A continuación su homilía:
Compañeros jesuitas, amigos, amigas… me nace empezar casi por el final. Porque, en primer término, quiero agradecerles a todos Uds. su presencia hoy aquí celebrando conmigo mis cincuenta años de Jesuita, los primeros quince en formación y algunos paréntesis de aprendiz trabajador y los restantes treintaicinco trabajando en Fe y Alegría. Tengo razones para agradecer junto con Uds. por “tanto bien recibido”. Hace algo más de 49 años llegué al Perú.
A lo largo de estos cincuenta años he ido construyendo mi historia junto con muchos otros y muchas otras. Y seguimos juntos escribiendo nuestra historia. Porque siempre necesitamos ver el mundo, trabajando con el y para el, con la luz de otros ojos que no sean sólo los nuestros. Y nos aman, y nos quieren.
Es lugar común decir en una ocasión como hoy: ¡¡¡qué rápido pasó el tiempo…!!!. Por eso, qué pronto se hace tarde. Qué pronto el camino empezado el 18 de Septiembre de 1959, me sorprende hoy celebrando estos cincuenta años que tan lejos se me hacía entonces pensarlos. Los pasos en los años jóvenes siempre se perciben más rápidos, vigorosos, decididos… En los mayores esos pasos corren más lentos.
Que pronto se hace tarde… Porque uno quisiera seguir caminando con la misma velocidad y todo el ardor del mundo, con la rapidez, la energía y los bríos de los años primeros. En la tarde la “velocidad” y “voracidad” debemos sustituirla por los aprendizajes y experiencias ganadas en el camino. Ellas han sido y son, realmente, mi mejor equipaje.
A lo largo del camino, siempre fui encontrando huellas que guiaron mis pasos porque no fueron borradas ni por el viento, ni por las olas. Huellas firmes, resistentes, persistentes… como esas líneas nuestras de Nazca que, a pesar de haber sido trazadas en pleno desierto, ni la naturaleza, ni las gentes pudieran con ellas. Siempre encontré rostros y manos amigas que nunca podré olvidar. Porque nunca amanecieron para sí mismos. Su corazón velado por la renuncia de lo personal, abierto permanentemente a los otros, siempre se me sigue haciendo luz, acogida, ternura…
Al abrir el baúl de mis recuerdos -no se inquieten, no los voy a contar todos- siento que hacer memoria de ellos, me hace más humano. Resuenan todavía en mí, enseñanzas, actitudes, acogidas, palabras…En primer término de la familia. También de profesores, compañeros, amigos… que nunca dejaron de germinar en mi hacer y sentir cotidianos. Recordarlos hoy me ayuda a “gustar y sentir” qué buenos fueron conmigo. Qué bueno y paciente fue Dios conmigo.
Mi caminata por estos 50 años siempre la hice recordándolos. Mirar hacia atrás, para seguir haciendo el camino mirando hacia adelante. Cuando comencé, el mundo todavía no hablaba de “globalizaciones”. Las comunicaciones eras lentas, escasas y caras. Decían que había televisión a color e incluso aviones sin hélices. Yo no los conocía. Y la luna era el lugar donde “alunizaban” los poetas, pero no los astronautas.
Ingresé a la Compañía en tiempos de sotanas, tejas, balandranes, esclavinas, variandas, plúteos… No son malas palabras. Consulten el diccionario para saber su significado. También eran tiempos de silencios. A penas si teníamos unos breves espacios para poder conversar después de las comidas y a media tarde. Tanto me callaron que en el primer mes engordé diez kilos… ¡Y cómo olvidarse de los famosos “ejercicios de culpas”, supuestamente para corregirnos…!. Pensé que ni yo era para la Compañía, ni la Compañía para mí. Mientras estaba arrodillado en el centro de nuestra gran sala de reuniones, mis compañeros de noviciado desgranaban en voz alta todas las deficiencias que veían en mi: se me ofrece que el hermano respira muy fuerte y nos distrae en la Oración, se me ofrece que el hermano camina con los pies para dentro, se me ofrece que el hermano estornuda al revés… Claro… y se me ofrece que el hermano habla mucho en los tiempos de silencio… Y en los otros también, pensaba yo. ¡Qué raro..!. Yo, ¿hablando…?. Me tuvieron caminando con los pies para afuera como pato, tratando de estornudar al derecho, asfixiándome para no molestar con el ruido de mi respiro a los hermanos… Bueno han pasado cincuenta años y no lo lograron.
Felizmente, tamaños defectos tuvieron como resultado que hicieran caso a mi petición de venirme al Perú. De repente ahí no habría “ejercicios de culpas” y sirva para ser jesuita, pensaba. ¡¡¡Ignorante…!!!. En Julio de 1960 llegué a Lima. Aunque no lo crean aterricé en el hoy Ministerio del Interior, en un cuatrimotor a hélices. Aquí continué mi Noviciado y formación. Y aquí encontré familia y manos amigas que siguieron alimentando mis sueños, me acompañaron y acompañan con ternura, cercanía, acogida y, sobre todo, perdón… Encontré una segunda patria que más allá del DNI y Pasaporte que hace muchos años me otorgó, me ofreció su suelo para recorrerlo y admirarlo en sus ríos, selvas, nieves y mares… Y, sobre todo, fue alimentado mis sueños, acercándome a Dios, ayudándome a crecer, afianzando mis decisiones, construyendo mi esperanza. Me ayudaron a saber mirar y leer con los ojos del corazón. Me enseñaron a escuchar tantos silencios que hablan de aportes, desafíos, solidaridad, dificultades, búsquedas, generosidad, celebración… Así, mi propia historia se fue alojando en mí sin secuestros, ni silencios.
Mis primeros profesores y compañeros, aquí en Perú, ocupan hoy un lugar de privilegio en mi memoria. ¡¡¡Cómo no recordar aquel examen final de literatura en el que mi profesor jesuita me pidió leyera un poema de Baudelaire…!!!. Lo leí. Su pregunta: ¿qué “siente” hermano…?. Mudo. Insistió. Que… ¿qué siento…?, pues nada… Le desarmé y me desarmó. Felizmente decidió calificarme por lo que sabía y no por lo que sentía….
Y cómo no recordar a mi nuevo provincial en el Perú. En la primera entrevista al poco de llegar a Lima, pregunta para empezar: ¿Ud. hermano distingue entre “esperanza” y “confianza”…?. Caray, me dije en ese entonces, esto es más complicado que los “ejercicios de culpas”.
Ellos dos, junto con otros compañeros de noviciado, ya no pueden acompañarme físicamente. Cómo no recordar especialmente a Tito Tapia, o al Che Montemayor, o a Carlos, o a Alfonso Pedrajas, quien murió hace sólo unos días; o los 26 compañeros de promoción del colegio ya fallecidos, o mis papás y dos hermanos, familiares, amigas y amigos muy cercanos… Hoy sus ausencias se hacen muy presentes en la memoria. Porque siento que todos estamos hechos también de los ausentes.
Por estas y muchas cosas más… escogí las dos lecturas para esta Eucaristía. Expresan mucho de mis sentimientos en este hacer camino al andar durante cincuenta años.
Isaías no ignora la oscuridad que cubría al Pueblo, sus dificultades, sus luchas, sus carencias… Sólo eran para el Profeta una invitación a correr la cortina y saber ver la luz más allá de la oscuridad, la paz más allá de la violencia, el desarrollo y la justicia más allá de las carencias. Observa la Jerusalén humilde que apenas renace de sus ruinas y descubre toda su fuerza y riqueza. Dios habita en ella, como habita entre nosotros y nos anima a ser portadores de luz, de paz, de unidad… Porque, como dice el Papa en su última Encíclica: “la sociedad, cada vez más globalizada, nos hace más cercanos, pero no más hermanos”.
Es un texto, como muchos otros, que nos abre a la Esperanza y a nuestros sueños. Mira la realidad para soñarla diferente, para transformarla. Y, porque la mira con los ojos de Dios, no son sueños de diván o de inconscientes clandestinos. Se me hacen memoria soñadores como José María Vélaz, fundador de Fe y Alegría. Cuando soñó cientos de colegios en los lugares más empobrecidos de América Latina, miles de alumnos y alumnas, cientos de talleres… muchos pensaban que el manicomio era su sitio. Como se me hacen memoria los sueños de Luther King, o de Gandhi, o Teresa de Calcuta…
Me descubren mis propios sueños e ilusiones. Aquellas que tuve de joven cuando tomé la decisión a los 17 años de ser Jesuita y venirme al Perú. Aquellas que hoy continúan iluminando mi camino, invitándome a seguir mirando la realidad con los ojos de Dios, para transformarla, para hacerla más humana, más gozosa, más tierna, más justa… Sin duda con búsquedas y lecturas diferentes, porque ya no son tiempos de “pies hacia dentro” o “estornudos al revés”. El tren de la historia nos marca nuevos rumbos y estaciones.
Por el camino algunos compañeros bajaron en otros paraderos. En esta Eucaristía me uno a ellos que buscaron caminos nuevos para servir a Dios compartiendo el mismo ideal de ser compañeros de Jesús, en la construcción de un mundo más justo y humano.
Como lo señaló Luther King en su famoso discurso “tengo un sueño”: “las bóvedas de las oportunidades en este país, están repletas”. ¿Por qué no trabajar para abrirlas y que alcance para todos y todas…?.
El texto de Isaías termina con una invitación: ¡abran las puertas…!. Son las mismas palabras pronunciadas por Benedicto XVI en el inicio de su Pontificado: “¡¡¡no teman, abran más las puertas, ábranlas de par en par a Cristo…!!!. Quien deja entrar a Cristo no pierde nada y gana el ciento por uno”. Y esta ha sido mi experiencia.
Isaías nos invita a tener y dar razones de nuestra Esperanza. Desde luego, no nos llegará en paracaídas. La tenemos que seguir construyendo en la cotidianeidad de cada día. No es fácil ser testigos de la Esperanza. Porque hoy la sociedad nos invita, como leía hace poco en un artículo de Luis Jaime Cisneros, a reemplazar la “felicidad” por “éxito”. Y ocurre que el éxito está ligado al poder, al dinero, al tener, al prestigio… Y ello no garantiza la felicidad.
Sin embargo, mi empeño de estos 35 años en Fe y Alegría ha sido y sigue siendo acompañar a nuestras religiosas y religiosos, a profesoras, profesores y administrativos, a nuestros alumnos y padres de familia, para que sean felices. Y, si lo son, ese será Mi y SU ÉXITO. Enseñando o acompañando, compartiendo, sanando historias personales con tantas heridas, amando la vida y amándose… La felicidad no nos la regalan. La vamos trabajando, conquistando… cada día. Y porque la trabajamos con los demás y para los demás, la GOZAMOS. Este quisiera que fuera siempre MI y NUESTRO ÉXITO. Abriendo siempre nuestros ojos, nuestras manos, nuestras palabras… para saber “escuchar” los silencios de los diferentes y envolverlos en miradas que los abracen, como nos pide nuestra última Congregación General a los jesuitas.
Por eso, hago mías las palabra de María en su canto del Magníficat: “Se alegra mi espíritu en el Dios mi Salvador, porque ha hecho grandes cosas en mi…”. Fiel al Anuncio y al Misterio, se pone en camino y marcha aprisa para acudir a quien puede estar necesitando de su presencia. La prima Isabel. No solo es portadora de vida. La anuncia. Y lo hace con un himno de Acción de Gracias.
Nos reunimos aquí en una Eucaristía de Acción de Gracias. Gracias que son mías y de todos Uds. Porque estos cincuenta años no los he vivido solo, sino rodeado de la acogida, el cariño y la compañía de todos y todas Uds. No celebro solo mi jubileo. En alguna medida es también jubileo de Uds.
Pero, Además de Uds. y con Uds. mi acción de gracias dirige mi memoria a los tres espacios más significativos:
Gracias, en primer término, a mi familia. Hoy su ausencia se hace más presente que nunca. En ellos las carencias, las limitaciones, la emigración, las dificultades, los dolores… nunca se hicieron queja, sino posibilidad. Mis padres fueron testigos sufrientes de dos guerras mundiales y una guerra civil con un millón de muertos, que los vistió y nos vistió con la túnica de la pobreza y las carencias. Ello hizo más fuerte su amor. Siempre he sentido que sus diferencias fue lo que más les unió. Y nos enseñaron a querer y respetar a todos y más a quienes no pensaban o sentían igual. Siempre me impresionó su capacidad de perdonar y acoger aún en circunstancias muy difíciles.
Gracias, en segundo lugar, a la Compañía de Jesús. Gracias a tantos profesores y compañeros que me fueron animando con paciencia y sin ella, a ser “compañero de Jesús”. Como lo quería San Ignacio, cuyo bello altar es el primero de la izquierda de esta hermosa Iglesia de San Pedro. Trataron siempre de señalarme la hoja de ruta para interiorizar el espíritu de Jesús: su manera de ser, su talante, su invitación a seguirle... Me hicieron conocer la Buena noticia y me animaron también a ser portador de Buenas Noticias. Me alentaron siempre a saber esperar, alegrarme y festejar con el hermano que regresa a casa, tal vez cabizbajo, cansado, dolido… Me enseñaron a acercarme para curar heridas de la violencia humana. Me enseñaron a descubrir “abundancias” detrás de tantas carencias.
Gracias, finalmente, a Fe y Alegría. Como suelo decir, estudié en tres Universidades. Pero mi Universidad real, donde más he aprendido, la que más me ha marcado, la que más me ha hecho gozar y sufrir… han sido mis treinta y cinco años trabajando en Fe y Alegría. Directoras y directores, cientos de maestras, maestros, administrativos, amigos y amigas… son parte de ese gran equipaje que me acompaña todo el camino. Nuestros profesores y profesoras han sido mis mejores maestros. Ellos me enseñaron a llenar los arenales de esperanzas que tenía dormidas. Despertaron mis sueños y el desierto se hizo oasis de saberes, de capacidades, de habilidades… Y la sonrisa escondida de muchos niños, niñas, adolescentes, jóvenes y aún adultos, se hizo blancura compartida, Acción de Gracias, como la de María en la lectura de hoy.
Con cientos de maestras y maestros hemos compartido juntos amistad, palabras, vida, ilusiones, amores, desamores, carencias, limitaciones, esperanzas… Hemos celebrado matrimonios, bautizos, despedidas definitivas. No me he sentido maestro de nadie. Simplemente compañero y amigo. Y juntos nos hemos ido también acercando a Dios. Cuántas veces Uds. me invitaron a sus casas y compartieron su pan en mesas cuyo único mantel, muchas veces, es la pobreza. Pero sus mesas siempre están repletas de acogida, de cariño, de ternura, de amistad… Con Uds. he compartido también frecuentemente y comparto hoy, el Pan de esta mesa del Altar, con el que Dios nos regala. Gracias por haberme acompañando tanto tiempo y animado mis pasos.
Todas estas son razones suficientes para que “mi alma engrandezca al Señor, y mi espíritu se alegre en el Dios que me salva…”
Quiero terminar leyéndoles dos estrofas de una canción que hace pocos días me llegó, compuesta por un profesor de Fe y Alegría en Ecuador:
MENSAJERO DE LA FE Y MAESTRO DE LA ALEGRIA
“Quiero que me muestres un país
Donde los niños pinten sueños en canciones
Donde las niñas siembren risas de color
Un país del tamaño de mis sueños
Un lugar de nuevo pensamiento
Una ilusión de romper toda frontera
Mi hogar donde aprendamos a soñar…”
Sólo me queda plagiar de Manuel Raygada su vals, para poder decir:
Tengo el orgullo de haberme hecho peruano y soy feliz.
Tengo el orgullo de trabajar durante 35 años en Fe y Alegría y soy feliz
Tengo el orgullo de ser jesuita y soy feliz.
Jesús Herrero S.J.
19 septiembre de 2009
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Agradecemos al P. Rómulo Franco, S.J. por compartir esta Nota.
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