P. Fernando Martínez Galdeano, S.J.
Externamente, los cristianos continúan la vida de antes, pareciera que nada había cambiado. Trabajan, habitaban en sus casas, se mezclan con los demás judíos, observan la ley mosáica, y frecuentan el templo y las sinagogas. Sin embargo, en algo importante se diferencian, pues son llamados los “nazarenos”. Y es que anuncian a Jesús de Nazaret como el Mesías. Creen además en la acción del Espíritu prometido por Jesús para alcanzar así la plenitud en sus vidas.
Lucas traza los rasgos de este Espíritu que actúa con eficacia en las primeras comunidades cristianas, en los párrafos siguientes: 2,42-47; 4,32-37 y 5,12-16. Pero también recoge en los Hechos las dificultades que surgen en esas mismas comunidades.
Como nos consta por las cartas de san Pablo, el apóstol tuvo que enfrentar tensiones y divisiones que provenían de dentro y fuera de la Iglesia. Uno de los problemas más graves era la actitud que debía adoptarse ante la religión judáica. Aunque Jesús, María, los apóstoles y bastantes creyentes eran judíos, no faltaban los convertidos de origen no judío (los “gentiles”). Más aún, como el pueblo judío como tal no parecía interesarse por la persona de Jesús, en pocos años los cristianos “gentiles” vinieron a ser mayoría en bastantes comunidades. El proto mártir Esteban fue uno de los primeros en manifestar la nueva actitud de algunos cristianos frente a una mentalidad hebrea, que hacía depender la salvación de la observancia de la ley. Para que un gentil se hiciera cristiano, ¿debía antes hacerse judío? ¿debía circuncidarse? Pablo era contrario y Lucas también.
El número de los cristianos no judíos, aumentaba a diario en Antioquía de Síria; y los judaizantes sembraban entre aquellos la inquietud y enturbiaban su fervorosa alegría de pertenecer a la Iglesia universal de Jesucristo: “Por aquel entonces llegaron algunos de Judea enseñando a los hermanos que, si no se circuncidaban conforme a las normas mosaicas, no podrían salvarse. Esto originó graves conflictos y discusiones al oponérseles Pablo y Bernabé. Se decidió entonces que tanto Pablo como Bernabé y algunos otros fueran a Jerusalén para consultar con los apóstoles y demás dirigentes acerca de este asunto” (15,1-2)
En una reunión, presidida por Pedro y otros apóstoles y que tuvo lugar en Jerusalén en el año 49 – 50 (y que puede considerarse como el primer concilio de la Iglesia naciente), se resolvió la cuestión a favor de la libertad y la tolerancia, esto es, en el sentido de no tratar de imponer a los convertidos no judíos, sino aquellas razonables y aceptadas prescripciones de la ley mosaica. El escrito oficial de la asamblea dice así: “Los apóstoles y los presbíteros, hermanos vuestros, saludan a los hermanos venidos de la gentilidad que están en Antioquía, Siria y Cilicia. Dado que nos hemos enterado de que algunos de los nuestros sin que les hubiésemos dado mandato, fueron y os alarmaron con palabras, perturbando vuestras almas, hemos resuelto de común acuerdo enviaros a Bernabé y Pablo, acompañados por Judas y Silas para que de forma directa os trasmitan nuestro mensaje, de que el Espíritu Santo y nosotros hemos tenido a bien no imponeros ninguna carga más que las consideradas como necesarias: que os abstengáis de las carnes consagradas a los ídolos, y también de la sangre de los animales ahogados y de la fornicación. Obraréis bien absteniéndoos de estas cosas” (15, 23-29)
La solución dada no había sido tajante, pero lo que no decía en directo el documento, era precisamente lo importante, el que los cristianos no judíos no tenían por qué someterse al rito de la circuncisión. Las normas prescritas sobre alimentos puros e impuros quedaron de hecho sujetas al discernimiento de las circunstancias concretas personales y comunitarias: “Por tanto, ya comáis, ya bebáis o ya hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para gloria de Dios. No déis escándalo ni a judíos ni a griegos ni a la Iglesia de Dios” (1 Cor 10, 23-33).
NOTA
Textos que nos dan algunos datos sobre las primeras comunidades de los discípulos y seguidores de Jesús después de la Ascensión y Pentecostés: 2,42-47; 4,32-35 y 5,12-14
DON DE LENGUAS
En el libro de los Hechos se dice que “todos (los apóstoles) quedaron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en lenguas extrañas, según el Espíritu Santo les movía a expresarse” (Hch 2,4). San Pablo advierte a los corintios que el don de lenguas ha de orientarse hacia el bien de la comunidad. De lo contrarios se queda dentro de uno mismo pues carece de sentido para los demás: “Para el provecho de la Iglesia es más útil el que transmite mensajes en nombre de Dios que quien habla un lenguaje misterioso, a no ser que interprete ese lenguaje” (1 Cor 14,5).
La Iglesia necesita sobre todo discernir cuál es la voluntad de Dios en su misión concreta. El don de lenguas más bien consistía en expresiones espontáneas de gozo, de alabanza como salidas de personas fuera de sí. En un primer momento la proclamación de la buena noticia en Pentecostés fue calificada como propia de borrachos, pero luego sus oyentes comenzaron a ·escuchar”. En verdad que las afirmaciones cristianas suenan con frecuencia como cosa de locos. Luego, quizás tocados por el Espíritu, se iluminan los ojos de nuestra mente. “¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las escrituras?” (Lc. 24,32)
LA CISCUNCISIÓN
Es la eliminación de la piel (prepucio) que recubre y rodea la parte final del pene. Esta práctica que se pierde en el tiempo pasado de muchos pueblos, tenía su razón de ser en la supresión de una fuente importante de enfermedades infecciosas.
Supuesto el régimen tribal de aquellos tiempos, en el que la fertilidad venía a ser un regalo de la divinidad, esta práctica saludable se convierte en ritual y símbolo sagrado de una comunidad fecunda en hijos e hijas.
Cuando el Dios todopoderoso, el que da el aliento vital, establece un pacto con Abraham, el autor sagrado escribe: “Y ésta es la Alianza que será guardada entre mí y vosotros, o sea tú y tu descendencia; que sean circuncidados todos vuestros varones” (Gn 17,10). Y sólo los circuncisos podrán celebrar la Pascua, en la que Israel se declara pueblo elegido y salvado por Yahvéh (Ex 12,43-49). De esta forma, el signo de la circuncisión es el signo radical de pertenencia al pueblo de Israel. Y el varón circunciso conforme a la Ley mosaica, comunica la simiente de tal pueblo.
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Agradecemos al P. Fernando Martínez Galdeano, S.J. por su colaboración.
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