento de sangre.

Finalmente podemos concluir brevemente con J. HOLZNER que nos describe en pocas frases la maravillosa personalidad de Pablo y su misión en la historia de la salvación:

“La vida de Pablo tiene su comienzo, su desarrollo y su fin en tres ciudades sagradas de la cultura humana (Jerusalén, Atenas y Roma como símbolos de determinadas fuerzas espirituales y espacios vitales); de estos tres campos de fuerzas espirituales recibió los impulsos más poderosos de su pensamiento, de su mentalidad y de su actividad. En Jerusalén se encontró con la sagrada voluntad de Dios y con su mensaje definitivo desde el Gólgota. En Atenas le salió al paso el genio creador de Grecia, que con su idioma admirable había de proporcionarle los exquisitos recipientes en que verter el efervescente contenido de sus ideas. En Roma, con su voluntad de organización mundial y sus ideas imperiales, recibió aquellos impulsos esenciales que han hecho de él, el gran estructurador de la vida de la sociedad cristiana...”. “Quien convierte la Religión de Cristo en Buena Nueva para todos los hombres, quien sacó las consecuencias queridas por Cristo de su gesta redentora, fue aquel pequeño grande de Tarso, entre Oriente y Occidente, que albergaba en su alma el ardor rabínico junto con la cultura helénica y la madurez romana"” (J. HOLZNER, El mundo de San Pablo (Madrid, 1965).




Agradecemos al P. Ignacio Garro, S.J. por su colaboración.


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