SEMINARIO ARQUIDIOCESANO DE AREQUIPA
26. Ecumenismo
El término “ecumenismo” deriva
de la palabra griega “oikoumene”, y significa la “habitación donde vive todo el orbe universal”. En la actualidad significa por analogía la relación fraternal y amistosa
entre las iglesias cristianas, que durante siglos estuvieron en estado
permanente de división y que intentan hoy día superar sus mutuas rivalidades
por medio del diálogo doctrinal, y del acercamiento entre las jerarquías y los
fieles de las distintas comunidades y de la plegaria común para que se haga
realidad aquella unidad de los discípulos de Cristo por la que Él mismo oró al
Padre antes de padecer, Jn 17, 21: “Padre,
que sean uno como tu y yo somos uno”.
La palabra “ecumenismo”, en su sentido teológico y
eclesiástico primero significa universal, católico. Sólo a partir del período 1920
– 1930, “ecumenismo” o “ecuménico”, comenzaron a ser utilizados en el ámbito
teológico y eclesial como expresión para indicar el movimiento intereclesial de
la Unión de las Iglesias. Es el movimiento cristiano nacido bajo la acción del
Espíritu Santo, que tiende a la unidad de fe y comunión entre las comunidades
cristianas divididas.
26.1. Breve Historia del Movimiento Ecuménico
1º Cisma de Oriente
Es la ruptura que se da entre la Iglesia Roma y la Iglesia oriental de Constantinopla.
a. Primer
período: (857-881) Por el planteamiento del tema teológico
trinitario del “Filioque”, problema que venía desde el S. VIII; en el S. IX el
ambiente estaba preparado para una ruptura con Roma, el artífice principal fue
Focio, Patriarca de Constantinopla. El papa Juan VIII en 881 excomulgó
solemnemente a Focio y a sus legados infieles.
b. Segundo período: (889-1054)En este estado siguieron las cosas cerca
de dos siglos. Los orientales seguían fomentando los antiguos prejuicios contra
Roma. El patriarca que dio el golpe definitivo fue Miguel Cerulario. En 1503
dio la orden de cerrar en Constantinopla todas las Iglesias y monasterios
latinos. Roma reaccionó y después de muchas vicisitudes el 16 de julio de 1054
los legados del papa León IX, al no ser recibidos por el patriarca Miguel
Cerulario pusieron el decreto de excomunión de Roma contra Constantinopla sobre
el altar de la basílica de Santa Sofía y abandonaron la ciudad. Fue el acto
oficial de rompimiento definitivo y principio del cisma oriental. Miguel
Cerulario respondió lanzando excomunión contra los latinos de Roma.
2º Cisma
de Occidente
Es la ruptura que se da en la Iglesia Católica
dentro del ámbito de la Iglesia en Europa.
a. Reforma Luterana: Martín Lutero, monje agustino rebelde, en 1517 Lutero expone públicamente en Wintenberg sus 95
tesis sobre las indulgencias. Después de un proceso muy dificultoso de disputas
teológicas con Roma, diálogos, rebeldías, advertencias, y otros procesos
jurídicos, Lutero es excomulgado definitivamente por el papa León X el 3 de enero
de 1521.
b. Iglesias Reformadas: Ulrico Zuinglio, en 1523 rompe con la Iglesia Católica, en Zurich (Suiza) organizó una disputa teológica de 67 tesis, en las que proclamaba la suficiencia de la Sagrada Escritura para salvarse, rechazaba la Misa, los sacramentos. Juan Calvino en Ginebra (Suiza), en 1533 rompió con la Iglesia Católica.
c. Iglesia Anglicana: 1531 el rey
de Inglaterra Enrique VIII hace que el parlamento lo reconozca como “cabeza de
la Iglesia inglesa”. 1533 El rey Enrique VIII se casa con Ana Bolena y el papa
Clemente VII lo excomulga. 1534, se da la ruptura definitiva con el Acta de
supremacía: “El rey es el único y supremo cabeza de la Iglesia en Inglaterra.
Desde
estos dos cismas que se dan dentro de la Iglesia única de Cristo, se producen
una serie de acontecimientos históricos ya conocidos en la Historia de la
Iglesia.
26.2. El Ecumenismo, la Iglesia y las demás confesiones cristianas
El Conc. Vat. II en el Decreto “Unitatis redintegratio” ha descrito el movimiento ecuménico de la
siguiente manera: “Muchos hombres en todas partes han sido movidos por esta
gracia (es decir, de remordimiento por la división, y a la vez anhelo de
unión), y también entre nuestros hermanos separados ha surgido un movimiento
cada día más amplio, por la gracia del Espíritu Santo , para restablecer la
unidad de todos los cristianos. Participan en este movimiento de la unidad, llamado ecuménico,
los que invocan al Dios trino y confiesan a Jesús Señor y salvador; y no sólo cada
uno individualmente, sino también congregados en asambleas, en las que oyeron
el evangelio y a la que cada uno llama Iglesia suya y de Dios. Sin embargo,
casi todos, aunque de manera distinta, aspiran a una Iglesia de Dios única y
visible, que sea verdaderamente universal y enviada a todo el mundo, a fin de
que el mundo se convierta al evangelio y de esta manera se salve la gloria de
Dios”. Nº 11.
Como hemos afirmado
anteriormente, puesto que existe un solo cuerpo de Cristo, a saber, la Iglesia
por él mismo fundada, la verdadera unidad de los cristianos únicamente puede
lograrse por ella y en ella.
Aún cuando, en lo esencial,
se haya realizado ya, dicha unidad no se consumará sin embargo plenamente hasta
que se dé la unión en esa única Iglesia de todos aquellos que creen en Cristo e
invocan su nombre.
El Ecumenismo no es sino un
aspecto y una consecuencia de la “unicidad” y “universalidad” de la Iglesia. Pero su importancia y los delicados problemas históricos
que plantea requieren que examinemos lo siguiente:
a. El planteamiento correcto del problema
b. Los principios que presiden la actitud de la Iglesia
c. Por qué la Iglesia católica desea la unidad de los cristianos y qué espera de
ella
d. El espíritu que debe animar al Movimiento Ecuménico.
26.3. El Problema Ecuménico
El Concilio Vaticano II en el decreto “Unitatis redintegratio”, dice del ecumenismo: “el conjunto de
actividades e iniciativas que, de acuerdo con las diversas necesidades de la
Iglesia y las circunstancias del tiempo, buscan y promueven la unidad de los
cristianos”, Nº 4.
La primera observación es que hay que constatar que esta
división que separa a los cristianos es un hecho que invita a una reflexión e
implica una responsabilidad muy seria en todas las partes que lo componen. Es
una realidad que nos afecta directamente, porque de alguna manera pone en tela
de juicio nuestra identidad y nos obliga a preguntarnos acerca de si estamos
cumpliendo bien la voluntad de Cristo:
“que sean uno como tu y yo somos uno, Padre”. Jn, 17, 1.
Esta división como que es una traición que ignora esta última
voluntad de Cristo, pues el estado de separación real parece indicar que “Cristo mismo esta dividido”, y esta
separación es piedra de escándalo para el mundo y obstáculo para la causa
sagrada de la predicación del Evangelio”, U.R. nº 1.
El hecho histórico de la separación revela un estado de
infidelidad y nos recuerda las palabras de 1 Jn 1, 8-10: “si decimos que no hemos pecado (en este caso, tocante a la división),
dejamos a Dios por embustero, y la palabra de Dios no está en nosotros”, nº
7; y propone un programa concreto, según el cual: “todos deben” examinar su
fidelidad a la voluntad de Cristo sobre la Iglesia y ... emprender animosos la
obra de renovación y reforma”, nº 4.
De suyo,
nunca hubiera podido plantearse un problema ecuménico distinto del problema de
“catolicidad”, puesto que en el pensamiento de Cristo existe una sola Iglesia
verdadera, “universal”, o “católica”. El término “ecuménico” no significa otra
cosa que “universal”. En este sentido etimológico, la Iglesia de Cristo es
necesariamente “ecuménica”, por tanto ha recibido de Cristo el deber y el poder
de congregar “en él” a todos los hombres, cualesquiera que sean sus países de
origen, sus razas o su idiosincrasia, sus condiciones de vida.
Si hay un problema específicamente ecuménico, es porque,
históricamente hablando, a consecuencia de dramáticas divisiones de la unidad
visible de la Iglesia única, “muchas comuniones cristianas se presentan a sí
mismas antes los hombres como la verdadera herencia de Jesucristo”. U.R, nº 1.
El segundo sentido que el
adjetivo “ecuménico” ha tomado en nuestros días, apunta precisamente a los
esfuerzos emprendidos para remediar esta situación de división dentro del seno
de la única Iglesia de Cristo. La gravedad de esta crisis para el ejercicio
mismo de su misión en el mundo ha suscitado, tanto entre los católicos como en
sus hermanos separados, una búsqueda de unidad perdida, búsqueda que alcanza
actualmente una amplitud sin presentes. El decreto del Conc. Vat. II sobre el
Ecumenismo es una prueba de ello.
Estos esfuerzos, católicos, ortodoxos o protestantes,
arrancan de tres sentimientos:
1. La conciencia dolorosa de esta división y del escándalo que ella misma
constituye para todos, en particular para los nos creyentes;
2. La voluntad firme y ardiente de remediarlo, y de lograr un día la unión
efectiva de todos los cristianos;
3. La certeza de que el Espíritu de Dios es más fuerte que nuestras divisiones
26.4. Los principios católicos del Ecumenismo
El Concilio Vaticano II ha puesto de relieve dos principios
fundamentales:
1. Primer
principio: “Existe una
sola Iglesia de Cristo, la Iglesia católica. Dicha Iglesia está ya realizada y
es a la vez visible e invisible”.
Este primer principio ha sido establecido en el artículo
precedente que dice: “La Iglesia de
Cristo es única y universal y fuera de la Iglesia no hay salvación”. Este
principio es imposible ignorarlo, so pena de meterse en un callejón sin salida.
Pero se puede ser infiel a dicho principio, ya sea admitiendo una pluralidad de
Iglesias, todas ellas virtualmente válidas, ya sea no reconociendo a ninguna
como verdaderamente digna de este nombre.
a. Una pluralidad de Iglesias igualmente salvíficas: Esta hipótesis implica una
contradicción, puesto que equivale a admitir una pluralidad de congregaciones
universales.
b. Una Iglesia que no estuviera realizada hasta el término de la congregación de
todas ellas y de la unión. Esta segunda tentación es, en un sentido, más
peligrosa por ser más sutil.
Habría la
posibilidad de caracterizarla del modo siguiente: La Iglesia, hoy, existe solo
en estado de miembros dispersos, de fragmentos inconexos e incompletos;
únicamente al final del camino, cuando el esfuerzo ecuménico los haya reunido efectivamente
en un solo cuerpo, la Iglesia será, por fin, ella misma y se hará de tal
nombre.
En realidad, remitir así la unidad de la Iglesia al término
del camino, o a un más allá escatológico, contradice flagrantemente los datos
más claros y sólidos de la eclesiología, así el Decreto sobe el Ecumenismo, nº
4, dice: “Esta unidad la concedió Cristo a su Iglesia desde el principio.
Creemos que subsiste indefectible en la Iglesia Católica y esperamos que crezca
cada día hasta la consumación de los siglos”.
Por parte de la Iglesia, el
hecho de permitir el menor equívoco acerca de este principio sería no solamente
traicionar su misión de verdad, sino también renegar de sí misma y comprometer
por esto mismo definitivamente la causa a que querría servir. En efecto, si la
unidad visible de la Iglesia no se halla actualmente realizada en su esencia,
es que el Espíritu Santo no está ya presente en medio de nosotros.
2. Segundo principio: “Las Iglesias
y comunidades separadas, aun cuando presentan deficiencias, no están en modo
alguno desprovistas de significación y de valor en el misterio de la
salvación”. Esta palabras están tomadas del pasaje nº 3 del Decreto sobre
el Ecumenismo. Este segundo principio es también de importancia capital. Aunque
les haya empobrecido, la separación no es obstáculo, en efecto, para que
aquellos a quienes llamamos hoy “nuestros hermanos separados” no conserven una
parte, a menudo muy importante, de la herencia cristiana. Cuatro elementos
conviene destacar aquí:
a. Las Iglesias o Comunidades separadas conservan una parte de la herencia
cristiana y poseen auténticas riquezas religiosas. “Las venerables
cristiandades orientales han conservado una santidad tan venerable es su objeto
que merecen topo el respeto y también toda la simpatía”. Pío XI.
En el Decreto sobre el Ecumenismo, nº 15, y 17, 20-23, pone
de relieve todas las riquezas cristianas de nuestros hermanos ortodoxos
(riqueza litúrgica y sacramental en particular) y de nuestros hermanos
protestantes (fe en Cristo, amor a la Escritura, vida sacramental, vida
cotidiana vivida en unión con Cristo), e insta a todos a reconocer “gozosos” y
a apreciar en su justo valor esas riquezas que tienen su origen en el
patrimonio común, porque Dios debe ser siempre admirado en sus obras.
b. Esas riquezas cristianas se dan no sólo en el nivel de los individuos, sino
también al nivel de las comunidades eclesiales mismas. Dichas Iglesias “tienen
significación y valor en el misterio de salvación. Porque el Espíritu de Cristo
no rehúsa servirse de ellas como medios de salvación, cuya fuerza deriva de la
misma plenitud de gracia y de verdad que fue confiada a la Iglesia católica”.
Por esto no vacila el Concilio en hablar oficialmente de “Iglesias” o, por lo
menos, de “comunidades eclesiales”.
c. Estas
Iglesias y comunidades eclesiales separadas presentan, sin embargo, un cierto
número de “deficiencias”, debidas precisamente al hecho mismo de hallarse
separadas y de no poder gozar así de “aquella unidad que Jesucristo quiso dar a
todos los que regeneró y convivificó para un solo cuerpo y una vida nueva ...
Porque únicamente por medio de la Iglesia Católica de Cristo, que constituye el
“medio general de salvación”, puede alcanzarse la total plenitud de los medios
de salvación”, Ad Gentes, nº 6.
Tocamos aquí, evidentemente, el drama preciso de la
separación, puesto que, como escribe el cardenal Journet: “Está claro que se
trata de un patrimonio ambivalente, en donde se entremezclan la luz y las
tinieblas; capaz de ayudar una veces en cuanto contiene valores cristianos de
vida; y engañoso otras, por hallarse alterados dichos valores”.
d. En razón de los valores que han conservado, estos cristianos separados merecen
con toda justicia el nombre de “hermanos” y están ya “en cierta comunión,
aunque no perfecta, con la Iglesia católica, puesto que todos aquellos que, en
el bautismo, han sido justificados por la fe, se hallan por este mismo hecho
incorporados a Cristo: Todas estas realidades, que provienen de Cristo y a él
conducen, pertenecen por derecho a la única Iglesia de Cristo”. Decreto sobre
el Ecumenismo, nº 3.
26.5. Por qué la Iglesia católica desea la reunión de los cristianos y qué espera de
ella
1. Una vez más, la Iglesia no espera de esta reunión
la realización de una unidad supuestamente inexistente todavía.
2. La Iglesia espera de esta reunión tres cosas:
a. En primer lugar, el final de una situación dolorosa y anormal, situación que es
un desafío evangélico y un escándalo para los no creyentes.
b. En segundo lugar, la “culminación” de todas estas riquezas cristianas, cuya
existencia en nuestros hermanos separados así como sus límites hemos indicado.
Ahora bien, esta culminación sólo puede alcanzarse mediante
la restauración de la unidad y la reunión efectiva de todos los cristianos en
la única Iglesia de Cristo. El decreto sobre el Ecumenismo, nº 3 dice: “Creemos
que el Señor encomendó a un único colegio apostólico, del que Pedro es cabeza,
todos los bienes de la nueva alianza, a fin de constituir en la tierra el único
cuerpo de Cristo, al cual es necesario que se incorporen plenamente todos los
que de algún modo pertenecen ya al pueblo de Dios”.
c. En tercer lugar, un enriquecimiento y una plenitud de catolicidad para la
iglesia católica misma. En efecto, en un estado de división, “incluso le
resulta bastante difícil a la misma Iglesia expresar bajo todos los aspectos la
plenitud de la catolicidad en la realidad de la vida”, decreto sobre el
Ecumenismo, nº 4.
Evidentemente,
la reunión con nuestros hermanos separados no aportará a la Iglesia verdades o
riquezas que no posea ya, pero sí podrá ayudarnos a ser más conscientes de las
mismas y a vivirlas mejor. En efecto, una cosa es poseer una riqueza, y otra
muy diferente vivir de ella. Nuestros hermanos separados pueden ayudarnos a esto
último, porque unos u otros se han mantenido particularmente sensibles a
determinados valores (liturgia, ortodoxos; la Escritura, protestantes) que, por
nuestra parte, corremos el riesgo de descuidar demasiado.
26.6. El espíritu que debe presidir el Ecumenismo
El Conc. Vat. II consagra a
esta cuestión todo el capítulo II del Decreto sobre el Ecumenismo, en donde se
insiste en la necesidad de que se den los puntos siguientes:
a. Un propósito de renovación dentro de la Iglesia. Semejante renovación no
solamente es esencial a la vitalidad de la Iglesia, sino que puede ser decisiva
para el propio ecumenismo.
b. La conversión profunda del corazón. En su defecto, no puede hablarse de
verdadero ecumenismo. De aquí que el Conc. Vat. II recuerde a todos los fieles
que podrán favorecer, o mejor, que podrán llevar a cabo la unidad entre los
cristianos “en la medida misma en que se apliquen a vivir más puramente el
Evangelio” Decr. Ecumenismo, nº 7.
c. La plegaria, sobre todo en común. Junto con el
espíritu de conversión y la santidad de vida, debe de considerarse la oración
profunda y sincera como el alma del ecumenismo.
d. El conocimiento y respeto mutuo. Se trata, a un tiempo, de conocer mejor a
nuestros hermanos separados, y de mostrarles nuestra fe de un modo más
adecuado.
e. La colaboración mutua con nuestros hermanos separados, tanto en el ámbito
social y cultural como en el combate por la paz y las miserias de nuestro
tiempo. Semejante colaboración, en efecto, no puede por menos de “exponer a más
plena luz el rostro de Cristo siervo”, decreto sobre Ecumenismo, nº 12.
f. Finalmente, la Iglesia Católica reconoce en el
ecumenismo un movimiento que viene del Espíritu Santo; le asigna como
fundamento la obediencia a la Escritura; espera de él un mejor testimonio de
Cristo ante las naciones y un mejor servicio para la conversión del mundo.
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Agradecemos al P. Ignacio Garro S.J. por su colaboración.
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