1. Enseñar al que no sabe
Para que sea libre y pueda decidir por sí
mismo.
Jesús nos dice: “el que cumpla y enseñe los
mandamientos será grande en el Reino de los cielos” (Mt. 5:19). La ignorancia
verdadera es un atenuante moral. Pero, tristemente, hay algunos que desean
mantenerse en la ignorancia para no asumir sus compromisos. Es una ignorancia
“afectada”. Y es preciso instruirlos. La Iglesia manda que los pastores
dediquen sus mejores esfuerzos a instruir a los fieles. Los demás cristianos
colaboran en esta tarea misericordiosa. ¿Quién conoce el Evangelio y vive de
Jesús perfectamente? Los santos nos dieron ejemplo, ansiando salir de su
ignorancia. Aprendamos de la Beata Faustina que siendo casi analfabeta escribió
cosas sublimes sobre la unión mística con Dios.
2. Aconsejar al que lo necesita
Inspírame, Señor, la palabra oportuna. También
enséñame a callar cuando es necesario.
Jesús nos dice: “si un ciego guía a otro los
dos caerán en un pozo” (Mt. 15:14). Hay muchos desorientados cerca de nosotros.
Pero difícilmente podríamos mostrarles el camino, si no hay luz dentro de
nosotros. El consejo que corresponde dar no es sólo la palabra. Es el
testimonio de una vida limpia y entregada. Es la luz de vivir en la verdad, con
todo lo que eso cuesta. Y también con la palabra. Hay verbos que indican esto:
aclarar (=hacer claro); iluminar (=dar luz). Aclaremos e iluminemos cuando es
preciso, para que el prójimo pueda adquirir libertad espiritual.
3. Corregir al que se equivoca
No haré burla de quien se
equivoque. No haré leña del árbol caído.
Ha sido normal de la vida en la Iglesia que los
errores deben corregirse apenas detectados. Eso proviene de la norma evangélica
(Mt. 18:15) que si un hermano peca hay que corregirlo inmediatamente. Incluso
S. Pablo explica cómo debe hacerse la corrección: “corregir con espíritu de
mansedumbre el que corrige como sujeto pecador también y con la realidad de la
tentación a la puerta (Gal. 61).
La corrección debe ser fruto del Espíritu
Santo, por consiguiente, humilde. Pero no se debe dejar pasar por alto, lo
exige una misericordia bien comprendida.
4. Perdonar al que nos ofende
Aunque duela, setenta veces siete. Como Tú nos
perdonas.
Esta obra de misericordia es la más costosa.
Tanto que Pedro preguntó a Jesús cuantas veces debería perdonar al que lo
ofendiese. La respuesta de Jesús “setenta veces siete” (Mt. 18:21-22) significa
sencillamente “siempre”. Lo que Jesús pide parece un imposible: “Yo les digo:
amen a sus enemigos, rueguen por sus perseguidores” (Mt. 5:44). Poco a poco el
Espíritu Santo nos permitirá ir realizando este ideal de santidad, como lo hizo
en la Beata Faustina.
5. Consolar al triste
Dios se vale de nosotros
para consolar a los demás.
Jesús dice: “Felices los afligidos porque Dios
los consolará” (Mt. 5:5). Hay consuelo de Dios, que El hace por medio del
Espíritu Santo directamente en nuestro corazón. Pero, además, Dios se vale de
nosotros para consolar a los demás. No se trata de decir a la gente: no llores,
sino de buscar las palabras de la Escritura que mejor sirven para cada
situación. Lo mejor es acostumbrase a rezar, meditar y repetir los salmos en
ellos encontramos el mejor consuelo para dar.
6. Sufrir con paciencia los defectos del
prójimo
La tolerancia es el
primer escalón de la caridad.
S. Pablo decía a los cristianos de Efeso con
mucha humildad mansedumbre y paciencia, sopórtense mutuamente por amor (Ef
4:2). A veces nos cuesta comprender que las dificultades de la ancianidad o la
enfermedad deterioran a los seres queridos y que ya no reaccionan como
quisiéramos. La relación se hace difícil. Es un momento de elevar nuestra vida
de unión a Dios, pues sin la Gracia del Espíritu Santo no podremos ser
misericordiosos con los que nos necesitan.
7. Rezar por los vivos y los difuntos
Porque creemos en la
comunión de los santos. Porque somos un solo Cuerpo, el de Cristo. Porque
confiamos en que Tú nos escuchas.
Esta obra trata de un aspecto de la vida del
cristiano que solemos descuidar: la oración de intercesión. Intercesión viene
del verbo “interceder” y quiere decir que pedimos nosotros lo que otros no se
atreven o no merecen. Es un acto de caridad especial que va constituyendo el
tejido íntimo de la Iglesia. S. Pablo decía a una comunidad: “oramos y pedimos
sin cesar por ustedes” (Col. 1:3-9; Hch 8:15). Conviene acostumbrarse a orar
incesantemente por nuestros parientes más cercanos, y no sólo por los vivos,
sino también por los difuntos. La Beata Faustina intercedía constantemente por
los pecadores, los moribundos y las almas del purgatorio.
Textos explicativos tomados de:
Apóstoles de la Divina Misericordia
https://apostolesdeladivinamisericordia.wordpress.com/2014/06/26/obras-de-misericordia/
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