Homilías: Cuaresma - Domingo I (B)


Mc. 1, 12-15

P. Adolfo Franco S.J.



Para empezar la reflexión espiritual sobre la Cuaresma, la liturgia de este primer domingo, nos trae a consideración estos versículos del Evangelio de San Marcos en que hablan de la estancia de Jesús en el desierto, de las tentaciones de Jesús en el desierto y del comienzo de la predicación de Juan Bautista y su exhortación a la conversión.

Los tres temas van estrechamente unidos, y nos animan a iniciar la cuaresma con una decisión de aprovecharla para avanzar decididamente en nuestra vida cristiana. La Cuaresma es momento litúrgico de especial significado, porque nos invita a unirnos más al misterio de Cristo, a compartir con El su camino y especialmente el camino que lo llevó a la Cruz y a la Resurrección. Así la Cuaresma es camino con Cristo hacia la Pasión y la Resurrección.

Jesús nos enseña a vencer la tentación, nos indica el camino del desierto, y Juan nos anima a este esfuerzo continuo por la conversión o sea para la transformación de nuestros criterios y decisiones, en criterios y decisiones evangélicas. La tentación de Cristo es un hecho señalado claramente en los Evangelios, y en varios momentos de la vida de Jesús. Pero cuando consideramos a Jesús, como Dios-Hombre, nos es difícil imaginar en que pudiera tener tentaciones. Pero el hecho lo afirman las Sagradas Escrituras. Cualquier explicación que se dé a estas tentaciones será una teoría, pero el hecho mismo de la tentación es revelado, no es teoría. Claro no podemos imaginar a Jesús, como nosotros cuando somos tentados, pensando en su interior durante un rato, como nos pasa a veces a nosotros cuando algo prohibido nos atrae, si hago esto, o lo de más allá. El contenido de sus tentaciones lo conocemos por otros evangelistas; sus tentaciones se refirieron a su obediencia a los planes de Dios, su aceptación de nuestra Salvación por medio de la cruz y de la muerte. Y El padeció esa tentación, que atacaba la esencia misma de su ser, para darnos ejemplo a nosotros.

Nosotros continuamente somos tentados, y la tentación en nosotros tiene fuerza, mucha fuerza, porque en nuestro propio interior el mal cuenta con un aliado que es el desorden de nuestras operaciones, la atracción que el mal produce, el desorden de los instintos, la distorsión en nuestra escala de valores. Es importante tomar nota de esto, que es tan evidente, y que olvidamos con facilidad. La tentación es algo que nos ronda con frecuencia, es algo que nunca dejaremos atrás mientras vivamos en este mundo. Y añadamos que al considerar la tentación es también importante constatar dos cosas: el mal resulta fácil, el bien requiere esfuerzo. Ya el Señor nos lo advierte al decirnos que el camino ancho lleva a la perdición y el estrecho conduce a la vida.

Para estar alerta ante la tentación, nos ayuda “el desierto”. Jesús estuvo físicamente en el desierto durante cuarenta días. El sacrificio de esa vida austera, y la oración que allí practicó le fueron una preparación (si se puede hablar así, hablando de Jesús) para vencer la tentación. Y para nosotros está claro que una vida austera y una vida de oración nos ayuda para vencer la tentación. Por supuesto que vencer la tentación es una gracia de Dios, y es Su Fuerza y no la nuestra la que vence en la lucha contra el mal. Pero Dios no sustituye nuestro necesario esfuerzo, y nuestro esfuerzo consiste en orar para no caer en la tentación. Sacrificio y oración: dos consignas para la Cuaresma.

La Cuaresma es un tiempo en que se nos inculca de manera especial el sacrificio. No se trata de buscar tormentos, porque eso no es humano y no es cristiano. El sacrificio, que es privación voluntaria a veces de caprichos, a veces de vicios, a veces es resistencia a inclinaciones torcidas (ira, orgullo, sensualidad, pereza, murmuración, etc.) El sacrificio entendido así es lo más humano, y lo más cristiano. Es humano, porque evidentemente mejora la calidad de nuestra vida, y nos da una voluntad más enérgica. Y es cristiano, porque nos hace vivir más de acuerdo con el Evangelio.

Y aquí viene el tercer punto de que se nos habla en este Evangelio: la conversión. Y en esto consiste precisamente la conversión: en transformar nuestro corazón, de modo que no caigamos en el mal. La conversión debería ser la gran tarea de nuestra vida; podemos ser constructores de nuestro propio ser (siempre con la gracia del Espíritu Santo). Irnos transformando paulatinamente hasta ser de verdad imágenes de Dios, como Dios nos hizo en el principio. Eso es la conversión: ser totalmente Hijos de Dios. A eso nos invita hoy la Iglesia al comenzar la Cuaresma. Y el mejor medio para esta conversión es precisamente la oración y el ayuno.
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Agradecemos al P. Franco SJ por autorizar la publicación de la homilía.

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