Padre Adolfo Franco, SJ
DOMINGO XVII del Tiempo Ordinario.
Lucas 11, 1 - 13.
Un día estaba Jesús orando en cierto lugar. Al ter minar su oración, uno de sus discípulos le dijo: «Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos.» 2 Les dijo: «Cuando recen, digan:
Padre, santificado sea tu Nombre, venga tu Reino.
Danos cada día el pan que nos corresponde.
Perdónanos nuestros pecados,
porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe.
Y no nos dejes caer en la tentación.»
Les dijo también: «Supongan que uno de ustedes tiene un amigo y va a medianoche a su casa a decirle: “Amigo, préstame tres panes, 6 porque un amigo mío ha llegado de viaje y no tengo nada que ofrecerle”. Y el otro le responde a usted desde adentro: «No me molestes; la puerta está cerrada y mis hijos y yo estamos ya acostados; no puedo levantarme a dártelos». Yo les digo: aunque el hombre no se levante para dárselo porque usted es amigo suyo, si usted se pone pesado, al final le dará todo lo que necesita.
Pues bien, yo les digo: Pidan y se les dará, busquen y hallarán, llamen a la puerta y les abrirán. Porque todo el que pide recibe, el que busca halla y al que llame a la puerta se le abrirá.
¿Habrá un padre entre todos ustedes que dé a su hijo una serpiente cuando le pide pan?. Y si le pide un huevo, ¿le dará un escorpión?. Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre del Cielo dará espíritu santo a los que se lo pidan!»
Palabra del Señor.
El Señor nos enseña con su palabra y su ejemplo la necesidad de orar
El Evangelio de hoy nos da varias enseñanzas sobre la oración. La oración esa actividad tan esencial del ser humano, que podemos decir que el que no ora, tiene una carencia fundamental en su vida como ser humano. Y es que la fragilidad de nuestra vida, por el hecho de ser creaturas, sólo se consolida conectando nuestra debilidad con el ser Absoluto, con Dios. Además podríamos decir que sin comunicación con Dios seríamos como hijos huérfanos que no han conocido a su Padre. Un hombre que no ora es un huérfano perdido y sin hogar.
Y San Lucas empieza esta enseñanza de la oración poniéndonos delante a Jesús mismo orando. Esa es la principal enseñanza sobre la oración: Jesús orando es la lección que necesitamos. Su ejemplo es más eficaz que cualquier discurso que el evangelista San Lucas pudiera trasmitirnos. Jesús en comunicación con su Padre, esa es la mejor enseñanza de la oración. Y tanto es así, que el ver este ejemplo de Jesús orando, motiva a los apóstoles a pedirle que les enseñe a orar a ellos también.
Y Jesús enseña a sus discípulos a orar. Y les declara el Padre Nuestro. Y además les añade al final una enseñanza sobre la eficacia de la oración.
Decirle Padre a Dios, eso es orar. Establecer una comunicación de Padre a hijo y de hijo a Padre. La oración cristiana es eso. El decirle Padre a Dios de verdad, es manifestar amor. La oración sin amor no es oración. Incluso hay que decir que la oración en sí misma es un acto de amor, o no es nada. La oración con frecuencia ha sido vaciada de este su contenido esencial, que es el amor. Convertirla en peticiones, como se piden cosas en un expediente, eso no es orar de verdad. Si hay peticiones, deben surgir en un clima de afecto y de verdadero amor al Dios al que nos dirigimos; y por eso le llamamos Padre, porque lo sentimos y lo vivimos así. Orar es amar, antes que ninguna otra cosa.
Sentirse hijo y vivir como hijo, en relación con este Padre. Es no sólo una situación afectuosa, sino la toma de conciencia de nuestra necesidad de Padre. Uno mira a su interior, al estrato más profundo de su propio ser y descubre dos cosas: la propia fragilidad, el ser humano es un ser necesitado de apoyo en su misma esencia; y descubre además la procedencia de su propia naturaleza: yo, como ser, provengo de Dios. Es como descubrir el cordón umbilical de nuestra vida. Y sentimos que venimos de Dios, y que sin El no hay existencia. Dios nos ha engendrado como hijos, y eso lo tenemos marcado como huellas de nuestra personalidad. Orar es una necesidad que brota del sentimiento de nuestra pequeñez. Y por eso al orar decimos Padre. Y esta oración conecta nuestro ser más íntimo con el Padre. Y así seguimos recibiendo el alimento vital que necesita nuestro ser. La oración así se convierte también en el nexo que nos conecta con la fuente de la vida. Sin esa conexión nuestra vida va perdiendo energía, porque nuestro ser se alimenta del Padre que nos da la posibilidad de existir.
No simplemente llamamos a Dios Padre, y nos sentimos con El como hijos, sino que de verdad nos damos cuenta de que esa relación es necesaria, para nuestra vida misma. Y en ese nexo que se establece entre nosotros y Dios, por esa especie de enlace que se establece en la oración, le enviamos a El nuestra vida, nuestras aspiraciones, necesidades, nuestros ideales, nuestros actos de amor; y El a su vez nos sigue enviando su vida, su calor, su infinito amor, y sus mensajes. Es algo extraordinario pensar en la oración en esos términos: un canal de comunicación, y por ese canal va a Dios lo mejor de nosotros mismos, y viene a nosotros toda la riqueza de Dios. Eso es lo que Jesús nos enseña al enseñarnos que cuando oremos digamos Padre a Dios.
Y después, en este mismo párrafo San Lucas nos trasmite la enseñanzas de Jesús sobre la eficacia de la oración. Muchas veces se ha pensado en la eficacia de la oración, porque conseguimos las cosas que pedimos a Dios debidamente. Y es verdad, esto también se consigue muchas veces. Pero la eficacia de la oración está en lo último que dice este hermoso párrafo de San Lucas. Que Dios da el Espíritu Santo cuando se le pide algo. Y es que la oración, por sí misma es un enriquecimiento, se nos da como riqueza el Espíritu Santo, por el hecho mismo de orar. Aunque yo no pida nada, o aunque pida mucho; ya al orar estoy recibiendo el gran don de Dios que es el Espíritu Santo. Y lo recibo aunque mi oración sea un simple acto de presencia de Dios, un estar presente a El, sin decirle nada, sin abrir la boca. En cuanto me pongo en oración de verdad, el Espíritu Santo va llegando abundantemente a mi corazón. Esta es la principal eficacia de la oración. Así que esa frase del Evangelio: “pedid y se os dará” podríamos traducirla así: “orad y os llenareis del Espíritu Santo”. Es el mayor bien que Dios Padre puede darnos como hijos.
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Agradecemos al P. Adolfo Franco, S.J. por su colaboración.
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