P. Ignacio Garro, S.J.
SEMINARIO ARQUIDIOCESANO DE AREQUIPA
4.4. Fundación de la Iglesia por Jesucristo
Hoy no existe ningún autor serio que niegue la existencia de un grupo
estable de discípulos reunidos por Jesús. La comunidad de Pentecostés resulta
inexplicable sin la acción y la obra del Jesús histórico. Los teólogos
modernistas de principios del S. XX, siguiendo las huellas del protestantismo
liberal, suponían que Jesús, puro hombre, no tenía conciencia de su mesianidad;
y, que al igual que sus contemporáneos estaba persuadido del próximo fin del mundo
de una manera inmediata. En estas condiciones era totalmente impensable el
propósito que se le atribuye a Jesús, de fundar una iglesia estable, separada
de la sinagoga y dotada de estructuras propias. La Iglesia, decían, es el
fruto lógico, pero inesperado, de la obra de Jesucristo. Según esta teoría
protestante de los modernistas, se podía considerar a Jesús, en cierto modo,
como fundador de la Iglesia, pero salvando que nunca tuvo la intención
explícita de fundarla definitiva y establemente con sus propias estructuras,
naturaleza, misión y constitución visible que hoy día tiene.
Por otro lado hay que decir, que sería ingenuo pensar que Jesús organizó
una Iglesia durante su vida mortal, en el sentido que hoy entiende el Derecho
Canónico católico y la eclesiología unilateral de una dogmática escolar poco
crítica, que se expandió en tiempos del antimodernismo protestante. Entre
estos dos extremos se sitúan los documentos de la Iglesia. Ellos, afirman que
Jesucristo es el verdadero fundador de la Iglesia, no, ciertamente, con lo que
pudiera calificarse de "un acto fundacional" histórico, determinado
y localizado en un momento concreto, sino con una larga y madura preparación
que culminó con los sucesos pascuales.
La realidad viviente de la Iglesia, tal como aparece después de Pentecostés,
no puede separarse de la acción pre-pascual de Jesús y de su intención
manifiesta. Ni los hechos históricos de la vida de Jesús pueden comprenderse en
su profundidad, sin iluminarlos con los sucesos de su muerte y resurrección.
Por eso, la Iglesia Católica, confiesa que la Iglesia fue fundada por Cristo.
Esta verdad es de contenido, tanto en el magisterio ordinario, como en una
serie de definiciones del Magisterio extraordinario.
4.5. El
"Misterio de Cristo" en cuanto fundamento ontológico, histórico y
salvífico del "Misterio de la Iglesia"
El Concilio Vaticano II, fiel a la dinámica de la "revelación"
en la Historia de la Salvación, ha propuesto como centro de la reflexión
teológica el "Misterio de Cristo". El primer círculo concéntrico y
punto de convergencia de la temática teológica en esta línea histórico -
salvífica, es el misterio de Cristo Revelador a la humanidad. La entrada de
Cristo en la historia (misterio de la Encarnación) y su venida al mundo señala el
fin de la revelación de las promesas del A.T. y el inicio de la fase nueva de
plenitud y cumplimiento de dichas promesas en la Palabra de Dios hecha carne.
El magisterio de la Persona y mensaje de Cristo es el evento cumbre de la
Historia de la Salvación hacia el cual toda la vieja economía salvífica del AT.
estaba proyectada y del cual parte su continuidad en el tiempo de la Iglesia
hasta la consumación escatológica al final de los tiempos, (el pleroma paulino)
. Col 2, 9-10 ; 1 Cor 15, 28..
El curso histórico de la revelación, y por lo tanto, de la salvación,
pues la revelación sigue una línea salvífica paralela a la salvación, antes de
Cristo fue "ascendente", hasta lograr su cumbre en el misterio de
Cristo. El proceso histórico- salvífico después de Cristo es
"descendente", pues recibe su contenido de la presencia de la obra de
Cristo Revelador y Redentor, siempre presente e inagotable en la Iglesia.
El misterio del Verbo personal del Padre hecho carne es el evento central
de la "Historia Salutis". El Padre ha "enviado" a su Hijo,
la Palabra eterna, luz ya de los hombres en la misma creación, por el que
existen todas las cosas, Jn 1, 3,
"para que habitara entre los hombres y les contara la intimidad de Dios". El Padre y el Hijo envían al
Espíritu de verdad "que lleva a
plenitud toda la Revelación y la confirma con el testimonio divino".
Este enfoque "económico" presenta la historia de la salvación
como obra de toda la Trinidad, presentando al Verbo en la encarnación como
realizando su misión de Mediador y Redentor. Cristo es el portador de esta
revelación plena a los hombres y, a un mismo tiempo, objeto de esta misma
revelación en su misma persona, en sus palabras y en sus obras. Cristo, ante
todo, es el revelador del Padre. Es el Verbo consubstancial e imagen
perfectísima del Padre. Es la "epifanía" del Padre entre los
hombres. Quien ve a Jesucristo ve al Padre. La Palabra eterna y sustancial de
Dios se ha hecho hombre, y este hombre es Dios. La "Palabra" del Verbo hecho carne son
palabras de Dios en figura de hombre. Por sus palabras humanas habla la palabra
de Dios y, por lo tanto, "habla
palabras de Dios" Jn 3, 34.
El misterio del Verbo hecho carne ha incorporado al Hijo tan íntimamente
a la humanidad, que no solamente habla palabras de Dios en palabras humanas,
sino que sus acciones humanas realizan el plan revelador y salvífico del
Padre. Con sus "palabras y obras", Cristo es, en su misma existencia
humana, la "epifanía" del Padre.
El misterio del Verbo hecho carne implica la
donación personal del Padre al hombre Jesús. Esta comunicación suprema de Dios
es el fundamento de toda donación de Dios al hombre, pues en la encarnación
del Verbo se realiza la unión más perfecta posible de lo divino y lo humano: lo
divino se manifiesta y actúa en lo humano, y lo humano se constituye en signo
e instrumento de esta comunicación de Dios. Así pues, el Verbo hecho carne es
realmente el centro de la historia de la salvación. En virtud de esta realidad
ontológica, Cristo es el "sacramento fundamental o instrumento eficaz de
la unión íntima del hombre con Dios y de la unidad de los hombres en el
misterio de comunión de este Pueblo reunido por la unidad del Padre, y del Hijo
y del Espíritu Santo".
4.6. La Encarnación en cuanto fundamento de la Iglesia. La Iglesia
"constituida"
El misterio de la Encarnación, Jn l, l ss, es el comienzo del misterio de
la Redención realizado por la Palabra hecha carne. El Conc. Vat. II quiso
proponer una visión panorámica global de la conciencia de la Iglesia, fundada
en la Palabra de Dios, y tenía que comenzar por exponer sus orígenes divinos en
el misterio salvífico de Dios. Dijimos anteriormente, que la Iglesia no nace
de abajo arriba: no nace de la libre voluntad de los hombres piadosos que se
reúnen en una organización piadosa, sino que por el contrario, nace de un
designio divino que tiene su lenta preparación y maduración en la historia y se
cumple en la acción de Cristo, muerto y resucitado; Iglesia que la prepara en
su vida terrestre y la completa después de su resurrección, con el envío del
Espíritu Santo, que es el Espíritu del Hijo. Sólo así puede ser la Iglesia lo
que es: el sacramento visible de salvación universal es el Cuerpo de Cristo,
la edificación de Dios, el Templo de Dios, y el Pueblo escogido de Dios para
continuar la obra redentora de Cristo, que es: la de anunciar y realizar en
esta vida el Reino de Dios que se manifiesta en la acción y en la Persona de
Jesús y se realizará plenamente cuando "Dios
sea todo en todas las cosas", l Cor 15, 28.
Jesucristo por su encarnación, muerte y resurrección se convirtió en
padre de una humanidad nueva, libre de la muerte y del pecado, de la influencia
de Satán y de la ley. Cristo se hace patriarca de una nueva humanidad. S.
Pablo expresa este hecho diciendo que Cristo fue el segundo Adán. El primer
Adán es padre de todo el género humano, incluso de Jesús, Lc 3, 38; S. Pablo
llama a Adán el primer hombre y a Cristo el segundo Adán o último. l Cor 15,
22; 15, 45; Rom 5, 12-13. El primer Adán con su pecado se convirtió en padre de
la humanidad caída en poder del pecado y de la muerte (pecado original);
Jesucristo por su muerte y resurrección se convirtió en padre de una nueva
humanidad y nos reconcilió con Dios Padre dándonos acceso a El, reconciliando
a todo el género humano con Dios.
4.7. El
Misterio Pascual de Cristo: Pasión, Muerte y Resurrección en cuanto fundamento
de la Iglesia
Antes hemos descrito cómo la encarnación de la Palabra del Padre en seno
de la santísima Virgen María, por obra del Espíritu Santo, fue fundada la nueva
humanidad; pero el fundamento definitivo de su redención fue realizado sobre
todo por lo que en el lenguaje cristiano conocemos como, "Misterio
Pascual", es decir aquellos acontecimientos salvíficos que se dieron en la
pasión, muerte y resurrección, junto a la ascensión y el envío del Espíritu
Santo en el día de Pentecostés. El Cristo resucitado posee por primera vez el
modo de vida y forma de existencia en que se hace visible la figura exacta del
hombre nuevo. Por tanto, la muerte y resurrección de Cristo, su estar sentado a
la derecha del Padre y el envío del Espíritu Santo son presupuestos innegables
de la fundación y existencia de la Iglesia.
La sola teología de la Encarnación sería una escasa base para explicar el
nacimiento y existencia de la Iglesia; debe de unirse a la teología de la Cruz
(muerte) y Resurrección y al envío del Espíritu Santo, para poder hacer
comprensible el nacimiento de la Iglesia. La Navidad, Viernes Santo, Pascua de
Resurrección y Pentecostés, son en conjunto, el fundamento de la Iglesia.
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Agradecemos al P. Ignacio Garro S.J. por su colaboración.
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