P. José Ramón Martínez Galdeano, S.J.
Lecturas: Hch 4,8-12; S. 117; 1Jn 3,1-2; Jn 10,11-18
Seguimos
en este tiempo pascual con perícopas (fragmentos evangélicos) que proponen a la
Iglesia como continuadora de la obra de Cristo y fundada por él, y al mismo
Cristo resucitado como presente y actuante en ella. De esta forma nosotros tenemos
la inmensa gracia de podernos encontrar personalmente con él incluso con una
intimidad mayor que la de sus contemporáneos.
Sin duda
que ustedes han entendido este evangelio. Cristo es el buen pastor de la
parábola. La Iglesia es su rebaño. Los fieles, cada uno de nosotros, formamos ese
rebaño. Las otras ovejas, que no forman parte de él, son los no-católicos; pero
también ellas están destinadas a entrar en él. Esto es lo que Dios Padre quería
de Él y es su misión en el mundo. Con ese fin dio el buen pastor su vida en la
cruz por sus ovejas, por nosotros y por todos, y la recuperó con la
resurrección. Ahora lo necesario es que las ovejas, que aun no forman parte de
su rebaño, el resto de los hombres que no forman parte de la Iglesia, oigan su
voz, la de Cristo, que es la voz de la Iglesia, y creyendo entren en ella.
La parábola
de este buen pastor acentúa el afecto, la intimidad, la confianza y el amor,
que están llamados a ser parte de nuestra relación con Jesús y con Dios Padre,
Hijo y Espíritu Santo. Leía no hace mucho la experiencia de un jesuita, que ha
dado unos Ejercicios de San Ignacio a un grupo de luteranos en Finlandia. Sin
duda que eran personas francamente piadosas, buscadoras sinceras de Dios,
tocadas ya por la gracia y abiertas al Espíritu. El jesuita notó sin embargo en
ellos una especial dificultad para ponerse a orar y para despertar en sí la
vivencia psicológica del amor de Dios. Yo me pregunto si estas mismas
dificultades no son también de más de un católico. Cada uno de ustedes puede
hacerse a sí mismo la pregunta.
Aplicar a
sí mismo esta parábola del buen pastor nos puede ayudar a todos a descubrir y
salir de esta actitud religiosa, que no es católica en grado perfecto. Adelanto
que no lo digo en tono de reproche, como si tener facilidad para orar y el
pronto suscitarse el amor a Dios fuesen actitudes religiosas fáciles. Nunca
debemos olvidar que la concupiscencia, con la que cargamos con el pecado
original, nos hace difíciles (y aun imposibles) los actos sobrenaturales que
nos pueden parecer más sencillos, como la oración y el amor de Dios. Cuando los
apóstoles, admirados un día al ver a Jesús en oración, le pidieron que les
enseñase a orar, Jesús no les había dicho todavía nada sobre ello; y es
probable que llevasen ya con él más de un año. Orar no es tan fácil.
Orar es
una gracia y las gracias sólo nos vienen de Dios y la humildad es condición
necesaria. En la oración entramos en comunicación con Dios y Dios al soberbio
lo rechaza, mientras que al humilde le da su gracia. La primera bienaventuranza
es la de los pobres de espíritu; suyo es el reino de los cielos. El buen pastor
ama a sus ovejas, procura tenerlas cerca, las conoce por su nombre y ellas
conocen su voz que les es tan familiar, cuida de llevarlas a buenos pastos, de
que no se pierda ninguna, las busca incansable si alguna se extravía, las libra
de los peligros hasta dar su vida por ellas, quiere tenerlas a todas seguras y
cercanas. ¿Qué han hecho las ovejas para ello? Nada, dejarse amar, aceptar su
amor.
El modelo
de oración de Jesús es el Padre Nuestro. Porque no meramente nos llamamos, sino
que de verdad somos hijos de Dios (1Jn 3,1) y el Espíritu Santo lo clama desde
nuestra alma (Ro 8,15). Por eso Cristo resucitado no dejará que se pierdan ni
los de Emaús, ni Tomás, y se les manifestará presente varias veces y estará a
la orilla del lago, contemplando sus esfuerzos por pescar y haciéndolos
eficaces. Cada semana, especialmente en la misa, reafirmemos nuestra conciencia
de que “somos hijos de Dios”. Dios nos ama, Dios nos escucha, Dios está cerca,
Dios es nuestro Padre y nos da la mano para no caer. Déjense amar por Dios,
permítanle que les perdone, que les ayude, que les hable. Es fácil orar, es fácil incluso experimentar con
frecuencia (“ver”) la mano de Dios tantas veces en que en nuestro interior nos sentimos
perdonados, consolados, animados, se nos sugiere hacer el bien, perdonar,
ayudar, sonreír, animar, soportar, consolar, escuchar, agradecer, llamar al
buen pastor. Creo tener razones y experiencia para poderles afirmar que, si se
dirigen a Dios seguros de su amor infinito, sentirán que Él les escucha. Tal
vez a alguno su experiencia esté alejada de haber tenido un padre así; sin
embargo ese vacío se verá ampliamente compensando si creen de veras en el poder
de Jesús resucitado para incorporarnos a todos haciéndonos hijos infinitamente
queridos de Dios.
Por fin otra
palabra, que no hemos de olvidar: “Tengo, además otras ovejas que no son de
este redil”. Unas las conocemos, viven con nosotros, tal vez pertenecen a
nuestras amistades y familia, pero se perdieron, abandonaron el redil,
renegaron del Pastor; otras están lejos; pero en conjunto todas son millones.
“También a éstas las tengo que traer”. “¡Ay de nosotros si no evangelizamos!”
(cfr. 1Cor 9,16). Hagamos el esfuerzo, oremos, ofrezcamos sacrificios,
procuremos hablarles de la bondad del Pastor con nuestra vida y también con la
palabra. No olvidemos que Santa Teresa de Lisieux es patrona de las misiones
por la oración y sacrificios por los misioneros. Porque “también a ésas las
tengo que traer, y escucharán mi voz y habrá un solo rebaño y un solo Pastor”.
No lo duden, es palabra del Señor. Sus oraciones serán escuchadas y la voz del
Pastor será escuchada por muchas de ellas.
Que María, la humilde esclava del Señor nos lo enseñe.
...
Lima, 29 de Abril del 2012
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