Resucitar a una nueva vida


Hedwig Lewis S.J.


En ninguna parte de la Escritura se nos dice cómo fue la resurrección de Jesús. No hubo testigos del acontecimiento; sigue siendo un misterio. Pero la experiencia que los discípulos tuvieron del Señor resucitado, durante «cuarenta días» después de su muerte y entierro, fue tan convincente que supuso la fundación de la cristiandad.

Para los discípulos, la experiencia de Pascua comenzó con una tumba vacía. Las mujeres, que fueron las primeras en llegar al sepulcro el domingo por la mañana, se alarmaron al encontrar la tumba vacía. Pedro volvió a casa perplejo. María Magdalena no sabía qué hacer, fuera de la tumba, creyendo que alguien había robado el cuerpo. A pesar de las afirmaciones de los ángeles, no se hallaban consolados no convencidos. ¡Parecía que su fe estaba muerta!

Solamente resurgió su fe después de haber visto, personalmente, al Señor Resucitado. Sus temores se tornaron en alegría, sus dudas en fe, sus desalientos en esperanza. La confusión y el miedo que siguieron a la crucifixión dieron paso a la convicción de que Jesús era, realmente, el Mesías. Todo lo que antes les había enseñado Jesús comenzaba ahora a tener sentido.

Jesús, ciertamente, estaba otra vez vivo. Pero su apariencia era distinta. Aun aquellos que habían vivido junto a Él tropezaron, al principio, con dificultades para reconocerlo. Pero había señales inequívocas que indicaban claramente que el que veían «era el Señor». Además, su fe ¡había revivido!

Resulta muy significativo que el Señor Resucitado se apareciera solamente a los que habían creído en Él, y no a los escribas y fariseos ni a las multitudes. No pretendía demostrar nada ante el público. Sólo quería reconstruir su comunidad de discípulos y hacer que el amor de éstos por Él fuera lo suficientemente poderoso como para tomar el mundo por asalto. Esto lo realizaría por medio de su Espíritu.

La resurrección de Jesús no es sólo un acontecimiento del pasado. Es una realidad del presente… y del futuro. El Señor Resucitado está hoy, en todas partes, vivo en su Espíritu. Enseña, cura e inspira. Y ejerce una poderosa influencia sobre los corazones de todo el pueblo.

Pidamos a Cristo dedicarnos con una entrega más profunda y con un mayor deseo de servirle, para continuar su obra de edificar el Reino de Dios sobre la tierra.


Tomado del libro de EVC “En casa con Dios”


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