P. Ignacio Garro, S.J.
SEMINARIO ARQUIDIOCESANO DE AREQUIPA
2.5. EL PECADO
ORIGINAL. La tragedia del Género humano, Gen 3, 1,s.s.
Este
capítulo 3º del Génesis está redactado para responder a la terrible pregunta
del hombre bueno y justo: ¿Por qué existe el mal, el dolor, el sufrimiento y la
muerte? ¿Por qué esto, si Dios lo hizo
todo bueno y bello, es decir, perfecto?
A este interrogante se añade otro no menos inquietante: ¿es posible que
este mundo, con toda su miseria, con toda su infelicidad y con toda enfermedad
haya salido realmente de las manos de Dios?
El
relato bíblico de la caída original, Gen 3, 1 7, y de la expulsión del paraíso,
Gen 3, 20 24, constituye indudablemente una interpretación del pasado, pero es
también una clarificación del presente, en el deseo de querer responder a las
preguntas que anteriormente se formulaba el justo.
Lo que
se pretende es poner el acento del mensaje, por medio de una orientación
religiosa y pedagógica en la libre decisión del hombre ante Dios. Como veremos después, el árbol de la vida y
el árbol del bien y del mal son los símbolos de la libre elección y del uso de
la libertad ante los cuales fueron puestos nuestros primeros padres. Puesto que
el hombre es imagen y semejanza de Dios, en él se refleja la divina
libertad.
La
semejanza del hombre con Dios es un privilegio y, al mismo tiempo, un riesgo,
una tarea, porque el hombre, capaz de obrar libremente, es capaz también de
usar su propia libertad contra Dios y contra el orden de la vida querido por el
mismo Dios. Fue en la propia conciencia de los primeros padres (Adán y Eva),
donde se tomó la decisión contra Dios. La sustracción del fruto prohibido fue
solamente una consecuencia exterior del alejamiento y rebeldía contra Dios y
que se había dado en lo más profundo de sus conciencias: "querer ser como
dioses".
2.5.1. El Texto
literario del Pecado original: Gen 3, 1-24
Como la
descripción de la creación también el relato del pecado original forma
parte de la tradición más antigua: la
Yahvista, J. En este relato se pueden
distinguir las siguientes partes:
- El Paraíso lugar de decisión
- Diálogo entre Eva y la serpiente: la mentira como distorsión de la verdad. La Tentación.
- El fruto prohibido = "seréis como dioses". El pecado: la desobediencia al mandato de Dios
- La vergüenza y el apartamiento como fruto del pecado. Interrogatorio y sentencia.
- Providencia de Dios
- Castigo, como justicia de Dios. Expulsión del paraíso.
2.5.2. El paraíso
lugar de decisión: Gen 2, 8.9.16.17
- Paraíso: "Plantó luego Yahvé Dios un jardín en el Edén, al oriente... Hizo Yahvé Dios brotar en él de la tierra toda clase, de árboles... y en medio del jardín estaba el árbol de la vida y el árbol de la ciencia del bien y del mal ... Y Yahvé Dios ... dio este mandato al hombre: De todos los árboles del paraíso puedes comer, pero del árbol de la ciencia del bien y del mal no comas, porque el día que comieres, ciertamente, morirás", Gen 2, 8-9.16-17. Paraíso, Palabra extranjera proveniente de la cultura persa, significa: jardín, parque de recreo, huerto, lugar de descanso. En este pasaje significa: jardín del Edén, o jardín de recreo donde Yahvé colocó al hombre que había creado a su imagen y semejanza. Vivir en un estado paradisíaco es hacer alusión a estar en la presencia de Dios de una manera continua, agradable, fresca, de recreo, con consolación, vivir con su bendición.
- El árbol de la vida: “Yahvé Dios hizo brotar del suelo toda clase de árboles deleitosos a la vista y buenos para comer; y en medio del jardín, el árbol de la vida”. Gen 2,9, símbolo de inmortalidad, de divinidad.
- El árbol del bien y del mal: “y el árbol de la ciencia del bien y del mal”, Gen 2, 9. Poder divino de Dios que sabe con certeza inconfundible dónde está el bien y el mal. Qué es lo bueno y lo malo.
- El Mandato: “Y Dios impuso al hombre este mandamiento: “de cualquier árbol del jardín puedes comer, mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás, porque el día que comieres de él, morirás si remedio”. Gen 2, 16-17. Dios al poner este mandato, o esta prohibición, no está quitando ningún derecho al hombre, le está señalando el camino por donde debe ir. Si el hombre se arroga o usurpa el poder de Dios, en ese momento se perderá,
2.5.3. Diálogo entre
Eva y la serpiente. La Tentación, Gen 3, 1-6
- El diálogo: El diálogo, comenzó con una mentira: "¿Cómo es que Dios os ha dicho que no comáis de ninguno de los árboles del jardín?", Gen 3, 1. La verdad era que en realidad les había dado permiso para comer de todos los árboles ... menos del árbol señalado: “respondió la mujer a la serpiente: “podemos comer del fruto de los árboles del jardín, mas del fruto del árbol que está en medio del jardín ha dicho Dios: “no comáis de él, ni lo toquéis, so pena de muerte”, Gen 3, 2-3. Ante la aclaración de Eva, la serpiente sigue tentando, es decir, mintiendo: "Replicó la serpiente a la mujer: “de ninguna manera moriréis. Es que Dios sabe que el día en que comiereis se os abrirán los ojos y seréis como dioses, conocedores del bien y del mal”, Gen 3, 4-5. Así el diálogo entre Eva y la serpiente comienza con una mentira de parte de la serpiente. No parece casual que el autor sagrado hay introducido en el relato la figura de la serpiente. ¿Por qué una serpiente y no otro animal? Se pueden señalar dos razones:
- Las palabras de la serpiente son engañosas y falsas, dice siempre la mentira. Dejarse convencer por ella equivaldría a aceptar un culto idolátrico. Promete vida y da muerte. Promete sabiduría y produce ignorancia, humillación. Promete fecundidad y vida y engendra esterilidad, tristeza y muerte.
- En este relato la serpiente sirve de careta a un personaje, enemigo de Dios y envidioso de la felicidad del hombre: Satanás, el adversario, el Padre de la Mentira, el Príncipe de la Tinieblas. Sab 2, 24; Jn 8, 44; Apoc 12, 9.
- La serpiente: "La serpiente era el más astuto de todos los animales del campo que Yahvé Dios había hecho. La serpiente dijo a la mujer: "¿Cómo es que Dios os ha dicho: no comáis de ninguno de los árboles del jardín?" Respondió la mujer a la serpiente: podemos comer del fruto de los árboles del jardín, mas del fruto del árbol que está en medio del jardín, ha dicho Dios: "no comáis de él, ni lo toquéis, so pena de muerte". Replicó la serpiente a la mujer: "de ninguna manera moriréis. Es que Dios sabe muy bien que el día que comiereis de él, se os abrirán los ojos y seréis como dioses conocedores del bien y del mal". Y como viese la mujer que el árbol era bueno para comer, apetecible a la vista y excelente para lograr la sabiduría, tomó del fruto y comió, y dio también a su marido, que igualmente comió". Gen 3, 1-6.
- La serpiente es el símbolo del mal. Los israelitas tenían la experiencia del desierto y sabían que la serpiente es un animal insidioso, astuto, peligroso que desaparece después de haber mordido y que engendra la muerte.
- La serpiente era también un ídolo frecuente en la religión cananea: simbolizaba la vida, la fecundidad y la sabiduría; de ella nos dice el autor sagrado, que es criatura; luego no hay que adorarla. Para los fieles seguidores de la religión de Yahvé, la serpiente era, pues, el símbolo de la idolatría pagana. El mito de la serpiente cananea queda repudiado con el siguiente inciso: "la serpiente..... que Dios había hecho", Gen 3, 1, no es por tanto una divinidad, sino creatura de Dios, y por lo tanto no se le debe de adorar, ni tiene atributos divinos. Dejarse atraer y convencer por la serpiente equivaldría a apostatar de la fe verdadera en Yahvé y pasarse a un culto idolátrico.
- La Tentación: Como un proceso que se da en el interior de la persona humana y que invita a apartarse de la voluntad de Dios. La tentación se establece por medio del diálogo, y se expresa con una mentira como distorsión de la verdad.
2.5.4. El fruto
prohibido. Aceptación de la tentación: El Pecado = "seréis como
dioses"
- Sigue el proceso de tentación: “Y como viese que era apetecible a la vista y excelente para lograr la sabiduría, tomó de su fruto y comió, y dio también a su marido, que igualmente comió ". Gen 3, 6-7. La serpiente a pesar de ser descubierta en su primera mentira sigue tentando con nuevas mentiras.
- Fruto prohibido: La fascinación ejercida por el fruto prohibido se describe con un lenguaje típicamente hebreo. La triple insistencia: "era bueno.. hermoso... y deseable", tiende a poner en relieve lo atractivo del fruto. Sabemos que el fruto no es la manzana... (nunca, ninguna Biblia ha dicho que fuera una manzana), sino el deseo de querer ser independientes y autónomos, no tener que depender de Dios ni de sus mandatos.
- Aceptación de la tentación: “Y como viese la mujer que el árbol era bueno para comer, apetecible a la vista y excelente para lograr sabiduría”, Gen 3, 6 a. Este proceso se produce como fruto, primero de un diálogo basado en el engaño y la mentira, segundo, la ambición, soberbia de Eva y Adán. La tentación no fue sobre una fruta, sino una tentación de independencia, rebeldía y autonomía ante el plan de Dios; querían ser ellos mismos sin depender ni de nada ni de nadie, era romper la relación Creador – criatura, al margen del plan de Dios. Y como viese la mujer que era bueno y apetecible no tener que depender de Dios ni de sus mandatos, de ser autónomo y juzgar las cosas con criterio propio, no tener que depender de nada ni de nadie, comió y pecó: En definitiva, la tentación de "ser como dioses", era romper deliberadamente el mandato que establecía una relación querida por Dios, era la relación de Creador - criatura, por lo tanto, el pecado original fue de soberbia: nada menos que pretender: "querer ser como dioses", Gen 3, 5. Ciertamente, éste no era el plan de Dios.
- Pecado: “Tomó de su fruto y comió, y dio también a su marido, que igualmente comió”, Gen 3, 6 b. Eva, peca primero en la decisión interior de su conciencia y después desobedece, quebrando el mandato. Primero, la ambición, el deseo interior; después, la ejecución de lo determinado. Por querer “ser como dioses”, come, y una vez que come y peca, invita a Adán que haga lo mismo. Éste también acepta y peca. En ese mismo momento Adán y Eva se separan de Dios. Pierden la gracia de filiación divina. Por soberbia desobedecen el mandato que Dios Creador había puesto a sus creaturas. Las creaturas quisieron ser como su Creador. Esto era trastocar el orden sabio y bueno dispuesto por Dios en la creación, el orden de Creador criatura. La criatura nunca podrá ser como su Creador.
2.5.5. La desnudez
como la vergüenza y el apartamiento de Dios y como fruto del pecado.
Interrogatorio y sentencia
- Desnudos: “Entonces se les abrieron a entrambos los ojos, y se dieron cuenta de que estaban desnudos; y cosiendo hojas de higuera, se hicieron unos ceñidores”, Gen 3, 7. El autor sagrado enseña con esta imagen de la desnudez el fruto del pecado. El hombre ve con claridad su situación ante Dios y ante sí mismo y ante el resto de la creación: está desnudo, es nada (arom). Se da cuenta que ya no refleja la gloria del Creador y se ha separado de la fuente de aguas vivas, Jer 2, 13. Desnudo, quiere decir, que está sin dignidad y el temor entra en su vida. Teme a Dios, se esconde de la presencia amorosa de Dios. Huye de su mirada. Teme a los hombres. No quiere ver expuesta ante ellos la humillación que lleva en el fondo de su corazón, por eso desde ahora vivirá en la mentira y en la mera apariencia.
- Dios sale al encuentro del pecador. El interrogatorio de Dios con Adán y Eva: Es un interrogatorio de lo más delicado: "Oyeron luego el ruido de los pasos de Yahvé Dios que se paseaba por el jardín a la hora de la brisa, y el hombre y su mujer se ocultaron de la vista de Yahvé Dios por entre los árboles del jardín. Yahvé Dios llamó al hombre y le dijo: "¿dónde estás?", el hombre contestó: "te oí andar por el jardín y tuve miedo, porque estoy desnudo; por eso me he escondido". “Dios replicó: "¿Quién te ha hecho ver que estabas desnudo? ¿Has comido acaso del árbol que te prohibí comer?" Dijo el hombre: "La mujer que me diste por compañera me dio del árbol y comí". Dijo pues, Yahvé Dios a la mujer "¿Por qué lo has hecho"? Y contestó Eva: "la serpiente me sedujo y comí", Gen 3, 11-13. Dios sale al encuentro del hombre pecador, no quiere hundirlo sino salvarlo; pero antes el hombre tiene que reconocer su culpa, su rebeldía, su pecado, su nada.
- Las excusas: Adán se excusa echando la culpa a Eva, Eva se excusa con la serpiente. Esta actitud de excusarse y no querer reconocer la propia culpa nos ayuda a conocer la falsedad y la maldad del pecado, en el relato del pecado original ni Eva ni Adán quieren reconocer su propia culpa: “Dijo el hombre: "La mujer que me diste por compañera me dio del árbol y comí". Dijo pues, Yahvé Dios a la mujer "¿Por qué lo has hecho"? Y contestó Eva: "la serpiente me sedujo y comí", Gen 3, 12.
Tales
excusas no tenían justificación alguna pues Adán y Eva fueron los que
decidieron en su soberbia y ambición querer “ser como dioses”, ellos se
separaron de Dios, desobedeciendo el mandato divino. Al desobedecer y pecar se
dieron cuenta que estaban desnudos, es decir, se dieron cuenta de que no eran
nada. Habían pretendido ser autónomos, independientes, lejos del plan de Dios,
(en hebreo "arum") al desobedecer y pecar, se dieron cuenta de que
estando fuera del plan de Dios eran = nada, (en hebreo "arom"). La creatura humana fuera del plan y de la
bendición de Dios, es nada, por eso cuando Dios se hace presente, el hombre en
su desobediencia rebelde, ya no puede estar en la presencia de Dios, se oculta,
se avergüenza.
Ni Adán
ni Eva quieren reconocer ante Dios su pecado, su verdadera rebeldía, ninguno de
los dos se acusó humildemente ante Dios de soberbia, de querer ser como dioses,
los dos se excusan con razones débiles, y no quieren aceptar la parte de
culpabilidad que hay en cada uno de ellos: la soberbia de querer: “ser como
dioses”; estas excusas injustificadas son el fruto del pecado mismo. Es querer
justificar lo injustificable.
- La sentencia de Dios, 3, 14:
- “... Y dijo Dios a la serpiente”. Gen 3, 14. El juicio de Dios sobre la serpiente como instigadora del mal; es un juicio de condenación. El demonio queda maldito. Ha vencido pero su victoria es limitada y temporal. Ha logrado introducir el mal en el corazón del ser humano pero brilla una esperanza de salvación. La tradición cristiana ha visto en esta como profecía de Gen 3, 15: “Enemistad pondré entre ti y la mujer, entre tu linaje y su linaje; él te pisará la cabeza mientras acechas tú su calcañar”, el primer anuncio del Salvador, a quien la Virgen María, su madre, queda asociada de manera especial en el misterio de la Salvación.
- “... Y dijo Dios a la mujer”. Gen 3, 16. Viene el juicio y castigo sobre Eva (significa = Vida), la mujer: es la sentencia de un juez misericordioso, pues la “justicia de Dios” no persigue la destrucción de nadie sino la salvación del ser humano y la última palabra de Dios nunca es de desgracia. El castigo de la mujer: “Entonces Yahvé Dios a la mujer dijo: tantas haré tus fatigas cuantos sean tus embarazos: con dolor parirás a tus hijos”.
- “... Y dijo Dios al hombre ...". Gen 3, 17. Y el castigo de Adán (significa: hombre, varón) del hombre: “Al hombre le dijo: “Por haber escuchado la voz de tu mujer y comido del árbol del que yo te había prohibido comer: maldito sea el suelo por tu causa: con fatiga sacarás de él el alimento todos los días de tu vida”, indican una herida en lo más profundo de su ser y que a partir de entonces el mal estará en su corazón. Todo esto señala el deterioro y ruptura de la amistad del ser humano con Dios. La mujer querrá seducir al hombre y éste querrá esclavizar y someter a la mujer. A partir del pecado original el ser humano contemplará el mundo con ojos distintos y enfermos y lo encontrará duro y agotador: “maldito se el suelo por tu causa: con fatiga sacarás de él el alimento todos los días de tu vida”, Gen 3 17. tal es la situación en la que el ser humano queda en la tierra por el pecado que ha cometido.
El
sufrimiento y las penas impuestas por Dios a Adán y Eva: dolor, fatiga, muerte,
son fruto de esa situación de pecado en que cayeron los primeros seres humanos.
A partir de Adán y Eva todos nacemos en este estado de pecado, como carencia de
la gracia santificante, que es gracia de filiación divina, y este pecado no es
consecuencia de un mal ejemplo recibido, como afirmaba Pelagio, sino carencia
de la gracia de filiación, que se transmite y comunica y propaga a todos los
seres humanos que vienen a este mundo. En este sentido afirma S. Pablo que
todos los seres humanos somos solidarios con el Adán pecador y por lo tanto al
nacer todos somos pecadores Rom 5, 19, pues carecemos de la gracia de
Dios.
Esto
significa, también: que Dios al condenar y castigar no es injusto. Cumple y
realiza lo que ya había advertido anteriormente.
2.5.6. Providencia
divina
- Vestidos: Gen 3, 21: "Yahvé Dios hizo para el hombre y su mujer túnicas de piel y los vistió". Dios castiga el pecado, pero tiene misericordia con el pecador. Adán y Eva pecaron pero Dios no se olvida de ellos, no les deja solos en su desnudez, (en su nada), sino que provee por ellos. Seguirá atendiéndolos, pero ya no con la claridad, felicidad y alegría del paraíso, sino desde la perspectiva del trabajo y del dolor. Dios nunca se olvida del hombre a quien creó a su imagen y semejanza.
Si Dios
castiga la soberbia y rebelión del ser humano, también protege su pobreza y
desamparo. Dios no abandona al ser humano a sus propios recursos: no le deja de
la mano. Con la imagen del vestido, se señala la providencia de Dios y la
imagen del vestido se nos dice en la Biblia que Dios restaura la dignidad de la
persona humana. Dios le viste con el vestido de su gracia santificante para que
se convierta en verdadero hijo de Dios. S. Pablo afirma que todos los
bautizados se han revestido de Cristo, Gal 3, 27, exhorta a los cristianos a
revestirse del hombre nuevo, recreado en Cristo, Col 3, 10; Efes 2, 15; 4,24.
La imágenes del vestido dan a entender el comienzo de una vida nueva a la que
somos llamados por Dios en Cristo resucitado.
2.5.7. El Castigo
como justicia de Dios. Expulsión del paraíso. Gen 3, 22 24
El Castigo como justicia de Dios. “Y habiendo expulsado al hombre, puso delante del jardín
del Edén querubines, y la llama de espada vibrante, para guardar el camino del
árbol de la vida". Gen 3, 24.
Referente al castigo de Dios, no hay que ver
en dicho castigo algo desproporcionado o de venganza, de ira, en definitiva de
un castigo injusto. Dios les había advertido anteriormente: "no comerás del árbol de la ciencia del
bien y del mal porque el día que comieres de él, ciertamente,
morirás", Gen 2, 17.
Dios
realiza el castigo que les había anunciado. Dios cuando castiga a nuestros
primeros, padres con la expulsión del paraíso y con las maldiciones que les da
a cada uno de ellos; no obra ciegamente, ni con injusticia. Al contrario obra
con justicia y con verdad. Adán y Eva había sido advertidos para que no cayeran
en esa tentación, si cayeron, fue por el mal uso que hicieron de su
inteligencia, su voluntad y de su libertad.
Expulsión del paraíso: "Y dijo Yahvé Dios: "he
aquí que el hombre ha venido a ser como uno de nosotros, en cuanto a conocer el
bien y el mal. Ahora, pues, cuidado, no
alargue su mano y tome también del árbol de la vida y comiendo de él viva para
siempre". “Y le echó Yahvé Dios del jardín del Edén para que labrase el
suelo de donde había sido tomado. Gen 3, 22-24a.
Cuando
Adán y Eva desobedecen y pecan ya no pueden estar en la presencia de Dios cara
a cara, sienten vergüenza por su pecado y la relación con Dios no puede ser
como era antes del pecado. La expulsión del paraíso es no poder estar con Dios
en presencia continua, es no poder relacionarse con Dios de una manera clara,
filial, como un hijo con su padre, es decir, pierden su condición filial
divina.
La expulsión
del paraíso no ha de entenderse como la entrada en un lugar donde ya no está
Dios o que Dios está ausente. Dios está siempre presente en todas partes
(omnipresencia), incluso fuera del paraíso. Ningún hombre ni criatura alguna
puede sustraerse a la presencia de Dios. Incluso fuera del paraíso el hombre y,
el universo entero tienen su existencia en Dios. Pero el hombre no experimenta
ya a Dios en su presencia, como felicidad y paz, sino que se consume chocando
incesantemente contra su poder y su grandeza, pretende oponerse a Dios y a su
plan de bendición y no puede, fracasa.
La
consideración bíblica de esta expulsión del paraíso debe de llevarnos a
considerar que Dios es omnipresente y poderoso y el hombre fuera de Dios
percibe muy poco y con dificultad su presencia. Dios está siempre presente en
todas las cosas, pues todas ellas son suyas. El las ha creado, y las alimenta y
alienta con su espíritu vital. Parece como si el hombre hubiera roto aquel
receptor interior que le permitía percibir y vivir en la presencia de Dios, y
así experimentar toda la felicidad que de El emanaba.
No es
que, Dios esté ausente; es el hombre quien no se pone en sintonía con la
longitud de onda de Dios, o si la percibe lo hace con distorsiones y con serias
dificultades porque su ser mundano ha sintonizado todos sus sentidos y todas
sus preocupaciones con la longitud de onda del mundo.
Alejarse
de Dios libre e inteligentemente siempre ha sido para el hombre una verdadera
catástrofe. Un autor moderno ha dicho: "El que se aparta de Dios destruye
su misma personalidad humana... Se puede organizar el mundo sin Dios pero
entonces el mundo acaba aniquilando al hombre. Donde no está Dios, allí no
puede tampoco estar el hombre. Los asesinos de Dios son también necesariamente
los asesinos de los hombres".
2.5.8. Conclusión General del capítulo 3º del Génesis
Lo
primero que hay destacar es que el pecado original es realmente un hecho
histórico, y sobre todo una revelación teológica muy importante, que hay que
aceptar y creer con fe. Si el pecado original, de nuestros primeros padres, no
ha sido histórico, el sentido pleno de la Sagradas Escrituras cambia totalmente
y la Historia del género humano sería distinta, pues si no hubo pecado, no
habría muerte, no habría condenación
eterna; el ser humano no necesitaría de redención. El ser humano sería dueño
absoluto de sí mismo, de su historia. Y esto no es así.
Hemos
visto que el pecado de Adán y Eva, cediendo a la sugestión y mentira de la
serpiente, desobedecen a Dios pues: “quieren ser como dioses, conocedores del
bien y del mal”, Gen 3, 5. Es decir, nuestros primeros padres quisieron
colocarse en el lugar de Dios para decidir en sus vidas qué es el bien y el
mal, y vivir con autonomía completa al margen de Dios. Según Gen 2, 1 y s.s.,
la relación de Dios con la criatura humana no era una relación de dependencia,
sino de libertad, sobre todo de amistad y de filiación.
Dios no
había negado nada al hombre creado a su imagen y semejanza, excepto la
prohibición de comer del árbol del bien y del mal, y del árbol de la vida; no
se había reservado nada para sí. Pero por instigación de la serpiente, “la más
astuta de los animales”, Eva primero y después Adán, dudan de este amor de Dios
ya que el precepto dado por Dios era para su bien, y es causa de la sospecha que insinúa el tentador
al decir a Eva: “¿Cómo es que Dios os ha dicho: no comáis de ninguno de los
árboles del jardín?”, Gen 3, 1. Es como decir, si no puedes comer de un árbol
es lo mismo que si no pudieras comer de ninguno, no eres totalmente libre, Dios
te limita, no es un Dios bueno, sino un Dios celoso de su poder. Y la
advertencia añadida al precepto: “mas del árbol de la ciencia del bien y del
mal no comerás, porque el día que comieres de él, morirás sin remedio”, Gen 2,
17, según el tentador, sería sencillamente una mentira, una amenaza para
mantener a la criatura humana sometida, por eso el tentador replica: “no, de
ninguna manera moriréis. Pero Dios sabe muy bien que el día en que comáis de
este fruto, se os abrirán los ojos y seréis como dioses, conocedores del bien y
del mal”, Gen 3, 4.
Con el
pecado se introdujo en este mundo armonioso de las criaturas humanas, la
desconfianza, la división, la injusticia, el asesinato, la guerra, la muerte.
Tal es la explicación que nos da el libro del Génesis de la presencia del mal
en el mundo; y en varias escenas va mostrando la marea creciente del pecado:
Caín mata a su hermano Abel; Lamec, el vengativo, cuando dice: “yo maté a un
hombre por una herida que me hizo y a un muchacho por un cardenal que recibí”,
Gen 4, 23. Es la humanidad corrompida, que perece con el castigo del diluvio,
Gen 6, 5-8. Pero, Dios comienza un nuevo tipo de relación con el ser humano por
medio de Noé que se salvó del diluvio universal, Gen 9-10, sin embargo el
pecado había anidado ya en el corazón enfermo del ser humano, sigue
corrompiendo al hombre y creando división. El símbolo real del desentendimiento
y confusión dentro de la soberbia humana es la torre de Babel, Gen 1. 1, y s.s.
Y Dios los confunde de nuevo.
Desde
el primer pecado de nuestros primeros padres el ser humano cree a quien le
adula y desconfía de Dios a quien considera cono su rival. El pecado transforma
la relación filial que unía al ser humano con Dios. Todo cambia entre el ser
humano y Dios. Aún antes de que Dios intervenga a causa del pecado, Adán y Eva,
que antes gozaban de familiaridad con Dios, “se
esconden de Yahvé entre los árboles”,
Gen 3, 8. La iniciativa de ocultarse fue de ellos, y se avergüenzan ante
la presencia de Dios; Él sale a su encuentro y les tiene que buscar y llamar.
La expulsión del paraíso ratifica esa decisión libre y voluntariosa del ser
humano; pero éste comprueba entonces que la advertencia que le hizo Yahvé no
era mentira: “mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás, porque
el día que comieres de él, morirás sin remedio”, Gen 2, 17; así la criatura
humana lejos de Dios no tiene acceso al árbol de la vida: “y dijo Yahvé Dios
“Resulta que el hombre ha venido a ser como uno de nosotros, en cuanto a
conocer el bien y el mal! , Gen 3, 22; no hay más que muerte. Adán y Eva
representan a toda criatura humana. Su rebelión contra la voluntad de Dios es
nuestra rebelión y desobediencia. Damos más crédito a la mentira aduladora y
mentirosa del diablo que al precepto lleno de vida que nos da Dios. No
olvidemos a S. Juan, el discípulo amado de Jesús, el diablo, Satanás, “Vosotros
sois de vuestro padre el diablo y queréis cumplir los deseos de vuestro padre.
Éste era homicida desde el principio, y no se mantuvo en la verdad, porque no
hay verdad en él, cuando dice la mentira dice lo que le sale de dentro, porque
es mentiroso y padre de la mentira”, Juan 8, 44.
El
salario del pecado es la muerte. La pretensión del hombre de alzarse por encima
de Dios le hunde en el abismo, ese es el relato de la torre de Babel, Gen 11,
1-9. Al querer construir su vida con sus propias manos, al margen de Dios, se
encuentra con el vacío interior radical. S. Pablo fue uno de los que vio mejor
la profunda relación entre pecado y muerte: por Adán ha entrado el pecado en el
mundo y con el pecado la muerte, Rom 6, 12-23. El pecado paga siempre con la
muerte. Éste es el núcleo de la actitud pecadora del hombre que quiere
constituirse en señor absoluto de su vida. Comenzando por el pecado de Adán, el impulso y la fuerza que mueven a
todo hombre a pecar es levantarse contra Dios. Pecar es negar a Dios como único
Señor; es ver a Dios y su ley no como una expresión de amor, sino como una
manifestación impositiva y opresora de la libertad y dominio sobre el hombre.
Este
panorama desolador enseña, sin embargo, que el pecado no es ingrediente de la
naturaleza humana, el mal no es creacional, no forma parte del principio del
plan de Dios sobre la creación. El pecado, el mal, es defección, no defecto
ingénito; es virus, no es cromosoma. Ahí residen la posibilidad y la esperanza de que el género humano puede ser
regenerado y salvado.
El
pecado en definitiva ofende al pecador y a los demás seres humanos. Esta es la
realidad teológica del pecado. No reconocer a Dios, constituirse Dios de sí
mismo, cambiando al Dios verdadero por uno falso: ésta fue la experiencia de
Pablo cuando dice: “Porque, habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a
Dios, ni le dieron gracias, antes bien se ofuscaron en sus razonamientos y su
insensato corazón se entenebreció; jactándose de sabios, se volvieron necios, y
cambiaron la gloria de Dios incorruptible por una representación en forma de
hombres corruptibles, de aves, de cuadrúpedos, reptiles”, Rom 1, 21-22. Este
apartamiento lleva consigo en la criatura humana pecadora las siguientes
actitudes pecaminosas: “ ... viven en toda injusticia, perversidad, codicia y
maldad; llenos de envidias, homicidios, discordias, fraudes, depravación; son
difamadores, calumniadores, hostiles a Dios, insolentes, arrogantes,
fanfarrones, ingeniosos para el mal, rebeldes a sus padres, insensatos,
desleales, desamorados, despiadados, ...”, Rom 1, 29-30.
El
pecado como ruptura entre el hombre y Dios, introduce igualmente una ruptura
dentro de los miembros de la familia humana. Hemos visto como dentro del paraíso,
en el seno mismo de la pareja
primordial, apenas cometido el pecado, Adán acusa a Eva, como quejándose que
“la ayuda adecuada” Gen 2, 18, que Dios le había dado, le traicionó. Adán se excusa a sí mismo
acusando a la mujer; y la acusación a Eva es simultáneamente acusación al mismo
Dios: “la mujer que tú me diste”, Gen 3, 12, es una expresión amarga que Adán
lanza con una sola frase en ambas direcciones, hacia su mujer, por haberle
invitado a pecar y a Dios como que la compañera no ha sido del todo lo buena y
fiel que debiera haber sido.
Luego
vienen las historias de los egoísmos individuales que envenenan la vida social
y se plasman en actitudes de explotación, rivalidad, injusticia, crueldad,
desprecio. El Concilio Vaticano II dice en Gaudium et Spes, nº 13. “El pecado
rebaja al hombre impidiéndole lograr su propia plenitud, más aún, como enfermo
y pecador; no raramente hace lo que no quiere y deja de hacer la que querría
llevar a cabo. Por ello siente en sí mismo la división”.
Ya en
la narración del diluvio se dice, por dos veces, que el corazón del hombre está
inclinado continuamente al mal desde la niñez, Gen 6, 5. 8, 21; que “lleva a la
dureza del corazón y de cerviz”, Deut 9, 6. Esta dureza de corazón hace: “que
con los ojos no vean ni con los oídos oigan”, Is 6, 5-10. Para que cambie esta
situación se necesitará: “cambiar el corazón”, Deut 30, 3-8. Sólo Dios puede
cambiar el corazón; en los salmos se pide este corazón nuevo: “¡Oh Dios!, crea
en mi corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme, no apartes de mí
tu rostro no me quites tu santo espíritu”, Salm 50, 12-13.
Esta
división interior se manifiesta en el miedo, Gen 3, 10, como angustia
existencial, como tristeza. Ésta contrariamente a la alegría, que está llena de
la presencia de Dios. La tristeza es un fruto amargo del pecado que separa de
Dios, llevando al hombre a esconderse de Dios, Gen 3, 10; o a que: “Dios le
oculte su rostro”, Salm 13, 2, s.s. de modo que el hombre se siente condenado
a: “alimentarse de un pan de lágrimas”, Salm 80, 6. El pecado priva a la
persona de la capacidad de gozar y reposar en el bien. Reduce la capacidad de
apreciar el bien, de ser agradecido, de participar en el gozo de los demás, de
la belleza y bondad de la creación.
La
realidad dura del pecado es que lleva a la muerte eterna y se expresa con
diversos símbolos. El primero es el “camino errado”. El pecado es una desviación, es entrar por una senda
que lleva al precipicio, a la muerte, Deut 30, 15-20. Otro símbolo del pecado
es la “esclavitud” bajo el poder del mal. S. Pablo lo representa bajo el signo del “poder del mal”, como a un
tirano que somete al hombre a sus deseos carnales, haciéndolo instrumento para
el mal: “No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal de modo que
obedezcáis a sus apetencias. Ni hagáis ya de vuestros miembros instrumentos de
injusticia al servicio del pecado; sino más bien ofreceros vosotros mismos a
Dios como muertos retornados a la vida; y vuestros miembros, como instrumentos
de justicia al servicio de Dios”, Rom 6, 12-13. El pecado es una fuerza que
aisla, bloqueando los puentes de comunicación con Dios, con los demás hombres y
con la creación. Su desenlace lleva a la muerte. Otro símbolo del pecado es el
de “enfermedad”, es como un virus que mina las fuerzas sanas del hombre,
impidiéndole ser él mismo. La infección coincide con la abdicación de la
libertad, la adhesión de la voluntad al mal le hace enfermar, y el hombre
se encuentra afectado de un cáncer que
no puede eliminar por sí mismo. El pecado es una especie de lepra, que le
corroe la carne propia, la deforma, le aleja de la comunidad, Lev 13, 45-46.
Estos tres símbolos y otros más nos llevan a la conclusión que: “el salario del
pecado es la muerte”, Rom 6, 23.
Finalmente,
el pecado original de Adán y Eva, teológicamente hablando, se llama
"pecado original originante", es el primer pecado histórico de
nuestros primeros padres, Adán y Eva. Fue un pecado personal y se transmite a
todo el género humano vía generación o procreación. Con el pecado original
nuestro primeros padres perdieron su filiación divina, esta carencia de gracia
santificante afectó a las relaciones del
ser humano con Dios, es decir, en el nivel sobrenatural, ya no había gracia
santificante, al carecer de ésta el ser humano ya no se relaciona filialmente
con Dios; y en el nivel natural sufre y padece en su existencia y encuentra a
Dios con suma dificultad. Esta carencia de filiación divina se comunica a todo
el género humano.
A
partir de nuestros primeros padres todas las criaturas humanas que vienen a
este mundo nacen con el "pecado original originado", es decir, es
privación, o carencia de la gracia santificante. Este “pecado original
originado” no es un pecado personal sino es pecado de naturaleza, no de
persona, y consiste en la privación de la gracia santificante; es hereditario,
y se transmite vía generación.
Así
pues, el primer pecado dio origen a todos los pecados que sucesivamente se han
venido dando en la existencia del género humano, dando como resultado el
“pecado del mundo”, Jn 1, 29, o :“el mundo de las tinieblas”. La característica
peculiar del Pecado original es el orgullo, la arrogancia, la presunción, de
querer "ser como dioses", fruto, en definitiva, de la soberbia y la
desobediencia del hombre ante Dios. Es la negativa de no querer aceptar el
mandato de Dios, así el hombre se ha apartado de Dios. El árbol de la vida, de
la ciencia del bien y del mal se ha
convertido en el árbol de la propia conciencia.
Los
primeros padres querían "ser como dioses", (arum), cuando comieron del
fruto del árbol prohibido, una vez que comieron del fruto prohibido, en vez de
"ser como dioses", se "hallaron desnudos" = se dieron
cuenta que eran = nada (arom). En su soberbia y codicia quisieron poseerlo
“todo” fuera del plan de Dios y una vez que desobedecieron vieron que eran
"nada", ante Dios. Todo ello porque se dejaron engañar por el Diablo,
el padre de la mentira. A partir del pecado se encontraron en la presencia de
Dios "desnudos", privados de la gracia santificante, es decir, del
estado de felicidad original. El hombre pecador se ha desligado de su
"religio", o sea, de la "religatio", del vínculo que lo
unía a Dios y por eso se siente víctima de su propio pecado, con vergüenza.
El
coloquio entre Dios y nuestros primeros padres probablemente se desarrolló en
la misma conciencia, pues el relato bíblico no hace sino evidenciar un
conflicto de conciencia por medio de las excusas, que es la típica reacción del
pecador: disculparse tratando de echar la culpa al otro. Adán acusa a Eva, Eva a la serpiente.
Las
maldiciones que Dios lanza contra la serpiente, el hombre y la mujer son
símbolos de la alteración producida por el pecado del hombre y en su relación
para con Dios. De suyo, el pecado original, no ha cambiado la naturaleza
psicofísica del hombre, sino lo que se ha alterado ha sido la relación
interior, de conciencia, entre Dios y el hombre.
El
castigo de Dios fue justo y sabio y consistió en la expulsión del paraíso y ha
quedado explicada en la sección correspondiente, su significado y alcance:
primero es la ausencia de la presencia de Dios en Adán y Eva, ya no pueden ver
a Dios cara a cara, no pueden hablar con Él con la inocencia de antes; segundo,
acerca de la presencia de Dios en todas las cosas y la dificultad, intrínseca
del hombre para captar su presencia y vivir en paz y armonía con Él.
Pero el
pecado de Adán y de todo el género humano no vence el amor de Dios. La criatura
humana viviendo en el pecado y sin la gracia santificante vive en esa angustia
que vivía S. Pablo: “ ... estoy vendido al poder del pecado. Realmente, mi
proceder no lo comprendo; pues no hago lo que quiero, sino que hago lo que
aborrezco. Y si hago lo que no quiero, estoy de acuerdo con la Ley en que es
buena; en realidad, ya no soy yo quien obra, sino el pecado que habita en mí,
es decir, en mi carne; en efecto querer el bien lo tengo a mi alcance, mas no
el realizarlo, puesto que no hago el bien que quiero, sino que obro el mal que
no quiero. Y, si hago lo que no quiero, no soy yo quien lo obra, sino el pecado
que habita en mí”. Rom 7, 14-20. Esta situación lleva a Pablo a exclamar:
“¡Pobre de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo que me lleva a la muerte?
¡Gracias sean dadas a Dios por Jesucristo nuestro Señor!”. Rom 7, 24-25.
Sólo
Dios puede salvar al hombre. Sólo Dios puede rehacer la imagen y semejanza que
quedó desfigurada por el poder del pecado, pero no la destruye, Dios sí puede
recrearla. Y lo hace por medio de su Hijo Jesucristo. Por eso el mismo S. Pablo
exclama: “¿Quién nos separará del amor de Dios que hemos conocido en Cristo
Jesús? ¿la tribulación, la angustia? ... Pues yo estoy seguro ni la muerte ni
la vida ... ni otra criatura alguna
podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro”.
Rom 8, 35-39.
La
recreación de la imagen de Dios, desfigurada en el hombre por el pecado, será
un nuevo comienzo de la historia de los hombres. Jesucristo, el Verbo divino
encarnado en el seno purísimo de la Virgen María, enviado por Dios, abre el
nuevo paraíso. Jesucristo es el nuevo Adán, que repara lo que el primer Adán
deshizo: “Si por el delito de uno murieron todos ¡cuánto más la gracia de Dios
y el don otorgado por la gracia de un hombre, Jesucristo, se han desbordado
sobre todos! ... En efecto, si por el delito de uno reinó la muerte por un
hombre ¡con cuánta más razón los que reciben en abundancia la gracia y el don
de la justicia, reinarán en la vida por uno, por Jesucristo!”. Rom 5,
15-17. Pablo argumente: “En efecto, así
como por la desobediencia de un hombre, todos fueron constituidos pecadores,
así también, por la obediencia de uno todos serán constituidos justos”. Rom 5,
19. Y finaliza: “pero donde abundó el pecado sobreabundó la gracia; así, lo
mismo que el pecado reinó por la muerte, así también reinará la gracia en
virtud de la justicia para la vida eterna por Jesucristo nuestro Señor”. Rom 5,
20-21.
...
Agradecemos al P. Ignacio Garro, S.J. por su colaboración.
Para acceder a las otras publicaciones de esta serie acceda AQUÍ.
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