P. José Ramón Martínez Galdeano, S.J.†
Como ya indicamos el
domingo pasado, parece que Jesús se toma cierto tiempo de retiro con sus
discípulos en una zona de Palestina muy cercana al norte de Galilea. Tiro y
Sidón son ciudades fenicias, de gran tradición comercial, ricas y paganas; los judíos
son pocos, casi toda la población es pagana. Al este de Tiro y Sidón, también
al norte de Galilea, está la Decápolis; es también zona mezcla de población
pagana y judía.
El hecho hoy leído
tiene lugar en el campo. Le hacen llegar un sordo, que apenas puede hablar.
Este rasgo y que el hombre no necesitó tras la curación aprender a hablar, parecen
indicar que la causa era una enfermedad no de nacimiento, pues ya sabía hablar.
Se ve que han oído de los poderes milagrosos de Jesús y piden a Jesús que le
imponga las manos. La descripción del milagro es breve pero muy precisa; Jesús
se aparta con el enfermo, le mete los dedos en los oídos, le toca con saliva la
lengua, suspira mirando al cielo, manda “ábrete” recordando la misma palabra
hebrea pronunciada por Jesús y al punto el enfermo habla; todo manifiesta al
testigo ocular, Simón Pedro, y a los oyentes, la comunidad cristiana de Roma,
para quienes traduce la palabra hebrea “effetá”, “ábrete”. Son interesantes
estos detalles porque confirman el testimonio de San Ireneo sobre el autor y
origen del evangelio según San Marcos, que ayudaba en Roma a San Pedro.
Éste es el único
viaje de Jesús por tierras paganas, es decir no judías. No era voluntad del
Padre –lo dijo en el mismo viaje– que personalmente evangelizara a no
israelitas (Mt 15,24), si bien hubiera venido a salvar a todos los hombres (Jn
3,17) y enviaría luego a sus discípulos a evangelizar hasta los confines de la
tierra (Mt 28.19). Pero, como expresa San Pablo, primero el Evangelio debía ser
predicado a los judíos y luego a los paganos (Ro 11,11-12).
Otro rasgo de que el
evangelio de Marcos tiene como fuente la catequesis de Pedro a paganos, es que
es el único que narra este hecho; le sirve para subrayar el destino universal
de la llamada de Jesús: Tras la Ascensión todos, judíos y griegos, son llamados
a entrar en la Iglesia, a formar parte del Reino de Dios (v. Mt 28,19; Mc 16,15;
Lc 24,47; Hch 1,8).
Pero, pese a que entonces
no quería el Padre que Jesús evangelizara aquella región, la petición humilde
del sordo y sus acompañantes cambia las cosas. Así el milagro confirma la
lección del inmediato anterior, la liberación de la niña, hija de una mujer
pagana sirofenicia; la fe y la humildad de su mamá cambiaron la voluntad del
Señor. Es constante en la Escritura que la oración humilde y con fe, aun de un
pecador y no creyente, consigue hasta cambiar la voluntad de Dios. A veces Dios
mismo dice que no realizará sus amenazas si los oyentes pecadores se
arrepienten.
Aunque imperfecta la
oración es siempre eficaz. Este milagro lo confirma. La fe de aquel hombre y de
sus amigos era imperfecta. No hay señal de que creyese que Jesús era Dios. Sólo
creía que Jesús podía hacer milagros y lo que él quería era volver a oír y
hablar. Por motivos apostólicos no le interesaba a Jesús el milagro; incluso
insistió en que no lo anduviesen divulgando. Se conmovió por compasión; fue el
único motivo; no le interesaba conseguir nada, ni siquiera la conversión.
Piensen ahora ustedes
en lo que tiene que ser la eficacia de una oración en la que se ora con fe,
humildad y constancia, y se piden gracias espirituales como superar un vicio,
erradicar una mala costumbre, arrancar un defecto de carácter, conseguir una
virtud importante, superar una tentación, lograr la conversión de una o más
personas… Si la Iglesia no va mejor, si no hay suficientes vocaciones, si las
familias se resquebrajan, si no hay amor suficiente en ellas, si no tenemos los
sacerdotes, religiosos y laicos comprometidos suficientes, etc. es porque en
general no oramos lo necesario. La Iglesia, el mundo, Cristo necesitan hoy de
más amadores que oren con fe, constancia y humildad.
Éste es precisamente
el gran valor de la misa en la que ustedes participan cada domingo. La misa es
una gran fuente de gracias para ustedes y para la Iglesia. Porque dice Jesús –y
lo testifica el Evangelio– que “si dos se ponen de acuerdo para pedir lo que
sea, se lo concederá mi Padre que está en el cielo; porque donde dos o tres se
reúnen en mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos” (Mt 18,19s). Cada
domingo, convocados por la Iglesia en nombre de Cristo, millones de católicos,
movidos por la fe y el amor a Dios, nos reunimos en torno al altar para orar
con la oración y acto de culto más importante que tiene la Iglesia y que Cristo
mismo se lo ha dado; humildemente pedimos perdón, le glorificamos, oímos su
Palabra, expresamos nuestra fe, oramos por todos los hombres, nos ofrecemos por
los pecados en su sacrificio, que superabunda en gracia, pedimos por el Papa,
nuestro Obispo, todos los católicos, los difuntos y nos unimos a María y todos
los santos del cielo, todos juntos con Cristo pedimos con la oración que él nos
dijo, comemos y bebemos el pan del Cielo y el vino que nos comunica el
Espíritu. Dios no puede permanecer insensible. Una cascada incontenible de
gracias son las que atraemos cada domingo con la misa que todos juntos
ofrecemos al Padre. ¿Hay mayor servicio que podamos hacer a la Iglesia? Claro
que no.
Sordos, tartamudos, acosados por nuestros
defectos y por las tentaciones, oremos confiados por la Iglesia y pidamos que
se ore por nosotros. Que Jesús todo lo hace bien; que María ruega por nosotros.
Si estamos sordos, nos hará oír; si no sabemos orar, el Espíritu suple nuestras
deficiencias (Ro 8,26-27). ...
09.09.2012
...
Voz de audio: Guillermo Eduardo Mendoza Hernández.
Legión de María - Parroquia San Pedro, Lima.
Agradecemos a Guillermo por su colaboración.
P. José Ramón Martínez Galdeano, jesuita†
Director fundador del blog
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