P. José Ramón Martínez Galdeano, S.J.
Dt 4,1-2.6-8; S 14; Sant 1,17-18.21-22.27; Mc 7,1-8.14-15.21-23
La liturgia vuelve al
texto del Evangelio según San Marcos, que corresponde a este año. Sin romper el
hilo, sigue inmediato al milagro de la
multiplicación de los panes y los peces.
El Señor prosigue su
trabajo de predicación y cura a no pocos enfermos. Recuerden que estamos poco
más o menos a un año de su muerte. Se nota que a partir de ahora va a dedicar
más tiempo a la formación personal de sus discípulos. Esto es interesante; pone
de manifiesto que Jesús no piensa en formar propagandistas o profesores, que,
dominando muy bien la oratoria y la ciencia religiosa, la difundan convenciendo
las inteligencias. Jesús no es un doctor sino un maestro. Jesús enseñará
algunas cosas, pero sobre todo formará, educará. Viviendo junto con los
discípulos va realizando la obra de transformar sus corazones, sus criterios de
vida, su modo de vivir, de sentir y de pensar, irá corrigiendo sus costumbres,
sus valores, su modo de relacionarse, su modo de ver la vida y todo esto junto
y dependiendo de su modo de relacionarse con Dios y entre sí mismos. Para conseguirlo
es necesario trato asiduo, continuo y confiado al máximo. Ya lo venían llevando,
pero a partir de ahora lo seguirán de un modo aún más estrecho.
Lo que hizo Jesús con
sus discípulos, es lo que quiere hacer con todos los que han creído en Él. Cuando,
tras la resurrección, les ordena la difusión de su mensaje, la palabra que
emplea el evangelio es que “hagan discípulos” (Mt 28,19), como Él hizo con
ellos. Ya hemos explicado en otras ocasiones que el primer efecto del bautismo
es el de perdonar los pecados y unir a Cristo, como sarmientos a la vid, de
modo que, unido a Él, el bautizado recibe la vida de Cristo y, a partir de
entonces, vaya transformando su propia vida, sus modos de pensar, sus mismos
sentimientos y modos de ver y actuar respecto de Dios, de los hermanos, de los
hombres, del mundo en general. Esto es lo primero que hace el Señor con los
doce: cambiar sus corazones. Esto es lo que también quiere hacer con nosotros a
partir de nuestro bautismo.
Para eso es necesario
el trato asiduo con el Señor y la adquisición de sus virtudes. Por eso la
importancia de la oración, de la escucha de la palabra, de los sacramentos, del
trabajo de corrección de los propios defectos y de la adquisición de las
virtudes, empezando por la humildad, el espíritu de sacrificio y el amor a Dios
y al prójimo.
Comienza así el proceso
en que el Maestro va cambiando al discípulo y lo va transformando en levadura
que, sin apenar notarse, va transformando la masa. Así van comunicando su fe
los padres a los hijos, los hermanos a los hermanos, los amigos a los amigos,
los compañeros de trabajo, los que Dios quiere que se crucen con nosotros en la
vida.
Nunca fueron fáciles
las relaciones de Jesús con los escribas o letrados y los fariseos. El
evangelio de hoy da cuenta de una discusión con ellos. Por mera costumbre habían
introducido normas, que juzgaban pecado no guardarlas, como lo hacían los
discípulos y mucha gente sencilla. No estaban señaladas en la ley. Pero ellos
las tenían como obligatorias y en algunos casos como más obligatorias que la
misma ley. Así del deber de sustentar a los padres, si lo necesitaban, el hijo
podía liberarse consagrándolo al templo; ya harían la donación de esos bienes
tras la muerte y mientras tanto el hijo los disfrutaba como propios, aunque los
padres sufrieran grave necesidad. Jesús critica tal conducta como inmoral (v.
Mc 7,8-13).
En la discusión que
de hoy Jesús declara no obligatorias tales tradiciones. Además declara puros
todos los alimentos y establece un principio fundamental: No lo que entra por
la boca, sino lo que sale del corazón sucio por el pecado es lo que mancha al
hombre: “malos propósitos, fornicaciones, robos, homicidios, adulterios,
codicias, injusticias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo,
frivolidad”.
La lista es
impresionante. No olviden que el evangelio de Marcos recoge la catequesis de
Pedro en Roma. La lista de pecados recuerda el juicio de Pablo en su carta a
los Romanos sobre la situación moral de los paganos. Pero, como enseña el mismo
Pablo, “donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia” (Ro 5,20). La gracia de
Cristo es lo único capaz de redimir a los hombres de la esclavitud del pecado.
El esfuerzo moral de
eliminar pecados y adquirir virtudes es parte esencial de la vida cristiana.
Que nadie caiga en la tentación de creerse “muy católico”. San Pablo dice de sí
mismo que “el pecado habita en mí” (Ro 7,17) y David pide perdón a Dios
diciendo: “pecador me concibió mi madre” (S. 51,7). Y en la oración que nos da
Jesús como modelo de lo que deben ser las nuestras y que la Iglesia pone en
nuestros labios en el acto de culto más grande que tiene, decimos así: “perdona
nuestras ofensas” (Mt 6,12).
Debemos tener
conciencia de la realidad de nuestras debilidades morales. La conciencia de que
somos pecadores es cimiento seguro y necesario de que caminamos en la verdad.
Recordemos a Pedro cuando en la pesca milagrosa su fe se ilumina y cae de
rodillas ante Cristo confesando: “Apártate de mí porque soy un pecador”(Lc 5,8).
Que Dios nos conceda la gracia de iluminarnos
sobre la realidad de las suciedades de nuestro corazón, sus pecados y
debilidades. Así sobre la roca de la humildad el Señor construirá la casa donde
habite. Porque, como María cantó: “Su misericordia llega a sus fieles de
generación en generación”. ...
02.09.2012
...
Voz de audio: Guillermo Eduardo Mendoza Hernández.
Legión de María - Parroquia San Pedro, Lima.
Agradecemos a Guillermo por su colaboración.
P. José Ramón Martínez Galdeano, jesuita†
Director fundador del blog
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