PAPA FRANCISCO
AUDIENCIA GENERAL
Miércoles, 25 de abril de 2018
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Continuamos nuestra reflexión sobre el bautismo, siempre a la luz de la Palabra de Dios. Es el Evangelio que ilumina a los candidatos y suscita la adhesión de fe: «el Bautismo es de un modo particular “el sacramento de la fe” por ser la entrada sacramental en la vida de fe» (Catecismo de la Iglesia católica, 1236). Y la fe es la entrega de sí mismos al Señor Jesús, reconocido como «fuente de agua […] para vida eterna» (Juan 4, 14), «luz del mundo» (Juan 9, 5), «vida y resurrección» (Juan 11, 25), como enseña el itinerario recorrido, todavía hoy, por los catecúmenos ya cercanos a recibir la iniciación cristiana. Educados por la escucha de Jesús, de su enseñanza y de sus obras, los catecúmenos reviven la experiencia de la mujer samaritana sedienta de agua viva, del ciego de nacimiento que abre los ojos a la luz, de Lázaro que sale del sepulcro.
El Evangelio lleva en sí la fuerza de transformar a quien lo acoge con fe, arrancándolo del dominio del maligno para que aprenda a servir al Señor con alegría y novedad de vida. A la fuente bautismal no se va nunca solo, sino acompañados de la oración de toda la Iglesia, como recuerdan las letanías de los santos que preceden la oración de exorcismo y la unción prebautismal con el óleo de los catecúmenos. Son gestos que, desde la antigüedad, aseguran a quienes se preparan a renacer como hijos de Dios que la oración de la Iglesia les asiste en la lucha contra el mal, les acompaña en el camino del bien, les ayuda a escapar del poder del pecado para pasar en el reino de la gracia divina. La oración de la Iglesia. La Iglesia reza y reza por todos, ¡por todos nosotros! Nosotros Iglesia, rezamos por los demás. Es algo bonito rezar por los demás. Cuántas veces no necesitamos nada urgente y no rezamos. Nosotros debemos rezar, unidos a la Iglesia, por los demás: «Señor, yo te pido por esas personas que tienen necesidad, porque aquellos que no tienen fe...». No os olvidéis: la oración de la Iglesia siempre está en marcha. Pero nosotros debemos entrar en esta oración y rezar por todo el pueblo de Dios y por esos que necesitan de las oraciones. Por eso, el camino de los catecúmenos adultos está marcado por repetidos exorcismos pronunciados por el sacerdote (cf. ccc, 1237), o sea, por oraciones que invocan la liberación de todo lo que separa de Cristo e impide la íntima unión con Él. También para los niños se pide a Dios liberarles del pecado original y consagrarlos como casa del Espíritu Santo (cf. Rito del Bautismo de los niños, n. 56). Los niños. Rezar por los niños, por la salud espiritual y corporal. Es una forma de proteger a los niños con la oración. Como prueban los Evangelios, Jesús mismo combatió y expulsó los demonios para manifestar la llegada del reino de Dios (cf. Mateo 12, 28): su victoria sobre el poder del maligno deja libre espacio a la señoría de Dios que alegra y reconcilia con la vida.
El bautismo no es una fórmula mágica sino un don del Espíritu Santo que habilita a quien lo recibe «a luchar contra el espíritu del mal», creyendo que «Dios ha mandado en el mundo a su Hijo para destruir el poder de satanás y transferir al hombre de las tinieblas en su reino de luz infinita» (cf. Rito del Bautismo de los niños, n. 56). Sabemos por experiencia que la vida cristiana está siempre sujeta a la tentación, sobre todo a la tentación de separarse de Dios, de su querer, de la comunión con Él, para recaer en los lazos de las seducciones mundanas. Y el bautismo nos prepara, nos da fuerza para esta lucha cotidiana, también la lucha contra el diablo que —como dice san Pedro— como un león trata de devorarnos, de destruirnos.
Además de la oración, está después la unción en el pecho con el óleo de los catecúmenos, los cuales «reciben la fuerza para que puedan renunciar al diablo y al pecado, antes de que se acerquen y renazcan de la fuente de la vida» (Bendición de los óleos, premisas, n.3). Por la propiedad del óleo de penetrar en los tejidos del cuerpo dando beneficio, los antiguos luchadores solían rociarse de óleo para tonificar los músculos y para huir más fácilmente de ser tomado por el adversario. A la luz de este simbolismo, los cristianos de los primeros siglos han adoptado el uso de ungir el cuerpo de los candidatos al bautismo con óleo bendecido por el obispo, para representar, mediante este «signo de salvación», que el poder de Cristo Salvador fortifica para luchar contra el mal y vencerlo (cf. Rito del Bautismo de los niños, n. 105).
Es cansado combatir contra el mal, escapar de sus engaños, retomar fuerzas después de una lucha agotadora, pero debemos saber que toda la vida cristiana es una lucha. Pero debemos saber que no estamos solos, que la Madre Iglesia reza para que sus hijos, regenerados en el bautismo, no sucumban a las insidias del maligno sino que le venzan por el poder de la Pascua de Cristo. Fortificados por el Señor Resucitado, que ha derrotado al príncipe de este mundo (cf. Juan 12, 31), también nosotros podemos repetir con la fe de san Pablo: «Todo lo puedo en Aquel que me conforta» (Filipenses 4, 13). Todos nosotros podemos vencer, vencer todo, pero con la fuerza que me viene de Jesús.
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Tomado de:
http://w2.vatican.va
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