Homilía del Domingo 6º de Pascua (C) 05 de mayo del 2013

"Me voy y volveré a ustedes"

P. José Ramón Martínez Galdeano, S.J.

Lecturas: Hch 15,1-2.22-29; S 66; Ap 21,10-14.22-23; Jn 14,23-29





Hoy también, como el pasado domingo, el evangelio es un fragmento del llamado “sermón de la Cena”, conversación, instrucciones y oración de Jesús al Padre al final de la Última Cena. Jesús les prepara para asumir los acontecimientos que pronto sucederán, su pasión, muerte y resurrección. En este momento está insistiendo en que no les va a dejar; sin embargo también dice que les deja y van a sufrir momentos muy duros. Para los discípulos y en aquel momento son cosas difíciles de entender. A nosotros nos resultan fáciles porque tenemos fe y conocemos ya todo lo que sucedería después.
“El que me ama guardará mi palabra…; el que no me ama no guardará mis palabras”. Una persona, que había estado un tiempo alejada de Dios, con pecados muchos y graves, había cambiado, pero no se confesaba; decía que no podía porque no estaba arrepentida. Lo que le pasaba era que confundía el sentimiento con el acto de voluntad. Es error frecuente. Dicha persona no sentía amargura, vergüenza, rechazo de sus pecados; sin embargo sí sabía y aceptaba haber hecho el mal y haber ofendido a Dios, y había rechazado todo aquello como indigno y reprobable de quien es amado de Dios; por fin por esos motivos había rechazado esa conducta y la prueba estaba en que ahora tenía otra muy distinta. Los hechos eran la prueba de que sí se había arrepentido.
Lo decisivo son las obras. A veces Dios nos concede el favor de tener sentimientos buenos, que nos impulsan y facilitan la limosna, la oración, el arrepentimiento y otros actos morales buenos. Tales sentimientos son buenos y conviene fomentarlos pues nos ayudan a la virtud, y son en general gracias de Dios para ello; pero no son voluntarios, no siempre nos son posibles y no son estrictamente necesarios para la práctica de las virtudes. El que da limosna porque en ese pobre está Jesucristo, hace un acto de caridad bueno y meritorio, aunque no sienta compasión. Así mismo el empleador que, consciente de su obligación cristiana de ser justo, paga unas horas extraordinarias, está haciendo un acto que muestra que ama a Dios.
Cuando ustedes vienen a misa, oran por la Iglesia, dan gracias a Dios, piden por su familia, agradecen un favor, ayudan, dicen la verdad, perdonan, dan limosna… porque ésa es la conducta propia de un cristiano, ustedes están guardando la palabra del Señor y eso es prueba de que le aman.
Recuerden que los evangelios de la Pascua una y otra vez manifiestan que a Jesús resucitado lo tenemos cerca y que por tanto no carecemos de la suerte de los que vieron y oyeron a Jesús con sus ojos y oídos de carne. En este texto también nos lo asegura Jesús: “El que ama guardará mi palabra y mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos morada en él”. Estará tan cercano, que estará dentro de cada uno de nosotros. Y repite y amplifica la idea prometiendo el Espíritu Santo, que nos ayudará con su enseñanza y el recuerdo de su doctrina. Debemos dar gracias a Dios por esta presencia del Señor en nuestra alma y hacer uso de ella con frecuencia. Las jaculatorias, que son breves peticiones de ayuda, expresiones de acción de gracias, de reconocimiento o de perdón, son un fácil y hermoso medio para vivir la compañía con Cristo y con toda la Trinidad.
Esta promesa de su presencia les dice Jesús a sus discípulos que les dará “su paz”. Es una paz que nadie ni nada pueden dar. Es una paz que brota desde el fondo del corazón y lo transforma todo disolviéndolo en el amor de Dios, que está allí dentro en el fondo del alma. Por eso no deben tener miedo. Y Jesús insiste en que se va, pero vuelve.
Y añade una frase no tan fácil de entender: “Si me amaran se alegrarían de que vaya al Padre”. Es claro que no hay que tomar estas palabras al pie de la letra; estarían en contra del clima de intimidad y cariño intenso de todo el momento. Manifiestan sólo que al amor que le tienen le falta la luz necesaria de la fe perfecta. No caen en la cuenta de que por el sufrimiento, sí, va al Padre, lo cual constituye su plena felicidad, su destino eterno y la plenitud de su existencia: “el Padre es mayor que yo”.
Se lo dice entonces, “antes de que suceda”; “para que cuando suceda –en las próximas horas– sigan ustedes creyendo”. La fe de los discípulos no es todavía perfecta. Por eso tienen miedo; siguen sin estar seguros de que la cruz es el camino necesario para Jesús por voluntad del Padre para realizar su misión, para salvar al mundo de su pecado y que a los tres días resucitará y volverá. La experiencia de Jesús resucitado y la venida del Espíritu Santo culminarán la preparación de los discípulos para ser testigos de Cristo resucitado ante los hombres. 
También nosotros vemos que nos falta para la fe perfecta. Nos falta ver en la cruz el camino necesario para “ir al Padre” y eso hasta dar la vida. Oremos cuando sufrimos, para aceptar la cruz, para llevarla en paz y no quejarnos a Dios por ella. Despertemos a la verdad de que Jesús nos acompaña y de que no nos faltará el Espíritu Santo para acercarnos a Él y vivir su presencia. Caminemos tras el camino de los santos. Así Santa Teresa:

Dulce Jesús mío, aquí estáis presente.
Las tinieblas huyen, Luz resplandeciente;
oh, Sol refulgente, Jesús Nazareno,
véante mis ojos, muérame yo luego.

Gloria, gloria al Padre, gloria, gloria al Hijo,
gloria para siempre igual al Espíritu.
Gloria de la tierra suba hasta los cielos.
Véante mis ojos, muérame yo luego. Amén


“Hay un doble aspecto en el misterio pascual: por su muerte nos libera del pecado, por su resurrección nos abre el camino a una nueva vida. Esta es, en primer lugar, la justificación que nos devuelve a la gracia de Dios (Ro 4,25) ‘a fin de que, al igual que  Cristo fue resucitado de entre los muertos, así también nosotros vivamos una nueva’ vida (Ro 6,4)” [Cat. Igl. Cat. 654]

“Concédenos, Dios todopoderoso, continuar celebrando con fervor estos días de alegría en honor de Cristo resucitado, y que los misterios que estamos recordando transformen nuestra vida y se manifiesten en nuestras obras” (Colecta del domingo VI de Pascua).


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