P. Ignacio Garro, jesuita †
9. EL SINDICATO
Continuación...
9.8.- La crisis del concepto marxista
de "la lucha de clases".
K. Marx consiguió
que se aceptase como dogma indiscutido la necesidad de la lucha de clases como
instrumento para conseguir la justicia social. En este marco el empleo de la
huelga como arma de lucha del proletariado era también un tema indiscutible.
Tuvo que disentir el comunista Bakunin (y esta sería una de las causas que
llevaron a la ruptura con él, y a la escisión de la Primera Internacional en
1872, y al nacimiento del anarquismo) a propósito de la posibilidad o conveniencia
de la huelga general, pero sin dudar de su licitud e idoneidad en los demás
casos. Incluso en el tema de la discusión de la huelga general, los argumentos
que se manejaron fueron estratégicos o tácticos, no éticos. Hoy imperan en cambio
dos realidades: la clase obrera, al menos en el mundo occidental, se ha
aburguesado y sintoniza menos con la lucha de clases como táctica permanente y,
a la vez, ha ido tomando cuerpo la conciencia de las ventajas de la concertación
social (acuerdo entre la patronal y los sindicatos acerca de los contratos
salariales) y de la negociación, como instrumentos más eficaces que la huelga,
para garantizar la justicia social.
También ante esta
realidad, la DSI ha ido matizando su postura. Pues también en este punto, desde
una coherencia básica entre las primeras manifestaciones de la DSI y las más
recientes, es posible percibir una evolución clara.
Respecto a "la
lucha de clases", la primera actitud de la Iglesia no es positiva sino reticente.
Es un error, afirmaba León XIII, en RN, nº 14, "pensar que las clases son naturalmente enemigas y por esto deben
de estar en lucha; es más cierto que se necesitan". Por eso, en vez de
azuzar a cada una recordándoles sus derechos, la Iglesia predica a ambas sus deberes.
En la misma línea
ideológica, una de las ventajas que Pío XI en QA, nº 95, descubría en el
sistema corporativo era la mutua colaboración entre las clases sociales, de
acuerdo con uno de los principios que él mismo había establecido, en QA, nº 88,
para restaurar el orden social, amenazado en su tiempo, carente de un modelo
universalmente aceptado, como indicamos ya en su momento, como era el principio
de la libre concurrencia dentro de un pacto social.
Pero más directa y negativamente
abordó Pío XI el tema en dos ocasiones:
a.- Una, en la misma encíclica QA, nº 112. La oposición a la violencia y a
la lucha de clases es uno de los criterios que Pío XI aduce para manifestar la
distancia que toma la Iglesia ante el comunismo. Y en QA, nº 113-114, toma nota
de que el socialismo moderado ha abandonado o reducido sus pretensiones
iniciales en este punto.
b.- La otra, en "Divini Redemptoris", (19,3,1937), la encíclica
que dedica a condenar el comunismo, cinco días después de haber condenado en
"Mit Brebbender Sorge" (14,3,1937), otro totalitarismo, el
nacionalsocialismo fascista de Hitler. En la encíclica dedicada al comunismo
condena la lucha de clases como expresión del materialismo marxista, en el que
no cabe la idea de Dios.[1]
La polémica en torno
a la lucha de clases y la reticencia de la DSI ante él podían interpretarse
como un anticomunismo, e incluso antiobrerismo, visceral y cerrado. Quizá se
omite la alusión al término en los escritos siguientes.[2]
Aunque también es cierto que la atención de la DSI, y en general la de los pensadores
sociales cristianos, se traslada del concepto de "lucha de clases" al
de "lucha de bloques".
J. Pablo II en SRS,
dedicará varías páginas a la lucha de bloques, en LE, nº 11, temió enfrentarse
con el concepto vidrioso de "lucha de clases". Comienza reconociendo
sin reticencias que "la lucha de clases existe" y que ha sido elevada
a categoría ideológica y programada como lucha política. Pero a continuación
expresa su convicción de que esto no debe de ser así. Y presenta una serie de argumentos
en los que se apoya, de corte filosófico, histórico y moral, LE, nº 12-13.
El más original es
el que se puede llamar método histórico. Analizando la historia y el proceso de
producción, es decir, utilizando las mismas fuentes argumentales del mismo Marx,
llega a la conclusión opuesta: "la lucha de clases no debe de existir,
porque el capital es fruto del trabajo". Más tarde en su visita a Chile
definió con más claridad su postura en el tema referente a la lucha de clases y
dijo: “La Iglesia cuenta en su mismo patrimonio de fe y de vida con luz y
fuerza más que suficiente para esa transformación de todas las cosas en Cristo.
Cualquier recurso a planteamientos ideológicos ajenos al Evangelio de corte
materialista en cuanto método de lectura de la realidad, o también como programa
de acción social, se cierra radicalmente a la verdad cristiana, pues ee agota
en la perspectiva intramundana, y se opone frontalmente al misterio de la
unidad en Cristo: un cristiano no puede aceptar la lucha programada de clases como
solución dialéctica de los conflictos. No debe ser confundida la noble lucha
por la justicia, que es expresión de respeto y de amor al hombre, con el
programa que ve en la lucha de clases la única vía para la eliminación de las
injusticias latentes en la sociedad y en las clases mismas” [3]
Es llamativa la
argumentación de J. Pablo II. No sólo porque hunde sus raíces en los mismos
datos que llevaron a Marx a una conclusión contraria, sino porque además da un
nuevo sentido a la frase marxista "el capital es fruto del trabajo".
Para K. Marx significaba que el capital se ha formado a base de pagar
injustamente al trabajo. J. Pablo II, sin abordar este tema, hace ver que los
bienes de la tierra llegan a ser capital, como bienes de producción, gracias al
trabajo humano. Capital y trabajo no pueden, por tanto, estar en conflicto. En
coherencia con este análisis, al tratar del sindicato, LE, nº 20, define que es
un exponente de lucha, pero "no en contra de nadie", sino a
"favor de la justicia", aludiendo a su argumentación anterior.
Por fin, tras la
caída del marxismo estatal en la Europa del Este, (agosto 1989), CA, nº 14,
presenta un análisis del concepto de lucha de clases, que distingue
cuidadosamente y claramente de la lucha por la justicia social, en el que la
lucha de clases queda condenada desde varias perspectivas éticas:
.- No se autolimita
por consideraciones jurídicas o éticas
.- No respeta la
dignidad de la persona en el adversario
.- Excluye los acuerdos
razonables
.- Busca un interés particular,
más que el bien común, (el interés del partido).
A esta especie de
lucha de clases, CA, nº 18, la compara con el militarismo, y percibe en ella
una raíz atea y en el fondo un desprecio por la persona humana, que hace prevalecer
la fuerza bruta sobre la razón y el derecho. En las circunstancias presentes,
tanto la lucha de clases como la guerra total deben ser absolutamente
rechazadas.
La DSI, ha llegado
así, antes de centrar su interés en la lucha de bloques, a un tratamiento dialéctico
de la lucha de clases, superando los análisis de las etapas anteriores a la
caída ideológica de la Europa del Este.
[1] También, J. Pablo II en CA, nº 14, une la crítica de la
lucha de clases con el ateísmo implícito que en ella lleva.
[2] Unicamente alude al término "lucha de clases"
Pablo VI cuando lo señala como uno de los niveles de expresión del marxismo
como ideología, OA, nº 26, y como movimiento histórico, OA, nº 33.
[3]
Discurso
a los Obispos de Chile, el 2- 4, 1987
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Damos gracias a Dios por la vida del P. Ignacio Garro, SJ † quien, como parte del blog, participó con mucho entusiasmo en este servicio pastoral, seguiremos publicando los materiales que nos compartió.
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