PASCUA
Domingo VI
Juan 14, 15-21
Jesús nos dice que el camino para llegar al amor de Dios, es el del cumplimiento de los mandamientos.
Entre
otras lecciones de Jesús en estos versículos, hay una en que junta el amor y el
cumplimiento de los mandamientos: “si me amáis, guardaréis mis mandamientos”.
Estas palabras de Jesús nos hacen recordar las cláusulas de la Alianza que Dios
estableció con los judíos, por medio de Moisés en el monte Sinaí: Ustedes serán
mi pueblo si guardan mis mandamientos; o sea que la relación amorosa entre Dios
y los hombres, incluye el que éstos cumplan con los diez mandamientos.
A
la vista salta que se han juntado dos cosas que parecerían contrapuestas: el
amor y el cumplimiento de la ley, el legalismo y el afecto, el deber que puede
ser exigido y el amor que es enteramente libre. Pero es un contraste solamente
aparente. No es que Jesucristo ponga una condición arbitraria para amarle a él,
cumplir los mandamientos; se trata de hacernos caer en la cuenta que nuestro
amor a El no sería auténtico si no se manifiesta en una vida pura; el llevar
una vida de acuerdo con los mandamientos de Dios, es la muestra de la
autenticidad de nuestro amor.
Así
en la afirmación de Jesús, casi podríamos decir que las dos frases son
equivalentes: guardar los mandamientos es amar a Jesús, amar a Jesús es guardar
los mandamientos. Si se ama a Jesús de veras, surge, como necesidad interior el
actuar de acuerdo a los mandamientos, aunque éstos no estuvieran ni escritos,
ni mandados. Y es hermoso descubrir que Dios se considera amado por el hombre,
cuándo éste respeta a sus padres, cuando defiende la vida, cuando respeta todo
lo del prójimo. Cada acto de éstos, que decimos de cumplimiento de los
mandamientos, en realidad es un verdadero acto de amor, y así deberíamos
considerarlo.
Por
eso hay que entender cabalmente lo que son los mandamientos, para liberarlos
del carácter legalista que frecuentemente les damos, y para preservar su
verdadera esencia. El puro legalismo nos lleva a un cumplimiento externo de la
ley, y no nos lleva a querer con todo el corazón lo que ella manda. Pero si
esto está mal en las leyes humanas, peor es en la ley divina. Supongamos que
una persona no trafica en drogas, sólo por la sanción en que puede incurrir;
ése tiene un sentido puramente legalista, y muy pobre como ciudadano, no ha
interiorizado la ley, en su corazón no hay un valor correspondiente a la ley.
La
ley de Dios, los Mandamientos, son parte de la Alianza (pacto de amor)
que Dios ha establecido con los hombres. Ya desde el Sinaí, los mandamientos
son elemento esencial de esa amistad con Dios llamada Alianza.
Pero
también con respecto a ellos, podemos tener un sentido puramente legalista: no
hago esto, o lo otro, porque está prohibido, o porque me puede caer un castigo,
pero no he interiorizado los valores implicados en los mandamientos. Y éstos
sólo de verdad se cumplen cuando hacemos parte de nuestro corazón los valores
en ellos contenidos. Lo que me mandan los mandamientos es que yo tenga en el
corazón un amor profundo y dedicado a mi familia, que me entregue con
generosidad y afecto a servirles; me mandan que en mi corazón haya un amor
ilimitado a la vida y que la cuide como un don de Dios, que cuide el bienestar
de mis hermanos en cuanto de mí dependa; me mandan que cuide con respeto mi
cuerpo porque es un santuario de Dios, y lo mismo el cuerpo de mis hermanos. Y
así en todos los mandamientos: lo referente a la honra, a la verdad y a cada una de las cosas que hay que respetar,
como señal de nuestro amor al prójimo. Se trata en cada caso de que en mi
corazón haya un verdadero deseo de esos valores que Dios nos ha enseñado en los
mandamientos.
O
sea que debo convertir cada mandamiento en un objeto de amor. Mi cumplimiento
debe ser de corazón, y además pensando en Dios que me los ha dado, para que le
dedique mi vida a El afectivamente y efectivamente. Por otra parte hay que
añadir algo más: cuando Jesús nos dice que para amarlo a El hay que guardar los
mandamientos, nos dice que hagamos todo lo que los mandamientos nos piden
por El. El fundamento de cada
mandamiento es la voluntad de Jesús, el querer de Dios. En este mismo sentido
decía San Agustín la conocida frase. “Ama y haz lo que quieras”.
Los
mandamientos de Dios y el amor a Dios van así unidos. Los mandamientos son en
realidad un camino de amor. Una cosa a la que un buen cristiano aspira es a
amar de verdad a Dios, a llenar de amor su corazón. Es cierto que no hay mejor
forma de vivir que estar enamorado; y no hay amor más cautivador que el amor de
Dios. Tenemos una forma de caminar hacia el amor, de construir el amor: guardar
los mandamientos, que El nos ha dado.
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Agradecemos al P. Adolfo Franco, S.J. por su colaboración.
Para acceder a otras reflexiones del P. Adolfo acceda AQUÍ.
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Agradecemos al P. Adolfo Franco, S.J. por su colaboración.
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