Homilía: 3º Domingo TO (C)


Lecturas: Neh 2-6.8-10; S 18; 1Cor 12,12-30; Lc 1,1-4; 4,14-21

El Espíritu del Señor me ungió y envió a anunciar el Evangelio
P. José R. Martínez Galdeano, S.J.

La perícopa o fragmento evangélico leído se compone de dos partes, que en el texto están separadas por tres capítulos. La parte primera, cuatro versículos, son el comienzo mismo del evangelio y ahí encontramos el nombre del amigo, Teófilo, al que Lucas dedica el escrito y las fuentes de su información, testimonios de testigos y catequistas de la fe. Luego hay un corte largo de tres capítulos y el resto, la segunda parte leída hoy, trata de la primera visita de Jesús a Nazaret en su vida pública. No se narra entera; el evangelio del próximo domingo completa el resto con la reacción que tuvieron sus paisanos.

Lucas coloca el hecho al principio de la vida pública de Jesús, pero probablemente fue más tarde, ya avanzado ese tiempo. En el texto que se leerá dentro de una semana aparece que Jesús ha estado ya en Cafarnaúm y que allí ha realizado milagros notables. En su introducción Lucas dice (lo hemos escuchado) que va escribir por orden. Pero este “orden” no significa y no es orden cronológico, en el que los acontecimientos se narran siguiendo su real sucesión en el tiempo. El “orden” de San Lucas es más bien temático. Sí tiene en cuenta el momento temporal, pero reuniendo en un bloque los hechos y afirmaciones de un mismo tema, que en rigor tuvieron lugar en momentos diferentes. Ejemplo es el capítulo tercero sobre Juan Bautista; informa de su prisión por orden de Herodes antes del bautismo y tentaciones de Jesús.

En el evangelio de hoy se inicia y presenta la acción evangelizadora de Jesús, que se concreta en su palabra y sus milagros, dos realidades íntimamente unidas en la obra de Jesús y de la Iglesia. Serán parte del testamento último del Maestro: “Me ha sido dado todo poder en cielo y tierra. Vayan, pues, y hagan discípulos de todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo y enseñándoles a guardar todo lo que a ustedes he mandado” (Mt 28,18-20). Esta palabra de Jesús continúa la obra de Dios en el Antiguo Testamento, son acción del Espíritu Santo prometida por los profetas, hacen lo que dicen, siguen vivas y son proclamadas hoy por la Iglesia con la misma fuerza y efectos del Espíritu de Jesús.

Hasta entonces Jesús en Nazaret ha acudido los sábados a la sinagoga, como es normal en los judíos piadosos, sin asumir ningún protagonismo. El rito de la reunión recuerda la primera parte de la misa. Primero se cantan o rezan una serie de oraciones y salmos, luego se lee la escritura, se comenta y se concluye con alguna oración más de despedida. Dirige la reunión el arquisinagogo. Para leer la Biblia y comentarla invita en general a algún voluntario. Siempre hay quien lo hace, pues en toda comunidad hay algunos mejor preparados, que han estudiado en las escuelas de Jerusalén. En su vida oculta Jesús no ha intervenido nunca; pero en su vida pública éste es el momento que Jesús aprovecha para exponer el Evangelio y lo mismo hará Pablo en sus viajes apostólicos.

Había curiosidad, desde luego. Jesús llevaba un tiempo hablando con éxito sobre el Reino de Dios por aquella región de Galilea. Se hablaba incluso de milagros. No pocos esperaban que algo hiciera en Nazaret. Normal la expectativa que suscitó cuando se paró. Hubo suerte. El rollo de la Escritura se abrió en una profecía clásica claramente mesiánica del gran Isaías, de los profetas tal vez el más importante: “El Espíritu del Señor está sobre mí porque Él me ha ungido. Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad y a los ciegos la vista. Para dar libertad a los oprimidos. Para anunciar el año de gracia del Señor”.

“Hoy se cumple esta Escritura” fueron las primeras palabras del comentario. Lucas va a exponer a continuación el contenido del Evangelio y esta visita al principio la elige para hacer ver con claridad el valor de la Palabra de Jesús, que continúa en la predicación de la Iglesia. “¡Ay de mí si no evangelizo!” –escribirá a los Corintios Pablo, el maestro de Lucas (1Cor 9,16). Esta palabra, hacerla llegar a todos los hombres, pertenece al fin y misión de la Iglesia; está en su misma esencia; es parte de un mandato perentorio de Cristo. Su acogida es necesaria para la salvación. El que crea se salvará y el que no se condenará (Mc 16,16). Es una palabra que hace lo que anuncia (Lc 4,36). El que la escucha y la cumple, construye su vida sobre roca (Mt 7,24).

El afán y aprecio por la Palabra debe formar parte de nuestra actitud de creyentes. Hoy debemos seguir escuchándola. “Desconocer la Escritura es desconocer a Cristo” –decía San Jerónimo–. Es una palabra ungida por el Espíritu, viva y que da vida, que mueve las conciencias y en primer lugar la nuestra, que suscita la actividad espiritual y el hambre de Dios, que ilumina nuestro camino y le comunica alegría y esperanza. Un creyente que no recibe la palabra es como un campo que no se riega ni se siembra; por buena que sea la tierra, no dará más que espinas secas. Si Ustedes no siguen sembrando la Palabra y mejorando su formación cristiana, el Espíritu Santo no actuará en ustedes. Por eso es importante la escucha atenta de las lecturas y la homilía en la misa, es importante que el sacerdote la prepare, es necesario leer libros religiosos, vidas de santos, documentos importantes de la Iglesia, los diferentes libros que forman la Biblia, etc. La lectura de esta literatura mantiene la actividad de la fe, no deja que los buenos sentimientos duerman, es como un sol cuyos rayos sostienen la vida y actividad de los vivientes.

Pero hay más. La Palabra ungida del Espíritu está en el Cristo total, que formamos todos los bautizados con Él nuestra cabeza desde el día de nuestro bautismo, cuando fuimos incorporados a Él como sus miembros, recibiendo de su sangre y de su vida. Son “palabras de vida eterna” (Jn 6,68). Ese “hoy” continua cumpliéndose por el Cristo total, ungido del Espíritu, la Iglesia, hasta el fin del mundo. Es palabra que juzga al mundo y lo juzga hoy porque es palabra de Cristo, es palabra que no puede errar, que cumple lo que dice. Este “hoy” continúa en cada fiel de la Iglesia, que, unido a ella, la proclama. También desde él dice el Espíritu: Hoy se cumple entre vosotros esta palabra.

Que nadie cometa la falta de fe de creer que su palabra de creyente no sirve para nada y no produce fruto. “El Espíritu del Señor está sobre ti, porque Él te ha ungido”. “Como descienden la lluvia y la nieve de los cielos y no vuelven allá sino que empapan la tierra, la fecundan y la hacen germinar para que dé simiente al sembrador y pan para comer, así será mi palabra, la que salga de mi boca, que no tornará a mí de vacío, sin que haga realizado lo que yo quise y haya cumplido aquello a que la envié” (Is 55,10-11). Aunque no la veas, tiene eficacia; y habrá veces que la veas.

Padres, hablen de Cristo ustedes a sus hijos; maestros, hablen de Cristo a sus discípulos; cristianos, hablen de Cristo a sus amigos, a sus compañeros de trabajo, a sus familiares y a todo el que encuentran en el camino de la vida. Dejen al Espíritu que hable desde ustedes. Que el Espíritu del Señor esté sobre ti.
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2 comentarios:

Epsipion dijo...

Es evidente que hoy el espiritu acto en usted. Gracias padre por su homilia que aunque no estuve la lei por internet.

Unknown dijo...

Algo que me impresionó mucho de esta lectura del evangelio, fue que Jesús hizo la afirmación de que en él se habían cumplido las escrituras, con una actitud de convicción y gran valor.
A veces me he puesto a pensar... ¿si yo hubiera vivido en tiempos de Jesús le habría reconocido?
Y es que anunciar la palabra de Dios, puede llegar a ser impopular. El hablar de las convicciones, cuando éstas no coinciden con las convicciones del mundo, pueden atraer el repudio general y el odio.
Seamos valientes como Jesús. No tengamos miedo. Pronunciémonos a favor de la vida, de la verdad, del amor; aún cuando nuestra cultura actual ensalza la muerte, la verdad relativa y el poder del dinero.