SEMINARIO ARQUIDIOCESANO DE AREQUIPA
INTRODUCCIÓN GENERAL
El 8 de diciembre de 1965 finalizaba el Concilio Vaticano II, el papa
Paulo VI pronunció la frase: "estamos
al despuntar de una hora luminosa en la celebración conciliar, ayer lentamente
madurada, ahora esplendorosa, mañana, ciertamente, providencial en enseñanza,
en impulsos, en mejoría para la vida de la Iglesia". La Constitución
dogmática "Lumen Gentium" sobre la Iglesia fue llamada con acierto la
"Carta Magna" del Conc
Vat II, pues en ella convergían
los esfuerzos renovadores sobre la eclesiología y el intento de profundizar en
la existencia y el devenir del "Misterio de la Iglesia", llamada a
irradiar el "Misterio de Cristo". La Iglesia llamada a ser Luz de los
pueblos, anunciando la Buena Nueva a todos los hombres del género humano con
la claridad de Cristo, que a su vez resplandece sobre su faz en cuanto la
Iglesia de Cristo.
Es un hecho, pues, evidente que la eclesiología es el centro de perspectiva
de la teología del Concilio Vaticano II. Primero, porque el misterio de la
Iglesia, en su doble dimensión: "ad intra", en su naturaleza; y
"ad extra" en su misión, se impuso a fines de la primera sesión del
Concilio como programa y centro de unidad de trabajo conciliar. Segundo, porque
todos los demás temas teológicos han sido tratados, consiguientemente, en esta
perspectiva eclesiológica.
Naturalmente que la Iglesia, en este acto de reflexión comunitaria sobre
su conciencia eclesial, no pretendió encerrarse en sí misma, sino "confirmarse en los planes divinos
sobre ella, para encontrar mayor luz, nueva energía y mejor gozo en el
cumplimiento de su propia misión, y determinar los modos más aptos para hacer
más cercanos operantes y benéficos sus contactos con la humanidad, a la que
ella aunque distinguiéndose por caracteres propios inconfundibles".
La gloria de Dios y la salvación de los hombres son los dos polos de la
existencia del misterio de la Iglesia. Basada en ellos la eclesiología del
Vaticano II es eminentemente teológica y antropológica. Conocer mejor los
designios de Dios sobre sí misma, para así cumplir mejor su misión salvadora
entre los hombres, es el fundamento de esta conciencia de la Iglesia, y lo ha
hecho trazando una eclesiología basada en Dios y en el hombre, o sea, siendo de
verdad teológica, ha podido ser también plenamente antropológica. Esta
renovación teológica del Concilio Vaticano II se realizó, no por medio de
cambios radicales o con una ruptura con el pasado, sino en un retorno a la
Sagrada Escritura y a la Tradición Apostólica.
En este espíritu de
docilidad a la Palabra de Dios y, por tanto, de retorno a las fuentes de la
teología, el Concilio ha redescubierto lo que en los santos Padres fue el
principio hermenéutico de su pensamiento teológico, a saber, centrar su
reflexión en torno al "Mysterium Christi" en las diversas etapas de
su realización en la Historia de la Salvación. En esta dimensión
"histórico - salvífica" de la teología, el "Misterio de la
Iglesia de Cristo" no puede menos de pasar al centro de la consideración
y reflexión teológica. La estructura teológica de la Constitución "Lumen
Gentium", sobre la Iglesia y la Constitución "Dei Verbum" sobre
la divina revelación han desarrollado intencionadamente la dimensión histórico
- salvífica de la teología.
Ambas constituciones trazan a grandes rasgos esta "Historia
Salutis", que arranca de la bondad eterna de Dios en el "revelarse a
sí mismo y manifestar el misterio de su voluntad (Ef 1,9); por Cristo, la
Palabra hecha carne, y con el Espíritu Santo pueden los hombres llegar hasta el
Padre y participar de su naturaleza divina", (Ef 2,18; 2 Petr 1,4).
La historia de
la eclesiología reconoce la existencia de dos puntos de partida en la
estructuración de la doctrina teológica sobre la Iglesia:
- Que arranca de la dimensión espiritual e invisible de la Iglesia, para pasar luego a la consideración de sus aspectos sociales y visibles.
- Que parte de la consideración de la dimensión social y visible de la Iglesia, considerando en un segundo paso los aspectos espirituales e invisibles. Nosotros vamos a tomar el primer término. Comenzaremos considerando la Iglesia como el "Misterio de la Iglesia" que se manifiesta en la acción salvífica de Dios Padre que nos revela su designio de salvación en su Hijo Jesucristo (2 Cor 5, 18-21); y en la efusión activa de su Espíritu Santo, Hech 2, 1, s.s.; porque en Cristo y en su "Ecclesía" que es por la acción del Espíritu Santo: "el misterio escondido desde los siglos y las generaciones fue manifestado ahora a sus santos", Col 1, 26; Efes 1, 9-10; Col 2, 3. La realización de este plan de salvación es una "economía" salvífica, Efes 3, 2, precisamente porque se halla vinculada a una serie de intervenciones divinas que se pueden resumir en dos intervenciones particulares:
- El momento central de esta "economía" es el acontecimiento mismo del Verbo hecho carne, es decir, la encarnación, vida, muerte y resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, Mt 26, 18; Jn 7, 3; 1 Tim 2, 6.
- Otro momento es el acontecimiento de Cristo con la efusión de su Espíritu Santo, en cuanto se trata de su manifestación y de su actuación salvífica en la "Ecclesia" de Jesucristo o comunidad de salvación de los últimos tiempos, Hech, 2,1.
En esta perspectiva teológica es donde aparece el "Misterio de la Iglesia"
unido al "Misterio de Cristo" dentro del plan salvífico del Padre y
de aquí se entronca el "Misterio de la Iglesia" como misterio de la
vida trinitaria de las tres personas divinas. La teología sistemática ha
encontrado una formulación densa de contenido: "Cristo, es sacramento de Dios Padre: la Iglesia, sacramento de
Cristo glorioso en el Espíritu Santo". En esta perspectiva trinitaria
el Concilio Vaticano II ha encuadrado la consideración del "Misterio de la
Iglesia", destacando así el carácter trinitario concretamente
cristocéntrico, pneumato - céntrico y eclesial de toda la economía de la
salvación.
Del Padre parte, según la constitución sobre la Iglesia (L.G.) y en El
se centra el plan eterno de salvación y, por lo tanto, el origen y la finalidad
del misterio de la Iglesia. En su sabiduría y bondad decretó elevar a los hombres
a la participación de su vida divina, no los abandonó en su estado de
naturaleza caída, sino que "los
predestinó a ser conformes con la imagen de su Hijo", Rom 8, 29, y a
los creyentes determinó convocar en Cristo en la santa Iglesia. La Iglesia
entra por ello, en la dimensión del tiempo, en una serie de fases progresivas,
habiendo sido:
- "Pre-figurada" ya desde el origen mismo del mundo
- "Preparada" en la historia del pueblo de Dios en el Antiguo Testamento
- "Constituída" en los últimos tiempos con el advenimiento de su Hijo Jesucristo
- “Manifestada” por la efusión del Espíritu en la fiesta de Pentecostés y en espera de su consumación gloriosa al final de los tiempos.
- A la luz de estas consideraciones se comprende la trascendencia que tiene la elección del "Punto de partida" en la eclesiología respecto al estudio sistemático de la Iglesia como sacramento universal del salvación y como continuadora de la obra redentora iniciada ya por Jesucristo. En el estudio de la eclesiología hay que evitar dos peligros:
- Una interpretación "espiritualista", religiosa, desencarnada de la realidad mistérica que es la Iglesia y que ven en lo "institucional" de la Iglesia un obstáculo para el pleno desarrollo de su personalidad cristiana.
- Una interpretación "sociológica" de la Iglesia queriendo exaltar unilateralmente su realidad institucional, quedándose solamente con el aspecto externo de la Iglesia y rompiendo el equilibrio que debe de haber entre lo carismático y lo institucional.
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Agradecemos al P. Ignacio Garro por su colaboración.
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