Para Novios: 2º Parte - Permanecer en el Amor






P. Vicente Gallo, S.J.




A un hombre y a una mujer (mirarse ellos ahora) Dios que es AMOR los puso en la vida para amarse, para ser continuadores de ese amor divino: los hizo el uno para el otro. Llegar a vivirlo no es algo que ahora se toma y luego se deja, ni es tampoco algo que se produce ello solo: hay que lograrlo, hay que trabajarlo. El amor no es un simple sentimiento, que nace, se reprime, se mantiene, pero normalmente se desvanece con el tiempo. Hay una canción, ya vieja, que verdaderamente es “inspirada”, porque formula un definición del amor acertadísima: “Amar es entregarse – olvidándose de sí – buscando lo que al otro – pueda hacerle feliz.- ¡Qué lindo es vivir para amar! - ¡Qué grande es tener para dar! – dar alegría y felicidad – darse a uno mismo – eso es amar”. Observemos que en esa definición no se habla de “sentir”, sino de “darse”. Solamente el “sentir”, no es amar; es necesario expresarlo diciéndole al otro “te amo”, con palabras, con un beso o un abrazo, o de otros modos válidos que hay. Pero sólo con las palabras todavía no hay verdadero amor, es necesario “entregarse”, “darse a sí mismo”, “dar alegría y felicidad al otro”, amando con obras, con servicios. Los sentimientos no son obra nuestra, es algo que surge en nosotros y, sin que lo hagamos, lo gozamos o generalmente lo sufrimos; por eso “los sentimientos no son pecado”: pecado es lo que nosotros hacemos, no lo que padecemos. Todo lo que en el amor está más allá del sentimiento, nace por obra propia, exige una decisión de amar. Por eso decimos y es mucha verdad que “Amar es una decisión”.

Al conocerse ambos, podrá surgir un sentimiento de atracción; mas para que haya “enamoramiento”, a esa atracción habrá que añadir la decisión de amar; todavía después, hay que manifestárselo al otro, y demostrar que ese amor es verdad. Pero de todos modos, ha de venir la prueba del tiempo: por mil motivos cualesquiera, pueden surgir dudas por simples sospechas o por razones que uno llega a devanear. Solamente pueden superarse tomando de nuevo responsablemente “la decisión de amar”. El nuevo amor que así se estrena, es más acendrado, produce gozo más firme. Es lo que después de la “desilusión” que amenazó al amor, se llama “el júbilo” de un amor recomenzado. Un amor de “enamoramiento” que no haya pasado por esas tres etapas, acaso repetidas veces, es un amor que no vale para tomar seriamente la decisión de casarse.

El casamiento suele ser un bello romance, que normalmente permanece durante la “luna de miel”. Después, vendrán los trabajos para poder vivirlo en la casa propia. Aun en el caso de que se tenga la casa ya de antemano, vendrán los trabajos de acomodarse en ella al gusto propio, olvidándose de la casa paterna y de los “acomodamientos” que uno fue teniendo en ella durante largos años. Y vendrá, de todas las maneras posibles, la tediosa rutina del día tras día sin encontrar las cosas hechas, como sucedía antes; sino de tener que hacérselas uno mismo. Hasta el vivir juntos termina cansando. Mucho más si ocurre que, estando casados, cada uno hace gran parte de su vida aparte, y el otro siente lo tremendo de la soledad por no encontrar la compañía que soñó. En todos estos casos, para que el amor del Romance primero pueda permanecer, habrá que estar tomando todos los días, y en todas las situaciones, la Decisión de Amar. Para ir de nuevo gustando el Júbilo de seguir amando al otro y seguir siendo amado por él. Mucho más, evidentemente, si en el vivir en pareja surgen fricciones, motivos de desamor, choques quizás, que no faltarán nunca. El Romance se ve amenazado por la Desilusión; y una vez más, debe superarse con la Decisión de Amar tomada una vez más.


Esas son las razones por las cuáles hasta los matrimonios más bonitos llegan a entrar en crisis: porque no se sabía, o no quería saberse, que al gozo del Romance sucede siempre, por lo que sea, el gusto amargo de la Desilusión; y porque no se sabe casi nunca que esta situación solamente se supera con la Decisión de Amar, tomándola una vez, y otra, y mil veces: siempre que se note la presencia de la Desilusión, y aun previniéndola; cada día tomando la Decisión de Amar como el primer acto consciente al despertarse para enfrentar una nueva jornada. Pero siempre estando muy atentos a los síntomas de Desilusión que puedan aparecer, o que quizás estén ocultos pero realmente presentes, aunque se pretenda desatenderlos.

Vamos a hacer un recorrido de esos posibles Síntomas de Desilusión, a fin de estar siempre apercibidos y no dejarse traicionar por ellos, que pueden estar atentando contra ese amor que se juraron pero que necesita ser trabajado para que no se muera sino que viva y crezca. Al descubrir cualquier Síntoma de Desilusión, se ha de enfrentarlo, y saber el modo de superarlo. Podría hacerlo uno mismo en solitario; pero muy a la corta sucederá que uno se siente hastiado de luchar y de no ver que el otro también lo hace. La manera como siempre debe enfrentarse un Síntoma de Desilusión latente o muy presente, es el DIALOGO amoroso. Enfrentarse peleando, no conduce sino a lograr una desilusión más venenosa, una herida seria en el amor, un desamor lamentable que, para colmo, se vea a sí mismo cargado de razones. Ponerse a discurrir juntos sobre la desilusión que se ha descubierto, normalmente y en el mejor de los casos será planteando cada uno sus propios puntos de vista sobre el asunto, seguramente convencido cada uno de verlo mejor que el otro y ser él quien tiene la razón; para terminar así más de veras DOS, en vez de ser no dos sino UNO. Muy comúnmente ese “razonar” derivará en acusarse el uno a otro, haciéndole culpable de la situación; es decir, hiriéndose ambos mutuamente, porque el verse acusado de culpable es una herida que duele, es el amor propio herido. Y con ello, ya no es quedar siendo DOS en vez de UNO, es quedar como enemigos el que se ve herido y el que así hirió. No llamemos “diálogo” a lo que sólo puede producir división, aunque parezca que es poner las cosas en claro porque se necesitaba hacerlo. Llamemos “Diálogo” solamente a lo que produce o incrementa la Unidad y el Amor, pero no de cualquier manera, sino al nivel de Intimidad. Aunque suela llamarse diálogo a lo que es discusión o quizás pelea.

Los casos de Desilusión pueden provenir de la simple rutina y el cansancio de vivir juntos; acaso de alguna torpe actuación de cualquiera de los dos, o de ambos en su propia torpeza. Si “amar es entregarse olvidándose de sí, buscando lo que al otro pueda hacerle feliz”, lo contrario al amor es estar guardándose cada uno para sí mismo; y hacerse feliz sólo a sí mismo, aunque sea a costa del otro de la pareja. Por la simple razón de que todos son así, y todos nos lo han enseñado de esa manera aun sin pretenderlo. Porque todos lo estamos aprendiendo de los demás que conocemos: no ser de esa manera nos parece que es “no saber vivir”, y que si vivimos de otro modo, se nos calificará de “tontos”, cosa que no puede gustarnos.


Si una pareja quiere realizar su felicidad conforme al ideal de “¡qué lindo es vivir para amar, qué grande es tener para dar, dar alegría y felicidad, darse a uno mismo, que eso es amar”, siempre estarán escuchando como Ulises las sirenas que a su vez les cantan a cada uno: “no pierdas tu libertad”, “no te dejes comer vivo”, “si no defiendes tus derechos te quedas sin ellos”, “no pierdas el vivir tu propia vida”. Los amigos, la propia familia de cada uno, las películas, la televisión, las revistas, la propaganda de la sociedad de consumo, las canciones, los chistes, las bromas, las conversaciones comunes,...lo que viven los otros matrimonios y uno lo ve. Todo está atentando contra el sueño de Dios “serán los dos una sola carne”; no llegar nunca a ser DOS es ser siempre de veras UNO. Ambos deben soñar con ser felices manteniendo el ser UNO en lugar de DOS; para amarse, respetarse y ayudarse uno al otro todos los días de su vida; “todos los días”. También “respetarse”, en la autonomía de ser persona cada uno

Cuando el vivir tu matrimonio te produzca tristeza; cuando en tu vida de pareja experimentes desilusión, aburrimiento, vacío, soledad; cuando sientas indiferencia hacia el otro y sus intereses, su trabajo, o los problemas que pueda estar pasando, sean de lo que fueren; cuando veas que están ocurriendo pocos detalles de manifestarse el cariño el uno al otro; cuando en vez de palparse el amor que se tienen palpas más bien verdadera frialdad en el trato mutuo; no lo dejes estar así como si fuese normal que eso ocurra, ni dejándote ganar por la pereza, o el miedo de enfrentarlo y ver cómo lo arreglas, ni tampoco te pongas a decirle al otro: “aquí ocurre algo raro y tenemos que ver quién es el culpable”; sino decide “dialogar”, contando al otro la tristeza o la preocupación que experimentas, así como el deseo de que el otro te ayude a superarlo.


Cuando sientes de un tiempo acá inseguridad en tu matrimonio, o celos sobre el otro; cuando en tu vida de pareja estás sintiendo fastidio y no sé qué grado de irritación en lugar del gozo de estar casados juntos; cuando notas que desde hace algún tiempo no hay entre los dos verdadera comunicación personal, sino más bien mecánica, superficial, rutinaria; cuando te estás dando cuenta de que no se planean las cosas juntos o que cada uno hace las cosas por su lado; cuando te crees que cualquiera por ahí, pero sobre todo tus padres, tus hermanos o tus amigos, te comprenden mejor que tu cónyuge; cuando estás viendo en el otro o en ti mismo escapes continuos como la TV, el licor, los deportes o las relaciones sociales; una vez más te digo: no dejes que las cosas sigan así, ganado por la pereza de enfrentarlo o por el miedo a la reacción del otro; mucho menos decidas atreverte a poner las cosas en claro y acabar con esa situación; sino decide “dialogar”, contando al otro tu sentimiento de amargura; para que el otro, a su vez, te cuente el suyo, y ambos terminen abrazándose, besándose con intimidad, gozando la suerte de haberse casado juntos, viendo que se tienen confianza, se escuchan con el corazón, se comprenden, y se ayudan cuando en verdad les hace falta hacerlo.


Cuando te parece que el otro te está usando; cuando estás viendo que cada uno está tratando de sacar ventaja al otro, pensando sólo en lo suyo y en sus intereses; cuando tienes la sensación de que el otro tiene más interés en el dinero suyo o el de los dos, y en la posición social que está alcanzado, más que en ti y en el amor de la pareja; cuando experimentas que cada uno de los dos está tomando al otro como algo que ya lo tiene seguro; cuando sencillamente ves que falta verdadera ilusión en el vivir en pareja; también en esos casos decide “dialogar”, abriéndote al otro para que el otro se abra a ti, diciéndole de palabra o por escrito en una “carta de amor” qué sentimientos estás teniendo, desahogándote al contarlo y esperando que el otro tenga contigo el mismo desahogo, llenando así de luz la vida de pareja que iba cayendo en verdadera oscuridad.

Del mismo modo, cuando resultan demasiado frecuentes las peleas por cualquier cosa, o acaso las críticas, el sarcasmo, la rudeza en las conversaciones, y quizás los insultos; también si lo que ves y te preocupa es que uno o los dos están actuando muy independientemente, con verdadera irresponsabilidad acerca de la casa y la propia familia; cuando notas en ti o en el otro una verdadera hipersensibilidad por motivos infundados; y lo mismo cuando en el lenguaje adviertes la posesividad de decir siempre “mi cuenta bancaria, mi tarjeta, mi chequera”, “mi comodidad”, “mi cuerpo”, “mi tiempo”, o “mis hijos” en vez de “nuestros hijos”; enfoca la antena para percibirlo mejor, pero de ningún modo para hacérselo sentir al otro, sino para “dialogar”, aunque no sea dedicando largo tiempo a ello, sino sencillamente diciendo al otro con mucha confianza la preocupación que sientes, que te produce verdadera tristeza, una especie de temor en la relación, o la cólera y rabia de que las cosas sean así.


Raro será el día en el que, si viven fuerte su matrimonio sin caer en la rutina, no tengan el uno o los dos esos sentimientos que le carcomen a uno el corazón y que van minando en amor de la pareja; que se casaron con tanta ilusión de ser felices juntos, y resulta que no lo están siendo. Es fundamental ser perspicaces para notar los sentimientos que se están teniendo, las causas que producen esos sentimientos, y la valentía de enfrentarlos sin dejar que sigan adelante: no con ganas de aclarar las cosas “poniendo las cartas sobre la mesa”, razonando juntos o acusándose y peleando; sino tomando una vez más la decisión de amarse, y buscándolo mediante el “diálogo” sobre los sentimientos que se están experimentando, no sobre las razones por las que uno cree ser verdad lo que ocurre: las verdaderas razones y los verdaderos modos para salir de ese trance, o dejar en claro quién es más culpable de la situación. Solamente vale dialogar sobre los sentimientos.

Escribirse ahora una larga carta diciéndole al otro los sueños de ser felices juntos que acarició al decidir casarse con quien pensaba tenerle amor.

2 comentarios:

Judit Sánchez dijo...

Gracias por este artículo, pues me sirve mucho de guía en esta etapa con mi novio.
Bendiciones

Judit Sánchez dijo...

Gracias por publicar este artículo, me ha servido de orientación para la etapa de decisión al matrimonio que estamos pasando con mi novio.

Bendiciones