Experiencia Oblata en Santa Clotilde - Perú



P. Roberto Carrasco, OMI

Santa Clotilde - Río Napo - Perú




Haciendo un poco de memoria



La espesura y las distancias con las que cuenta la amazonía peruana son bastas. Las grandes extensiones de terrenos fértil y rico en recursos naturales y con una amplia gama de culturas y etnias indígenas que tienen sus inicios hace siglos, fueron confiadas a las grandes órdenes religiosas de su tiempo, como son los franciscanos, dominicos, agustinos, jesuitas, pasionistas, con la compañía de congregaciones femeninas que se dispusieron a evangelizar estas tierras llenas de misterio y de encanto.


Una de estas jurisdicciones es el Vicariato San José del Amazonas, cuya extensión abarca aprox. unos 120 mil kilómetros cuadrados o quizás más. Allí, desde 1945, los franciscanos canadienses decidieron dedicarse al anuncio del Evangelio de Jesucristo a los habitantes de esta parte del Perú. Los puestos de misión se instalaron en las tres fronteras, ellas son: por el río Putumayo con Colombia, el río Napo y Curaray con el Ecuador, el río Yavarí con Brasil. Estas cuencas son afluentes del gran río Amazonas que recorre gran parte de la región de Loreto y desemboca en el Atlántico brasileño.


Como un dato histórico en el río Napo, la Orden de San Agustín que había asumido el año 1900 la evangelización de estos pueblos con la Prefectura Apostólica de San León del Amazonas, crearon en esta cuenca la primera cuasi parroquia llamada Santa Rosa de Pantoja, ubicada en la frontera con el Ecuador. Posteriormente Mons. Dámaso Laberge, OFM - primer Obispo de la Prefectura Apostólica de San José del Amazonas, el año 1946, creó el Puesto de Misión de Santa Clotilde, en el ya creado distrito del Napo, encomendado a un grupo de frailes franciscanos y laicos que fieles al carisma de San Francisco de Asís dedicaron parte de su vida a dar inicio a lo que será hoy nuestra parroquia.


Allá por el año 1951 era necesario contar con misioneros que presten su servicio a la atención de la gente de la cuenca. Grandes fueron, como hoy todavía, las necesidades en el campo de la educación y la salud. Las Misioneras de Nuestra Señora de los Ángeles del Canadá supieron responder a ello. Se instalaron y consolidaron un puesto de salud y una escuela de nivel primario. En este contexto, el año 1986, Mons. Lorenzo Guibord, OFM invita a vivir una experiencia misionera a P. Jack Mac Carty, Opraem, un sacerdote médico de la Orden de San Norberto y a P. Mauricio Schroeder, OMI otro sacerdote médico, oblato canadiense, a hacerse cargo de un dispensario, quienes vinieron para cooperar en la labor de la Hna. Nery Rivadeneyra, MNDA. El año 1987 se une a la misión el P. Lamberto Beaten, Opraem. Tres sacerdotes comienzan a responder a las necesidades de la iglesia en el río Napo en el campo de la salud y la pastoral. Entonces la parroquia es confiada a los Padres Norbertinos americanos, trabajando de la mano con el primer misionero oblato canadiense.


P. Mauricio Schroeder, OMI y P. Jack Mac Carty, Opraem ingresaron a formar parte de este Vicariato después de haber tenido juntos una experiencia como misioneros médicos en la selva alta peruana, la misión oblata en Aucayacu – Huánuco. Ambos sacerdotes unieron sus esfuerzos por hacer de la posta de salud, lo que es hoy, el Centro de Salud de Santa Clotilde un lugar donde la población naporuna ha encontrado respeto, valoración, sobretodo, un trato digno para garantizar la salud de los enfermos. Cabe señalar que las misioneras canadienses el año 1994 dejaron la misión de la escuela de niños y jóvenes estudiantes. Misión que después fue encomendada a las Religiosas Siervas de Jesús Sacramentado provenientes de México.


Han pasado más de veinte años desde que los padres Norbertinos habían asumido la parroquia. P. Lamberto Beaten, Opraem fiel a su carisma dedicó los últimos veinte años de su vida al trabajo pastoral como párroco de esta iglesia local. Su cercanía a la gente, en especial a las comunidades indígenas y su especial atención a los más pobres, despertaron en la población el deseo de consolidar las bases de un trabajo pastoral en conjunto con los puestos de misión posteriormente creados de Tacsha Curaray en el Bajo Napo y Angoteros en el Alto Napo. Murió el 20 de marzo del 2008, año en que P. Mauricio empezó a administrar la Delegación del Perú como superior de los Oblatos de María Inmaculada.



¿Los oblatos peruanos asumimos la Misión de Santa Clotilde?


Con esta pregunta se empezó los diálogos para que asumiéramos esta misión. Quiero empezar diciendo que al hacer un rápido recorrido por estas tierras en estos dos años, observando su gente, pero sobretodo su cultura y los valores que uno encuentra en medio de ella, esto no deja de sorprenderme.


Cuando P. Mauricio propuso a la Delegación sobre quienes quieren ir a Santa Clotilde, esto fue para mí un momento de gracia por todo lo que iba viviendo en los últimos años de formación. Estaba trabajando en Radio Amistad – misión que los oblatos peruanos tenemos en Aucayacu – y dejar este trabajo de comunicación fue una decisión importante. No sabía en realidad lo que me esperaba en Santa Clotilde. De seminarista sólo había escuchado hablar de ella. No tuve la ocasión de conocerla. Por eso cuando tomé la decisión de decirle a P. Mauricio que cuente conmigo para la nueva misión, fue como empezar todo de cero. Nueva experiencia, nueva comunidad, nueva responsabilidad, nuevo casi todo. De allí vinieron mis votos perpetuos donde me dieron la obediencia para Santa Clotilde. El 6 de agosto del 2008 empezó la aventura, empezó algo nuevo en mi vida misionera. Mi ordenación diaconal fue el 20 de setiembre y ya estaba saliendo al día siguiente de Aucayacu para el 23 de setiembre enrumbarme a la Misión de Santa Clotilde. Todo fue muy rápido. Como rápido fue el yate que me trasladó por el río Amazonas, y luego, otro por el río Napo. La experiencia de ver sólo ríos, árboles y mucha vegetación con un cielo abierto y hermoso me auguraban algo nuevo. Allí encontraría al llegar a la Parroquia Nuestra Señora de la Asunción a otro oblato joven, quien comparte conmigo la vida misionera. Es el compañero en la vida oblata. Se llama P. Edgar Nolasco, OMI. Él como oblato también respondió a la invitación de quienes quieren asumir esta nueva misión. No fue fácil para mis demás hermanos oblatos que los más jóvenes del Perú asumiéramos una gran tarea. Pienso que algunos no pensaban lo mismo. Seguro porque conocen y saben por experiencia lo que una misión de este tipo conlleva o quizás porque piensan que la Delegación del Perú no está en condiciones para asumir una misión de este tipo. Con todo ello, decidí asumir el reto y lo tomé como un gran desafío. Cuando ingresé a ser Misionero Oblato de María Inmaculada sabía que ingresaba a una familia religiosa con experiencia en misiones difíciles y lejanas. No quería perder la oportunidad que Dios me daba. Es un momento de gracia que los sigo disfrutando.



Mis primeros asombros

Llego a una comunidad pequeña, se llama Santa Clotilde. Un templo parroquial se impone en medio de visibilidad cuando uno llega en el yate al puerto. Llegué de improviso. Aquí hay una costumbre de recibir a alguien que por primera vez llega con mucho júbilo mostrándole mucha hospitalidad. Menos mal que llegué de improviso. Los agentes pastorales sabían que iba a llegar un nuevo misionero, las hermanas religiosas lo sabían también, pero no sabían cuando era el día.


Mi primer asombro fue la paz y la tranquilidad que uno siente cuando llega a este lugar. La naturaleza misma te da la bienvenida. Una gran sonrisa me recibió, fue P. Jack quien me esperó en el puerto y me llevó a casa. Luego me dirigí al templo parroquial para agradecer al Señor por este mi nuevo hogar. P. Edgar estaba recorriendo la parte baja de la misión. Visitando pueblos. Al día siguiente llegó y con las mismas partimos rumbo al Alto Napo.


Gran sorpresa la mía fue llegar a otro puesto de misión, se llama Angoteros. Encontrar allí a las Mercedarias Misioneras quienes están a cargo de trabajar con comunidades indígenas de la etnia Kichwa. Esta etnia es la que va a calar en mi vida misionera mucho. Aquí empecé mi ministerio diaconal, aquí empecé mi vida misionera oblata. Lo más hermoso es el silencio. O quizás lo más terrible para quien no está acostumbrado a tanto silencio. El idioma nativo kichwa otro gran reto para aprenderlo. Confieso que me sigue costando aprenderlo. La sorpresa más grande fue ver la casita sencilla donde viven las Hermanas Mercedarias Misioneras. Ellas con este estilo de vida han asumido la vivencia de la cultura y la vida de estos pueblos naporunas.


Muchas cosas nuevas en tan poco tiempo. Pensar y pensar cuanto han trabajado los misioneros antes y cuanto nos han dejado. No puedo ser ingrato, no puedo ser ciego. Aquí en la frontera peruana con Ecuador y Colombia hay toda una gran extensión para misionar. Dos oblatos somos muy pocos, fue lo primero que se me vino a la mente. Lo que más me asombró fue el abandono en que viven los pobladores, muchos de ellos indígenas. Se ve con claridad un abandono social. La pobreza tiene un nombre propio y un rostro propio. Son gente que vive excluida. Casi nada de información. Los pueblos no tienen los servicios mínimos que deberían tener para vivir, como agua potable, luz eléctrica, desagüe, etc. Mis primeras impresiones fueron en el contacto con la gente.


Cuando un peruano no conoce la selva cree que la medida de cómo se vive está en función de la vivencia de las ciudades. Y lo primero fue justamente eso. Constatar que estaba en comunidades rurales… ¡Cuánto me falta por aprender a vivir en medio de las comunidades…! En los pueblos del Alto Napo como en la mayoría de los pueblos de la Amazonía las aguas de los ríos son la vida misma. Agua para todo: alimentos, limpieza, bañarse, para tomar. El agua es el recurso por excelencia que tienen las comunidades. Me cuesta mucho saber qué pasará cuando las empresas petroleras presentes empiecen a extraer grandes cantidades de petróleo crudo. Me cuesta aceptar como el gobierno ha concesionado toda la selva peruana en detrimento de las comunidades, sin consultarles, no reconociendo que hay población que vive hace muchos años aquí.


En plena lucha indígena, el año pasado, incluso antes de los hechos de Bagua donde murieron más de 20 personas en plena protesta social, aquí en el río Napo hubo enfrentamientos entre la compañía petrolera que era resguardada por la Armada Peruana. Asombroso era ver como los yates grandes con 8 efectivos militares en ellos todos ellos armados se enfrentaban con los indígenas en medio del río. Los indígenas sólo con sus peque peques y sus banderas gritando por la defensa de sus terrenos. Ellos habían bloqueado el paso a las grandes embarcaciones que trasladan material e insumos a los campamentos petroleros.


Como misionero joven, mis primeros meses en esta misión me llevaron del asombro a la toma de decisiones. Los tres sacerdotes de esta misión decidimos acompañar a los pueblos con mayor presencia.



La pastoral indígena en el Vicariato San José del Amazonas


Mi vida oblata estaba ya en poco tiempo llena de impresiones grandes. Con P. Edgar y P. Jack no quedaba nada más que tomar decisiones. Acompañar al pueblo en estos momentos. Con efectividad, con presencia, en medio de ellos. Como parroquia nos ayuda mucho tener la estructura para convocar encuentros parroquiales a los niños, jóvenes, comuneros, indígenas. Los misioneros sentimos el apoyo de la delegación oblata del Perú. No fue fácil al inicio, pero si importante. Cada oblato que venía a apoyarnos en la misión recorriendo pueblos es testigo que esta misión es un desafío y un reto. Ojalá el sueño de que nos quedemos más tiempo y nos instalemos se produzca. Ya somos dos los que soñamos.


En medio de todo esto, Mons. Alberto Campos Hernández, OFM Obispo Vicario Apostólico de San José del Amazonas, me propuso asumir la responsabilidad de coordinar la Pastoral Indígena en el Vicariato. La razón fue que en la zona donde estamos misionando hay presencia grande de indígenas y una “bomba de tiempo” llamada presencia petrolera que viene trabajando hace algunos años. A ello se suma las actividades de los madereros ilegales, los buscadores de oro que usan dragas haciendo minería artesanal, la siembra de hoja de coca empieza. La vivencia de la gente en el Napo ha cambiado mucho en estos últimos años. Las demandas de la población no están claras, al parecer, saben lo que no quieren pero no saben lo que quieren. Aquí el dilema. Acompañar más de cien comunidades que tenemos como parroquia.


La pastoral indígena tiene un desafío grande en la Amazonía Peruana, a ello se suma el trabajo en la Pastoral Social, Pastoral Ecológica. Una riqueza muy grande en el campo pastoral que demanda de misioneros y laicos comprometidos. Por ejemplo, somos sólo nueve sacerdotes en todo este vicariato. Hay puestos de misión a cargo de laicos y religiosas. El objetivo es muy grande, las tareas muchas: JESÚS TIENE HOY ROSTRO INDÍGENA es nuestra Cristología. Estamos caminando de la mano con la Teología India. Con identidad propia, con protagonismo indígena en la promoción humana, con protagonismo indígena en la inculturación del Evangelio de Jesucristo, en medio del diálogo intercultural e interreligioso. Los niños y los jóvenes son una tarea hoy.


Termino señalando que Pachayaya (denominación que recibe Dios por parte de los indígenas Kichwas) es muy generoso con nosotros. Aquí el desafío misionero, vivir la comunidad oblata en medio de la Amazonía fieles al carisma de San Eugenio de Mazenod.


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Agradecemos al P. Roberto Carrasco OMI por su colaboración.

El P. Roberto fue miembro de la CVX Núcleo San Pedro.


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1 comentario:

Unknown dijo...

Impresionante el testimonio del Padre Roberto; las gracias a Dios y a Roberto mismo y su comunidad por compartirlo con nosotros. No son solo dos los que sueñan con esta misión y con que los oblatos asuman de manera definitiva este encargo, querido amigo. Nos vemos muy pronto por este hermoso rincón de nuestro país.